IV
Masajeándose los moretones que comenzaban a hincharse en su pecho y brazos, Ross apoyó la cabeza contra la pared antisépticamente limpia de la celda. Varias horas habían pasado lentamente, marcadas con sesiones aisladas de interrogatorio de rutina. De repente, la puerta se abrió, dejando entrar a dos soldados de asalto y al capitán Grendahl, a quien reconoció del hangar. Con calma, el oficial imperial se sentó frente a él, colocando una gran tableta de datos en la mesa entre ellos.
—¿Reconoce usted a este caballero? —preguntó, mostrando una imagen en la pequeña pantalla.
Ross se rió suavemente, reconociendo las distinguidas curvas de su propio rostro.
—¿Ayudaría si dijera que no?
Grendahl sonrió generosamente.
—No. —Cruzando las manos contra la mesa, dijo burlón—: Interferir en una investigación imperial es un delito que se castiga con penas de prisión.
—¿Una investigación Imperial? —protestó Ross—. Era una pelea, y no una justa —argumentó—. Dos tropas de asalto contra un jawa, ¡venga ya!
—No importan las probabilidades —respondió Grendahl sin cambiar de tono—. Interfirió de todas formas; sin embargo…
—¿Sin embargo? —imitó el corelliano, burlándose del insípido oficial.
—Sin embargo, estoy autorizado a extender una generosa amnistía si coopera y responde a algunas preguntas.
—¿Amnistía? —Ross se rió entre dientes. Se rascó la cabeza, agitado—. Una amnistía imperial tiene casi el mismo valor que un wookiee enano sin pelo.
Grendahl frunció el ceño, cubriendo su consternación con hábil profesionalidad.
—Usted tiene la garantía del Emperador, capitán Ross. Ayúdenos con una breve investigación y será absuelto de todos los cargos.
Tratando de ganar tiempo, Ross exclamó:
—¡Me debe dinero!
—No puedo prometer que vaya a conseguirlo —respondió Grendahl—, pero tiene usted derecho a 10.000 créditos. —Sonriendo maliciosamente, observó la reacción de sobresalto del contrabandista—. Eso es un 10 por ciento de la recompensa ofrecida por el regreso seguro de Brandl.
Intrigado, Ross se inclinó sobre el borde de la mesa.
—¿Quiere decir que Brandl vale 100.000 créditos?
Deseoso de mantener la atención del contrabandista, Grendahl asintió en silencio a esa pregunta.
—Tiene suerte de estar aún con vida, capitán Ross. Adalric Brandl es altamente inestable, capaz de atrocidades inconcebibles. Sin embargo, su valor para el Emperador lo convierte en un recurso esencial. ¿Dónde lo encontró?
—Najiba.
El rostro de Grendahl se ensombreció, perplejo.
—Najiba tiene ordenanzas estrictas que restringen el tráfico a través del cinturón de asteroides.
—Para cuando llegué allí —explicó Ross—, nadie se preocupaba por las sanciones de control de puerto. Simplemente querían que se fuera del planeta.
—¿Hubo problemas? ¿Alguien herido?
El corelliano se encogió de hombros con aire casual.
—No llegué a salir de mi nave —mintió—, así que no sabría decirle.
—¿Y a dónde iban?
—A Mos Eisley, pero —Ross se rió—, teniendo en cuenta mi última visita, yo sólo pensaba llevarlo hasta Anchorhead. Después de eso, iría por su cuenta. —¿Alguna vez mencionó su relación con el Emperador?
—No hasta que nos tuvieron en el rayo tractor.
—¿Los daños a su nave?
—Fuimos atacados por piratas —dijo Ross rítmicamente—. Mi hiperimpulsor falló y a duras penas logramos llegar hasta aquí.
Grendahl vaciló.
—Usted mantiene un registro minucioso de la nave, capitán Ross. Su libro de vuelo y su manifiesto corroboran su historia.
—Piense que es un vestigio de mis días de caza-recompensas —ofreció Ross—. Si querías cobrar tus gastos, era necesaria una documentación exacta.
Asomándose tímidamente a la habitación, un subteniente saludó a Grendahl, ignorando al prisionero que le acompañaba.
—Capitán Grendahl, señor. El almirante Etnam solicita su presencia en el puente inmediatamente, señor. A Lord Brandl se le ha asignado la tarea de escoltar al civil a su nave.
—¿Qué?
Ross ocultó una sonrisa maliciosa detrás del cuello de su abrigo. Fingiendo sorpresa, se levantó de la silla y se apoyó en la brillante mesa, pensando cómo Brandl consiguió arreglar esa escolta.
—Capitán Grendahl —susurró el teniente, consternado por el estallido de su superior—, las instrucciones del almirante Etnam eran muy específicas. Está ansioso por encontrarse con el Alto Inquisidor Tremayne. —Siendo el ayudante personal de Etnam y sin temer las represalias de Grendahl, hizo un gesto al soldado de asalto más cercano y le susurró—: Llévese al prisionero.
Grendahl luchaba por conservar la compostura, irritado por la influencia de Brandl, que a pesar de su momento de deshonra ante el Emperador, aún tenía bastante peso, incluso con el carácter intrépido del almirante Etnam. Con las fosas nasales dilatadas, siseó entre dientes:
—Muy bien. —Luego, para restablecer su ego ante el personal bajo su mando, enderezó sus hombros encorvados, borrando la amarga mueca de su rostro—. Es usted libre de irse, capitán Ross —gruñó—. La clemencia del Emperador puede ser abundante y de gran alcance, pero la próxima vez que meta las narices en una investigación imperial —hizo una pausa—, puede que se encuentre en el lado equivocado de la justicia imperial.
—Cruzando
las manos detrás de la espalda, Grendahl comenzó a caminar por el pasillo—. Recuérdelo la próxima vez que pretenda luchar contra las probabilidades.
Sobre los hombros pulidos de varios soldados de asalto, Brandl observó cómo Grendahl se alejaba. Burlándose del oficial imperial a sus espaldas, el Jedi soltó un bufido de desdén mientras guiaba al contrabandista por el pasillo.
—¿Es usted un hombre supersticioso, capitán Ross?
Preocupado por la escolta armada detrás de ellos, Ross susurró:
—Mi abuelo solía decir que la superstición era la base de una mente débil. —Entonces estamos condenados sin duda, ya que los cimientos de nuestra civilización están en manos de sumos sacerdotes, chamanes y monjes. —Brandl se rió con genuino buen humor. Hubo una chispa de emoción traicionada por el brillo de sus ojos y Ross advirtió que las líneas de expresión que enmarcaban su boca se habían profundizado. Adalric Brandl estaba de buen humor—. Su abuelo era un hombre sabio.
Ross restó importancia al cumplido.
—Tan sólo otro contrabandista que se encontró en el lado equivocado de la justicia imperial. —Soltó un bufido, recordando la amenaza de Grendahl—. Por eso me convertí en cazador de recompensas, con la esperanza de evitar lo que le ocurrió.
—¿Y entonces?
—Y entonces me aburrí. Supongo que no estaba destinado a serlo.
—Pasamos casi toda nuestra vida buscando el papel adecuado que marcará el final de nuestra existencia con algún momento de gloria, ignorando el hecho de que la fama y la reputación no son más que meros perfumes de la virtud. Nunca duran.
—¿Eso es otra frase de teatro? —bromeó Ross.
—La actuación se aprende de forma profunda en la naturaleza humana y por eso me obsesionó tanto; pero conforme mejoró mi intelecto, mi moral fracasó y me convertí en aquello mismo que más despreciaba.
—¿Y qué era eso?
—Humano. Yo no era un rey, ni un héroe, ni un dios. Sólo un hombre atrapado en la pasión de la obra teatral.
—¿Y qué ocurrirá ahora? —tanteó Ross.
—Mi vida ha sido un drama continuo —susurró Brandl—, una tragedia, me temo. Y he tropezado a través de ella, escena tras escena, acto tras acto, como un novato aterrorizado. Esta noche, la Fortuna me reclama para la última salida. Ya no puedo vivir en la mentira.
—Va a regresar junto al Emperador, ¿no? ¿Después de lo que le ha hecho?
—No hacía más que apuntar en una dirección general. Fui yo quien decidió ir y hacer su voluntad.
—¿Y su familia? ¿Su hijo? ¿Y si el Emperador se enterara? —Se lo aseguro; ningún mal habrá de sucederles. —Eufórico, suspiró—: Estarán a salvo.
Ross le creyó. Había una certeza alrededor del Jedi que iba más allá de las siniestras sombras que habían mantenido una vez a los dos hombres en pugna entre sí. Pero la conciencia del contrabandistas exigía un poco más de seguridad.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Nunca he estado más seguro en mi vida. —Colocando un chit de crédito en la mano del contrabandista, cerró los dedos de Ross sobre él. Ross notó otro objeto en la mano de Brandl, uno que el Jedi trató de ocultar cuando juntó las manos sobre él—. El chit es el resto de lo que le debo y la cuota obligatoria del Emperador por la captura de un renegado peligroso. —Sonrió malévolamente, divertido por su propio sarcasmo.
Deslizando el chit en el bolsillo de su guardapolvos, Ross advirtió la forma esférica y metálica debajo de las manos de Brandl, y se fijó en la áspera mancha grabada por el ácido en el explosivo donde los marcadores del número de serie habían sido eliminados.
Abriendo los ojos como platos ante la revelación, se quedó mirando el rostro tranquilo de Brandl.
—Considere todas las deudas pagadas —susurró el Jedi. Girando bruscamente sobre sus talones, se retiró en el pasillo del hangar con la escolta a remolque.
Ross se apresuró a subir la rampa, y selló la escotilla del pasillo a toda prisa.
—¡Kierra! —siseó, corriendo por el túnel de acceso a la cabina de vuelo—. ¡Kierra, despierta!
—¡¿Qué quieres decir con despierta?! —exclamó ella—. Los motores han estado en línea y esperando desde hace una hora. Incluso conseguí colocar una de las bobinas iónicas en su sitio golpeando la carcasa de escudo. —Resopló, creando una especie de hipo errático en el comunicador—. ¿Qué prisa hay? Las principales bases de datos estaban limpias y de acuerdo con ese pequeño astromecánico que subieron a bordo…
—¡No importa! —gritó Ross, abrochándose en la silla de aceleración—. Brandl tiene uno de mis detonadores térmicos y creo que planea…
Una explosión sorda resonó por los pasillos de atraque, lanzando una cortina de humo y escombros hacia la bahía auxiliar.
Agudas y penetrantes alarmas comenzaron a sonar a todo volumen, alertando a los médicos y técnicos de la zona. En medio del caos de voces gritando, sirenas, y el sonido de pies blindados corriendo para asegurar el área, el Kierra flotó en cuestión de instantes sobre la plataforma de vuelo. Varias explosiones más pequeñas resonaron por el pasaje, agitando los cazas TIE y las lanzaderas de transporte que colgaban de los bastidores cercanos.
Desconcertada, Kierra jadeó.
—¿Qué se ha apoderado de él para hacer algo semejante?
—Tenía que proteger a su familia —dijo el contrabandista con tristeza
—Pero, con él muerto, no hay garantía de que el Imperio no los encuentre. Sin
embargo —reflexionó en voz alta—, tampoco hay garantía de que el Imperio los busque siquiera. —Aturdida por las infinitas suposiciones, trató de quitarle hierro al asunto—: Me alegro de que haya terminado.
—Pero no lo ha hecho —susurró él. Girando bruscamente junto a una serie de cazas TIE y bastidores de expulsión, Ross guió al Kierra fuera de la bahía de lanzamiento, acelerando varias veces los exhaustos motores—. Puede que Brandl haya hecho su última salida, pero la obra de teatro aún no ha terminado… para nosotros… o su familia.
El corelliano sonrió con nostalgia. Hipnotizado por la cara verde de Trulalis, observó rotar el planeta ante él, libre de ataduras físicas, inocentemente ignorante, momentáneamente sin cambios. Suspiró, con su sentido de contrabandista extrañamente
en paz. Ya no había más sombras.
Reiniciando con aire casual el sistema de astrogación con destino a Najiba, se sujetó mientras el Kierra traqueteó a través del vacío abierto y luego desapareció en el brillo translúcido del hiperespacio…
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