Capítulo XIV || El Precio de la Ambición


CALLUM


Esa mañana había caído una ventisca sobre la plaza blanca. El invierno había arribado al reino más temprano de lo que Callum anticipaba. Desde la ventana de la alcoba de su padre podía observar cómo la gente caminaba en la plaza frente al palacio. El interior de la recamará olía a incienso y pino. Acostado en la cama un hombre alto de rostro alargado con mentón firme, barba gris y blanca, de nariz larga y recta, con cejas pobladas y ojos azules tan claros como el cielo. Tosía en un pañuelo vahos sanguinos. El hombre tenía dificultad para respirar, junto al Rey Reinhard y sujetando su mano arrugada estaba Hannes. Y dando una pequeña oración estaba el padre Manetti. El cántico del hombre arrullaba a Callum, pero el muchacho no se quedó dormido.

     —Cuando llegue mi hora, tú tomarás mi lugar hija. —Respondió el rey Reinhard promete que guiarás al pueblo de Esterreich a la modernización, no nos podemos quedar rezagados en el tiempo. Pues después de mi muerte, mis enemigos se volverán tus enemigos hija y por el pecado de haber nacido mujer se duplicará la cantidad.

     —Entiendo padre, ¿Qué es lo que puedo hacer para evitar que me ataquen? —Preguntó Hannes, su voz estaba quebrada al punto de las lágrimas, mientras apretaba con fuerza la palma de la mano del longevo rey.

     —Tu astucia, tu astucia es un regalo, te servirá bien en las batallas por venir hija mía. —Respondió el rey jadeante. —No pelearás sola. Puedes confiar en tu familia, puedes confiarles la vida a ellos si quieres hija, pero nunca los recompenses con poder, o harán todo lo posible por quitártelo.

     —Lo haré padre, te juro que me convertiré en una reina que pasará a la historia. —Respondió Hannes. El rey comenzó a reír entonces comenzó a ahogarse nuevamente, pequeñas gotas de sangre escapaban de su boca y ensuciaban su camisola aterciopelada. —Oh mi niña mi dulce niña, no seas ingenua, eres mujer, no importará lo que hagas, cada éxito en tu mandato será repudiado por la corte y por el pueblo, y cada error te costará caro. No encontrarás mucha felicidad en tu gobierno, y no te aferres a lo poco que sí, o será tu segura destrucción hija.

     Aquellos consejos le sonaban a Callum más bien un nefasto augurio que una guía para ser un buen gobernante. Y al igual que su padre, entendía la precaria condición de Hannes, la chica era de buen ver, agraciada de rostro, aunque cuerpo delgado sin curvas visibles. El cual hacía parecer a Hannes todavía más joven.

     —Ahora déjame solo hija mía, que tengo que hablar con Kohle. —Respondió el rey. Hannes se dirigió hacia la puerta y lanzó una mirada melancólica a Callum y luego dejó la recamara real. —¿Kohle? ¿Kohle? ¿Khole?... acércate hijo que no puedo verte. —Pronunció el hombre.

     Callum se acercó a su padre, el padre Manetti también se acercó, entonces el rey miró al religioso y le pidió salir de la recamara, pues lo que le tenía que decir a Callum, era solo para sus oídos. No los oídos de Manetti, no los oídos de la Santa Iglesia de Romalia.

     —Dejadnos Padre, que quiero hablar con mi bastardo. —Respondió el Rey.

     —Mi señor, en su lecho de muerte, debe de haber un Padre cerca que lo guíe al más allá. Si yo me voy su alma quedará vagando por...

     —¡Aun no me he muerto! —Exclamó el Rey, entonces volvió a toser sangre en su pañuelo. —Y no me moriré hoy. —Respondió El Rey, dejadnos hombre de Romalia.

     —Como usted ordene alteza. —Respondió el Padre Manetti y dio una reverencia. —Sin embargo, le recuerdo que vuestro hijo tiene ahora por nombre Callum, no Kohle, y que cualquier confesión ante un creyente de Deum debe ser supervisada por un...

     —Fuera...fuera. —Respondió el rey con falta de aliento. El padre Manetti entonces salió por la puerta.

     —Kohle, Kohle. —Trató de decir el longevo rey mientras con su palma buscaba palpar a su hijo, Callum le acercó la mano a su padre y el rey la apretó con la poca fuerza que le quedaba.

     —Sí padre, aquí estoy. —Respondió el muchacho.

     —Kohle necesito que seas sincero conmigo hijo mío, así como yo lo he sido contigo. Mi hijo, mi único varón, eres un bastardo, a mi muerte te corresponde por herencia el viento que sopla. Pero también se del amor que Hannes alberga en su corazón ti y el amor que llevas en tu interior por tu hermana.

     —Padre yo...

     —Silencio hijo, déjame terminar. Yo sé lo que me vas a decir, sé que me dirás que la protegerás, sé que me dirás que pelearás por ella, en nombre de la familia, en nombre de nuestra casa y su honor como reina y Blauenblud, te alzarás en su nombre y acabarás con sus enemigos en el campo de batalla y en la corte. Pero también sé que eres como yo. Sé que detrás de esos ojos escondes las ascuas de la ambición. Así que te lo pido hijo, cuando me haya ido, si decides someterte a tu hermana y serle leal a ella, yo te aplaudiré pues eres de un corazón íntegro y un gran hombre. Pero si tu corazón está lleno de ambición solo te pido que no hagas sufrir a Hannes y le des una muerte rápida e indolora. Ella se lo ha ganado eso al menos, y después de acabar con ella tendrás que encargarte de tus primos, tendrás que matarlos pues ellos estarán cegados por la codicia y la ambición y actuarán justificados.

     —Padre te prometo por mi vida que yo...

     —No Kohle, no me digas nada, no quiero saber tu decisión, quiero vivir el resto de mis días sabiendo que has de tomar la decisión correcta y que actuarás por tu propia cuenta, este palacio tiene oídos por todos lados y la decisión que tomes será la que aprovechen tus enemigos, por lo que deberás dejarlos en la incertidumbre, para que no ataquen. A mi muerte tu hermana y tú serán parte del gran juego y el gran juego se come a los débiles Kohle, recuerda eso hasta el último instante de tu vida. 

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