Capítulo 19: ETHAN

Nunca pensé que tendría una hermana, de hecho, Valeria lo fue durante un tiempo hasta que me di cuenta de que no la quería como a una hermana, sino que estaba enamorado de ella hasta la médula espinal.

Tener una hermana podría ser un significado precioso de otro nivel de amistad.

Jamás llegué a imaginar que mis padres podrían rehacer sus vidas y tener a la niña tan preciosa que tengo delante de mí.

Sin duda, si algo que tengo que agradecerles, es haberla tenido.

—Hola, me llamo Laia González y tengo catorce años —dice dándose la vuelta de golpe y haciendo que le pegue un puntapié —. Oye, tampoco hace falta que me pegues.

—Perdón —digo riéndome y estrechándole la mano que me ha cedido —. Yo soy Ethan y tengo dieciocho años.

—Eso ya lo sé, pringado, dime algo más sobre ti —dice mientras se sienta encima de su cama, la cual es gigante.

—Estoy estudiando biología en la universidad, es mi primer año y me gustaría seguir el curso académico en Algeciras, porque allí está el amor de mi vida.

—¡¿Qué?! —grita de alegría y dando una palmada con las manos haciendo que me sobresalte.

—¿Qué pasa?

—Que tienes novia —se ríe.

—No, qué va, ojalá, es una historia larga.

—Tengo tiempo.

—Otro día mejor.

—Está bien, ¿algo más?

—Pues... vivía en un orfanato desde los dos años —le sonrío y ella pone los ojos en blanco —. Conocí a Carlos, mi mejor amigo y a Valeria, la niña de mis ojos.

Laia me observa con admiración o eso creo, y me da una ternura increíble.

—Valeria ha sido lo más importante de mi vida y en poco me encontraré con ella. Actualmente estoy viviendo en un piso tutelado y trabajando como ayudante de tres personas con discapacidad motriz. Son como mi familia y seguro que si les conoces les caerás genial.

—Qué guay, me encantaría conocerlos —dice con una sonrisa de oreja a oreja.

Hasta la sonrisa la tiene bonita.

—Algún día —digo mirando toda su habitación.

Me parece increíble que una niña de catorce años tenga una habitación así. Parece la típica de las películas de princesas que son mazo antiguas, pero más cuidadas que las muñecas de porcelana.

—¿Algo más que deba saber? —pregunta levantándose de la cama.

—Em... bueno, sí. Tengo un compañero de piso que me ayuda mucho con el curro, José. Los cinco somos una gran familia y eso que los conozco de hace pocos meses, pero son gente increíble.

—Me alegro de que tengas gente que te quiera tanto, bueno, que se apunten a la cola de fans de mi hermano —dice en tono juguetón mientras saca del armario algo que no sé qué es.

—Bueno, cuéntame algo sobre ti —digo al fin mientras observo cómo saca cosas sin parar.

—Estoy terminando segundo de secundaria, me encantaría ser músico profesional y todo lo que sé lo he aprendido por mi riesgo y cuenta.

Me quedo sorprendido. Laia y Valeria comparten la misma afición.

—Esta es mi guitarra —dice mientras saca de una funda una guitarra española de color marrón similar a una corteza de árbol —. Fue mi primer regalo musical con seis años. Me encanta la música, como puedes observar, es una forma de expresión muy libertina que me hace crecer tanto personal como profesionalmente.

—Vaya, eso es increíble. Valeria también es muy aficionada a la música. Ella toca el piano como los dioses y canta como los ángeles.

—O sea que tu novia y tu hermana comparten la misma afición, interesante —dice chinchándome más de la cuenta.

—No es mi novia —digo por enésima vez.

—Sí, ya, lo que tú digas —finaliza guardando la guitarra en su funda.

—¿Algo más?

—Me gusta el arte y todo lo que tenga que ver con leer libros, pintar cuadros y ver películas de antena tres los fines de semana a las cuatro de la tarde.

—Vaya, esa es toda una revelación. Yo no veía la televisión, sólo ciertos días puntuales.

—Eso es una mierda —resopla sacando de su escritorio unas fotografías —. Pero bueno, un día de estos podemos montar una tarde de pelis, mantita y chucherías.

—Estaría bien, sí —digo para mi sorpresa.

—Ellas son mis amigas, Carmen, Sara y Nadia. Las conozco desde los dos años y somos inseparables. De vez en cuando vienen a casa, sobre todo cuando los papás no están y me hacen compañía.

—¿Estás mucho tiempo sola? —pregunto un tanto enfadado.

—No, o bueno sí, depende a quién le preguntes.

—¿Cómo es eso?

—Trabajan mucho, así se mantienen ocupados y bueno, ya sabes, no piensan tanto en las cosas malas. Cuando vienen a casa es para descansar, comer o cenar conmigo, pero ocurre en pocas ocasiones —suspira —. No me malinterpretes, no quiero que pienses que me dejan de lado, me gusta esta libertad.

—¿Estás segura? —su tono de voz me indica lo contrario.

—Claro, ¿por qué no?

—A nadie le gusta estar solo, Laia.

—Yo no lo estoy, además, aunque puede parecer un poco loco, si no tenía a mis amigas o a los papás en casa, hablaba contigo.

—¿Qué? —me río. No puede haber dicho eso —. Qué miedo, Laia.

—Sí, lo sé, suena rarísimo, pero me sentía bien cuando hablaba contigo, bueno, con tu foto.

Me entra la risa floja y acabo riéndome a carcajada plena.

—Estás loca de atar —digo casi llorando por el ojo izquierdo —. Le hablabas a una foto.

—Calla, tonto, que me ayudaba para no sentirme sola.

Me callo de golpe.

—Perdón.

—No pasa nada, siempre supe que serías así —sonríe dejando las fotografías guardadas en su sitio.

—¿Así cómo?

—Guay.

—¿Crees que soy guay? —sonrío sorprendido.

—Claro que sí, ¿alguien diría lo contrario?

Me quedo un rato pensando la respuesta hasta que escucho un portazo que proviene de fuera de la habitación de Laia.

—La verdad es que no, peque —le doy con la mano a la coleta de caballo que se ha hecho y salgo en dirección al salón. Supongo que los papis guais ya han llegado.

—No deberías haberle dicho nada a Laia, ¿ahora dónde se supone que está?

La voz de Alicia se cuela por el estrecho pasillo que lleva hasta las habitaciones, me levanto y voy en su dirección, pero Laia me pisa los talones.

—Estarán al caer. Sólo quería que viniera su hermano, Alicia —dice Julio guardando no sé qué cosas médicas de su maletín.

—Su hermano pasa de ella, Julio.

—Su hermano está en shock, porque le ha venido todo de nuevas. Hace dieciséis años que no le vemos y Alicia, tu hija no conocía a su hermano, sólo en fotos, es normal que quiera cenar con él.

Julio se acerca a su mujer y sin darse cuenta de que Laia y yo estamos casi en el salón, sigue hablando.

—Tenemos que darle tiempo, a los dos de hecho. Si después de todo lo que Laia le ha contado no quiere saber nada de nosotros, tenemos que aceptar su decisión, mi amor.

—No podría ser capaz, Julio, yo... —Alicia sorbe por la nariz y Julio atrapa las lágrimas de la mujer arreglada que conocí de pequeño —. Me siento tan culpable, Julio, fue mi decisión dejarle ahí y aunque sé que volvimos a por él, nada se compara con no saber de tu hijo en años. Siento que no le conozco, que no sé quién es y que le hemos perdido para siempre.

—Mamá —dice Laia tras de mí.

Alicia y Julio se giran rápidamente hacia donde estamos los dos y nos observan con sorpresa. Alicia se limpia las lágrimas con el dorso de su blusa blanca como la cal y Julio se encamina hacia nosotros.

—Ho-hola, no sabíamos que estabais aquí —dice Julio alternando su mirada de la mía a la de Laia.

—Sí, estábamos esperándoos para cenar. He comprado pizzas y Ethan ha traído tarta —dice Laia con una sonrisa.

Su padre le acaricia la mejilla con el dedo índice y me mira a mí.

—Gracias por venir, esto significa mucho para nosotros —dice mientras me da un leve apretón en el hombro.

—Sí, gracias por venir —dice Alicia haciendo acto de presencia en la escena después de atrapar todas las lágrimas que hacían carreras por sus mejillas.

No sé si podré perdonarles, si podré hacer como si nada hubiese pasado, sólo sé que quiero seguir conociendo a mi hermana y nada ni nadie podrá apartarme de ella. No ahora que sé de su existencia.

—Si queréis calentamos la cena y nos vemos en el salón para cenar, ¿vale?

Alicia se pone rumbo a la cocina tras ver que Laia y yo asentimos con la cabeza y cada uno se dispersa por el piso.

Julio se va hacia su habitación y Laia y yo nos quedamos en el comedor observando fotografías de cuando ella era bebé en un álbum de fotos realmente feo.

—¿Quién narices ha elegido el álbum? —pregunto observando con cara de asco el álbum mugriento, con más polvo que pelos tengo en la cabeza y de color verde horrible.

—Lo hice yo —dice Laia levantando una ceja y haciendo una mueca de asco —. Tenía seis años, ¿vale? No te rías.

Intentando que no se me escape una carcajada, Laia me explica todas y cada una de las fotografías.

Desde lo lejos observo cómo Alicia pone la mesa en el salón con sumo detalle y cómo Julio aparece a su lado y le da suaves besos en la frente y en la sien. Supongo que esto es lo que ve una familia que está unida. El amor de sus padres y el cariño de su hermana pequeña. Lástima que yo no tenga familia.

—Aquí me metí dos lacasitos en la nariz y nadie podía sacármelos. ¡Mira, mira! En la foto se ven los diferentes colores de mocos —dice riéndose como un cerdito.

—¿Tenías mocos azules? ¿Qué eres un kremlin?

Laia me da un codazo y se ríe.

—No me escuchas cuando hablo, ¡era de los lacasitos! Al final me los pudo sacar mamá con unas pinzas de las cejas. De pequeña era bastante traviesa, no paraba quieta —sonríe con añoranza.

—Me alegro de haberte conocido —digo por fin después de tantísimo tiempo escuchando sus hazañas infantiles y observándola con cautela.

—Yo también —me sonríe y apoya su cabeza en mi hombro izquierdo —, yo también.

—Bueno, la cena está lista —dice Julio llamando nuestra atención.

Laia deja el álbum en su sitio y ambos nos dirigimos a la mesa señorial para aposentar nuestros traseros en sillas más duras que los pies de Cristo y con un tapiz más feo que el álbum que hizo Laia.

—Que aproveche —dicen los tres a la vez y yo únicamente asiento.

Cenamos en silencio por lo que se me antoja una eternidad. Una eternidad de miradas constantes, tensión palpable y sonrisas fugaces.

—Entonces, Ethan, esto... ¿cómo te va todo? —pregunta Julio intentando romper el hielo.

Levanto ambas cejas y dejo el trozo de pizza de pepperoni que estaba a punto de entrar en mi boca sobre el plato y le observo.

—¿Tú qué crees? —le digo vacilando un poco.

—Ethan... —dice Laia a mi lado.

Mierda, ¿no será Valeria reencarnada? Ella también me dirigía así cuando sabía que podía llegar a mi punto álgido de enfado.

—Bien, me va bien, al menos ahora.

—Qué bien, cómo me alegro —dice Julio cogiendo otro trozo de pizza y pegando un bocado que se lleva más de la mitad.

—¿Qué haces aquí en Valencia? —pregunta Alicia clara y concisa.

—Es una buena pregunta —sonrío con incredulidad y resoplo —. Leí tu carta.

Alicia deja caer el tenedor sobre el plato y un estruendo resuena en el eco del salón. Sí, esta casa es un museo definitivamente.

—La encontré de casualidad —miento —, entre unos papeles de Don Sebastián y la leí. Conocí la verdad por una carta hecha mierda en el escritorio del director del orfanato. Supe todo por unas palabras escritas en tinta de boli entrecortada y aquí estoy, porque en un momento de lucidez decidí venir a buscaros para cerra ciclos.

—Y... ¿quieres cerrarlos? —pregunta Laia con un poco de temor en los ojos.

—Contigo no —le cojo la mano y la pongo encima de la mesa para que ambos progenitores me observen fijamente —. Quiero que sepáis algo.

—Somos todo oídos —dice Julio.

Alicia parece esperanzadora, pero nada más lejos de la realidad, mamá.

—Laia me lo ha contado todo, pero quiero que entendáis algo.

Para entonces, Laia me observa fijamente, Julio ha dejado de jugar con los bordes de las pizzas y Alicia está a punto de desmayarse.

—No os perdono y seguramente no lo haga nunca. Estoy aquí por ella. Quise venir en su día para hablar con vosotros, que me dejarais claro el por qué no volvisteis a por mí como mi madre me prometió, pero ahora, después de haber pasado toda la tarde con ella, tengo clara mi decisión.

—¿Y cuál es esa decisión? — pregunta Julio con un poco de esperanza en los ojos.

Las esperanzas no son lo mío, así que espero que la bomba no te duela, papá.

—No quiero saber nada de vosotros, a menos que sea un tema que concierna a mi hermana. Ella es lo único por lo que sigo aquí. No quiero tener relación con vosotros más allá de un trato cordial para venir a visitarla y hablar con ella. Entiendo que hayáis pasado por vuestras mierdas, pero yo también he pasado por las mías y únicamente he tenido a una persona con la cual me reuniré pronto y que quiero que Laia conozca, pero no quiero nada más de vuestra parte.

» Hace años perdisteis la oportunidad de ser mis padres y de verdad que me alegro de que hayáis mejorado, que os hayáis reinventado, que os arrepintáis y que tengáis una vida nueva, pero sin vosotros me va bien. No os he necesitado durante dieciséis años y no os necesito ahora. Sólo espero que podáis aceptar mi decisión. Tenéis una vida nueva aquí en Valencia y una hija preciosa que os quiere y os admira con locura, aprovechadlo porque hay veces que las segundas oportunidades no aparecen ni de coña, pero de verdad, olvidaos de mí. Lo único que quiero de vuestra unión es a Laia, si ella quiere seguir conociendo a su hermano, por supuesto.

A estas alturas Julio y Alicia están llorando a moco tendido y se sujetan las manos con fuerza haciendo que los nudillos se queden blancos. No sé si es que soy una piedra o que realmente no sabía que tenía todo esto bien meditado y consensuado hasta ahora, pero es la realidad y la verdad más grande que hay.

Ellos me abandonaron, me dejaron a mi suerte y aunque volvieron, no lucharon por seguir buscándome. He pasado dieciséis años sufriendo ansiedad porque los puzles de mi vida estaban incompletos, he tenido ataques de pánico que nadie, salvo Valeria, sabía frenar y he pasado por tantas mierdas, complejos y actitudes paranoicas y agresivas por su culpa que no quiero volver a repetir toda esta historia.

Laia, mi hermana, es lo único que quiero de ellos.

—Entendemos tu decisión —dice al fin Julio sujetando casi en sus brazos a su mujer, la cual creo que se va a sufrir un infarto de un momento a otro —. Pero siempre seguiremos siendo tus padres.

Niego con la cabeza y observo a Laia, la cual tiene la vista fija en el trozo de pizza que tiene ante ella y de un momento a otro una lágrima impacta contra el plato de porcelana.

—Vosotros fuisteis mis padres, pero ya no, ahora sois los padres de mi hermana, y esa es la relación que quiero tener con vosotros. ¿Laia, tú quieres seguir teniendo relación conmigo?

Si dice que no el corazón se me paralizará.

Laia observa a sus padres, y ellos a mí. Seguidamente dirigen sus miradas a la pequeña de mi lado y le sonríen.

Laia me devuelve la mirada y con sus ojos húmedos me dice lo único que podría arreglar esta noche de caos.

—Siempre he soñado con conocerte y ser tu hermana y ahora que te tengo no quiero perderte por nada del mundo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top