Entrada a Jerusalén
Largo camino por detrás,
tu Hora acaba de llegar,
Jerusalén está cerca.
¿Se presentará Jesús a la fiesta de los panes ácimos? Si lo hace sería más fácil atraparlo y de seguro lo matan los fariseos, pero si no viene, ¿qué clase de profeta sería? ¿Qué clase de rey abandona a su pueblo?
Porque es innegable que éste es el rey que esperábamos: uno que tenga la autoridad moral como para pararse ante el pueblo y ante Dios siendo él mismo una afluente de ambos, un representante digno que nos llevara a la liberación prometida enfrentando la tiranía romana.
Junto a los tuyos entrarás,
brillan tu gloria y tu humildad...
¿Oyes cantar la gente?
S
e subió a un burrito y a su vez a todo lo burro que llevaba el pueblo encima: a su ignorancia, a su valoración únicamente por el trabajo y la capacidad de cargar cosas, a lo pestilente y despreciable, ¿o acaso estoy exagerando? Quizás sólo quería cumplir la profecía para no dejar a quien la mencionara como un mentiroso. O quizás, sólo por decir algo, quería poder caminar hasta el templo impune y sin ser tomado prisionero por los religiosos, ajusticiado por los políticos conforme a crímenes que no cometió, coronado por el pueblo aguerrido para así ser cargado a un puesto al que más de una vez le había huido.
Y he aquí que Jesús mantiene intacta su naturaleza de contradicción para todo aquel que quiera entenderlo por medio de la razón, y al enfrentar su destino a su vez le estaba huyendo. Él sería apresado, juzgado, ajusticiado, muerto y también coronado, pero todo en su momento. Ahora, un poco más fiel al presente, es tiempo de entrar junto a su gente a compartir la pascua.
Hosanna a mi Señor,
gloria a mi Señor,
bendito el reino que viene.
Hosanna a nuestro Rey,
gloria al manso Rey,
que viene en nombre del Señor.
La gente ve a un rey y lo aclama, los poderosos ven una amenaza y la enfrentan: "¿No escuchás lo que están diciendo tus seguidores? ¡Te están llamando rey en medio de las gobernaciones del Cesar! Podrían matarnos a todos por eso,¿no vas a frenarlos?".
¿Y cómo haría para callarlos? No se tapa el sol con un dedo, por eso si él los calla las piedras van a seguir gritándolo. Jesús es rey, no hace falta que lo admita nadie, es un hecho, aunque su reino, bien lo diría él mismo frente al tribunal de Pilato, no es de este mundo. Cubran no más su camino de mantos y palmas cual alfombra roja holliwoodense, agiten ramas como si una multitud lo aclamara. Su rey no pide mucho, es manso y humilde, él mismo lo dijo.
Mantos que son alfombra real,
ramos, cortejos sin igual,
¡Tú eres el esperado!
Si alguno los quiere acallar,
hasta las piedras gritarán
que el Cristo ha llegado.
¿
Cuánto tiempo esperaste por Cristo? Un niño llorando por un padre ausente y un abrazo del salvador que le está haciendo falta; Un anciano moribundo mirando en su soledad la sala de un hospital frío en tanto su familia se debate entre papeles y trámites de la próxima herencia; Una mujer humillada por la vida caminando las esquinas con más experiencia en hoteles que en sonrisas sinceras; Un hombrecito limpiando vidrios de los autos mientras que Cristo no aparece detrás del próximo parabrisas; Una carta de despidos que empeora el dolor de una familia destruida; Un joven que no puede con el peso de las exigencias del mercado, de la facultad y contra su propio deseo de suicidarse, aunque cada tanto Cristo le esconda el revolver y le quiera poner en pié una voz amiga. Pero es en vano, amigos no tiene; Un corazón roto; Vicios, fracasos y anhelos; Un vacío difícil de explicar y un Cristo que quiere llenarlo a pesar de que en ese sitio no tiene permiso de entrar.
¿Cuánto tiempo esperaste por un Cristo?
Algunos lo esperan días, meses, una eternidad... Algunos creen encontrarlo y suspiran rendidos ante el primer intento, pero no lo aceptan tal cual es y acaban por formarse un Cristo a su medida. Un Cristo incompleto no puede llenar un vacío del todo.
Es de los jóvenes la voz,
de los sencillos el clamor,
ellos te han reconocido.
Otros planean la traición
y cambiarán esta canción,
¡Pedirán muerte a gritos!
Y
Cristo llega, sí. Monta un burro, se rodea de gritos y criticones, pero llega. Además llora, porque si Jesús no llorara no sería ese mesías humano capaz de entender el dolor nuestro, y entre la euforia y el odio colectivo de aquel pueblo sosegado por el pecado y la avaricia, Cristo, un tanto ajeno al cuadro que él mismo protagoniza, se echa a llorar volviéndose un Dios unificado con su pueblo humano, un hijo de hombres, uno capaz de estar en el corazón muchas veces herido de todos los humanos: en el niño huérfano, en el anciano convaleciente, en la prostituta humillada, en el trabajador marginal, en la familia destruida, en el joven suicida, en el corazón roto, en los vicios, en el fracasos, en los anhelos de cosas imposibles, en el vacío...
Sabes que te rechazarán,
y lloras hoy por la ciudad.
¡Si oyeran hoy tu mensaje!
Habrá un Cordero que inmolar,
habrá una Pascua que velar
hasta que el canto estalle.
Dios ha entrado a la ciudad. Es hora de echar a los vendedores del templo sacando fuera todo lo impuro de aquello que debiera ser santo, de dar el último testimonio frente al mundo; su testamento espiritual, de enseñar los gestos más elevados, de amar hasta la muerte.
Cristo quiere entrar a tu vida. No se lo niegues. La Pascua se acerca.
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu bendita entrega redimiste a la humanidad.
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