Capítulo XXXIX
Vaaale, hoy tengo que deciros una cosa importante y otra no tan importante.
La no tan importante es que puede que haya algunos errores en el capítulo, pero los corregiré en cuanto pueda, así que si veis alguno decídmelo en los comentarios porfi :D
Y la importante es que... esta historia tendrá cuarenta y dos capítulos. Es decir, que solo quedan tres más. Bueno, y el epílogo. Y no, no habrá más libros D:
Y tras esta gran noticia os dejo leer jijiji
XXXIX - DISTANCIA
Jared
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la ruptura?
Sigo mirando fijamente el ventanal envuelto en sofisticadas cortinas blancas que tengo a dos metros de mi silla. Un rayo de sol se cuela entre ellas y choca con mi muñeca. Y eso parece mucho mejor distracción que el imbécil que tengo sentado delante.
El doctor Pearson. Una maldita eminencia, supongo, porque es el que Cris me impuso desde que llegamos a Los Ángeles. También puedo suponerlo por los excesivamente numerosos diplomas que tiene colgados en la sala. Como si quisiera que me diera cuenta de lo importante que es. Creo que se encarga de la estabilidad mental de un montón de famosos desquiciados. Supongo que ahora soy uno de ellos.
Bueno, siempre he sido un desquiciado. La única diferencia es la palabra famoso.
—¿Jed? —insiste.
Suspiro y ladeo un poco la cabeza para mirarlo. ¿Por qué le odio tanto? Su perilla gris y sus ojos castaños me ponen de los nervios. Me entran ganas de darle un puñetazo y ni siquiera sé por qué.
—¿Qué? —enarco una ceja.
—Jed, necesito que te centres para que esta terapia sirva de algo.
Suelto un bufido que supongo que podría interpretarse como una risa despectiva. Sin embargo, a él no le afecta. Claro que no. Es imposible provocarlo. Por mucho que lo intente.
—¿Te hace gracia? —murmura, anotando algo rápido en una libreta.
Me estiro y agarro el pequeño cartelito con su nombre. Le doy una vuelta y se lo enseño con una pequeña sonrisa pedante. Él ni siquiera cambia la sonrisa amable. Es jodidamente odioso.
—Doctor Pearson —repito—. Es un nombre un poco ridículo, ¿no crees?
—¿Dónde ves su ridiculez exactamente? —pregunta totalmente tranquilo.
—No en el doctor —replico, dándole una vuelta al cartelito.
Él suspira y deja la libreta a un lado por un momento, mirándome. Entrelaza los dedos y me mira fijamente, como siempre.
—Jed, ya hace un tiempo que nos conocemos. Un tiempo relativamente corto... pero creo que ya tenemos algo de confianza. Nos vemos cuatro veces por semana.
—No necesito que me lo recuerdes.
—Si quieres que esta terapia funcione, necesito que hables conmigo. Quizá no necesito que te abras completamente, pero sí que hables conmigo. Dime lo que quieras decirme, pero háblame. ¿Crees que eso es difícil?
Suspiro y lanzo el cartel a su mesa descuidadamente. Él lo coloca con su sonrisa amable intacta. Imbécil.
—Accedí a venir a esto para que Cris me dejara en paz.
—Cristina quiere lo mejor para ti, Jed. Y te necesita mentalmente estable y sano. Has sido sometido a mucha presión últimamente por los ensayos y la mudanza, por no hablar de tu ruptura. Si necesitas desahogarte, es natural. No es reprochable ni te hará ser menos de lo que eres.
Hace una pausa y recoge de nuevo su libreta, mirándome.
—¿Cuánto hace que tú y esa chica decidisteis dejarlo?
Bajo los ojos a mi rodilla, repentinamente tenso.
—Tres semanas.
—¿Te s...?
—No lo dejamos —aclaro, mirándolo fijamente—. Ella me dejó.
Es la primera vez que le hablo de Brooke, y creo que lo que brilla en sus ojos es la emoción de que por fin lo esté haciendo. Me importa una mierda. Estoy empezando a sentirme incómodo. No puedo esperar a irme de este maldito despacho.
—Entonces, ¿seguirías con ella si pudieras?
—¿Tú qué crees?
—Creo que sí.
—Pues crees jodidamente bien, enhorabuena.
Apunta algo y yo pongo los ojos en blanco.
—Nunca me has dicho su nombre —comenta, ladeando ligeramente la cabeza.
—No necesitas saber su nombre.
—¿Por qué? Es una parte importante de tu vida. Aunque ahora pueda parecer pasada.
Mantengo el silencio en la habitación por unos segundos. Parece que se hacen eternos cuando por fin mascullo lo que creo que es un gruñido.
—Brooke —digo en voz baja—. Se llama Brooke.
—Bonito nombre —me sonríe amablemente—. Cris me habló un poco de ella. Bueno, lo hizo en nuestras primeras sesiones, cuando vine a verte a tu otra ciudad.
—Lo sé.
—Dijo que parecías muy feliz con ella.
—Ella fue la razón por la que empecé esta tontería de terapia.
El doctor Pearson se recuesta mejor, mirándome con interés.
—¿Ella te pidió que acudieras a un especialista?
—No —sacudo la cabeza con una sonrisa amarga—. Lo intentó hace un tiempo, pero... al final me dijo que solo quería que fuera feliz. Lo hice porque creí que era lo mejor.
—Parece una buena chica.
No digo nada, solo aprieto los labios.
—Me costaba mucho controlar los cambios cuando estaba a mi alrededor —confieso sin saber muy bien por qué.
—¿A qué te refieres exactamente?
—A que... la mayoría de las veces entro en un episodio... porque sí, sin más. Pero no con ella. Era como si viviera en uno constante.
—¿Te sentías como si estuvieras constantemente en un episodio maníaco?
—Quizá no maníaco... o no siempre. La...
Me corto a mí mismo y me remuevo incómodo en el asiento. Él me permite unos segundos.
—La primera vez que me dijo que me quería estaba empezando un episodio depresivo. Estaba tan seguro de ello que intenté alejarme tanto como pude de los demás, pero ella... no lo sé. Me dijo que me quería. Y pasé de lo más bajo a lo más alto casi al instante. Nunca me había pasado.
—Entraste en fase maníaca —murmura, asintiendo con la cabeza.
—Una de las peores de mi vida. Especialmente porque... quería que no lo pareciera. Pero no podía evitarlo.
—¿Terminó la noche de la pelea?
—Sí.
—¿Te acuerdas de todo lo que pasó durante esa fase?
—No. Ni de lejos.
Él vuelve a apuntar algo antes de pensar unos segundos y mirarme con interés.
—¿Fue Brooke el motivo de volver a tomar la medicación?
Asiento una vez.
—¿Y cómo te sientes respecto a ella ahora que Brooke ya no forma parte directa de tu vida?
—¿Me estás preguntando si la he dejado?
—Sí. ¿Lo has hecho?
—No —sacudo la cabeza, de nuevo con esa sonrisa amarga rompiéndome la expresión—. Sigo tomándomela. Y sigue dejándome hecho una mierda.
—Ese tipo de medicinas tienen un periodo de adaptación muy...
—Son una mierda. Lo sé. Me las tomo. No necesito que me lo digas.
De nuevo, en lugar de alterarse sonríe y me mira.
—Que hayas tomado la decisión de seguir con la medicación y la banda es un gran paso, Jed. Un paso en la dirección correcta.
—La dirección correcta —repito con ironía.
El doctor Pearson levanta una ceja, intrigado.
—¿Sucede algo?
—¿Qué es la dirección correcta? —lo reto con la mirada, irritado—. ¿Seguir tocando con ellos? ¿Drogarme para que no vuelva a írseme la cabeza? ¿Esa es la mejor dirección que podría tomar mi vida?
—Es una curiosa forma de verlo, pero...
—No es la dirección correcta, es la única que he podido tomar.
Se calla un momento, pensativo. Y yo aprovecho para terminar de soltarlo.
—Pero ¿qué sentido tiene? —murmuro—. ¿Qué sentido tiene la guitarra? ¿O mantenerme sereno?
—Es para ser una mejor persona, Jed.
—La única vez que me he sentido una buena persona ha sido cuando Brooke estaba conmigo.
Me doy cuenta de lo ridículo que he sonado casi al instante. Me paso ambas manos por la cara y sonrío irónicamente. Al quitármelas, veo que tiene los labios ligeramente apretados.
—No puedes dejar que toda tu felicidad gire entorno a una persona —me dice suavemente.
—Muy bien. ¿Puedo irme?
—No ha pasado una hora —me recuerda, mirando su reloj.
—¿Qué más te da? Sabes que cobrarás lo mismo. Y que no te diré nada más.
Debe ver que me iré de todas formas, porque no me impide ponerme de pie e ir a la salida. Cris sigue sentada en la sala de espera con el móvil en la oreja. Frunce el ceño en cuanto me ve pasar por delante de ella y se apresura a seguirme. Pongo los ojos en blanco cuando cuelga el móvil y puedo sentir su mirada punzada clavada en mi nuca.
—Han pasado veinte minutos —me dice, irritada, cuando me meto en el ascensor.
—Lo sé.
—Quedamos en que las sesiones serían de una hora.
—Me he desahogado en veinte minutos —miento.
No decimos nada cuando llegamos al coche. Bruce también parece algo confuso por vernos aparecer tan temprano, pero no hace comentarios al respecto. Suspiro cuando Cris se sienta conmigo atrás en lugar de ir delante.
—¿Qué? —le pregunto, cansado.
—¿Todavía te duele?
Me llevo una mano a la ceja y toco la pequeña herida. Pongo una mueca. ¿Por qué tuve que reabrirme esa maldita herida? Podría haberme reventado la nariz y no habría sido para tanto. No habría necesitado puntos otra vez.
—No —le digo.
Eso parece irritarla todavía más.
—Entiendes por qué hemos venido, ¿no?
—Porque el grupo debe permanecer intacto —ironizo.
—Esto no es por el grupo. Es por ti.
No respondo. Quiero terminar esta conversación. Pero ella no me va a dejar hacerlo tan fácilmente, claro.
—Jed... —empieza, cruzándose de brazos.
—Se me olvidó un día —le digo, esta vez molesto—. Solo un día. ¿Por qué tenéis que montar un drama por esto?
—Porque según tu madre, la primera vez que dejaste de tomar tu medicamento empezó porque se te olvidaba hacerlo.
—¿Por qué lo dices así? ¿No me crees?
—Pues no, Jed. No te creo. ¿Lo de emborracharte fue también sin querer?
—Kevin se emborracha casi cada noche y no le dices nada, ¿por qué te molesta tanto que lo haga yo?
—Sabes perfectamente por qué, así que no me hables como si fuera tonta —se inclina para mirarme mejor la ceja—. ¿Qué hiciste anoche? ¿Te metiste en una pelea?
—No me acuerdo —ojalá no fuera verdad, pero lo es.
—¿Has pensado en qué hubiera pasado si Bruce no hubiera venido a buscarte?
—Cris, no estoy de humor.
—Yo sí que no estoy de humor —me espeta—. ¿Te has tomado la medicación de hoy?
—Sí.
—¿Tienes suficiente? ¿Necesitas que te compre más?
Lo considero un momento. ¿Por qué no puedo estar en mi habitación? ¿Por qué tengo que hablar de esto?
—Tengo de sobra en mi casa —digo finalmente.
—No irás hasta dentro de una semana, puedo comprar más.
—No hace falta —repito en tono cansado.
Y, por fin, da la conversación por finalizada y me deja en paz.
Brooke
No he hablado con nadie del tema. Ni siquiera con Lexi o Liam. Y la verdad es... que sé por qué. Porque los he estado evitando a todos.
He estado tan centrada en mis clases, exámenes y proyectos que ni siquiera me he dado tiempo a mí misma para pensar en lo que pasó hace ya tres semanas.
Solo me di un momento cuando, al cabo de una semana, escuché a unas chicas en el pasillo comentando algo sobre el grupo de Jared yendo a Los Ángeles. Sí, supongo que ya se han asentado ahí. Me pregunto si ya tienen un lugar permanente en el que quedarse o simplemente se mantienen en suites de hoteles de lujo. Me pregunto si Ja...
Vale, tengo que centrarme.
Frunzo el ceño y vuelvo la mirada de nuevo a mi portátil para seguir tecleando. ¿De qué estaba escribiendo? Repaso la hoja por enésima vez y me resulta difícil recordarlo. Frustrada, me paso las manos por la cara y trago saliva. Sí, quizá debería irme a dormir. No sé qué hora es, pero seguro que es tarde.
Voy directa a la cama porque hoy ni siquiera me he quitado el pijama —es sábado y no he salido de casa en todo el día— y me quedo sentada en ella un momento, pensando en nada en concreto. Cuando estoy a punto de estirarme para apagar la luz, la puerta de mi habitación se abre de golpe y casi me da un infarto al ver a Lexi entrando con el ceño fruncido.
—¿Qué...?
—¿Qué le has hecho al guitarrista buenorro?
Suspiro pesadamente y me pongo de pie para ir a cerrar la puerta que ella ha dejado abierta. Lo último que necesito ahora mismo es tener a mis vecinas cotilleando.
—¿Cómo te has enterado? ¿Ya hay cincuenta artículos diciéndolo?
—No, idiota. He llamado a Kevin para insultarlo un rato y me lo ha contado.
Se me hace extraño, la verdad es que no me imagino a Jared contándole nada a Kevin.
—Me ha dicho que está destrozado —agita el móvil y me frunce el ceño—. ¿Qué le has hecho?
—Cortar con él.
Levanta las cejas y vuelve a bajarlas, extrañada.
—¿Cortar... con él? ¿Por qué? ¿Te has vuelto loca?
—Lexi, sabes que normalmente me encanta hablar contigo, pero ahora mismo no necesito...
—¡Le has hecho daño! —protesta.
Me quedo callada un momento antes de volver a la conversación, irritada.
—¿Dónde ha quedado eso de apoyarme aunque esté cometiendo una estupidez?
—¡Olvidado! Esta estupidez es demasiado grande.
—Es mi estupidez.
Ella niega con la cabeza y me señala.
—Oh, no. No vas a hacer eso conmigo.
—¿Hacer qué?
—Ooooh, sabes de lo que te estoy hablando.
Y me dedica una mirada significativa para que sea yo misma quien lo descubra. Odio que haga estas cosas. Y ella lo sabe.
—¿Por qué le dejaste? —pregunta, entrecerrando los ojos—. ¿Hizo algo malo?
—No fue cosa de que hiciera algo malo o no —¿por qué me estoy enfadando?—. Y sinceramente, Lexi, ahora mismo no necesito una charla.
Paso por su lado para volver a la cama, pero ella me engancha del brazo.
—Ya lo creo que la necesitas. Lo que te pasa es que no quieres oírla.
—¿No puedes dejarme en paz? —le espeto, soltando mi brazo—. ¿No ves que ahora mismo lo que necesito es estar sola?
—¿Para qué? ¿Para arrepentirte de lo que has hecho o para regodearte en autocompasión? —sacude la cabeza—. ¿No ves que siempre haces lo mismo?
—¿Yo?
—Sí, tú. Cuando tienes un problema que no sabes solucionar, sales corriendo. Lo has hecho toda tu vida.
—Yo nunca he hecho eso.
—Venga ya. Lo hacías continuamente cuando éramos pequeñas. Ya te pasó con tus padres. Y también lo hiciste con Nick.
—¿Me estás diciendo que debí perdonar a Nick? —le pregunto, furiosa—. ¿Es una maldita broma, Lexi?
—No te estoy diciendo eso, y sabes que nunca te lo diría. Lo que te estoy diciendo que es que ni siquiera le preguntaste qué había pasado. Solo recogiste tus cosas y te fuiste corriendo. Y con tus padres hiciste lo mismo. Hubo un conflicto y no intentaste arreglarlo nunca con ellos. Solo has vuelto a hablarles por Jed. Y ahora has cortado con él.
—Pero... ¿qué eres tú ahora? ¿Una maldita psicóloga?
—Solo estoy intentando ayudarte.
—¿Cómo? ¿Echándome en cara todos los errores de mi vida?
—Brooke...
—¿Ese es tu concepto de amistad? ¿No te estoy pidiendo que me dejes sola?
—Solo intento ayudarte —repite.
—¡Pues no me ayudes! ¿Te crees que me dirás algo que no sepa ya? Sé que lo que hice fue egoísta.
—No te estoy...
—Y me da igual —continúo como si no me hubiera interrumpido—. Me da igual. Si pudiera volver a hacerlo, lo haría. Porque me siento como una mierda, y puede que él también, pero dentro de unos meses los dos veremos que ha sido lo mejor.
—¿Lo mejor? ¿Para quién?
Abro la boca para decir algo, pero sé que ahora mismo no me saldrá nada bueno. Y no quiero hacer esto, así que señalo la puerta.
—Vete —ojalá no hubiera sonado tanto a súplica.
—Puedo quedarme y...
—¡No quiero que te quedes! ¡Ni tú ni nadie! ¿Tan difícil es dejarme jodidamente sola?
Lexi suspira y aparta la mirada. Finalmente, murmura una despedida y por fin se marcha. Me meto en la cama y me hago un ovillo entre las sábanas. Hoy, de nuevo, va a resultarme muy difícil quedarme dormida.
***
Han pasado unos cuantos días más y sigo sin tener ganas de hablar con Lexi. Es ya por la tarde cuando me siento delante del ordenador y empiezo a retocar unas cuantas fotos solo para tener la mente ocupada con algo. Voy ya por la mitad cuando llaman a mi puerta.
—¿Quién es? —murmuro contra mi mano.
Igual ni siquiera me han oído. Mejor. Que se vayan.
—El amor de tu vida —me dice la voz de Liam—. ¿Vas a tenerme aquí esperando todo el día? Traigo provisiones que he robado del bar.
—No tengo hambre.
—¿Y si me abres solo por el placer de mi compañía?
Suspiro y voy a abrirle. Él está de pie con las manos en los bolsillos. Le frunzo el ceño.
—¿Y las provisiones?
—Solo era para que me abrieras —sonríe angelicalmente—. Whoa, te ves horrible.
—Gracias.
—Es decir... eh... bonito jersey.
—Es una sudadera.
—Pues eso. Muy bonito.
Pasa por mi lado con una alegría que contrasta dramáticamente con mi estado de ánimo y mira a su alrededor. No he ordenado nada en unos cuantos días, así que mi habitación tiene peor aspecto que yo. Él se aclara la garganta.
—Interesante —dice finalmente—. Alguien ha estado descuidándose un poco, ¿eh?
—Liam, no...
—Sí, sí. Necesitas estar sola. Lo pillo. ¡Te he dado casi un mes de margen! Tengo derecho a venir a preguntar ahora, ¿no?
Logra sacarme una pequeña sonrisa hasta que cierro la puerta para acercarme a la cama y sentarme, algo decaída.
—Entonces, es verdad —murmura—. Don tatuajes se ha ido.
—Más bien lo he echado —no sé si reír o llorar.
—Sí, lo suponía —se sienta a mi lado y me da una palmadita en el hombro—. Es una pregunta un poco estúpida, pero... ¿cómo estás?
—Cansada.
—¿Mental o físicamente?
—En todos los aspectos posibles. Me siento como si no pudiera despegarme de la cama.
—Bueno, no te preocupes, he llegado para alegrarte el día.
—No me digas —le enarco una ceja, aunque la verdad es que Liam siempre me pone de buen humor.
—Bueno, o quizá solo organizártelo un poco —mira a su alrededor con una mueca—. Alguien debería limpiar esta habitación, Brookie-tookie.
—No me preocupa mucho la limpieza, la verdad.
—Pues debería. Debajo de ese montón de ropa ha nacido una comuna de gnomos que van a matarte mientras duermas como no destroces pronto su hábitat.
—¿Qué...?
—Que limpies —se pone de pie y señala el desastre a su alrededor—. ¡Venga!
No sé cómo me termina convenciendo, pero de pronto me encuentro a mí misma sentada en el suelo mientras doblo la ropa y la meto en el armario y él se pasea por el cuarto recogiendo los envoltorios de comida de la máquina del pasillo —que ha sido mi base alimentaria estas semanas—. Lo miro de reojo y me muerdo el labio inferior justo antes de hacerle la pregunta que más me ha estado rondando desde que todo esto empezó.
—¿Crees que soy una egoísta?
Liam se detiene y me mira, sorprendido.
—¿Cómo?
—¿Crees que dejarle fue algo egoísta? —repito, y noto que se me quiebra un poco la voz—. ¿O que fue... la salida fácil?
Él deja el cubo de basura en el suelo y lo piensa un momento mientras yo lo miro fijamente. No sé qué quiero que me diga exactamente, pero sé que solo Liam puede decírmelo. Es una sensación extraña.
Finalmente, él se acerca y se sienta a mi lado, en el suelo.
—No, no lo creo —dice finalmente. Y parece sincero.
Quizá eso no debería aliviarme tanto. Cierro los ojos y él suspira.
—Eres muchas cosas, Brookie, pero egoísta no es una de ellas. Si dejaste a ese chico... pudo ser precipitado, sí, pero... ¿te arrepientes de hacerlo?
Buena pregunta.
Lo considero durante unos segundos, mirando la camiseta que estaba doblando. No me había dado cuenta hasta este momento, pero es la camiseta de su banda. ¿Por qué tiene que ser precisamente esa? ¿Y ahora mismo?
—No —admito en voz baja.
—Entonces, no le des más vueltas —dice—. Mira, las rupturas son una mierda. No importa si eres el que corta o al que dejan, siempre se pasa mal. Y sé que ahora mismo no hay mucho que pueda hacer para que te sientas mejor, pero... al menos, podemos intentar poner un poco de orden en tu vida.
Sonrío un poco y me limpio una lágrima con el dorso de la mano. Ni siquiera me he dado cuenta de que estoy llorando.
—Suenas como un experto —murmuro—, ¿cuántas veces te han dejado?
—¿Tengo cara de ser alguien a quien dejarías?
Empiezo a reírme y niego con la cabeza.
—No seas tan creído.
—Perdona, he tardado años en poder ser creído, así que pienso aprovecharlo.
Eso hace que me olvide de mis problemas por un momento para mirarlo, extrañada.
—¿Años? ¿Qué quieres decir?
—De pequeño era uno de esos niños callados que no se relacionan con nadie —aclara, encogiéndose de hombros—. Si te digo la verdad, no recuerdo qué era lo que no me gustaba exactamente de mi anatomía perfecta, pero me sentía muy acomplejado. Cuando cumplí los dieciséis empecé a cambiar.
—A peor.
—¡A mejor! —protesta.
—Vale, sí —admito—. A mejor.
Él sonríe, pero deja de hacerlo cuando baja la mirada a la camiseta que sostengo. Me la quita y me la ensaña como si fuera la prueba a un delito que he cometido.
—Volviendo al tema... si estás segura de que no quieres volver con don tatuajes, no sería mala idea empezar a dejar de mirar estas cosas como si fueran tesoros.
—¿Estas cosas?
—Las cosas que te recuerdan a él.
—No quiero deshacerme de ellas —digo tan precipitadamente que me sorprendo incluso a mí misma.
—No estoy diciendo eso —pone los ojos en blanco—. Estoy diciendo que no las tengas en un altar junto a tu cama. Podrías guardarlo todo en un cajón. ¿No tienes más cosas así?
Abro la boca y vuelvo a cerrarla al darme cuenta de un pequeño detalle. Suspiro pesadamente.
—¿Qué? —pregunta.
—Que tengo muchas cosas en su casa.
—Oh, ya veo —murmura—. ¿Tienes su llave?
—Sí, pero...
Lo considero un momento. Solo pensar en ir ahí hace que se me forme un nudo en la garganta.
—No sé si quiero ir —añado.
—¿Por qué no?
—No quiero cruzarme con él. No tan pronto, al menos.
—Pero... ¿él no está en Los Ángeles?
Levanto la cabeza. Tiene razón. ¿Por qué últimamente se me va tanto la cabeza? Es como si no pudiera pensar con claridad.
—No me acordaba —admito.
—Bueno, si quieres... puedo acompañarte mañana a por tus cosas. Puedo ayudarte.
—No necesitaría que me ayudaras a bajarlas, pero... si pudieras llevarme en coche, la verdad es que te lo agradecería.
—Muy bien, Brookie —me pellizca la mejilla con una sonrisita—. Ahora, a seguir limpiando.
—¿Es necesario?
—Sí. ¡Limpia!
Le pongo una mueca antes de seguir doblando ropa. Al terminar, miro la camiseta de Brainstorm y, tras dudar unos segundos, la meto en un cajón vacío.
Jared
—Así que te tomas unas mini-vacaciones, ¿eh? —sonríe Ally.
Sigo con lo que hago sin mirarla.
—Sí.
Ella está apoyada en la entrada de mi habitación en la suite. Se cruza de brazos, pensativa, mientras yo saco por fin la maleta de mano de debajo de la cama. La abro y lanzo unas cuantas prendas al azar.
—¿Quieres algo, Ally? —pregunto al notar que no se marcha.
—Solo... mhm... ¿estás seguro de que quieres volver a casa tan pronto?
Me detengo y le clavo una mirada por encima del hombro.
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Porque... mhm... lo de Brooke es un poco reciente y ahí hay muchos recuerdos y...
Doy por zanjada la conversación al cerrar el armario. Pero ella es tan insistente como Cris.
—¿Puedo preguntarte algo, Jed?
Acomodo las cosas en la maleta sin prestarle mucha atención.
—Supongo.
Lo considera unos segundos, apretando los labios.
—Tú... sigues queriéndola, ¿no?
La pregunta me pilla un poco desprevenido. No me esperaba tener una conversación así con Ally. Me doy la vuelta y veo que ella está completamente incómoda, pero intenta disimularlo muy bien.
—¿Qué?
—Es decir... —se aclara ruidosamente la garganta—. Yo... no lo sé. La verdad es que pensé que tú y ella... mhm... lo siento, igual no debería estar hablándote de esto.
—¿Por qué? —enarco una ceja—. ¿Porque podría darme un brote?
—Jed, vamos, yo no he dicho eso.
—Tampoco has dicho lo que querías decir.
Ella suspira y asiente una vez con la cabeza.
—Pensé que estaríais juntos el resto de vuestra vida —dice finalmente, enrojeciendo—. Sinceramente, lo vuestro era... no lo sé. Un poco como un cuento. ¡Sé que suena cursi! Pero... es verdad. Casi empecé a creer en el amor. Y ahora... bueno, no esperaba que cortara contigo.
No digo nada. Principalmente porque no sé qué se supone que puedo decir ahora. Aparto la mirada durante unos instantes antes de tragar saliva y volver a mirarla.
—¿Dónde quieres llegar con eso?
Ella vuelve a parecer incómoda.
—¿No has...? ¿No has pensado en pedirle que vuelva contigo?
—Ella me dejó —le recuerdo.
—¡Ya lo sé! Pero... no lo sé. Quizá, si fueras a buscarla...
—No lo haré —la corto más secamente de lo que pretendía.
Pero ella no parece ofendida. Solo confusa.
—¿Por qué no?
Cierro la maleta de un tirón y la bajo al suelo. Ally sigue mirándome con aire de confusión. Y ojalá yo no lo tuviera tan claro.
—Porque en el fondo tenía razón.
—¿En qué?
—En que no deberíamos estar juntos. En que se merece algo mejor. A alguien mejor —suspiro y paso por su lado—. Nos vemos en una semana, Ally.
Brooke
Hoy ha sido uno de esos días en los que he llegado tarde a todas partes. No sé qué me pasa. Incluso el profesor Addams me ha tenido que llamar la atención en clase para que prestara atención. Cuando salgo del edificio, solo tengo ganas de volver a mi habitación para encerrarme otra vez en ella. Últimamente, soy más feliz ahí.
Pero algo hace que me detenga nada más salir. Concretamente, el chico que está apoyado en el muro de la entrada. Brent.
Lo que me faltaba.
Tengo la esperanza de que no me haya visto, así que me escabullo por el lado contrario y me mezclo entre la gente para pasar desapercibida.
¿De qué sirve? De nada.
En cuanto doy dos pasos, noto que Brent me llama y cierro brevemente los ojos cuando varias cabezas se giran hacia nosotros. Pero es inútil volver a intentar escabullirme, así que me doy la vuelta y lo miro con mala cara.
—Si tienes ganas de discutir, no soy la mejor persona para hacerlo —le aseguro.
Él se ha detenido a mi lado con una sonrisa pedante.
—No quiero discutir contigo —me dice—. A no ser que me obligues a ello.
—¿Qué quieres?
—Hablar contigo, obviamente.
—Siento no compartir el senti... ¡oye!
Casi se me cae todo al suelo cuando me agarra de un brazo y tira bruscamente de mí. El pánico se apodera de mí cuando me mete de malas maneras en la parte trasera de un coche y me choco con un hombro en la ventanilla contraria. Pongo una mueca cuando se sienta a mi lado y me mira fijamente.
—Lo siento, pero tengo que hablar contigo —aclara.
Miro a mi alrededor y veo que Danny está sentado al volante. Y el otro —ni siquiera recuerdo su nombre, si es que lo aprendí— está a su lado.
Oh, oh.
Noto que mi corazón se acelera cuando me giro y busco desesperadamente la forma de abrir la puerta. Está bloqueada. Intento bajar la ventanilla, pero también lo está. Estoy pensando muy seriamente en intentar romperla cuando noto la mano de Brent en mi hombro. Suelto un grito ahogado y me giro hacia él con las manos hechas puños.
—¡No me toques!
—¡Relájate! —protesta—. Solo quiero hablar.
—¡Quiero salir de aquí!
—Lo harás cuando me escuches.
—¡No tengo que escuchar nada, abre la puerta ahora mismo o...!
—¿O qué?
La forma en que lo ha dicho hace que me encoja un poco. Miro instintivamente abajo y veo que tiene mi bolso en la mano más alejada de mí. Por consiguiente, tiene mi móvil. Trago saliva con fuerza.
—Yo diría que lo mejor que puedes hacer ahora mismo es escucharme —aclara él, todavía con una sonrisa pedante—. ¿O se te ocurre algo mejor para pasar el rato entre los cuatro?
Me encojo tanto como puedo contra la puerta del coche cuando los tres empiezan a reírse. Es asqueroso.
—¿Qué? —pregunto directamente, todavía buscando posibles salidas con la mirada.
En caso de emergencia, siempre podría darle una patada en la cara y alcanzar mi bolso, ¿no?
Brent se acomoda en el asiento y me mira durante unos instantes, pensativo.
—Necesito que me hagas un favor, Brooke —dice finalmente—. Uno muy importante que solo puedes hacerme tú.
Vale, admito que eso hace que se me olvide la situación por un momento y solo quede confusión.
—¿Yo? —repito, incrédula.
—Tú —sonríe de lado.
—¿Q-qué favor?
Hace un ademán de inclinarse hacia mí, pero desiste cuando ve que me pego aún más a la puerta, aterrada. En su lugar, me mira de arriba abajo y vuelve a su lugar.
—Supongo que sabes que a la banda de tu novio le han ofrecido un contrato con una discográfica importante.
La forma en que se refiere a Jared casi hace que me ponga a llorar, pero tampoco voy a corregirlo. Lo último que quiero hacer ahora es dar explicaciones, especialmente a este imbécil.
—¿Y qué? —enarco una ceja.
Es obvio que lo sé. La noticia está en todas partes. Todo el mundo lo sabe.
—Bueno, resulta que he estado persiguiendo esa discográfica durante casi un año —aclara—. Y ahora le han dado mi contrato a tu novio.
—A lo mejor es porque les ha gustado más.
Por un momento, parece furioso y me arrepiento de hacerme la valiente en una situación de clara desventaja, pero me alivia ver que enseguida se le pasa para soltar una risita.
—Puede ser —me concede—. La cosa es... que quiero ese contrato.
—¿Y qué puedo hacer yo? —frunzo el ceño—. ¿Quieres que le diga a Jared que los convenza o qué?
De nuevo, todos empiezan a reírse despectivamente. Aprieto los labios.
—¿Que los convenza? —Brent tarda unos segundos más en dejar de reír—. No. Quiero que hagas otra cosa por mí.
Le dedico una mirada desconfiada.
—¿Qué cosa?
—Quiero que Jed se quede aquí. Que vuelva y se olvide de Los Ángeles.
Y yo también.
No es el momento, conciencia.
—¿Te crees que podría convencerlo?
—No quiero que lo convenzas.
—¿Entonces?
—Quiero que le des una buena razón para quedarse. Si lo hace, no hay grupo. Si no hay grupo, no hay contrato. No para ellos, al menos.
Echo una ojeada a los demás antes de volver a mirarlo, intrigada.
—¿Y cuál es esa buena razón, exactamente?
—Quiero que cortes con él.
Durante lo que parece una eternidad, solo lo miro fijamente. ¿Es una broma?
Ahora que lo pienso... ¿ha dicho alguna revista algo sobre nuestra ruptura? Creo que no. Quizá es verdad que no lo sabe. Yo no se lo he contado a nadie. A parte de Liam, claro, pero él no se lo diría a nadie. Y dudo que Jared lo haya anunciado a un periodista.
—¿Cortar con él? —repito.
—Sí. Dale una razón para quedarse y luchar por vuestro amor —pone los ojos en blanco—. Es lo que haría un idiota. Seguro que él lo hace.
Intento fingir horror mientras me incorporo un poco, mirándolo.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces, encontraré otra forma de que no pueda quedarse ahí —aclara, repentinamente muy serio—. Una que no te gustaría tanto.
Bajo la mirada a mis rodillas, pensando a toda velocidad.
—Si corto con él... ¿nos dejarías en paz?
—Sí, Brooke, os dejaría vivir vuestro amor vomitivo en paz —casi puedo adivinar que ha vuelto a poner los ojos en blanco—. Hazlo esta noche o no hay trato. La puerta está abierta.
Veo que me da el bolso y espera que me vaya. Los tres se giran hacia mí con extrañeza cuando no me muevo de mi lugar.
—¿Has pensado mejor lo de pasarlo bien los cuatro? —ironiza Brent.
—No —carraspeo—. Yo... quiero algo más a cambio de cortar con él.
—No juegues con tu suerte.
—¿Quieres que corte con él o no?
Lo miro fijamente. Él entrecierra los ojos y, tras unos segundos, parece sinceramente curioso.
—Muy bien, ¿qué quieres?
Esbozo la misma pequeña sonrisa pedante que él ha esbozado antes.
—Solo quiero... que me hagáis un pequeño favor. Uno muy sencillo.
***
Miro la hora. Todavía tengo dos horas antes de tener que ir con Liam a buscar mis cosas a casa de Jared. Intento no pensar en ello cuando me estiro para alcanzar el timbre. Espero que esté en casa.
Empiezo a desesperarme cuando pasan unos segundos sin que tenga respuesta. Pero entonces escucho unos pasos arrastrados y doy un paso atrás. La puerta se abre y miro directamente a Nick, que tiene una cerveza en la mano. Está a punto de darle un sorbo, pero se detiene a sí mismo al verme.
—¿B-Brooke? —pregunta, sorprendido.
—Sí, hola —no puedo evitar la hostilidad.
—¡Yo no he hecho nada! —me asegura enseguida—. Te lo juro. No he difundido más fotos. No vuelvas a enviar a ese psicópata, por favor.
—No estoy aquí por eso, idiota.
Parece un poco perdido.
—¿No?
—Bueno, de alguna forma... quizá sí esté aquí por eso.
Nick me mira de arriba abajo como si fuera una especie de misterio extraño.
—¿Qué pasa? —pregunta finalmente.
Paso por su lado sin siquiera preguntar. Me alegra ver que está solo. Y que no se ha molestado en cerrar la puerta para seguirme, intrigado. Me detengo en mitad del pasillo de la entrada y me cruzo de brazos, mirándolo.
—¿Te acuerdas del día en que Jared te visitó?
—Es difícil de olvidar —masculla de mala gana.
—Entonces, supongo que también te será difícil olvidar que te dio dinero. Mucho dinero.
Cuando empieza a atar cabos, niega con la cabeza.
—¡Ese dinero es mío!
—No es tuyo. Es suyo. Y quiero que se lo devuelvas.
—Es mío. En compensación de todo lo que aguanté contigo.
Quizá eso me habría ofendido en otra situación, pero ahora mismo me da bastante igual. Solo enarco una ceja.
—¿Vas a dármelo o no?
—No.
—Nick...
—Te he dicho que no —levanta un poco la barbilla, como siempre hacía cuando discutíamos—. ¿Qué vas a hacer si no te lo doy? ¿Ponerte a llorar? Porque no creo que tú seas capaz de darme una paliza.
Sonrío irónicamente y levanto también un poco la barbilla.
—Quizá yo no pueda darte una paliza, pero mis amigos... los que me han traído... quizá sí.
Nick parece confuso, pero da un respingo cuando oye la puerta de la entrada cerrándose. Brent y sus dos amigos se quedan de pie mirándolo con cara de mafiosos. Nick da un paso hacia atrás y choca conmigo, soltando la cerveza, que se derrama por todo el suelo.
—¿Q-qué...?
—Creo que nuestra amiga te ha pedido amablemente que le devuelvas ese dinero —le dice Brent, adelantándose y acercándose a él—. ¿Vas a dárselo por las buenas o tenemos que convencerte?
—¿Qué...? —repite Nick como un idiota antes de girarse hacia mí—. ¡Brooke, no puedes dejar que...!
—Quiero un cheque —le interrumpo—. Y espero que no me des menos dinero del correspondiente, Nick. No me gustaría tener que volver.
—Podemos volver solo nosotros —sugiere Brent.
Nick me mira, mira a Brent y repite el proceso varias veces antes de, por fin, decidirse.
Media hora más tarde, el coche de Brent se detiene delante de mi residencia y me bajo de él con el cheque el mano. Ninguno se molesta en despedirse cuando cierro la puerta y subo directamente a mi habitación. Al menos, podré devolvérselo a Jared. Se lo dejaré en la mesa o algo así cuando vaya a su casa dentro de un rato.
Al menos, sé que sigue en Los Ángeles y no tendré que verlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top