Capítulo VIII || El bastardo de Weissplatz


CALLUM


La plaza blanca resplandecía ante los rayos del sol de ese sol veraniego en medio de aquella plaza brillante. Callum vio las decenas de personas caminar de un lado de la plaza al otro. Desde sus humildes habitaciones en el palacio real, Callum Khole hijo bastardo del rey Reinhard Blauenblud observaba a su gente.

     Entonces escuchó que alguien tocó a la puerta de su alcoba.

     —Adelante. —Respondió Callum, quitándose los mechones de cabello negro de su rostro. Un hombre alto apareció, usaba una larga túnica simple de color marrón, tenía la cabeza perfectamente afeitada, al igual que la barba.

      —Mi lord, es domingo y olvidó ir al oratorio nuevamente. —Respondió el hombre.

      —Padre Manetti. Es un placer siempre verlo. —Respondió Callum, en tono irónico.

     —Si no va a orar, ¿Cómo sabrá nuestro señor todo poderoso que usted lo ama? —Preguntó el padre Manetti, un sacerdote al servicio de la iglesia Romalia.

      —¿Por qué debería rezar? —Preguntó Callum

      —Por la salud de su padre. El Rey Reinhard pierde cada día más de su luz y llegará un momento en que su llama se apagará para siempre.

     —He leído, el Libro Sacro padre y aun así hay mucho que no entiendo, ¿Por qué razón Edum dios e toda la luz que cubre al mundo, salvaría a mi padre que es un pagano a los ojos de nuestra benevolente iglesia?

      —Porque Edum, ve por todos, incluso por tu seguridad lord Callum.

     Callum recordaba su vida antes de la llegada del padre Manetti a Esterreich. Solo que en ese momento su nombre era Kohle, ese había sido el nombre que se le asignaban a los bastardos, ya que un bastardo era sinónimo de indigna. Sin embargo, cuando el padre Manetti llegó con la intención de evangelizar a Esterreich encontró gran resistencia de la población. Sobre todo, de la familia real. Sin embargo, Callum había decidido sacrificarse, como bastardo, nunca podría acceder al reino de la luna que la doncella Aihri tendría para él. Su muerte pasaría sin pena ni gloria y su alma terminaría petrificándose hasta convertirse en carbón. No le gustaba nada de eso.

     —¿Incluso si para mi padre no existe el dios de Romalia? —Preguntó Callum.

     —Incluso si no existe para vuestro padre.

     Los dos hombres salieron de la recamara y caminaron por los pasillos del palacio de Blauenblud. Todos los pasillos estaban encarpetados con finas alfombras azules con patrones de hilos dorados de hermosas flores. Bustos de reyes y reinas. Estatuillas de dioses y ninfas adornaban las paredes en cerámica fina. Pinturas hechas con oleo de jardines, de bosques, ciudades, playas y animales sobre los tapizados muros de color hueso y candelabros de vidrio finamente cortado se alzaban sobre los techos. El interior del palacio Blauenblud tendría que ser el lugar más bello que existiese en todo el norte del continente.

      Y tenía que serlo, cuando su padre Reinhard ascendió al trono, decidió unirse a la corriente del Renacer. Construyó acueductos de los ríos hacia la ciudad, construyó fuentes y baños públicos, así como un sistema de alcantarillado Romalio. En todo el continente, no había pueblo más civilizado que la confederación de ciudades estados de Romalia, quienes estaban muy felices de compartir su conocimiento, con tal de que decidieran renunciar a sus costumbres y dioses paganos y aceptar la luz de Edum.

      Fue cuando entonces que comenzó a escucharse una carrasposa voz al otro lado de una sinuosa puerta tallada con querubines. En aquella puerta, figuras talladas de árboles, flores y ciervos en el fondo. Dos hombres en armadura completa plateada resplandeciente con largas alabardas en sus manos miraban hacia el frente, estoicos sin pronunciar palabra o mover los ojos, y al frente a la puerta estaba ella. La primogénita hija del rey Reinhard, la princesa de Esterreich, Hannes Blauenblud.

      —Hermana... —Dijo Callum dando una ligera reverencia ante su hermana. —¿Cómo se encuentra padre este día?

      —¡Oh Callum! Papá se encuentra muy enfermo hoy, no ha parado de toser toda la mañana. Temo que no le quede mucho tiempo más, mi querido hermano. —Respondió Hannes, la chica abrazó a Callum, colocando sus palmas y su cabeza sobre el pecho del muchacho. Callum le abrazó a su hermana, una palma a media espalda y otra mano detrás de la nuca justo por debajo del intrincado peinado recogido de su hermana. Los rizos rubios que escapaban del peinado caían entre los dedos de Callum, una dulce esencia a moras inundó las fosas nasales del muchacho.

     Callum sabía muy bien que a su padre no le quedaría mucho tiempo, y cuando llegara el momento Esterreich sangraría.

     —Veo que el saco de huesos aún no ha muerto. —Dijo un hombre alto de cabello rubio, el muchacho era de facciones finas, de rostro alargado, pómulos altos y barbilla pronunciada, nariz larga y recta. De ojos azules, y perfectamente afeitado. El joven vestía con una casaca aterciopelada roja brillante con remaches de oro y una capa negra satinada sujeta a su pecho con un broche de dragón de bronce.

     —¡Mi señor Ferdinand! ¡Su comentario resulta de mal gusto! —Exclamó el Padre Manetti. El sacerdote entonces desvió la mirada al suelo cuando el muchacho lo volteó a ver, Ferdinand le sacaba una cabeza y media al religioso. —Tranquilícese Padre, no vengo a antagonizar al rey, sino a darles un amigable consejo a mis primos. —Dijo Ferdinand con una sonrisa maliciosa en el rostro. Luego giró la mirada hacia los dos hermanos. —Prima, quiero que sepas que el condado de Nordenfeld te apoyará en tu campaña por el trono cuando llegue el momento. Y te vengará en caso de que lo peor ocurra, Tengo a mi hermana Katrin preparando ya los suministros para la guerra.

      —¡Qué clase de broma es esa Ferdinand! —Exclamó Hannes, la princesa se zafó de los brazos de Callum y dio un paso al frente, a pesar de que su primo Ferdinand le sacaba dos cabezas a Hannes, la chica mantuvo la mirada fija ante la de su primo. —¡Por qué debería tener que luchar!

     —Porque, mi tío Reinhard, tiene una debilidad por las prostitutas Rusalkas ¿No es así primo Kohle? ¿O era Callum? Perdón tiendo a olvidar los nombres de personas insignificantes como los bastardos. —Respondió Ferdinand.

      —Eres un hombre muy gracioso primo. —Respondió Callum. —Presiento que el rey se equivocó al nombrarte general de las fuerzas armadas, cuando sin duda tienes tanto potencial para bufón. —Respondió Callum con una sonrisa. Ferdinand entonces avanzó con paso presuroso hacia Callum, Ferdinand le sacaba media cabeza a Callum.

      —¿Quieres ver lo que este bufón es capaz de hacer bastardo? —Gruñó Ferdinand. El muchacho colocó la mano el pomo de su espada, los ojos de Ferdinand estaban abiertos como platos, era esa mirada de perro loco la que era de temer, un hombre dispuesto a matar a quien sea cuando sea. —Un bufón y un bastardo peleando, ese es el inicio de una buena broma primo, ahí tienes tu material para el siguiente acto. —Respondió Callum.

      Entonces inmediatamente Ferdinand le sujetó por el cuello alto de su camisola. Mientras que con la otra mano en puño. —¡Eres un...!

      —¡Basta los dos! —Exclamó Hannes. —Callum vamos. Tenemos que entrar a ver a papá. —Hannes entonces tomó del brazo a su hermano y lo liberó del agarre de Ferdinand. —Y primo, más te vale no estar aquí afuera cuando salgamos.

      —Como desee, "alteza". —Respondió el primo Ferdinand con una mueca burlona en el rostro y dando una falsa reverencia. 

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