Capítulo XVII || Negado por los dioses
KARLO
Karlo observó al otro lado de su tienda como sus hombres estaban cortando arboles de los bosques cercanos, mientras que los hombres de Enrico los cortaban en tablas. Karlo se sintió indignado de que Enrico se atreviera a darle órdenes a sus soldados, no, se sintió indignado de que Enrico actuase a sus espaldas. El hombre salió hacia el campo cubierto de nieve, los cielos se habían aclarado esa mañana de invierno. Y el crujir de las botas de montar del príncipe contra la nieve se convertiría en un funesto gesto de lo que vendría más adelante. Enrico estaba junto al conde Rottenbaum. Enrico utilizaba una capa de terciopelo nívea, con pelaje de lobo albino.
—¡Enrico quien te dijo que le podías ordenar a mis hombres! —Exclamó el príncipe Karlo.
—Alteza, que bueno que se haya podido reunir con nosotros. —Respondió el conde Rottembaum.
—Para que están cortando todos esos árboles, hay suficiente leña para todo el invierno. —Respondió Karlo, el hombre hizo una mueca y pateó la pila de tablones que yacía a sus pies.
—Las necesitamos para crear armas de asedio. —Respondió Enrico. —Torres de asedio, arietes, trabuquetes y tal vez catapultas. Todo lo que sea necesario para sitiar el castillo de Könn.
—¡Ja! —Rio sarcásticamente el príncipe Karlo. —Könn fue construido por Jurgamungander en persona, los muros son inexpugnables y ningún mortal puede traspasarlos. Están defendidos por grandes hechizos de magia.
—Tal vez, pero dudo que grandes hechizos de magia, puedan defender a Könn de un verdadero sitio, veremos tan poderosos sean esos muros, cuando tres toneladas de piedra sean arrojadas desde estas catapultas. —Respondió Enrico.
—Los sitios de castillos son de cobardes, somos Kreuz, por nuestro honor debemos enfrentarnos en el campo de batalla, el más fuerte gana y el más débil muere. —Gruñó Karlo.
—Ya los enfrentamos en el campo de batalla y perdimos un tercio de nuestras tropas. Debemos ser más hábiles que Gálica. —Respondió Enrico.
—¡Yo soy el rey! —Gruñó Karlo y se golpeó el pecho con el puño. —¡Yo!¡Yo soy el comandante de este ejército y soy yo quien da las ordenes! —Karlo se sentía ofendido, de haber sido el conde Rottembaum de haber dado la orden no habría problema, el viejo sería un día su suegro, pero Enrico, El esposo delgaducho y debilucho de Gálica, eso no lo podía permitir.
—Mientras Gálica tenga Könn, ella sigue siendo la reina. —Respondió Enrico. —Los Rottembaum y sus rutas de comercio pueden ser lo que necesitamos para movilizar nuestras armas de asedio y lanzar un ataque sorpresa. Los tomaremos desprevenidos.
—Eso es de cobardes. —Respondió Karlo. —Un guerrero nunca ataca a otro por la espalda.
—Si quieres el trono, esta es la única forma que veo para conseguirlo. —Respondió Enrico. —No espero que comprendas la dificultad de la estrategia de guerra, pero sí que me dejes a mi organizarla, de los dos soy el único que tiene el conocimiento necesario para ganar esta campaña. —En el momento que Enrico termino de hablar, Karlo se abalanzó sobre el hombre, y con sus manos sujetó fuertemente a Enrico por su delgaducho cuello. Los gemidos del hombre al tratar de zafarse, le recordaron a Karlo los chillidos de un ratón acorralado por un gato. Tres de los condotieros que Enrico había traído fueron corriendo al encuentro de los dos. Los hombres desenvainaron sus espadas, y dos guerreros con mandoble de Karlo también llegaron.
—Mis señores no debemos pelear más. —Respondió el conde Rottembaum, de iniciar una batalla campal aquí. Ninguno sobrevivirá para alcanzar el trono. Karlo sabía que el conde tenía razón, sabía que sin Enrico y sus tropas el ejército ya mermado de Karlo se convertiría en uno escuálido y ningún otro señor iría a apoyarlo. Karlo entonces soltó a Enrico, el hombre cayó en la nieve, los pulmones del hombre se contraían y expandían erráticamente tratando de conseguir todo el aire posible, el rostro afilado del hombre yacía congestionado, con los ojos azules rodeados por venas rojas hinchadas, y un vaho corría por la perfectamente recortada barba azabache del hombre. Erico no era un hombre de mal ver, solo que tenía facciones muy finas para un Stahlander.
—Nunca más vuelvas a dar una orden sin considerarla antes conmigo. —Respondió Karlo y el hombre abandonó a Enrico en la nieve. Karlo entonces se dirigió hacia su tienda nuevamente y se sentó frente su escritorio, en él había un espejo y un pedazo de roca rectangular con pequeñas líneas de musgo verdes corriendo como si fueran venas por la superficie de la roca. Karlo entonces tomó de una pequeña bolsita de cuero un pedazo de hongo seco y lo masticó. Colores brillantes comenzaron a nublar su vista, las venas de musgo comenzaron a palpitar a través de la superficie de la roca. Y comenzaron a adquirir distintas formas. Un rostro se fue dibujando, el rostro de una mujer.
—Grisvidente. —Dijo Karlo en un tono solemne.
—Príncipe Karlo, ya lo estaba esperando. —Respondió la anciana. Su voz sonaba como un eco en los oídos del príncipe. —Debería abrigarse bien, este invierno será frío.
—Necesito saber...necesito saber.
—¿Qué cosa necesita saber príncipe?
—¿Seré yo quien gane la guerra?
—Si usted gana la guerra mi príncipe, La casa Kreuz continuará reinando en Stahland. Por un tiempo.
—Gálica es mujer, cuando contraiga matrimonio nuevamente y tenga un hijo, su hijo heredará el trono más no el apellido Kreuz. —Respondió Karlo. —Solo yo puedo ser él único e indiscutible rey de Stahland.
—El destino de Gálica fue decidido desde que era una niña. —Respondió la Grisvidente —Aeger, el señor de la guerra, eligió a Gálica como su concubina tiempo atrás, es ella y será ella quien tiene el favor de Aeger. No tú principe Karlo. Si queréis conseguir el trono, deberás enfrentarte a los dioses en persona.
—De no ser Aeger quien me favorezca, entonces deberá ser alguien más. —Respondió Karlo. —Un dios más antiguo y más salvaje. —Respondió Karlo. —Otro festival de las flores de sangre deberá ser celebrado. Y seré yo quien riegue nuevamente con la sangre los muros de Könn.
—Si es lo que usted desea mi príncipe...
—No es lo que deseo, es lo que tengo que hacer. —Respondió Karlo. Entonces sintió que alguien colocó su mano en su hombro. El trance acabó en ese instante. Karlo entonces giró la cabeza, el conde Rottembaum estaba ahí parado tras el príncipe.
—¿Se encuentra bien alteza? —Preguntó el conde.
—Mejor que bien, porque ahora sé que es lo que tengo que hacer para ganar la guerra. —Respondió Karlo. —Debemos celebrar un sacrificio. Debemos dar un tributo de sangre a Jurgamungander.
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