III
Enmarcado por la capucha oscura del dosel del bosque, el casco de marfil del Kierra brillaba, un diente suave y redondo sobresaliendo del páramo. Guiado por esas reflexiones de la luz de la luna, Ross avanzaba a trompicones por el sendero lleno de baches, torciéndose los tobillos contra rocas invisibles.
—¡Kierra, luces!
Deslumbrado por la matriz brillante de faros de búsqueda, el contrabandista se
estremeció, subiéndose el cuello de su guardapolvos. Un fuerte viento estaba descendiendo de las alturas, trayendo consigo la promesa de lluvia. Dentro del estrecho pasillo, Ross se pasó una mano por el pelo, tranquilizado por la calidez que inundaba el interior del carguero.
—Purga los impulsores principales —ordenó con distracción, advirtiendo que Brandl no lo había seguido a la nave.
Cada vez más acostumbrado a los erráticos vaivenes del estado de ánimo del Jedi, Ross se asomó al exterior al amparo de la puerta de la rampa. Debajo de él, al pie de la rampa, Brandl permanecía inmóvil mirando fijamente la oscuridad mientras pálidas nieblas se arrastraban sobre sus hombros y bajo sus pies.
—¿Brandl? —Con su sentido de contrabandista alerta, Ross ordenó—: Kierra, apaga las luces exteriores.
—Puedes salir ahora —susurró Brandl, cuando las austeras luces se extinguieron—. Nadie va a hacerte daño.
Ross se pegó a la pared interior del casco, sosteniendo su bláster y estabilizando el
brazo y el hombro para obtener un tiro claro. Al oírlo, Brandl miró al pasillo a oscuras, desarmando al corelliano con su aguda mirada. Cuando la desgarbada figura de un muchacho salió de la maleza, Ross pudo sentir cómo la tensión se desvanecía y bajó la rampa, reconociendo al niño de su breve
encuentro en el asentamiento. Vestidos con ropas color verde oscuro, a juego con el bosque por la noche, la cara del niño estaba enrojecida y sudada. Con cautela, se acercó a los dos hombres y al carguero.
Impresionado por la visión de Brandl, envuelto por la oscuridad, y sin embargo
rodeado por la luz de la luna, el niño se movió cautelosamente hacia la nave, impulsado por una curiosidad insaciable. No hizo ningún esfuerzo para ocultar su asombro, observando todos los detalles de la figura ante sus ojos, como si almacenase su mera presencia en la memoria.
—Es cierto —susurró el muchacho—. Eres un Caballero Jedi.
—¿Quién eres tú? —preguntó Brandl, pero no había fuerza en sus palabras. Incluso Ross pudo detectar la mentira de la negación temblando en su voz.
Hermoso, el niño sonrió, volviendo la cara para encontrarse con los ojos de su padre.
—¿No me conoces? —preguntó. Mirando fijamente a la espada de luz que colgaba
del cinturón del Jedi, el muchacho gritó con enojo—: ¡Tú me pusiste el nombre! Jaalib, ¿recuerdas? —Recuperando sus modales, frotó la punta de su zapato en la tierra—. Mi apellido también es Brandl.
Suavemente, Brandl acarició el cabello y las mejillas del niño, sintiendo la suave piel bajo sus dedos. Era una sensación peculiar, que incendiaba cada nervio de su cuerpo. A pesar de la ternura de esa caricia, Ross experimentó una sensación de malestar arrastrándose en su vientre.
—¿Eso es un sable de luz real? Nunca he visto uno. —Con ganas de hablar, el joven añadió—: He visto accesorios de atrezo, pero…
Su voz suave de tenor tembló, quedando en silencio cuando Brandl le ofreció el arma. Mirándola, Jaalib tendió vacilante su mano hacia la espada de luz, y luego la apartó.
—No tengas miedo —instó Brandl.
—No tengo miedo —dijo Jaalib con confianza, tomando la mano de su padre, en vez de la espada de luz. Una delgada película de lágrimas brillaba en la esquina de sus ojos. Tragando la emoción, Jaalib susurró—: He venido a avisarte. Oí hablar a Menges y los
otros. Están enojados porque volviste al asentamiento. Madre no cree que vayan a hacer nada, pero sé que Menges tiene una nave.
Oyendo al joven, Ross espetó:
—¡Kierra, comprueba los sensores!
De repente, las luces del pasillo interior quedaron a oscuras.
—¡Sugiero que todos os agachéis!
Una tremenda explosión estalló cerca de la popa de la nave y el perímetro del bosque, acompañada por la ardiente estela de un caza que se marchaba. Esquivando raíces arrancadas, escombros y partículas de piedra, Ross se deslizó debajo de la rampa, poniéndose a cubierto bajo el casco del carguero. Chispas y escombros fundidos se
esparcían por su cabeza y hombros, chamuscándole la ropa y el cabello. Sacudiéndose salvajemente, se retiró el material caliente de la piel. Cerca de allí, Brandl estaba ayudando al asustado muchacho a ponerse en pie, susurrando palabras de aliento al traumatizado niño.
—Informe de daños.
—Nos han dado, jefe —dijo Kierra con voz lastimera—. Misiles de conmoción. —
Hubo una breve pausa mientras analizaba los datos entrantes—. Hemos perdido los escudos. Los motores están al 70 por ciento. Hay una probabilidad bastante alta de que las bobinas iónicas dejen de funcionar si las presionamos demasiado.
—¿Podemos despegar?
—Contigo en las riendas, piloto —se rió—, todo es posible.
Abrazando protectoramente al niño contra su pecho, Brandl susurró:
—Mientras no nos demos a conocer, pasará de largo.
—Mira —gritó Ross—, todo esto es muy emotivo, pero ese último pase fue sólo para obtener una ubicación aproximada. La próxima vez… —resopló ansiosamente—. Olvídalo, no voy a esperar a la próxima vez. ¡Salgamos de aquí, ya!
Agitado por el repentino giro de los acontecimientos, Brandl tomó la cara del niño en sus manos.
—¿Sabe tu madre que estás aquí?
—No.
—Entonces… —Brandl tartamudeó—, ¿cómo lo supiste?
Sosteniendo juguetonamente la mano de su padre, Jaalib sonrió.
—Otias me dijo la verdad hace mucho tiempo. Me dejó ver los holos de tu trabajo en el escenario. Al principio, Madre no quiso, pero luego vino conmigo y estuvo llorando todo el tiempo. —Con tristeza, el chico desvió la mirada, evitando los ojos de Brandl—. Cuando te vimos en el asentamiento común, tan pronto como llegamos a casa se puso a llorar. Así que yo supe que eras tú. —Mirando a Ross, el muchacho frunció el ceño, consciente de que la inevitable despedida era inminente—. ¿Volverás alguna vez a casa?
Brandl tomó las mejillas suaves de Jaalib en sus manos y besó suavemente la frente del niño.
—No puedo prometer nada.
Jaalib forzó una sonrisa.
—Entiendo. Otias dijo que tenías otros papeles importantes que interpretar, papeles que un mundo tan pequeño como Trulalis nunca podría ofrecer. —Aferrándose a la presencia de su padre, el muchacho susurró—: Cuando sea lo suficientemente mayor, yo también actuaré fuera del planeta. Otias dijo que me ayudaría. —Dudó un instante—. Quiero ser tan grande como tú, Padre. —La delgada película de lágrimas regresó, amenazando con derramarse por sus mejillas—. Nunca te olvidaré.
Usando el espeso dosel de la selva como escudo, Jaalib corrió por el sendero y desapareció en las sombras de la noche.
—Nunca le dijeron la verdad.
Brandl tragó saliva desesperadamente, luchando contra sus emociones.
—¿Por qué no se la dijo usted? —gruñó Ross, cerrando la escotilla exterior.
—¿Cree usted que tengo el valor? Un hombre valeroso es un hombre con convicciones, capitán Ross. —Pasando más allá del corelliano, el Jedi susurró—: Yo perdí las mías en el momento en que decidí creer en antiguas leyendas.
Dejándose caer en el asiento de aceleración, Ross comenzó a lanzar frenéticamente los controles de vuelo. Sus manos se movían con diligencia a través de la consola con pericia consumada. Estimulado por la amenaza de un caza estelar enemigo apareciendo al alcance del sensor, inició el encendido de propulsores, meciendo la dañada nave en sus manos. Un grave gemido envolvió la cabina de vuelo con ecos estáticos y vibraciones mientras el motor iónico trabajaba para levantar el carguero. El traqueteo metálico de las planchas de la cubierta retumbó en todos los pasillos y en la espaciosa bodega de carga.
—Oh —se quejó Kierra—, eso suena mal.
—¡No me importa cómo suene, empieza por conseguir que los generadores de escudo vuelvan a funcionar!
Luchando por mantener el control del carguero, Ross peleó con el acelerador parcialmente ionizado, maximizando la potencia de salida a través del motor dañado.
—La parte difícil será conseguir atravesar la atmósfera —susurró Brandl, mirando las pantallas de lectura.
—¡Puede que ni siquiera consigamos despegar! —gruñó Ross—. Kierra, ¿dónde está?
—Un Cazador de Cabezas Z-95, dirigiéndose directamente hacia nosotros y, de acuerdo a mis lecturas, la nave supera el ratio de peso normal para su categoría.
—¿Qué significa eso?
—Significa más misiles de conmoción. Está totalmente cargado.
—Enciende la torreta centinela principal —murmuró Ross, concentrándose en el dañado carguero—. ¿Cuándo entrará en funcionamiento el generador de escudo?
—Dame cinco minutos más. La presión hidráulica está subiendo a niveles operativos.
—Bueno, pues acelera el proceso. A este ritmo, ni siquiera lograremos llegar al espacio antes de que nos atrape. —Ross se quedó mirando el manto subyacente de la baja atmósfera, envolviendo su partida en el frenesí de la niebla nocturna—. ¿Qué puedes hacer para arreglar el motor iónico?
—Piensa en cosas alegres —respondió Kierra—. No tenemos ninguna carga. No tenemos material sobrante. Y —agregó con un dejo de orgullo femenino—, esta nave siempre ha estado por debajo de su cociente de peso. Somos más ligeros que el saco cerebral de un gamorreano.
—¿Cuánto tiempo antes de que nos intercepte?
—Digamos que voy a activar los escudos ya.
De repente, el carguero ligero modificado se estremeció con la conmoción del impacto de otro golpe directo. Sacudiéndose bajo el poderoso golpe, el Kierra derivó bajo la cobertura de las nubes mientras la energía destructiva rebotaba en los escudos de popa, disipándose inofensivamente contra el casco.
—¿Daños? —jadeó Ross.
—Los escudos los han absorbido —respondió Kierra con lentitud, accediendo todavía a la información de sus múltiples sistemas—. Pero el nivel hidráulico ya está cayendo. No sobreviviremos a muchos más como ese.
Atravesando la estratosfera, el Cazador de Cabezas continuó agresivamente su persecución. Obstaculizado por la espesa atmósfera de Trulalis, se balanceaba de lado a lado, acercándose para realizar otra pasada.
Armando la torreta inferior, Kierra se conectó con la interfaz del arma centinela, cronometrando unas ráfagas esporádicas contra el morro de la nave atacante. No habiendo esperado represalias del carguero lisiado, el caza se estremeció a través de la atmósfera, con la sección de su ala izquierda estallando en llamas. Evitando la precisión mortal de la torreta, el Z-95 se dejó caer, alejándose en picado fuera de alcance.
—Eso debería mantenerle con la cabeza gacha durante un tiempo.
—No lo suficiente —sostuvo Ross. Eludiendo el ojo cauteloso de Brandl, gruñó—: Si hay algo en su libreta de supervivencia Jedi, ahora es el momento de usarlo.
Brandl asintió con la cabeza, con el rostro notablemente agotado y demacrado. Buscando dentro de los pliegues de su túnica, extrajo de nuevo la peculiar cápsula. El dispositivo de forma cilíndrica estaba inteligentemente preparado para hacerse pasar por una hidrollave u otra herramienta mecánica. Mirando hacia el objeto, Ross lo reconoció de su breve incursión en el teatro. Mientras observaba, fascinado, el cabezal de control brilló intermitentemente a partir de una célula de poder oculta.
—¿Qué es eso? —canturreó Kierra. Intrigada por la extraña unidad, su orbe óptico brilló, ampliando el foco del transmisor.
—Es un transpondedor —respondió Brandl—. Y ha estado transmitiendo durante casi una hora.
El Jedi suspiró con esfuerzo, apoyado en el amplio respaldo de la silla de aceleración. En la dura luz de la cabina de vuelo, su arrogancia no podía ocultar las mejillas demacradas y las líneas de tensión que habían iniciado a erosionar el rostro atractivo de un hombre una vez orgulloso. Los signos mórbidos de la resignación y la rendición podían leerse fácilmente en su noble rostro.
Sin previo aviso, el Cazador de Cabezas interrumpió la persecución, dirigiéndose
directamente hacia el planeta. Sus motores de popa mostraban su prisa, brillando con el acelerador a todo gas mientras el caza desaparecía en la densa cubierta de nubes sobre el planeta. Suspicaz, Ross miró a Brandl, sintiendo la contracción del miedo en su garganta.
—¿Cuál es el truco?
—Será mejor que se prepare —susurró Brandl.
Sonaron las alarmas de proximidad, lanzando un eco ensordecedor por el pasillo y las vías de acceso del carguero. Explotando de datos tácticos e inminentes advertencias de colisión entre naves, los sensores se centraron en la gigantesca estructura de un inmenso
Destructor Estelar Imperial, recién salido del hiperespacio. A medida que el Destructor Estelar cruzaba por delante de su parabrisas a sólo unos escasos 100 metros de distancia, Ross dejó caer contra el respaldo de la silla, derrotado antes de que se disparase un solo disparo. Poco a poco, decenas de baterías turboláser se volvieron hacia ellos, apuntando a su carguero. Todavía obstaculizado por un motor iónico defectuoso, el Kierra dio una sacudida y se abalanzó hacia el Destructor Estelar.
—¿Nos han atrapado? —gimió Ross, masajeándose los ojos y la frente.
Kierra rió nerviosamente.
—¿Disfruta Boba Fett de su trabajo?
—¿Podemos huir de ellos?
—En este momento no podríamos hacerlo ni en la imaginación, piloto. Nos tienen bien atrapados. Descansando su cabeza y sus brazos contra la consola de vuelo, Ross suspiró,
aceptando lo inevitable.
—¡Usted ha conseguido firmar mi sentencia de muerte!
—Por el contrario, he garantizado su indulto. —La boca del Jedi insinuó una sonrisa socarrona. —¡Tengo un precio puesto sobre mi cabeza! ¡Una recompensa Imperial!
—Está a punto de descubrir que el Emperador es bastante generoso, especialmente cuando uno de sus ciudadanos considera oportuno devolverle su propiedad.
—¿Usted es uno de los monstruos del Emperador? —argumentó Ross—. ¿Qué estaba haciendo en Najiba…? ¡Estaba huyendo! —Mirando el Destructor Estelar Imperial, alcanzó a murmurar—: ¿Estaba huyendo del Imperio? ¿Por qué?
—Ya no importa —susurró Brandl—. Ha llegado el momento de hacer frente a la
oscuridad y renunciar a ella para ir a lo que… tan sólo son sombras.
—¡Bueno, algunas sombras pueden matar!
Al atravesar el campo de atraque exterior, el carguero se vio envuelto en la oscuridad.
—Entonces deje que todo alcance la perfección en la muerte.
Levantando la placa de cubierta delantera de la consola de vuelo, Ross rápidamente se desabrochó el bláster, escondiendo la pistolera en el interior de un depósito oculto de detonadores térmicos y armamento ilegal. Motivado por las sanciones imperiales ante los equipos y armamentos no autorizados, retrocedió a un armario de utilidad general en el pasillo más allá de la cabina de mando. Recuperando un pequeño alijo de paquetes de energía para bláster, el nervioso corelliano volvió al puente para encontrar a Brandl mirando curiosamente al compartimiento oculto.
—Kierra, asegúrese de que el escudo de la caja está intacto. No quisiera que
encontrasen tu célula de energía.
—Una chica tiene que tener su privacidad —bromeó ella—. Bien pensado, jefe.
Cerrando el panel oculto, Ross activó el sello de contaminación. Si los sensores imperiales analizaban la nave, pasarían por alto esta área como herramientas mecánicas contaminadas. De repente, las luces interiores fluctuaron cuando los niveles de potencia cayeron, pasando al modo auxiliar.
—Todo despejado —gritó Ross.
—He pasado mis acoplamientos de energía a una célula secundaria. Incluso si encuentran mi generador principal, no sabrán lo que es. Pero —advirtió—, ¡eso significa que no puedo escuchar el comunicador o escanear el perímetro!
—Por su propia seguridad —comenzó Brandl—, le aconsejo que no mencione
Trulalis. Recordando a la esposa y al hijo de Brandl, allá en el planeta, Ross asintió pensativo.
—Kierra, barrer todas las grabaciones y registros desde que salimos de Najiba,
introduce datos de un trabajo anterior. ¿Dónde nos deja eso?
—Entregamos ese bebé tris en Tatooine, ¿recuerdas?
—No me lo recuerdes —contestó Ross melancólicamente—. Sólo borra las razones y pon un añadido acerca de problemas en el motor sobre Trulalis.
—De acuerdo, jefe.
—Y, Kierra: Escóndete. Probablemente revisen cada centímetro de la nave.
—¿Noto una pizca de preocupación en tu voz, piloto?
—Sí —gruñó. Encogiéndose por la tensión que amenazaba sus hombros, caminó por el pasillo hasta la escotilla y desactivó el sello.
Antes de la rampa pudiera bajar completamente, dos tropas de asalto imperiales irrumpieron a bordo de la nave, apuntando a Ross con sus armas, empujándolo contra la pared del casco. La fuerza del golpe dejó sus pulmones sin aliento y el corelliano se dobló, tosiendo desesperadamente para recuperar el aliento. Veinte o más soldados de asalto estaban en formación fuera del carguero, apuntando sus armas a la rampa de ascenso, centrándose en el Jedi oscuro. Sin dejarse intimidar por la demostración de poderío imperial, Brandl examinó el desfile de armaduras blancas y negras, hasta que se encontró con el rostro familiar de un oficial imperial más allá de la periferia de los soldados armados. Haciéndose a un lado, el Jedi permitió que tres soldados de asalto pasaran junto a él corriendo hacia la nave.
—Confío en que cooperarás —anunció el oficial. Pomposamente, se ajustó la visera
de su gorra de color negro—. Si no por tu propio bien, al menos por el bien de tu
compañero.
Fingiendo un toque de derrotismo con aplomo dramático, el Jedi proclamó:
—¿Cómo puedo colaborar?
—No pienses nada. No hagas nada. No digas nada hasta que te lo digan.
Ofreciendo una mano al jadeante contrabandista, Brandl sonrió con picardía, de espaldas a la comitiva imperial.
—Capitán Grendahl, descubrirá que soy muy bueno no haciendo nada.
El rostro de Grendahl era amenazador.
—Tenemos programado un encuentro con el Interrogador dentro de una hora. El inquisidor Tremayne está ansioso de volver a verte, Lord Brandl… muy ansioso. —Señalando a Ross, Grendahl ordenó—: Llevadlo al área de aislamiento para ser interrogado. —Cambiando su comportamiento con evidente falsedad, Grendahl se quitó el sombrero con respeto burlón—: Por favor, Lord Brandl, sus aposentos han sido preparados.
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