Juan 11, 45-57
En un lugar amplio, bonito, luminoso, repleto de tonos naranjas, de madera y del mármol más fino y níveo que puedas imaginar, todo lo contrario a esos escenarios fríos de cuarteles subterráneos donde los grandes dictadores de las películas de antaño se reunían a debatir sobre asuntos militares, un grupo de hombres se plantea darle muerte a un revolucionario.
—El pueblo está alocado —repetía incansablemente el de la barba más larga, máxima autoridad política en aquel tabernáculo—, creen que es una especie de mesías. ¡Si hasta dicen que le pudo dar la vista a un ciego!
Un hombre a su lado negó con la cabeza haciendo que su gruesa nariz de gancho pareciera aún más prominente. —Me temo que eso no sea nada comparado con lo que se nos viene encima —Las miradas se clavaron en él como una manada de leones rodeando un becerro.
—¡Explicate! —chilló el de la barba larga.
—Esta mañana, y no estoy diciendo que sea verdad, pero una pequeña chusma aseveró que aquél había resucitado a un muerto.
Vaya uno a saber qué fue lo que se cruzó por las cabezas de esos hombres en ese momento; es difícil para los inocentes adentrarse en la mentalidad de los asesinos, pero sea cual sea la respuesta, un silencio inquebrantable la estaba ciñendo hasta ahogarla volviéndola imperceptible.
En el fondo tenían miedo, ¿y quién no lo tendría? Aceptar a Cristo no es, como muchos creen, escudarse de las dudas y de los miedos tras una burbuja de fe, como si dijéramos «No quiero aceptar la realidad, creer en Dios es más fácil». Representa, muy por el contrario, afrontar todos los miedos y el egoísmo hasta asumirnos tal cual somos, y poner todo aquello que encontramos en nuestro interior —bueno o malo, completo o inconcluso, feliz o no— al servicio de alguien más.
Sin Dios todo puede ser mío. Con Dios nada me pertenece. Que no te parezca raro que aquellos hombres que lo tenían todo, a imagen de los más pudientes de ahora, no se quieran acercar a él. Porque creer en Dios significa dejar de vivir mi vida para mí mismo.
—¡¿Cómo es posible que resucite un muerto?!
—¡Patrañas, la gente no resucita!
—Ni los grandes profetas pudieron hacer eso.
—¿Será más grande éste que los profetas del pasado?
—¿Será más grande que todo en lo que creemos?... No puede ser.
Sin Dios todo puede ser mío. Con Dios nada me pertenece.
—¿Es que acaso estamos peleando contra un Dios?
—¡Silencio! —Todas las miradas se posaron sobre Caifás, el único que hasta ahora había estado callado— ¿Es que acaso no se dan cuenta que sin importar quién sea, tiene que morir?
Sin Dios todo puede ser mío. Con Dios nada me pertenece.
—¡Pero hace miles de milagros en frente de todo el pueblo, la gente lo sigue por montones!
—Sí, hace milagros y la gente lo sigue, pero ¿no les suena conocida esa historia? ¿No se acuerdan de hace treinta años, cuando vino un tipo que parecía un gran profeta y la gente lo seguía, pero cuando quiso liberarnos de la esclavitud de Roma los soldados lo crucificaron?
—Sí, pero...
—¿Y que diez años atrás hubo otro con un cuento igual, que los romanos hasta amenazaron con matarnos a nosotros si los insurrectos seguían aflorando?
—Bueno, sí, pero...
—Y esos no fueron los únicos casos. Y Roma ya no nos va a seguir soportando. Ante el próximo agitador, como bien podría ser este Jesús de Nazareth, los romanos ya no van a seguir aguantando más, van a decir que somos una tierra de rebeldes y van a destruir a la ciudad de Dios, al templo y a su gente.
Porque creer en Dios significa dejar de vivir mi vida para mí mismo.
—¿Entonces qué tenemos que hacer?
—Va a haber que matarlo.
—Pero no hizo nada malo... No me parece un agitador.
—¿Y se supone que tengamos que arriesgarnos? ¡El futuro de Jerusalén está en nuestras manos!
Porque creer en Dios significa dejar de vivir mi vida para mí mismo, pero a veces nos escudamos en nuestras obligaciones porque no queremos afrontarlo.
—Esta pascua, cuando el pueblo esté distraído con las fiestas, vamos a apresarlo, juzgarlo y condenarlo. No me importa que tengamos que mentir en el juicio, nadie nos va a estar mirando. Si él muere, los demás viven.
—Vivamos también nosotros.
Sin Dios todo puede ser mío. Con Dios nada me pertenece. Que no te parezca raro que aquellos hombres que lo tenían todo, a imagen de los más pudientes de ahora, no se quieran acercar a él. Porque creer en Dios significa dejar de vivir mi vida para mí mismo, y entregarla aun hasta la muerte por alguien que lo esté necesitando.
Y así, en un juicio con el veredicto cantado, bajo argumentos que aparentan bondad, pero que en el fondo escondían una madeja de miedos e individualismo, como tantos otros juicios de cristos modernos sumidos ante la impunidad de un sistema opresor, Jesús era condenado.
El amigo traidor sería el medio, la multitud silente el cómplice más apropiado. No nos dejemos ser como estos actores, porque creer en Dios significa dejar de vivir mi vida para mí mismo y empezar a vivirla para mis hermanos.
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque con tu santa entrega redimiste a la humanidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top