CAPITULO 25: Recuerdos

GAEL

Cuando llegué a esta casa, creí que sería tal como papá se quejaba luego de beber, porque por él tenía una idea errónea de esta familia. Decía que su hermano era un desgraciado quien le había robado todo, hasta a su amor de la adolescencia, mi tía Manuela. Y sentía algo dentro de mí que me impedía aceptarlos, eso que, por tonto que suene, era lealtad a mi padre, lealtad y amor hacia él y su verdad.

Pero todo cambió al conocerlos. Toda la perspectiva pincelada por mi padre era mentira, era un retrato muy bien formado para ayudarme a odiarlos, pero no es así...

Mirella es la chica que te acostumbrarías a oír hablando de la sociedad y el machismo, una auténtica parlante, jamás se cansa de hablar y tú menos de escucharla, porque siempre tiene un tema interesante que contar, es también una niña dulce y elegante. Héctor es como el hermano que en algún momento me detuve a desear tener, tiene una manía muy propia de ser; con su sarcasmo e ironía, sus chistes mal contados, comprendes que él haría cualquier cosa por su familia, por quienes ama, por su Leah. Nuestra Leah. El tío Rafael es un hombro honorable y respetable, muy diferente a como mi padre lo había descrito, muy lejos de ser como él, y la tía Manuela; cuando la veo agradezco que jamás se haya lanzado al precipicio que era estar con mi padre, ella hubiera terminado peor que mamá: se hubiera quedado, no hubiera huido, pero... quien sabe, a lo mejor todo fuera otra historia, a lo mejor papá no se hubiera convertido en lo que es ahora, no lo sé, nunca sabremos que hubiera sido si. Y ver a la tía Manuela leer sus libros de cocina en la sala, me recuerda que su vida no se arruinó y que eligió a alguien que de verdad logró amarla y que lo sigue haciendo.

Gracias a esta familia tengo un techo donde dormir, gracias a ellos podré terminar mis estudios.

Mi padre siempre ha estado equivocado y yo también.

Aunque los demás me decían siempre la clase de padre que tenía, no estaba consiente de que amarlo, así con todo y sus demonios, era una tontería. Una putada que, a pesar de todo, sigo haciendo. Porque es mi padre, y porque no todo el tiempo fue así, no creas que trato de justificarlo, en serio sus días eran despejados de neblina.

Aún recuerdo cuando vivía sobrio, aunque ahora lo hace tras rejas. Recuerdo cuando se sentaba en la acera para verme andar en bicicleta y mi madre le servía un vaso de limonada ¿Dónde mierdas se fue todo eso? Ahora es pasado, un increíble pasado mío que atesoro como un tonto niño que desea repetir un día feliz, su último día feliz.

—Pásame la llave dose. —me llamó una voz despojándome de mis pensamientos.

—Toma. —digo, pasándole aquella llave que bien maneja cuando arregla el capó.

Héctor había ido a desmontar una batería en el otro taller y me había quedado toda la tarde con el tío Rafael, intentando arreglar un vejestorio de auto que uno de sus clientes frecuentes trajo.

—¿Me dirás que te pasó? —preguntó, insistiendo nuevamente, limpiando el sudor de su frente con la orilla de su camisa. Los dos estábamos bañados en grasa gracias al carburador desde temprano, apenas había encontrado la falla.

Desde la mañana había insistido en saber qué era lo que me había pasado en la fiesta.

Mirella estaba enojada porque estaba a cargo de Héctor y de mí cuando no estaban mis tíos y le habíamos fallado; yo llegando golpeado sin decirle la razón y él... Héctor me había convencido de ayudarle y yo acepté a su plan, le debía muchas cosas, y además quería salir con Leah, necesitaba una excusa para ver su castaño cabello lacio y sus ojos negros que no me importó cuando él no quiso decirme dónde se marcharía. Simplemente acepté sin rechistar.

Esa chica me tenía loco al instante de verla, no lo voy a negar.

Pero no fue cuando me abofeteó que la vi por primera vez, no. Esto nunca lo supo, y jamás podré contárselo ¿Cómo lo tomaría?

Cuando llegué a casa del tío Rafael, tuve la decisión de conocer el lugar donde viviría, caminé varias cuadras con mis manos en los bolsillos y giraba en alguna esquina sin rumbo, sumido en mis pensamientos, recordando a mi padre siendo llevado en un auto de policía.

Leah estaba sentada en la acera y alimentaba un gato de la calle, había comprado una lata de atún para hacerlo, le sonreía intensamente, el animal le agradecía girando entre sus piernas y regresando a por su comida.

Llevaba el cabello suelto despeinado y una pijama azul con estampados de letras, unas pantuflas de conejo muy grandes. Se había sentado en la acera para ver comer al gato.

Me quedé perdido viéndola hasta que se marchó.

—¿Gael?—insistía mi tío.

—Héctor y yo fuimos por pizza, nos deteníamos a ver un juego de fútbol y se armó una pelea. Solo me defendí.—repetí la escena falsa hasta que me había acostumbrado a ella, y lo había cansado sobre esa mentira.

—Hijo, sabes que puedes confiarme lo que sea. Sobre cualquier tema. —Sonrió—. Hasta de chicas.

—¿Por qué sigues siendo amable conmigo? —pregunté desconcertado.

—Eres mi sobrino, mi sangre. —respondió alzando los hombros sin dudar—. Porque eres un buen muchacho y sé que si lo intentas no te quedarás estancado como tú padre, como yo. No quiero que tú o Héctor terminen siendo simples mecánicos, aunque esto da mucho, quiero que sean algo importante. —concluyó—. Y tú necesitas mi apoyo, el apoyo de tu familia.

—Mi padre es un asesino, eso dice todo el mundo. —murmuré avergonzado—. El mundo me mira distinto, peor que antes, por todo eso.

Tío suspira para continuar.

—Dices que mi hermano no mató a ese hombre, yo te creo. —puso su mano en mi hombro—. Pero deberías quitarte ese peso y decir quien fue, no te lo guardes y ayudes a alguien más, eso te matará por dentro. —me aseguró—. A veces deberíamos ser egoístas y dejar que los demás arreglen sus propios problemas.

Tenía razón, pero en este punto en donde nos encontramos, estoy seguro que no serviría de nada contar mi verdad, porque papá quiere ocultarlo todo con mucha insistencia, quiere dejar en claro que es él y nadie más. Para ayudarme, para ayudarnos y es lo que más me tiene preocupado.

—Ahora, ven y enséñame lo que aprendiste.

Luego de tantos intentos en prenderlo, al fin cedió y vibró bajo de mí. Era uno de mis logros aquí, conocer de autos me había ayudado a desprenderme de mis pensamientos hasta que llegaba a mi cama y miraba el techo.

Me sentía tan feliz aquí, con ellos. Pero sobre todo con Leah, esa chica callada, que a veces puede ser tan tímida o salvaje. Leah, quien con su caminar nervioso, y su historia triste, se robó mi corazón. Incluso, desde aquel primer golpe, tenía ganas de enseñarle lo que era vivir realmente.

Leah, de la que estaba enamorado.

Que pena que la felicidad no dura mucho, me dije. Solo son momentos de excepciones, esos que cuando uno tiene el momento, se lanza y los disfruta.

—Bien, viejo. —río Héctor. Venía totalmente limpio a diferencia de mí—. Creí que con ese ojo morado no podrías encontrar la cerradura para encender el auto.

Se estaba burlando de ambos.

—Cierra la boca Héctor, y más bien ensúciate un poco con la batería del auto rojo de aquí. —señaló mi tío.

Reí.

—¿Esto es castigo? Porque nunca me habías hecho levantar una batería para un camión, papá.—deduce—. Deberías pagarnos.

—Tienes un techo y comida.—contesta.

—Si te oyera Mirella te refutaría. —se cruza de brazos.

Había ganado.

El tío levanta la mirada con rapidez, como si esperase que saliera de alguna parte su hija y lo regañara.

—Le tengo más miedo que a tu madre.—susurra.

A las cuatro de la tarde los tres regresamos a casa y nos duchamos.

Pensaba en llamar a Leah para cuando terminé de ducharme y comer, luego de leer un capítulo más de mi libro 1984, pero el cansancio me pudo y dormí todo el resto de las horas. Al menos en mis sueños la volví a besar y desenredar su cabello con mis dedos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top