Capítulo II || El Naufragio
ANDREAS
Habían encallado al otro lado del mar. Los restos de la galera se encontraban esparcidos por toda la playa. El oleaje era fuerte, y el choque de las mismas contra los pedruscos de la bahía, Era un ruido ensordecedor. Andreas lentamente abrió los ojos, yacía tendido sobre la arena, su cabello era una larga maraña marrón, el muchacho se levantó lentamente y miró alrededor.
—¡Tenemos a otro vivo! —Exclamó uno de los muchachos. Gregor se acercó a Andreas y lo ayudó a levantarse.
—¿Por Ahri que fue lo que pasó? —Preguntó Andreas.
—Lo que parece, ven con los otros. —Dijo Gregor y lo llevó junto con el resto de la tripulación. Los muchachos se encontraban sentados alrededor de una fogata, habría una veintena de ellos por lo menos. Todos en harapos mojados tratando de secarse al calor del fuego.
En medio de ellos, Marko era quien sobresalía. El muchacho era el mejor espadachín que tenían y había estado peleando en todas las batallas donde la Orden de Aihri era requerida desde Las tierras salvajes más allá del mar del norte en Norseriki, hasta en Romalia. El muchacho debía estar en sus 27 o sus 28 años y como era el mayor, era a quien todos le hacían caso.
—Andreas ven, siéntate al fuego. —Le invitó Marko y lo sentó a su lado, el muchacho le puso un pedazo de tela de las velas del barco para que se cubriese. –Toma, come algo. —Y le dio un pincho con pescado que yacía cocinándose al fuego.
—¿Quién más sobrevivió? —Preguntó Andreas mientras desmenuzaba y comía con los dedos el pescado arenoso.
—Solo nosotros. —Respondió Gregor.
—Pero la buena noticia es que llegamos. —Dijo Marko. —Llegamos a Stahland. Ahora solo hay que buscar al rey Enrico Casteglio.
—¡A la mierda con eso! —Respondió Gregor. —Deberíamos regresar a casa, los Stahlander son bárbaros. Hay que regresar a Esterreich y reagruparnos.
—Podríamos hacerlo, pero nos haríamos tres veces más tiempo ladear el mar.—Dijo Andreas. —No creo que regresar sea una opción. —Luego Andreas miró hacia las montañas boscosas que yacían al oeste, contemplando el imponente paisaje de Stahland. De niño había escuchado las leyendas sobre los Stahlander; guerreros más bestias que hombres quienes vivían y morían por la espada. Dedicados al saqueo y al asesinato. Salvajes iletrados que devoraban la carne de los niños y ofrecían la sangre a un dios oscuro.
—La Orden de Aihri nunca ha quebrado un contrato, no, nuestro objetivo está claro, tenemos que volver con nuestro empleador, El Rey Enrico no puede estar lejos. —Dijo Marko.
—Éramos 200 cuando zarpamos de Mondhafen. Quedamos 23. —Dijo Gregor con un tono funesto. —Aunque lográsemos llegar con el rey Enrico cosa que no sabemos dónde está, ¿Que haremos cuando nos presentemos en el campamento y vea que pagó solo por 23 desarropados y mal equipados hombres de armas?
—Usamos nuestra cabeza como siempre. —Respondió Marko. —Somos la élite de soldados de Esterreich, sabemos de ingeniería de guerra, de diplomacia, de estrategia, de astronomía y navegación. Estamos mejor preparados que cualquier Stahlander. Así que deja de quejarte Gregor.
—Pues más vale que tengas razón. —Dijo Andreas. Y luego apuntó hacia los jinetes en armadura que yacían sobre una loma. Aquellos jinetes se formaron en una linea. Andreas temió ya que las cargas de caballería iniciaban con la misma formación. —Porque ahí están los Stahlander.
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