Capitulo uno


Dos años y quince días. Tres días para la purificación de los viernes, la de "las marcas en el cuerpo". Así le llamó porque siempre me han sido más fáciles de sobrellevar las cosas difíciles cuando las entiendo, aunque sea en parte.

Ese día las Maquinas nos recuerdan el "pecado" de nuestras manos y las de manos ajenas. Después de cientos de sesiones de purificación a gatas recuerdo mi primer beso, ahora es solo una difusa evocación que cada viernes se diluye lentamente. Amé ese beso; odio a esas manos cibernéticas que me obligan a olvidarlo. Cuando despierto, luego de llorar, me pregunto porque simplemente no nos borran la memoria y ya. Porque ese afán en querer que seamos nosotros quienes la soltemos, quienes la desconozcamos; extranjeros en nuestra tierra natal.

Me armo de valor antes de caminar hacia él. Ciel esta haciendo rodar una pequeña piedra circular en su mano derecha. La hace bailar entre sus dedos y luego la oculta de la vista. Está en la otra, y aunque lo hace cada día cientos de veces aquel simple truco le saca una sonrisa sincera. Él siempre puede sonreír, le hagan lo que hagan, y esa es una de las razones por las cuales me acerco. Es una luz en noche cerrada y yo un insecto de alas agujereadas que se deja seducir, que anhela.

—Has el otro—le digo y él levanta la mirada.

Sus ojos negros tienen una luminosidad que parece nunca apagarse. Sus pestañas largas y rizadas me hacen evocar las tardes en las que me maquillaba frente al espejo antes de ir a trabajar al bar. Nunca logré un efecto como ese, Ciel tiene algo de irreal.

—Los domingos. El truco de las luciérnagas es para los domingos, Leila.

El domingo es el peor día de la semana. Nunca he preguntado pero estoy segura de que todos estarían de acuerdo.

—Rompe las reglas.

Él se ríe y ese sonido lo llena todo. Cara deja de rezar para mirarlo y eso es mucho decir. Hasta Ava parece relajarse un poco en su posición fetal.

—Estoy seguro de que estamos aquí porque las hemos roto demasiado—responde.

Estoy absolutamente segura de que no es así. No estamos pagando como ellos nos hacen creer. La purificación no es un acto de redención, es un destino al azar. Pero en eso, como en tantas cosas más Ciel y yo nunca nos pondremos de acuerdo. Él desea purgar. Yo deseo respuestas. Da igual, quizás ninguno de los dos obtenga lo que quiere.

—Dieciocho minutos—susurra Maldhur. Odio que haga eso.

Maldhur es un ave de mal agüero. Siempre recordándonos los días que nos toca cada maldita cosa. Como si no lo supiéramos.

"Hoy es Martes. Van a introducirnos esos cables por la sien, cabeza a cabeza, y a hacernos repetir lo mismo cientos, miles, millones de veces"

Gracias por el recordatorio Maldhur. Ni siquiera había reparado en ello.

—Tenemos el mismo reloj mental—le recuerdo.

Él solo se encoge de hombros. No es un mal chico ni nada que se le parezca solo desea mantener el control y esa es su manera de no enloquecer. La mía es la belleza, la mía es Ciel.

— ¿Lograran quitarte esta vez esos ojos verdes de la cabeza?—Pregunta Cara . Es obvio que esa pregunta es para Ciel. Creo que esa insensibilidad le brota porque le molesta que aun se ría. Idiota.

Ciel sonríe y cierra los ojos. Suspira. Es una visión hermosa. Quisiera saber qué ve. A quién. Me siento celosa.

—Nunca.

Solo responde eso.

Los demás dicen que yo repito "Sonríe mientras me besa"

Se que Ciel murmura " Sus ojos son tan verdes" Cara grita " No me sueltes" y así. Cada uno tiene su oración susurrada, gritada, exclamada, ahogada en agonía.

Al parecer cuando ellos nos arrancan las huellas en nuestra piel nos aferramos a una, a la que más pesa, a la que nos marco más. Y en ese momento de profunda angustia nos recordamos no olvidar.

—Quince minutos.

Maldhur te odio.

Mi corazón comienza a acelerarse en mi pecho. Ava se mece con mas fuerza, sus uñas se clavan en sus antebrazos y fino hilos de sangre gotean en la tierra.

—Debe haber una forma—digo y mis palabras parecen flotar y alcanzarlos a todos.

El que me presta más atención es Luckyan. Asiente.

—Nadie escapa del infierno, Leila, ¿o acaso has visto muertos revividos caminando a la luz del sol? —Me contesta Cara—Esto no es una película. No se puede salir de aquí. No hay forma. El único camino es la redención. Convertirnos en Uno será la única libertad que encontraremos. Cuando antes entendamos esto, mejor.

Y la pelirroja sigue con su perorata. Creo que Cara dejo sus sermones antiguos por estos nuevos. Una mezcolanza entre el cristianismo, la filosofía del Constructor y sus propias locuras maceradas por el dolor y el miedo.

Rendirnos a la Unidad. Ni loca. Solo pensarlo me hace querer vomitar la suntuosa comida de los miércoles. Endemoniado alimento, el sabor no se quita con nada.

—Ni escapar ni rendirse. Solo no dejar de ser. No hay opciones fuera de eso—interviene Ciel—Lo demás es solo fantasía y un optimismo bien intencionado pero absurdo. Uno que no tiene lugar en este infierno.

—¿Un mago sin fe?—suelto con amargura—Creí que la fantasía era tu leivmotiv.

La oscura mirada de Ciel se fija en mi. Se clava en mis ojos amarronados.

—No he perdido la fe ni he dejado de creer en lo fantástico, amiga mía. Sobrevivo y soy, por ello justamente—Era verdad. Podía dar fe de ello—Pero no va al cuento. Aquí no puede aplicarse esa fe, ni desenrollarse esa fantasía como si fuese una alfombra mágica que nos permita huir de este maldito agujero. Ademas, como sabes bien, estoy en franca enemistad con el ilusionismo. Si no fuera por el no habría creído que pasar dos hojas afilados a través de mi torso era una buena idea.

—Eso es fue mas bien un error de cálculo—acota a lo lejos Maldhur.

Ciel gira su cabeza y lo observa atentamente.

—Si, pero quien borro los limites de lo posible, fue mi fe en la magia detrás de los trucos. Creí una ilusión y acabo con mi vida antes de tiempo. Ya no mas.

Tiene que haber un modo. Por nosotros, por los que no vemos y por los que han de venir. También por aquellos que dejaron de ser ellos para convertirse en "parte de"

—Debe haber una forma—repito. Esta vez es solo un murmullo.

Diez minutos. El terror se aferra a mi alma como una sanguijuela voraz pero hay una sensación peor escondida detrás, la desesperanza; honda y nebulosa, hiriente y amarga.

Como es aquello que nos hacen repetir.

"Soy pecador, merecedor del castigo. Estoy incompleto, por esto debo ser purificado y redimido. Lo que fui ya no tiene valor. Lo que no sirvió de mi en singular, puede ser valioso en conjunto. No soy nada mas que arcilla en manos del Constructor, bendita sea su obra..."

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