Capítulo XXXIV
XXXIV - GANAS
Vale, estoy nerviosa.
Muy nerviosa.
Miro abajo y veo los mensajes de apoyo psicológico que me están mandando Lexi y Liam y me convenzo a mí misma —o lo intento, al menos— de que voy a caerle bien a la familia de Jared.
Por favor, que no sean tan complicaditos como él.
Al menos, ya tengo a Cassie de mi parte. Ella, por cierto, se ha ido muy temprano esta mañana y ha dicho que ya nos vería en casa. Su excusa ha sido que tenía muchos deberes. Yo sospecho por su sonrisita que se ha ido a ver a ese novio suyo, Mitchell.
Jared está conduciendo a mi lado y noto que me mira de reojo. No me atrevo a devolverle la mirada porque no quiero que vea lo nerviosa que estoy, pero soy tan asquerosamente obvia que se da cuenta enseguida. Trago saliva cuando alarga el brazo, me atrapa la mano y presiona sus labios en cada uno de mis nudillos.
—Relájate —murmura contra mi mano.
—E-estoy relajada.
—Muy bien —noto que esboza una sonrisita—. Entonces, deja de tartamudear.
Le quito mi mano, enfurruñada, y él pone la suya en mi rodilla.
—¿Cómo es? —pregunto, tragando saliva.
—¿Quién?
—Tu madre, Jared, ¿quién va a ser?
—Ah, ella... Es bastante normal.
Entrecierro los ojos en su dirección.
—No me estás ayudando mucho.
Suspiro y me paso una mano por la cara.
—¿No hay nada que le guste? Igual puedo fingir que a mí también me gusta y así le caeré mejor.
—Brooke... —empieza, divertido.
—¿La cocina? ¿Los deportes? ¿La música, como a ti?
—Los deportes definitivamente no. La música... no le gusta especialmente. Y cocinar no se le da mal, pero tampoco le apasiona.
—¿Entonces, qué...?
—Brooke —me detiene— ya le caes bien y no te conoce.
—Ese es el problema. Que no me conoce. Se va a llevar una decepción.
—No digas tonterías.
—¡No son tonterías!
—Solo sé tú misma.
—Cuando soy yo misma, no caigo bien a nadie.
—Pues yo me enamoré de ti.
Hay un momento de silencio en el coche antes de que esboce una sonrisita, más animada. Atrapo su mano entre las mías y le paso el pulgar por los nudillos. Noto las pequeñas marcas de algunos golpes que habrá dado y cuyos detalles prefiero no saber.
—Vale, ya estoy mejor —admito.
—No sé por qué te pones nerviosa, la verdad.
—No todos podemos ser don-nada-me-altera, cariño.
—Tú me alteras.
Pongo los ojos en blanco cuando sonríe de lado y decido cambiar de tema antes de ponerme roja.
—Tengo curiosidad por ver tu habitación —murmuro.
—No es gran cosa —se encoge de hombros.
—¿Tienes posters de chicas desnudas?
—¿Qué...? ¿Qué? —empieza a reírse, medio perplejo.
—¿No es lo que tienen los chicos adolescentes en sus cuartos? Nick lo tenía.
—Ese idiota no se puede considerar ni humano.
Intento no sonreír.
—Vale. No hay pósters pervertidos. ¿Y de bandas musicales?
—De eso sí.
—¿De Jimmi... como se llame?
—Sí, de Hendrix, Brooke.
—Tiene un nombre complicado, ¿eh?
Repiqueteo un dedo en su mano cuando empiezo a acercarme al tema al que quería llegar desde el principio.
—¿Cuánto hace que no vas a casa de tu madre?
Él duda un momento y se aclara la garganta.
—Un año después de iniciar la banda me marché y no he vuelto.
—Pero... eso son más de tres años.
—Lo sé.
¿Tres años sin pisar su casa? Vaya, eso no me lo esperaba. Me esperaba, como mucho, un año.
—Pero sigo mandándoles dinero para que puedan vivir bien —se encoge de hombros—. Y ellas vienen a menudo, así que no hay problema.
—¿Y no echas de menos la casa de tu infancia?
Hace un ademán de responder, pero se detiene y me enarca una ceja durante unos instantes antes de volverse a la carretera de nuevo.
—¿Tú sí?
Noto que se me calientan las mejillas cuando me pilla. Dejo de acariciar su mano por un momento, un poco tensa.
—Bueno... no sé... es complicado.
—Las cosas de familia siempre son complicadas.
Asiento con la cabeza en silencio y clavo la mirada en el frente, pensativa. Pasan unos segundos sin que ninguno de los dos diga nada hasta que él vuelve a echarme una ojeada.
—¿Brooke?
—¿Sí? —pregunto en voz baja.
—La casa de mi madre está a solo una hora en coche de la suya.
No digo nada y él me sujeta la mano con un poco más de firmeza.
—Si quieres ir, solo tienes que decírmelo.
—No voy a obligarte a ir ahí con la tensión que hay en el ambiente.
—No me estás obligando a nada. Me estoy ofreciendo yo.
—Jared, no... —busco las palabras adecuadas—. No creo que fuera bien recibida. En absoluto.
—Si quieres ir, solo tienes que llamarlos y luego pedirme que te lleve.
Asiento con la cabeza, pero no creo que lo haga.
Además, el tema se me va de la mente en cuanto veo que él se mete en una calle sin salida poco transitada que termina en una pequeña rotonda. Parece el típico barrio familiar de película. La verdad es que no me hubiera importado criarme aquí. Es muy bonito. Y se me hace raro imaginarme a un niño pequeño con el pelo oscuro revuelto, los ojos entre el verde y el azul y expresión completamente seria yendo a su casa desde el colegio. La verdad es que me cuesta imaginarme a Jared de pequeño, en general. No tiene ninguna foto suya en su casa. Espero que aquí las haya.
Mis nervios vuelven multiplicados por diez cuando él se detiene en el último edificio. Es una casa típica victoriana de madera pintada de azul claro y dos pisos. La rodea una valla blanca y un jardín muy bien cuidado. Jared deja el coche delante de la puerta cerrada del garaje y no puedo evitar fijarme al instante en lo mucho que destaca el suyo con los demás coches familiares y de precio moderado que hay en el resto de la calle.
Él ni siquiera se fija en ello. Bueno, ¿cuándo se ha fijado en algo de eso? Es como si viviera en otro planeta.
Me mira de reojo de reojo cuando ve que me detengo junto al coche.
—¿Estás lista? —pregunta.
—En absoluto. Pero lo haré igual.
—Esa es mi chica.
Tengo un nudo en el estómago cuando él se cuelga su maleta del hombro y arrastra la mía hacia la entrada, mirándome unas cuantas veces por encima del hombro para asegurarse de que no me he ido corriendo presa del pánico.
Finalmente, los dos nos detenemos delante de la puerta y él me mira de reojo.
—Todavía estás a tiempo de huir —me recuerda.
—Quiero conocerlos.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque son tu familia, Jared.
Él se encoge de hombros.
—Bueno, como quieras.
Así que se inclina y pulsa el timbre. Trago saliva.
—¿No tienes llave? —pregunto.
—No me acuerdo, la verdad.
Niego con la cabeza, pero me detengo cuando escucho pasos apresurados acercándose. La puerta se abre de par en par y la cara entusiasmada de Cassie aparece delante de nosotros.
—¡No me puedo creer que realmente estéis aquí! —exclama, emocionada—. ¡Hola, Brooke!
Y me abraza con fuerza. Le correspondo, viendo que Jared pone los ojos en blanco.
—¡Ven, te enseñaré la casa! —me dice Cassie, entusiasmada, agarrándome de la mano y arrastrándome tras ella.
—Hola a ti también, hermanita —murmura Jared, entrando detrás de nosotras y cerrando la puerta con el pie.
—Ah, sí, sí. Hola, tú —le dice ella, haciendo un gesto de indiferencia con la mano.
El interior de la casa es muy cálido en comparación al exterior. No tardo en fijarme en que casi todo está hecho de madera y muy bien decorado. Es la clásica casa de familia. Incluso veo la mochila de Cassie —bueno, supongo que es la suya— en el suelo de la entrada. Huele bien, como si alguien estuviera cocinando algo. Hace tanto que no como un banquete casero...
—Tú, deja eso por ahí —le ordena Cassie a su hermano.
—¿Y mamá? —pregunta él, confuso—. ¿Por qué no ha abierto ella?
—Ha ido a comprar algo para la cena con Robert y los demás.
¿Robert? Necesito empezar a ubicarme. Miro a Jared y él me entiende al instante.
—Es su novio —aclara.
—Oh, vale, vale...
—Sus hijos se llaman Gavin y Tex —me informa Cassie—. Tienen doce y siete años. Gavin ni te hablará en toda la cena porque estará ocupado con sus maquinitas raras. Tex es más simpático, seguro que le caes genial. ¡Ven, te enseñaré la casa!
Me da un tour tan rápido que apenas puedo procesar nada mientras Jared nos sigue corrigiendo a su hermana cada vez que se equivoca en algo. La planta baja está compuesta por un salón con una chimenea pequeña y encendida, una cocina sorprendentemente grande que conduce al patio trasero, un cuarto de baño pequeño, un comedor y un salón donde enseguida veo varios cuadros de familia, pero no tengo tiempo de examinarlos porque Cassie quiere seguir con su excursión.
Se me hace raro ver todos estos adornos de Navidad. Ver un ambiente tan... familiar.
—De verdad que no puedo creer que estéis aquí —Cassie se deja caer en el sofá del salón y yo me quedo en el otro con Jared—. ¡Por fin pasaremos unas navidades en familia! ¡Con todos reunidos!
—¿Cuándo viene papá? —pregunta Jared suavemente.
Lo miro de reojo porque, a pesar de que ha ocultado la tensión de su voz, sé que estaba ahí. Y me sorprende un poco ver que Cassie no se da cuenta. Solo sigue repiqueteando los dedos en sus rodillas felizmente.
—Mañana por la noche, Jed. Como siempre. Se quedará a cenar con nosotros.
Él asiente una vez con la cabeza. Parece que va a decir algo, pero se detiene cuando todos escuchamos la puerta principal abriéndose y cerrándose.
Oh, no.
Mis nervios atacan de nuevo, más fuertes que nunca.
Solo te pediré que no vomites.
No iba a hacerlo, gracias.
Me pongo de pie automáticamente con ellos dos. Cassie parece entusiasmada, Jared indiferente y yo soy un maldito manojo de temblores. Nunca he tenido que conocer a mis suegros. Ni siquiera con Nick. Jared se da cuenta de mis nervios y acerca la mano a la mía. Yo le sujeto de tres dedos, nerviosa. Como me suelte, me caeré al suelo de culo y haré el ridículo. Cosa que suele terminar sucediendo.
—¡Mamaaaaaá! —chilla Cassie alegremente—. ¡Ven a conocer a la pobre chica que aguanta a tu hijo!
—¡No chilles! —escucho su voz desde el pasillo—. Siempre chillando...
Cassie sonríe ampliamente, poco afectada.
En ese momento, la misma mujer que vi la noche en que Jared le dio una paliza a Brent aparece en el marco de la puerta del salón. Casi puedo sentir sus ojos recorriéndome de arriba abajo mientras mi cara se vuelve roja. Su mirada se detiene un momento de más en la mano que estoy sujetando a su hijo y hay un momento de silencio tenso. Igual no debería haber empezado esto sujetándole la mano.
Sin embargo, noto el alivio relajando mis hombros cuando eso, precisamente, hace que me sonría ampliamente solo a mí. Después, echa una ojeada a Jared.
—Hola, hijo —le dice, simplemente.
Él asiente con la cabeza.
Veo que lo de ser tan cariñosos es cosa de familia.
Aunque, la verdad, no me extraña que no se moleste en intentar abrazarlo. Sabrá que no sería muy bien aceptada. Sin embargo, nada le impide acercarse a mí. Suelto la mano de Jared.
—Hace mucho que no te veo, Brooke —me dice, deteniéndose delante de mí.
—Ojalá nos hubiéramos conocido en otras circunstancias —murmuro.
—Al menos, nos conocimos.
Cuando se separa, me sujeta de los hombros con una sonrisa.
—Bueno, tengo que admitir que tenía muchas ganas de conocerte, Brooke. He oído tantas cosas de ti que empezaba a sentirme como si te conociera de toda la vida.
—¿Ah... sí? —miro a Jared.
—No de él —ella suspira—. Si tuviera que esperar a que Jed me contara las cosas, no las sabría nunca.
—Yo la mantengo informada —sonríe Cassie ampliamente.
—Así que, cuando vienes a mi casa, solo eres un topo infiltrado —Jared enarca una ceja.
—Oh, no seas así —su madre le hace un gesto para que se calle.
La puerta principal vuelve a abrirse y cerrarse escucho a varias personas acercándose. El primero en llegar es el chico que supongo que será el más pequeño... ¿Tex? Sí, creo que ese era su nombre. Viene muy decidido hacia nosotros y me acuerdo de que no conoce tampoco a Jared cuando su madre los presenta formalmente.
Sin embargo, no puedo evitar fijarme en que el niño me mira de reojo al presentarme. Su cara se vuelve completamente roja cuando le estrecho la mano y se va rápidamente con Cassie.
Lo sigo con la mirada, confusa, y escuchó a Jared suspirar.
—Ahora también tengo que competir con niños de siete años —murmura, negando con la cabeza.
Pronto aparecen Robert y Gavin. Robert resulta ser un hombre de mediana edad, rubio y bastante guapo, que es muy simpático conmigo. Jared se muestra un poco hosco con él, pero lo ignora educadamente. Gavin, por otra parte, solo me mira de reojo, luego mira a Jared, y sigue con su vida como si no existiéramos, con la cara enterrada en su móvil.
Ah, y Tex sigue echándome miradas de soslayo, rojo como un tomate.
—¿Ya habéis subido las cosas? —pregunta Robert, mirándonos.
—En realidad... acabamos de llegar —digo torpemente.
—Jed, hijo, súbelas —le dice su madre antes de mirarme—. ¿Se te da bien cocinar, Brooke?
—Bueno, la verdad es que n...
—Genial, ven conmigo.
Y así me paso la tarde entera encerrada con ella, Cassie y Robert en la cocina.
La verdad es que, aunque al principio la cosa es un poco incómoda, al cabo de un rato empiezo a reírme con las bromas de Robert, a ayudar a Cassie a preparar la cena y dejando que la madre de Jared, Gail, me hable de cosas que hacía cuando era pequeño. Él se pasa la tarde con Tex en el patio de atrás. Al final, se han hecho amigos y todo.
Ya es casi de noche cuando Jared por fin entra en la cocina. Gail y Robert están junto al horno mientras Cassie está apoyada en una encimera con la cadera, sonriendo a la pantalla de su móvil.
Él viene directamente hacia mí, que termino de poner lo que hemos usado en el fregadero y me sacudo las manos.
—Siento no haber aparecido hasta ahora —me dice en voz baja—. Estaba esperando a que mi madre despejara del campo de minas.
—Estabas con Tex, ¿no? Ha sido interesante ver tu faceta de niñero —bromeo, divertida.
Él baja la mirada y me da la sensación de que quiere besarme —como haría en su piso, estando solos—, pero se contiene porque tenemos la mirada de los tres miembros de su familia clavada en nosotros. Se aclara la garganta y los mira.
—¿Puedo llevarme ya a mi novia, mamá? —le enarca una ceja.
—Seguro que ella prefiere estar con nosotros —dice ella.
Robert y Cassie se ríen y él pone los ojos en blanco antes de atraparme la mano y llevarme a las escaleras. Sin embargo, no llegamos a pisarla porque Tex aparece de la nada y se nos queda mirando. Más concretamente, se queda mirando nuestras manos unidas y le entrecierra los ojos a Jared.
—¿Dónde vais? Quiero ir.
—No puedes ir —le dice él, simplemente.
—¿Por qué no? —pregunta Tex con un mohín.
—Porque vamos a hacer cosas de adultos y no queremos traumatizarte.
Le doy un manotazo en el hombro cuando el niño abre mucho los ojos.
—¿Cosas de... adultos?
—Vamos a limpiar la habitación —le digo enseguida—. Es muy aburrido, ¿seguro que quieres venir?
—¿Limpiar? —pone una mueca—. No, mejor no.
Se marcha tras dedicar otra mirada de ojos entrecerrados a Jared. Cuando nosotros dos subimos las escaleras, lo escucho suspirar.
—Por fin solos —murmura.
Sonrío mientras me guía por el pasillo del piso de arriba. Hay seis puertas. Él se detiene en la última a la izquierda y la abre, haciéndome un gesto para que pase.
Lo primero que veo es que no es muy grande. De hecho, es la mitad de mi habitación en la residencia. Tiene una cama doble pequeña pegada a uno de los rincones, justo debajo de una ventana, un armario empotrado, un escritorio y una estantería llena de discos musicales. Y, sí, hay un montón de pósters de grupos de música. También me fijo enseguida en que hay una funda de guitarra apoyada en el escritorio. Me pregunto si será la primera que tuvo.
—¿Te gusta? —pregunta, ladeando la cabeza.
—Estoy intentando imaginarte siendo un adolescente y viviendo aquí... y no puedo.
Él se echa a reír y cierra la puerta, acercándose a mí por detrás.
—No sé si tomármelo como algo bueno.
—¿Alguna vez habías traído a una chica aquí?
Se detiene, sorprendido, soltándome la cintura.
—¿Eso es lo primero que vas a preguntarme?
—Bueno... es lo que quiero saber.
Pone los ojos en blanco.
—Quieres que te diga que eres la primera, ¿no?
—No estaría mal, la verdad —sonrío como un angelito.
—Pues enhorabuena. Eres la primera chica que pisa esta habitación.
Empiezo a reírme irónicamente y él me mira con una ceja enarcada.
—¿Qué?
—Venga, no tienes que mentirme. No me enfadaré por esa tontería. Han pasado años.
Sigue mirándome de la misma forma.
—¿Por qué iba a mentirte?
—Porque... no lo sé, Jared. ¿Cómo voy a creerme eso?
Sonríe un poco, todavía confuso.
—¿Estás insinuando que soy demasiado guapo como para no haberlo hecho?
—Pues sí, básicamente. Mírate.
—Creo que se te olvida que también tengo un problema con la gente. En general.
—No lo tuviste conmigo cuando me invitaste a cenar el día después de conocerme.
—No pude evitarlo. Mírate.
Me pongo roja y lo empujo con el hombro, a lo que se ríe.
—Prefería ir a casa de las chicas que me interesaban —aclara—. No me gustaba la idea de tener a alguien aquí tocando mis cosas. Así que sí, eres la primera.
Intento que no se note lo mucho que me halaga eso.
—Bueno, al menos, has cambiado.
Me mira de reojo.
—¿Qué quieres decir?
—Que ahora invitas a chicas a tu casa.
Para mi sorpresa, se echa a reír.
—No, Brooke, no lo hago.
—Bueno, ahora más te vale no hacerlo estando conmigo porque, si me entero, te castro. Pero ya me entiendes.
—Te entiendo perfectamente y te digo que no lo hago.
Tardo casi diez segundos en girarme hacia él con el ceño fruncido.
—Espera, ¿qué?
Me mira con esa expresión de sabes-lo-que-quiero-decir y yo entreabro los labios.
—¿Fui... fui la primera en ir a tu casa?
—¿Por qué estás tan sorprendida? —empieza a reírse de nuevo, divertido.
—Y-yo... bueno... no sé... pensé... ¡Cassie me trató como si hubiera encontrado chicas en tu casa cada día de su vida!
—Porque Cassie se creía que lo hacía.
—¿Y no le dijste que no era verdad?
—Sí, pero no se lo creía.
Sigo medio en shock cuando me siento en su cama. Él se queda de pie delante de mí con curiosidad en los ojos.
—¿Puedo preguntar si yo fui el primero en tu pequeña madriguera de la residencia?
Lo miro con mala cara.
—Pues claro que lo fuiste. Solo me he acostado con dos personas en toda mi vida.
—¿Y cuál ha sido la mejor de esas dos personas?
Levanto un poco la barbilla hacia él, que está sonriendo.
—Nick, obviamente —lo reto con la mirada.
Su mirada divertida se transforma en una perversa al instante.
—Ah, ¿sí?
—Definitivamente.
—¿Y el otro?
—Hace lo que puede. No está mal. Pero se nota que no tiene mucha experiencia.
—Creo que le romperías el corazón si le dijeras eso.
—Suerte que no lo está escuchando, entonces.
—Sí, qué suerte. Porque seguro que querría asegurarse de que cambias de opinión.
—Dudo mucho que pudiera hacer que cambiara de opinión.
—Quítate la ropa y deja que te lo demuestre.
Sonrío ampliamente cuando se inclina hacia delante y me besa en los labios, haciendo que yo caiga de espaldas en la cama. Noto que la cama se hunde con sus manos y la rodilla que ha clavado entre mis piernas para inclinarse mejor. Hundo las manos en su pelo cuando empieza a besarme de verdad, haciendo que la cabeza me dé vueltas y sienta un cosquilleo de anticipación en el estómago. Él se inclina más hacia delante y siento que su mano libre sube por mis costillas. Le detengo justo antes de que llegue al sujetador.
—Oye, para.
—¿Que pare? —repite, como si le hubiera dicho que se fuera a Marte.
—¡Pues claro!
—¿Por qué?
—¡Porque tu familia está abajo, Jared! —le digo, riendo.
Sigue mirándome con la nariz arrugada, como si no entendiera nada.
—¿Y qué? ¿Quieres que los invitemos o qué?
—No voy a hacerlo sabiendo que tu familia puede oírnos. No podría mirarlos otra vez a la cara.
—Brooke, todo el mundo folla. No pasa nada.
—¡No...! —noto que se me encienden las mejillas—. ¿Por qué tienes que ser tan directo siempre?
—Porque me gusta que te ruborices.
Lo aparto mientras se ríe de mí y él se queda tumbado a mi lado, haciendo que la cama rebote un poco.
—Espera —me mira al instante—, ¿eso quiere decir que no haremos absolutamente nada por tres días?
—Exacto.
—Espero que sea una broma.
—No lo es.
Entreabre los labios.
—Tres días son muchos días.
—Te recuerdo que yo estuve un mes y medio entero esperando a que te dignaras a quitarme el sujetador, cariño. Ahora, te jodes y esperas tres días.
Me pongo de pie y lo dejo sentado en la cama, todavía con la boca abierta.
***
Si creía que la cena sería interesante, no he estado segura hasta ahora. Porque Cassie está yendo de un lado a otro del salón, nerviosa. Mitchell va a venir y lo va a presentar formalmente a la familia.
Sinceramente, espero que se integre tan bien como yo. Porque no me gustaría ver a Cassie disgustada. Y miro Jared porque, obviamente, él será el primero que puede espantar al pobre Mitchell.
Mientras los dos ponemos la mesa, me aclaro la garganta y saco el tema como si nada. Cassie me ha dejado el encargo de decirle que va a venir porque ella no se ha atrevido. La puedo entender. Yo soy su novia y sigue intimidándome.
—Pues... creo que al final voy a llevarme bien tu familia —murmuro como si nada.
Él me mira de reojo y se encoge de hombros.
—Pues sí.
—Bueno, tú me habías dicho que me llevaría bien con ellos.
—Ajá.
Pongo los ojos en blanco cuando no mira. ¿Cómo puede ser tan difícil hacer que divague un poco?
—La verdad es que me habría disgustado mucho no llevarme bien con ellos —le digo, mirándolo.
—Pues suerte que no ha pasado —murmura, sin darle mucha importancia.
—Sí, pero quiero decir que... me habría disgustado MUCHÍSIMO no caerle bien a algún integrante de la fam...
—Brooke, ¿puedes decir ya lo que quieres decirme?
Suspiro, un poco nerviosa, mientras él se detiene a mi lado.
—¿Tan malo es? —pregunta al ver que me quedo en silencio por un rato.
—No, no es nada malo.
—¿Y qué...?
—Mitchell vendrá a cenar esta noche.
No cambia su expresión. De hecho, creo que es todavía más interesante.
—Me parece muy bien.
—Uf, menos mal...
—¿Quién es?
—¡Jared!
Parpadea, sorprendido, cuando le doy un manotazo en el hombro, indignada.
—¿Qué?
—¡Es el novio de tu hermana!
—¿Cassie tiene novio?
—Por Dios, es como si vivieras en otra órbita.
—Si te pones esos jerséis ajustados me cuesta mucho centrarme.
Veo que clava la mirada en mis pechos, que están apretados por el jersey de lana, y me los tapo con ambos brazos, haciendo que sonría.
—Como si no te hubiera visto nunca sin nada encima.
—No seas pervertido.
—No puedo evitarlo.
Yo sí que no puedo evitarlo.
Estiro el brazo y lo engancho del borde de la sudadera, acercándomelo. Tengo que ponerme de puntillas para darle un beso corto en los labios. Él me mira con curiosidad cuando me separo.
—¿Por qué no me lo has dicho directamente? —pregunta.
—¿El qué?
—Lo del novio de Cassie.
—Oh, bueno... quería que empatizaras un poco con él.
—¿Para qué?
—Para que te cayera bien, cariño.
—¿Y por qué me tiene que caer bien? Es el novio de Cassie, no el mío.
Pongo los ojos en blanco.
—Cuánta sensibilidad —murmuro—. A Cassie le da miedo presentártelo y que lo asustes.
—¿Asustarlo? Si no me hubieras dicho nada, ni me habría enterado de que estaba en la cena.
Niego con la cabeza y él aprovecha para inclinarse hacia delante. Al menos, está respetando el pacto de no-sexo-en-tres-días y el beso que me da es muy suave. Bueno, en cualquier otra persona lo vería normal. En él, es increíblemente suave. Sonrío cuando se separa un poco y me da uno en cada comisura de los labios, revisándomelos con los ojos.
—Estaba hablándote del novio de Cassie —le recuerdo cuando me recorre la mandíbula con los labios.
—Mhm... muy interesante, sí.
—Jared, en serio, intenta ser agradable. Es importante para Cassie.
—Que sí, que seré un chico bueno.
Abro la boca para decirle algo más y él me sujeta de las caderas para volver a besarme con la misma suavidad sorprendente. Intento separarme y me sigue hacia atrás, besándome y haciéndome reír. Al final, meto la mano entre nosotros y se separa con media sonrisa.
Justo en ese momento, veo que mirada se desvía por encima de mi hombro y su expresión cálida se transforma en la indiferente de siempre. Me giro y mi cara se vuelve del color de la bandera de China cuando veo a su madre asomada desde la cocina con una sonrisita.
—Perdón, acabo de llegar, pero no quería interrumpir —dice alegremente.
—Era mejor espiar —concluye Jared con una ceja enarcada.
—Ay, hijo, no seas tan amargado. Brooke, ¿te importa echarme una mano?
Me apresuro a seguirla y, en cuanto se da la vuelta y se marcha, doy un respingo porque Jared me da una palmada en el culo. Le saco el dedo corazón y él se ríe, volviendo al salón.
El salón ya está inundado del aroma de la cena que han preparado Gail y Robert. A mí se me hace la boca agua mientras ponen el plato con carne asada en medio de la mesa y yo me siento entre Jared y Gavin, que nos mira a todos como si estuviera aburrido. Cassie está delante de nosotros echando miradas nerviosas al asiento vacío de su lado. Tex juega con el tenedor y tengo la sensación de que va a terminar sacándose un ojo. Robert y Gail hablan entre ellos con sonrisitas y miraditas. No puedo evitar sonreír al verlos. Pillo a Jared mirándolos también, solo que con una expresión extraña. No se da cuenta de que lo he pillado y aparta la mirada con el ceño ligeramente fruncido.
De verdad, a veces desearía saber qué le pasa por la cabeza. Me facilitaría bastante la vida.
Entonces, alguien llama al timbre y Cassie se va casi corriendo. Poco después, llega con Mitchell, que resulta ser un chico algo tímido pero simpático. Sus orejas se tiñen de rojo cuando Jared se pone de pie y le ofrece la mano —después de que yo le haya dado un codazo para que reaccionara, claro— y parece bastante nervioso mientras le pregunta cómo está.
La cena transcurre sin muchos incidentes. Gail y Robert parecen encantados. Especialmente Gail. Más de una vez la pillo echándonos ojeadas a Jared y a mí y esbozando sonrisitas. Jared ni siquiera se da cuenta, solo está apoyado en el respaldo de su silla con expresión de aburrimiento y la mano en mi rodilla. Me manda un escalofrío por la espina dorsal cada vez que me pasa el pulgar por la rótula. Al final, pongo mi mano sobre la suya y me sorprende la naturalidad del gesto. Hace un año, habría creído que era un gesto de viejos casados, pero ahora solo... me parece natural. De hecho, él ni siquiera parpadea cuando le acaricio el dorso de la mano con los dedos.
Y, como si Gail pudiera adivinar la línea de mis pensamientos, nos mira y sonríe.
—Ya lleváis unos cuantos meses saliendo, ¿no?
—Unos cuantos, sí —le dice Jared, simplemente.
—Cassie me dijo que ya vivís juntos.
Miro a Cassie enseguida y noto que Jared hace lo mismo. Ella finge que está tan centrada hablando con su novio que no se ha dado cuenta.
—No estamos viviendo juntos —aclaro—. Yo tengo una habitación en mi residencia. No está muy lejos de casa de Jared, así que no hay problema.
—¿Y no te parece que podrías ofrecerle vivir en tu casa? —lo riñe su madre con el ceño fruncido—. A la pobre chica le faltará espacio en una residencia. Y debe ser carísima.
Jared le dedica una mirada agria.
—No pasa nada —le aseguro enseguida—. La pago con una beca, así que técnicamente no me sale cara.
Gail sacude la cabeza.
—A este paso, no vais a vivir juntos hasta el día de la boda.
¿Acaba de pronunciar esa última palabrita?
Jared, a mi lado, se atraganta con el agua y empieza a toser. Tex se apresura a darle palmaditas en la espalda para que no muera ahogado.
Por mi parte, suelto la risa más nerviosa que he soltado en mi vida.
—Bueno... eh... no hay prisa.
Gracias a los cielos, el tema no vuelve a surgir.
Cuando terminamos de cenar, Tex se acerca a mí y se sienta descaradamente en mi regazo, mirando a Jared de reojo. Él le dedica al pobre niño una mirada asesina que no parece importarle mucho.
Cuando Robert lo llama para darnos espacio, Jared se inclina hacia mí.
—Yo tardé una maldita eternidad en poder tocarte la rodilla y el crío lo hace en dos horas.
—El crío tiene más encantos que tú.
—Si no estuviéramos en la tu estúpida tregua sin sexo, esta noche te demostraría mis encantos.
Me aseguro enseguida de que nadie ha oído eso y le pellizco la rodilla cuando veo que me está sonriendo, divertido.
—No digas eso en una mesa familiar, pervertido.
—Es la sequía nublándome el cerebro.
Me separo un poco de él cuando Cassie empieza a parlotear, intentando integrar un poco más al pobre Mitchell, que sigue pareciendo bastante incómodo.
Sinceramente, casi se me ha olvidado que no estoy con mi familia. Al menos, no directamente. Me siento como si estuviera en casa. Es una sensación extraña. Hacía años que no me sentía así. Y el pensamiento de sobrecoge un poco porque no estoy acostumbrada a ello.
Y creo que es eso lo que me hace darme cuenta de lo que me he perdido este tiempo sin mis padres.
Me he perdido navidades, cumpleaños, cenas, risas... y momentos en familia. Cosas que podría haber tenido si no hubiera sido por lo estúpida que fui con Nick. Y lo peor es que no fue culpa de él, si no completamente mía. Yo misma lo elegí por encima de mis padres. Y me permití a mí misma irme sin molestarme en disculparme. Ni siquiera he intentado ponerme en contacto de nuevo con ellos por la vergüenza. O por el orgullo. Y a esto me ha llevado el orgullo. A no tener familia a la que ver en Navidad.
Jared nota enseguida que algo va mal conmigo, porque noto sus ojos clavados en mi perfil unos segundos antes de que me disculpe para ir al cuarto de baño. Nadie me presta mucha atención, así que voy a la cocina y salgo al patio trasero. Necesito un poco de aire fresco.
Como ya esperaba, no han pasado ni diez segundos antes de que escuche la puerta deslizarse y volver a cerrarse. Luego, pasos en la nieve y una mano cálida en mi nuca.
—¿Qué pasa? —me pregunta Jared con el ceño fruncido por la preocupación.
—No es nada. Solo... necesitaba un momento.
Me recorre la cara con los ojos.
—¿Quieres que te deje sola? —y, por el tono que ha usado, sabe que no.
Niego con la cabeza de todas formas y me pasa un brazo por encima de los hombros.
—Si quieres, podemos ir a dar una vuelta.
—Sí, por favor —ahora mismo, necesito alejarme de los núcleos de familias felices.
Me da un beso en la frente y me pide que lo espere en el coche. Unos momentos más tarde, pone la radio y conduce en silencio alrededor de su ciudad natal. No sé por qué, pero empieza a contarme detalles de cada rincón que encontramos de cuando él era pequeño y, de alguna forma, termina haciendo que me olvide de mis padres y de mis malditos problemas familiares.
Sin embargo, todos vuelven cuando aparca el coche al borde de un pequeño mirador desierto. No me extraña. No he visto un solo coche desde que hemos salido. Esta noche es para pasarla en familia. No encontraremos a nadie. Somos los únicos raritos.
—Siento haberte obligado a irte de la cena —murmuro cuando apaga el motor.
—No me has obligado a nada. Además, me estaba durmiendo sobre la tarta de manzana.
Empiezo a reírme y, por algún motivo, es en ese momento se me hace un nudo en la garganta y tengo que parar porque, si no, voy a ponerme a llorar. Aparto la mirada y trago saliva.
—Nunca me había detenido a pensar en lo mucho que me he perdido por estar peleada con mis padres —confieso en voz baja.
Él me mira, pero no dice nada.
—Y todo por una pelea —murmuro, agachando la cabeza—. ¿Hasta cuándo vamos a estar sin hablarnos por eso?
—Hasta que una de las dos partes de un paso adelante, Brooke —me dice suavemente.
Sorbo la nariz y asiento con la cabeza.
—Los echo de menos. Muchísimo.
No me puedo creer que vaya a decir esto en voz alta. Creo que ni siquiera se lo diría a Lexi. Y lo peor es que es evidente, pero aún así me siento como si le hubiera dado un grado de confidencialidad a Jared que no le he dado a nadie en toda mi vida. No me atrevo a mirarlo, así que en su lugar me miro las manos.
—¿Crees que...?
Dejo la frase al aire porque no sé cómo continuarla.
—¿...que ellos también te han echado de menos? —termina por mí—. Claro que sí, Brooke.
—Yo no estoy tan segura...
—Yo sí.
—¿Y cómo estás tan seguro?
—Porque tu madre me ha llamado hace una hora.
Mi mundo se detiene de golpe cuando me giro hacia él con los ojos desorbitados.
—¿Qué? —me sale la voz aguda.
—No tenía cómo contactar contigo. Y seguía teniendo mi número por lo del día de la galería.
—P-pero... ¿mi madre? ¿Estás seguro?
—Sí, Rocky, estoy bastante seguro —dice, divertido.
—¿Y...?
Ni siquiera me atrevo a continuar. Estoy demasiado nerviosa. Él sonríe.
—Me ha preguntado cómo estabas, si tenías dónde pasar las vacaciones... todo eso. Y yo le he dicho que estábamos con mi madre, que casualmente se encuentra a una hora de camino de su casa.
Hace una pausa para calcular mi reacción.
—Quiere invitarnos mañana a almorzar en su casa, Brooke —añade suavemente.
Me quedo mirándolo fijamente por lo que parece una eternidad sin poder reaccionar. Él se inclina hacia delante, casi preocupado.
—Brooke, vuelve a la vida.
—Ella... ¿nos ha invitado? ¿Le... le has dicho que sí? ¿O que no?
—Le he dicho que tenía que hablar contigo y que mañana por la mañana se lo diría.
—¡Y no me has dicho nada hasta ahora!
—¿Querías que te lo dijera delante de toda mi familia?
—Vale, no —suspiro y me paso las manos por la cara—. ¿Por qué estoy tan nerviosa?
—Es normal que lo estés —sonríe.
Suelto todo el aire de mis pulmones y me giro hacia él.
—¿Estás seguro de que no te importa acompañarme ahí? No sé si serán muy simpáticos...
—Lo superaré —me asegura.
—Algún día tienes que decirme como puede darte todo tan igual. De verdad, yo también quiero ser así.
—Lo siento, es un don de nacimi...
Se detiene en seco y pone los ojos en blanco.
—No puede ser.
—¿Qué? —pregunto, sorprendida.
—Esta maldita canción me persigue —masculla, subiendo el volumen de la radio.
Tardo dos segundos en identificar la voz de los Backstreet Boys. Entonces, me echo a reír a carcajadas por su cara agria.
—Va a terminar gustándote y lo sabes —le aseguro.
—Jamás.
—¡Espera, no la cambies!
—Si no quieres que tire el coche por el barranco, deja que la cambie.
—Mira que eres exagerado...
De todos modos, me inclino yo misma y paso las emisoras hasta que encuentro una canción que no conozco, pero es bonita. Por su cara, deduzco que él tampoco la conoce.
Me acomodo en el asiento, escuchándola, y miro a mi alrededor. Estamos completamente solos. Y la verdad es que el sitio es preci...
Corto mi propio hilo de pensamientos cuando, de pronto, una idea fugaz cruza mi mente.
Me giro y rodeo su brazo con una mano, sonriendo ligeramente. Me mira de reojo.
—Es sonrisa es muy sospechosa, Rocky.
—Oye... ¿te acuerdas de lo del pacto de tres días sin sexo?
—Sí, demasiado bien.
—Bueno... ahora mismo no estamos en casa de tu madre.
Su expresión aburrida cambia completamente a una interesada casi al momento en que lo digo.
—¿Y qué quieres decir exactamente con eso, pervertida?
—Que... bueno...
Señalo a mi alrededor, repentinamente un poco avergonzada.
—...estamos solos... es de noche...
—¿Quieres que vayamos a dar una vuelta? —me irrita.
—Sabes lo que quiero decir.
Sonríe.
—Llevo pensándolo desde que hemos llegado, pero no quería decirlo para mantener la magia del momento.
—¿Y ahora que lo he dicho yo...?
—Ven aquí.
Sonrío cuando me quita el cinturón y me atrae directamente a su regazo. Mientras hunde una mano en mi pelo, tanteo el asiento hasta que encuentro el botoncito que buscaba. Lo pulso sin dudar y noto que el respaldo baja, dejándonos tumbados conmigo encima de él, que sonríe, negando con la cabeza.
—¿Tienes prisa, Rocky?
—Tengo la sensación de que mañana habrá una foto nuestra en alguna revista con un precioso titular describiendo nuestra noche loca en el coche.
—Tranquila, nadie sube nunca aquí. Solo los adolescentes que quieren echar un polvo y no pueden hacerlo en su casa.
—No me digas que es donde venías con tus... ejem... amigas.
—No —lo piensa un momento—. Curiosamente, nunca vine aquí. Siempre me quedé con la duda de cómo sería.
—Bueno, pues enhorabuena... —sonrío maliciosamente y a él se le oscurece la mirada cuando le desabrocho el cinturón muy lentamente— ...porque vamos a despejar esas dudas en un momento.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top