Capítulo VI || El esclavo
ANDREAS
Los habían obligado a quitarse toda la ropa y les dieron unos pantalones harapientos y una camisola de lana roída por los ratones. Después les dieron una escoba a Andreas y otra a Gregor. El jefe de los mayordomos era un hombre de mediana edad de cabello grisáceo con rostro cuadrado y una larga nariz curveada y con ojos pequeños.
—¡A limpiar! —Exclamó el hombre. Andreas miró alrededor a los otros sirvientes, todos ellos tenían un semblante triste en su cara. Algunos enfermos y un pútrido olor emanaban de algunos de ellos.
—¡Andreas!, ¿Qué haremos ahora? —Preguntó Gregor desesperado.
—No lo sé, pero por el momento hay que hacer lo que nos dicen. —Respondió Andreas mientras miraba como los guardias que habían aparecido para vigilar lo que Andreas y Gregor estuviesen cumpliendo con sus deberes. Andreas comenzó a barrer con velocidad.
Continuaron barriendo, después los pasaron a trapear los pisos y después a recoger el estiércol en los establos de los caballos. Esta sin embargo no fue la peor tarea que les dejaron, después los obligaron a limpiar todas las letrinas en los barracones de los guardias. Cuando terminaron el sol se estaba ocultando ya. Y la temperatura descendió rápidamente. Tanto que Andreas y Gregor comenzaron a tiritar de frío ninguno de los dos estaba acostumbrado al frio Stahlander. Los dos fueron llevados a los dormitorios de los sirvientes y los esclavos. Mientras que todo el castillo estaba construido en piedra. Los establos, los corrales y el maltrecho refugio de los sirvientes era lo único que era de madera. A lado de la entrada había un carretón con cuerpos de hombres y mujeres que yacían muertos con la piel azulada.
—Mejor deseen no despertar mañana o de lo contrario estarán condenados a repetir lo mismo hasta el final de sus días. —Había dicho uno de los esclavos. Un muchacho alto de cabello castaño corto de anchas espaldas que vestía con harapos como todos los demás.
—Ya odio esta vida desde ahorita. —Dijo Gregor.
—¿Quién eres tú? —Le preguntó Andreas al hombre. —Berthold. —Respondió el hombre. —Tú enclenque, tomarás la cama pegada a la ventana, no creo que vayas a sobrevivir la noche y tú grandote, podrás servir en los campos para arar la tierra, dormirás junto a las cocinas.
Andreas y Gregor intercambiaron miradas y luego entraron en los dormitorios de la servidumbre, había una larga mesa con un plato de pan duro y queso seco. También tenían un tarro con agua fría. Esa era toda la comida que les darían a los esclavos. En Esterreich Andreas comía en los cuarteles de la orden, lomo de cerdo con salsa de arándano y tomaba vino dulce. En Stahland, solo las sobras de la familia real. Cuando cayó la noche y fue a su camastro pudo sentir el viento helado sobre su cuerpo pues la piel que le habían dado estaba agujerada y el heno de su camastro escaso.
Andreas tiritaba "moriré aquí" pensó Andreas entonces cerró los ojos. una luz iluminaba el interior de sus parpados. El muchacho abrió la puerta la luna brillaba con fuerza.
"Oh Doncella de la Luna, soy yo tu hijo...Por favor te lo ruego...dame la fuerza para sobrevivir. No me dejes morir en esta tierra pagana, dadme iluminación y calma mi dolor."
Sin embargo, un nubarrón negro apareció en el cielo y eclipsó la luz de luna. Nuevamente volvió a hacer frío. Pero al fin se había quedado dormido.
Los siguientes días fueron pesados, día tras día tener que realizar la misma jornada extenuante. Los hombres y las mujeres a veces desfallecían en plena labor. Los dedos de Andreas estaban entumecidos por el frío. No soportaría mucho tiempo en estas condiciones.
Entonces sintió un fuerte golpe en la cabeza que lo tiró al suelo. el muchacho giró la cabeza para ver a su atacante. Era aquel hombre con el que se había enfrentado en la playa, de cabellera rubia y ojos azules. Alto y fuerte.
—¡Oye esclavo! —Exclamó el hombre. —¡La reina demanda tu presencia! —Andreas se levantó y se sobó la cabeza. Luego fue siguiendo al caballero, El castillo de Könn resultaba imponente, era tan grande que cientos de personas vivían ahí. El salón del trono era inmenso con grandes columnas esculpidas que terminaban en techos abovedados. Y largas alfombras de color granate decoraban el suelo. El trono era de piedra negra esculpida, con cojines de color escarlata también.
—¿Dónde está la reina? —Preguntó Andreas.
—No está aquí. —Había dicho Ronan. —La reina se encuentra en el santuario en el último piso. Entonces comenzaron a subir por las escaleras del torreón norte hacia el último piso. Sinuosas habitaciones se alzaban a ambos lados del corredor luego al subir nuevamente por la escalinata se encontró con el cuartel del ejército, el cuartel de la guardia y la oficialidad. Así como las arcas del reino, y un salón de fiestas para celebrar las victorias. Armerías y grandes almacenes totalmente equipados. El castillo de Könn era una fortaleza por sí mismo que podría resistir años de asedio.
Al llegar finalmente al último piso, Andreas había quedado impresionado con aquel lugar. grandes arcos de piedra pulida y pisos de mármol. Grandes vitrales cubrían las paredes. Frente a una ventana estaba ella. Gálica Kreuz. Con los ojos cerrados bañada por los rayos del sol. Su vestido era largo de terciopelo escarlata con mangas de tela satinada negra. Su cabellera castaña brillaba ante la luz. Aquel lugar carecía de gran decoración más que urnas de oro y plata que yacían en pequeños anaqueles cavados en las paredes.
—Gálica, te he traído al esclavo. —Dijo El joven caballero.
—Gracias Ronan, eso sería todo. —Respondió la reina con tono solemne.
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