Capítulo XXIV || La Piedad de Ahri
ANDREAS
Aquella tos, era fuerte, tanto que hacía eco a través de los pasillos de piedra del castillo. Andreas podía escucharlos incluso en su recamara, un piso abajo. El joven se levantó del escritorio que tenía en su cuarto y miró por la ventana, estaba todo oscuro y lo único que no era devorado por la inmensidad de la noche, eran los copos de nieve que caían con violencia sobre Könn. Andreas se colocó la chaqueta de cuero que Gálica le había regalado sobre la camisola, una chaqueta negra con herrajes de latón. Andreas había aprendido que en la cultura Stahlander, el cobre se les era designado a los extranjeros. Solo los Stahlander podían usar, el hierro y el acero. El muchacho salió de su habitación. Los tosidos se sentían más como si un animal estuviese sufriendo, lanzando gemidos de dolor. Andreas subió hacia el siguiente nivel. Las mucamas llevaban baldes de agua helada en sus manos, piedras rúnicas y hongos. Andreas entonces la encontró de nuevo, aquella joven, aquella chica; cabellera rizada y pelirroja, ojos azules, pecas marrones en sus rosadas mejillas y su nívea nariz.
La chica llevaba el balde con grandes piedras llenas de limo en el interior, el limo había penetrado sobre las tallas rúnicas de las piedras, resaltándolas en color verde. La mujer entonces alzó la mirada hacia Andreas, Andreas la miró directamente a los ojos, la chica desvió la mirada con rapidez. "¿La puse nerviosa?" se preguntó Andreas. Entonces la sirvienta comenzó a acelerar el paso, pero se tropezó con una arruga que sobresalía de la alfombra que cubría el piso. La chica cayó de rodillas, pero no lo derramó el balde de agua, sin embargo, la piedra con limo se cayó del balde y rodó hasta los pies de Andreas. El muchacho entonces tomó la piedra, pudo sentir un escalofrío que recorrió su cuerpo y entonces vio como una liviana neblina entró por las ventanas del castillo. Que además cubrió el pasillo de gris y blanco, los pies de Andreas desaparecieron bajo ella, escuchó entonces un ligero tintineo y una joven mujer apareció. Descalza, cubierta solo por un delgado vestido níveo, la mujer era de cabellera ceniza que resplandecía como si cada hebra de su cabello fuese un día de verano, de piel nívea clara con un halo luminoso, sus ojos eran azules y claros como los cielos despejados. Ni una sola imperfección en su rostro, la chica sonrió y alzó la mano para que Andreas se acercará...
—Ahri... —Respondió Andreas. La chica caminó entonces hacia la sirvienta y se disipó en el aire cuando entró en contacto con ella. Andreas volvió en sí.
El muchacho entonces caminó hacia la sirvienta y le tendió la mano con la piedra para que ella lo tomara, pero la chica no miró a Andreas. Ella se quedó con la mirada fija en el suelo. —Aquí. —Respondió Andreas. Pero la chica no dijo nada.
—Por favor, déjala en el suelo. —Respondió la chica. La chica tiritaba de miedo. Andreas lo podía notar bien.
—Está bien, no tienes que...—Andreas entonces acercó la mano hacia el hombro de la sirvienta, pero entonces casi inmediatamente la sirvienta le dio un manotazo.
—¡Deja la roca en el piso! —Exclamó la sirvienta, sin alzar la mirada. Andreas estaba conmocionado, pero le hizo caso y dejó la piedra junto a ella. Y luego siguió su camino, el muchacho dobló por una esquina cuando ahí estaba ella, Dana; la niña estaba sentada en el suelo, con la espalda recargada sobre la puerta de su cuarto.
—Princesa... ¿Qué le ocurre? —Le preguntó Andreas. —¿Por qué está fuera de su recamara a estas horas de la no...? —La niña entonces se alzó del suelo y corrió hacia Andreas y lo abrazó, la niña hundió su cara en el vientre del muchacho.
—Se va a morir, se va a morir y es por mí culpa. —Dijo Dana.
—¿Qué? ¿Quién seba a morir? —Preguntó Andreas.
—Frolo. —Respondió Dana. —Frolo se muere y es mi culpa. —Dijo Dana. Andreas no sabía bien que hacer, pero la niña se veía que estaba sufriendo. Entonces Andreas abrazó a la niña y acarició su cabeza.
—No es tu culpa. —Respondió Andreas. —No es tu culpa.
—Sí lo es. —Dijo entre sollozos la niña. —Yo fui quien quién lo obligó a jugar a la orilla del manantial. Y se cayó, es mi culpa y ahora va a morir, yo lo maté.
—Alte...Dana, no es tu culpa, si se cayó no fue por tu culpa. —Respondió Andreas. —Pero si te sientes tan mal, tal vez deberías disculparte con él.
—Sí...eso me haría sentir mejor. —Respondió Dana. La niña entonces se talló sus ojos llorosos y alzó su mano. Andreas no entendía bien lo que quería decir con ese gesto. —Tu mano Andreas, dame la mano. —Respondió la niña. Andreas la tomó de la mano, y entonces la pequeña princesa lo llevó hacia el piso superior. Sentada en una silla a fuera de una habitación donde entraban sacerdotes, curanderos y sirvientas, Gálica se mantenía con los dedos acariciando en círculos sus sienes. Dana soltó la mano de Andreas y fue hacia la reina Gálica, la reina alzó la mirada.
—¿Qué estás haciendo aquí Dana? Ya pasó tu hora de dormir. —Respondió Gálica, por el tono de su voz, la reina se notaba cansada, probablemente hubiese estado así desde que el muchacho cayó enfermo, probablemente no se había movido del mismo lugar. Entonces Gálica miró a Andreas y le pidió que se acercara. —Supongo que Dana te metió en esto.
—¿Qué es lo que está pasando alteza? —Preguntó Andreas. Gálica entonces se levantó de su asiento y caminó hacia el marco de la puerta, Andreas se dirigió hacia la reina, Gálica entonces apuntó con su mano hacia el interior de la recamara de Frolo, el muchacho yacía en cama, tosiendo como desesperado, ahogándose y escupiendo sangre. Al lado de él estaban los curanderos que colocaban piedras rúnicas y le daban a inhalar el humo de hongos que se estaban quemando.
—Los Grisvidentes creen que Frolo morirá. —Respondió Gálica. —Mordido por el invierno. Es una cruel y terrible muerte, usualmente una enfermedad de esclavos y pobres, pero...que mi hermano se haya enfermado... Andreas entonces notó los dedos de Frolo, yacían azules y el muchacho temblaba de frio. —¿Sabes alguna manera de salvarlo? —Preguntó Gálica.
Andreas miró al muchacho.
—No, no se puede salvar de la hipotermia. —Respondió el muchacho. —Esa expectoración de sangre es porque tiene una pulmonía muy grave, va a morir. El choque térmico que sufrió fue muy fuerte. Serán dolores muy fuertes.
—Odio verlo así. —Respondió Gálica. —No habrá nacido normal, pero aun así es mi hermano menor y es un Kreuz.
—Tal vez no lo pueda salvar alteza, pero puedo hacer que se vaya tranquilo y relajado. —Respondió Andreas. —Sería lo único que podría hacer.
—¿Qué se vaya relajado? ¿De qué hablas Andreas? —Preguntó la reina.
—Hay un brebaje, lo puedo preparar si sus alquimistas y curanderos me prestan su estudio, Matará cualquier dolor en su cuerpo y lo dejará dormir para nunca más despertar. Se irá en paz y en calma, en vez de asustado y con dolor. —Respondió Andreas.
—¿Cómo?
—Lo llamamos Láudano, es una poción que utilizábamos para reducir el dolor de los guerreros heridos en la batalla. Necesito un poco de amapola para poder crear la poción. Y algunos otros ingredientes de la cocina. —Respondió Andreas.
—Sí, está bien. —Respondió Gálica. —¡Ingrid! ¡Ve a ayudar a Andreas con la poción! —Le ordenó la reina a la sirvienta. La mujer de cabellera pelirroja que se había asustado con Andreas alzó la cabeza. La chica asintió con la cabeza, y siguió a Andreas. Mientras salían de la habitación para crear la pócima.
Uno de los curanderos les abrió su estudio, el lugar parecía más la guarida de un brujo que un laboratorio, pero Andreas no podía darse el lujo de comparar un laboratorio médico Romalio y lo que sea que en Stahland tuviesen por medicina. El muchacho le ordenó a la sirvienta cortar las flores y hervir agua, mientras él en un mortero se ponía a pulverizar el azafrán.
—¿Por qué me tienes miedo? —Preguntó Andreas.
—No, no te tengo miedo. —Respondió la sirvienta. —Simplemente no me agradas.
—Bueno, ¿Por qué no te agrado? —Le preguntó Andreas nuevamente.
—Porque eres un esclavo. —Respondió Ingrid.
—No soy un esclavo, fui liberado por la reina. —Respondió Andreas.
—Gálica podrá haberte liberado, pero sigues siendo un esclavo. Le sirves a ella y todo lo que te dice, no eres un hombre, sino un sirviente...
—Soy un hombre. —Respondió Andreas. —Un hombre en todo sentido.
—No, no lo eres, podrás verte físicamente como uno, pero un verdadero hombre usa su fuerza en el campo de batalla, no en ...esto. Eres igual que yo, una sirvienta. ¿Quieres que te respete y te vea como un hombre? Gánate mi respeto como lo hacen todos los hombres, con la espada luchando en el campo de batalla. —Respondió Ingrid. —Sino no me molestes, me molesta tu mirada, me molesta tu presencia, me molesta lo que eres.
La sociedad Stahland era muy marcada, eso era evidente. "¿Pero entonces, porqué la reina me trata diferente?" "¿Por qué ella no sigue los mismos moldes que los demás Stahlander?" Cuando terminaron la pócima se la llevaron a Frolo, el muchacho tomó el pequeño recipiente con la bebida y se la tomó de un jalón. Poco a poco comenzó a hacer efecto la poción. Dana y Gálica entraron y se quedaron junto a su hermano hasta que este finalmente se quedó dormido. Sabiendo que no volvería a despertar.
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