Capítulo XXX

Solo he podido revisar el capítulo una vez, así que si veis algún fallo, no dudéis en decírmelo :D


XXX - TERAPIA

Tanto Jared como yo miramos a Kevin de reojo. Él está intentando doblarse sobre sí mismo, tumbado de espaldas. Entrecierro los ojos.

—¿Se puede saber qué haces? —pregunto.

Él se detiene y suelta un suspiro lastimero.

—Abdominales.

—Abdominales —repite Jared, poco convencido—. ¿Alguna vez habías hecho un abdominal?

—Pues claro que sí. En gimnasia, en el instituto. Hasta que dejé de ir a clase.

Vuelve a intentarlo y yo contengo una sonrisa cuando veo que se pone rojo del esfuerzo.

—Oye, Kev, no creo que los abdominales funcionen así del todo —intento decirle tan suavemente como puedo.

—Definitivamente, no son así —confirma Jared.

—¿Y vosotros qué sabréis? —protesta él, poniéndose de pie.

Está en mi habitación porque ha discutido con Lexi y no tiene forma de volver a casa, así que su mejor idea ha sido venir a mi habitación y esperar a que Jared se marche. Es una pena. Yo quería que se quedara a dormir.

Por cierto, Kevin sigue a la defensiva. Se cruza de brazos, mirándonos, pero no dice nada.

—¿Por qué quieres hacer ejercicio ahora, de repente? —pregunto, curiosa.

—Para que tu amiga vuelva a querer estar conmigo, obviamente —pone los ojos en blanco—. Oye, ¿tú no podrías hablar con ella y convencerla de que...?

—Yo no pienso meterme en eso —aseguro enseguida.

—Oh, vamos, Brooke, te estaría taaaaaan agradecido si...

—Lo siento, Kev.

—Pero es que te estaría taaaaaaaaaaaaaan agradecido...

—Que te ha dicho que no, pesado —le dice Jared.

Kevin vuelve a adoptar una postura enfadada, aunque esta vez solo es hacia él.

—Y yo que creía que tener novia iba a quitarte un poco la amargura...

—Tú eres mi amargura.

—¿Te parece normal llamar amargura a tu mejor amigo?

—¿Mejor... qué?

—Si sigues así, Jed, nuestra amistad no va a durar mucho más.

—Entonces, quizá debería dejar que fueras caminando a tu casita —él enarca una ceja.

Kevin pone una mueca y lo piensa mejor.

—Eh... sí, vale. Mejor me callo.

—Sí, mejor.

—¿Y cuándo nos vamos? Va a empezar mi serie favorita en diez minutos...

Jared suspira y se pone de pie. Lo miro de reojo cuando hace un gesto a Kevin.

—Venga, vamos.

Él sonríe ampliamente y va directo hacia la puerta. Yo sacudo la cabeza y los sigo. Kevin ya está por las escaleras, pero Jared se detiene un momento para inclinarse hacia mí y darme un beso en los labios.

—Nos vemos mañana.

—Acuérdate de que vamos a esa terapia no sé qué.

Pone una mueca.

—...o no.

—...o sí.

—Ya lo veremos.

—No, Jared, vamos a ir.

Él pone los ojos en blanco mientras va hacia las escaleras.

—¡Vamos a ir! —le repito a sus espaldas.

—Que sí, mamá —masculla.

Sonrío malévolamente y hago un ademán de cerrar la puerta cuando desaparece, pero me detengo cuando veo que Lexi asoma la cabeza.

—¿Ya se ha ido?

—¿Quién? —pregunto, confusa.

—El papa. ¿Tú quién crees, Brookie?

Suspira y entra en mi habitación sin preguntar. Yo, sorprendida, cierro a mi espalda y me acerco a ella, que se ha dejado caer en mi cama. Tiene la cara tapada con las manos.

—¿Y bien?

—Necesito que convoques también a Liam para pedirle consejo.

—¿Ahora? Son casi las once, Lexi.

—¿Y qué? Si ese no duerme.

—No, claro, vive de amor.

—Pues, técnicamente, yo diría que sí.

De todos modos, termino llamando a Liam, que aparece en mi habitación poco después. Se deja caer también en mi cama y mira a Lexi, sediento de cotilleos.

—¿Qué pasa? ¿Qué habéis hecho? —pregunta, entusiasmado.

—Yo nada —aclaro.

—¿Lexi?

Ella suspira y repiquetea los dedos en su estómago.

—Me he peleado con el idiota de Kevin.

Liam y yo intercambiamos una mirada y ella entrecierra los ojos.

—¿Qué?

—A ver, Lex... —intento sonar suave—, no te ofendas, pero...

—...os pasáis el maldito día discutiendo y haciéndolo, ¿te crees que estamos sorprendidos?

Miro a Liam.

—Gracias por la suavidad.

—Si quisierais suavidad, no me habríais llamado a mí.

—¿Podemos centrarnos? —protesta Lexi, quedándose sentada delante de nosotros—. Es... bueno, es un poco embarazoso.

—Ya tienes mi atención —sonríe Liam ampliamente.

—Es que... mientras... eh... lo hacíamos... mhm...

—Esto se pone interesante —murmuro cuando hace una pausa, avergonzada.

—No es interesante, Brooke, es horrible.

—Vale, pero ¿qué es horrible exactamente?

—Que... yo... —ella respira hondo—. Me ha confesado que ha estado con otras durante estas semanas.

Silencio. Parece ofenderse un poco cuando ni Liam ni yo damos señales de parecer sorprendidos.

—¿No tenéis nada que comentar?

—A ver... —lo pienso un momento—. Yo... bueno, no sabia que teníais una relación exclusiva.

—¡Y no la teníamos!

Miro a Liam, confusa. Él me mira a mí, todavía más confuso.

—¿Y cuál es el problema? —pregunta al final.

—¡Que ha estado con otras! ¡Ese es el problema!

—Lex, tú has estado con otros —le recuerdo.

—¡No es lo mismo!

—Yo diría que sí.

—¡Claro que no! ¡Yo no se lo digo!

—Y está científicamente demostrado que eso es mucho mejor —Liam asiente con la cabeza.

Empiezo a reírme y Lexi nos pone una mueca enfadada.

—No sé por qué me molesto en contaros nada. No me tomáis en serio.

—A ver, Lex, has sido un poco irracional con el pobre Kev.

—¡Tú solo estás de su parte porque es el amiguito de tu novio!

—Yo  no estoy de parte de nadie —digo enseguida.

—¿Y tú? —ella clava los ojos en Liam.

Él duda un momento. Había estado mirando su móvil, pero lo deja a un lado.

—Yo digo lo que diga Brooke —concluye.

—Ugh —Lexi baja de mi cama y va, muy enfadada, hacia la puerta—. ¿Qué clase de amigos sois vosotros? ¡Se supone que tenéis que apoyarme en todo, por irracional y estúpido que sea!

—No estoy seguro de que la amistad funcione así, la verdad.

—¡A nadie le importa lo que pienses, Liam!

Él levanta las cejas, divertido, y Lexi se va cerrando de un portazo. Nos quedamos los dos en silencio un momento, sorprendidos.

—Alguien está un poquito alterada —comenta Liam.

—¿Un poquito? —repito, poco convencida.

—Pero, ¿qué le importa si el otro se ha acostado con otras? Si ella también lo ha hecho.

—No creo que sea eso, Liam.

—¿Entonces?

Lo pienso un momento y sacudo la cabeza.

—Creo que realmente le gusta Kevin.

—¿Y por qué se acuesta con otros?

—¿Yo qué sé? Lexi es... muy Lexi.

—Si te gusta alguien de verdad, no te acuestas con otros.

—Te recuerdo, querido Liam, que tú llevas un año y medio proclamando que te gusto muchísimo y, sin embargo, cada noche te acuestas con una diferente.

—Oye, ¡yo tengo mucho amor para dar!

—Eso ya lo veo.

—Además, me acuesto con otras porque tú me dices que no —añade, levantando y bajando las cejas—. Ya sabes que si quieres mi exclusividad solo tienes que pedírmela. Soy todo tuyo.

—Liam...

—¿Qué?

—Tengo novio.

—Bueno, pues no se lo digas —sonríe ampliamente.

—Sí, claro, y luego hacemos un trío —ironizo, sacudiendo la cabeza.

—¿Eh? —de repente, se pone rojo—. No. Eso no.

Estaba a punto de ponerme de pie, pero me detengo de golpe. ¿Se acaba de ruborizar? Sonrío, estupefacta, y su rubor aumenta.

—¿Estás... rojo?

—¿Eh? No. Claro que no. No digas tonterías.

—¡Liam! ¡Nunca te había visto ruborizado!

—¡Que yo no estoy ruborizado! ¡Tengo calor!

—¿Qué pasa? —me acerco, curiosa—. ¿Lo del trío te ha dado vergüenza o qué?

—No —se cruza de brazos.

—¡Vamos, cuéntamelo!

—¡No hay nada que contar!

—¡Liam!

Él suspira pesadamente. Yo lo miro, intrigada, cuando veo que piensa muy bien las palabras que va a usar.

—Bueno, la perspectiva de ser comparado con don tatuajes es un poco vergonzosa.

Me quedo en silencio un momento, pasmada. ¿Era eso? ¿En serio?

—¿Por qué?

—Por nada.

Le pincho el brazo con un dedo y me pone mala cara.

—¿Qué?

—¿Te daría miedo no estar a la altura de Jared? —pregunto, entre la sorpresa y la diversión.

—¡No es eso! —pero se pone tan rojo que me da la sensación de que sí lo es.

—¡No me lo puedo crees!

—¡QUE NO ES ESO!

—Pero, ¿por qué? ¿Crees que serías peor?

—Perdona, yo soy genial.

—¿Entonces?

Pone los ojos en blanco y finge que mira la hora pese a no llevar reloj.

—¡Vaya, qué tarde, debería irme!

—¡Quieto! —lo vuelvo a sentar en la cama—. Vale, no te seguiré hablando de temas sexuales, lo siento.

—Gracias —masculla.

—Pero tengo una última pregunta.

—Mhm... —no parece muy convencido.

—¿Llegaste a hacer algo con Ally?

Al menos, deja de estar ruborizado cuando me mira.

—No.

—¿No?

—No.

—¿Y por qué no? —parpadeo, sorprendida—. Creo que es la primera vez que te veo diciendo que no a alguien.

—Ya te dije que iba a ser más selectivo con las chicas.

—¿Y qué tiene Ally de malo?

—Uno: que es famosa.

—Te aseguro que estar con un famoso no está tan mal.

—Dos: es amiga tuya.

—Pero...

—Tres: iba a volver a verla en algún momento. Y no me gusta eso.

Le pongo mala cara.

—Pobre Ally.

Él se encoge de hombros.

—Lo siento, pero va a tener que quedarse con las ganas de probar este cuerpo hecho para el pecado.

Sacudo la cabeza, riendo, cuando sonríe misteriosamente. Liam es el mejor.

***

—¿Estás nervioso?

Miro a Jared. Él tarda unos momentos en responder mientras termina de aparcar el coche.

—No —masculla—. Tenso, quizá.

Jared apaga el motor un poco más bruscamente que de costumbre y clava los ojos en el edificio de ladrillo que tenemos delante. Decido esperar por él y creo que hago bien, porque al cabo de unos segundos suspira y abre la puerta.

—Acabemos con esto.

Bajo también del coche y me acerco a él, que me está esperando. Dejo que me sujete la mano por el camino y se me hace extraño. Creo que nunca había ido de la mano con alguien por la calle. No está mal. Podría acostumbrarme sin problemas.

Veo un cartel anunciando la terapia en grupo y Jared abre la gran puerta de madera con el hombro, haciendo que cruja. Noto que me ha apretado un poco la mano, pero no digo nada.

La sala parece un gimnasio vacío, la verdad. Es un poco demasiado ancha, con una mesa al fondo con un plato de galletas, café y agua y un grupo de sillas puestas a modo de círculo. Es un poco deprimente.

Veo que, justo en este momento, la gente se está reuniendo en esas sillas para sentarse. Tiro del brazo de Jared y nos sentamos los dos juntos en dos de las vacías. Nadie parece muy extrañado al vernos, así que supongo que estarán acostumbrados a las caras nuevas. Miro a mi alrededor y veo que nadie parece muy animado. De hecho, el ambiente es un poquito... triste.

Jared, a mi lado, se remueve incómodo y veo que traga saliva. Yo intento decirle algo, pero la que supongo que será la psicóloga se pone de pie y nos dedica a todos una pequeña sonrisa amable.

—Buenas noches a todos —nos dice en tono cordial—. Para quienes no me conozcan, soy la doctora Turner. Me alegra ver que, pese a las horas, habéis decidido venir a la terapia. Solo quería recordaros que quiero que tratéis este espacio como vuestra casa. Si necesitáis comer o beber algo, no dudéis en levantaros e ir a la mesa. Eso sí, por favor, respetemos el silencio cuando un compañero esté hablando. Muchas gracias.

Ella se ajusta su chaqueta formal y vuelve a sentarse, ahora ya con toda la atención puesta en ella.

—Veo muchas caras nuevas —añade—. ¡Eso es fantástico! Espero que esta terapia os ayude a enfrentaros a vuestro problema con la actitud adecuada.

Jared, a mi lado, pone los ojos en blanco.

—"Problema" —repite en voz baja, sacudiendo la cabeza.

Menos mal que no se ha dado cuenta nadie. Le doy un codazo disimulado y él no dice nada, pero veo que se cruza de brazos.

—Ya sabéis que nadie tiene por qué hablar si no se siente cómodo con ello —sigue hablando la doctora Turner—. Pese a eso, esta terapia se basa en la comunicación. En el intercambio. Aquí, todos estamos presentes por el mismo motivo, ¿verdad? Nuestra vida se ha visto afectada de un modo u otro por el trastorno maníaco-depresivo. Algunos estáis en fase de medicación, otros habéis tenido una recaída recientemente o acabáis de ser diagnosticados... o incluso tenéis a alguien cercano que ha sufrido esta enfermedad.

Hace una pausa y todo el mundo guarda silencio. Vale, esto es un poco frío.

—¿Qué os parece si, para empezar, demos la oportunidad a quien quiera de hablar de su experiencia? Recordad que podéis intervenir u opinar sin problema, solo tenéis que levantar la mano o esperar a que, quien esté hablando, termine. Bien, ¿hay algún voluntario para empezar?

Y así empieza la terapia. Un hombre habla de que ha tenido bipolaridad toda su vida y ha tenido tres recaídas. Después, una chica un poco más joven que yo nos cuenta que acaba de ser diagnosticada y que en su casa no saben cómo tratarla y no le dan dinero para terapia normal, así que por eso viene aquí. Una mujer dice que su madre tiene bipolaridad de tipo I. Un chico de unos treinta años habla de que ha tenido una recaída...

La verdad es que esto está siendo más interesante de lo que creía. Me he encontrado a mí misma escuchando atentamente cada historia y encontrando ciertos parecidos a la mía con Jared. Eso hace que lo mire unas cuantas veces, pero él ha seguido con los brazos cruzados y la mirada clavada en el suelo todo el rato. Si ha estado escuchando, no ha dado señales de ello. Decido no molestarlo, me da la impresión de que ahora mismo lo último que necesita es que intente acercarme a él.

Vuelvo a acercarme cuando la doctora hace un gesto a la chica de unos veinticinco años que tiene a la derecha.

—Creo que tú eres una cara nueva, ¿no es así?

—Sí —ella parece un poco avergonzada.

—¿Cómo te llamas?

—Lisa.

—¿Y te gustaría compartir tu historia con nosotros, Lisa?

Ella duda, traga saliva y se pone de pie.

—Sí, claro...

Veo que se mira las manos y luego asiente con la cabeza.

—Bueno, la verdad es que yo nunca he tenido bipolaridad. Quien sí la tiene es mi hermana pequeña. No sé si realmente mi opinión es...

—Cualquier experiencia es válida —le asegura la doctora con una pequeña sonrisa.

—Está bien.

Ella se vuelve a mirar las manos y cierra los ojos un momento.

—Ella y yo nunca no nos llevamos demasiado bien —murmura sin mirar a nadie en concreto—. De hecho, siempre nos llevamos... francamente mal. Tenemos personalidades muy dispares y chocamos continuamente.

»Pero... hace unos tres años me di cuenta de que le pasaba algo raro. Ella nunca ha sido una de esas chicas que salen mucho con sus amigos. De hecho... nunca ha tenido demasiados amigos. Pero... eso no había sido un problema. Al menos, no hasta ese momento. Empecé a notar cambios en su comportamiento. Como que había dejado de comer, que apenas salía de la cama, que se pasaba el día sin hacer nada... ni siquiera iba a clase. Simplemente, no quería hablar con nadie.

—Una primera fase depresiva —dice alguien del grupo.

Lisa asiente una vez con la cabeza.

—Yo no sé mucho de estos temas. No... no es lo mío. Y creí que solo era una fase de adolescencia. Después de todo, ella tenía solo dieciséis años. Así que no le di importancia. Y lo dejé pasar y... bueno, la cosa no mejoró. De hecho, empeoró. Intenté hablarlo con mis padres, pero ellos decían que solo estaba triste y ya se le pasaría solo. Yo no insistí mucho y volví a dejar pasar las cosas.

»Ya os he dicho que no nos llevábamos muy bien. Así que cuando intentaba hablar con ella, siempre terminábamos discutiendo. Y nos decíamos cosas horribles la una a la otra, cosa que solo la hundía más y más en la miseria...

»Al final, cuando había decidido hablar otra vez con mis padres, ella cambió drásticamente. Empezó a salir compulsivamente con sus amigos. Empezó a hacer lo que haría una chica de su edad... pero al extremo. Empezó a salir con un chico que... bueno... no es el modelo de chico que quieres para tu hermana pequeña. Y yo me metía mucho con ella. Continuamente. Estuvimos unos meses así hasta que le pregunté qué le pasaba.

»Y volvimos otra vez al principio. Una y otra vez durante dos años. Al final, no pude más y la llevé yo misma a un psicólogo. Le diagnosticaron bipolaridad al cabo de dos meses y ella empezó una terapia más adecuada para ella. Empezó a medicarse y... bueno, la verdad es que parecía que iba a mejor. Volvía a ser la chica que había sido antes de que todo eso empezara. Y sonreía, incluso. Parece una tontería, pero... no te das cuenta de lo mucho que puede sonreír alguien hasta que deja de hacerlo.

»Esto duró unos meses. De hecho, duró hasta abril de este año. Entonces...

Se corta a sí misma y niega con la cabeza, tragando saliva. La psicóloga le sonríe amablemente.

—Una recaída, ¿no es así?

Pero Lisa niega con la cabeza.

—No. Ella se... se suicidó.

Entreabro los labios cuando veo que le cuesta seguir hablando sin ponerse a llorar. El silencio de la sala ahora es mucho más distinto. Así como en los otros casos mucha gente no se molestaba en escuchar, ahora todo el mundo la está mirando fijamente. Incluso Jared. Ella respira hondo para poder seguir.

—Justo... justo cuando parecía que todo iba bien —dice en voz baja—. No... no lo entiendo. Se suponía que estaba mejor. Sonreía y... y de repente...

Cuando la psicóloga ve que va a ponerse a llorar, se apresura a ponerse de pie para atraer la atención del grupo. Ella vuelve a sentarse y veo que se pasa los dedos bajo los ojos.

—La historia de Lisa y su hermana es un ejemplo perfecto de que la depresión es algo muy serio, no simplemente estar triste —dice la doctora—. Y que no siempre podemos notarlo solo mirando a una persona.

Creo que quiere añadir algo más, pero le da miedo el aura que ha adquirido la cosa y se apresura a pedirle a otra persona que diga algo. Así, los demás siguen hablando y yo miro a Jared de reojo. Él está todavía más tenso que antes con la mirada clavada en la puerta.

Y la doctora tiene que elegir ese preciso momento para preguntarle a él.

—Tú también eres nuevo, ¿verdad?

Jared clava en ella una mirada que habría helado el infierno.

—Sí.

—¿Puedo saber tu nombre?

—Jed.

—¿Quieres compartir tu histori...?

—No —le dice secamente.

Parpadeo, sorprendida, hacia él.

La doctora se ha quedado un poco descolocada con la forma de decirlo, pero se recompone enseguida.

—Bueno, ya hemos dicho que no es obligatorio hablar, pero...

—No voy a compartir nada —la corta él.

Frunzo un poco el ceño.

—Jared... —susurro.

Pero me ignora completamente, inclinándose hacia delante.

—¿Cree de verdad que esto ayuda a alguien? —pregunta él directamente.

La doctora entreabre los labios, pero parece que no sabe qué decir, así que Jared continua sin necesitar respuesta.

—¿Cree que hablar de nuestra maldita enfermedad como un "problema" va a arreglar algo? ¿Que va a hacer que deje de ser una mierda que de una forma u otra nos ha jodido la vida a todos lo que estamos aquí?

Miro a mi alrededor, muda de la impresión, y veo que todo el mundo lo está mirando. La doctora está colorada de la vergüenza, pero sigue sin decir nada.

—Estas terapias no sirven para nada —sigue Jared—. No va a convencer a alguien que tiene una maldita enfermedad incurable de que hay algo positivo en ella. No lo hay, siento decírselo. Pero eso no podría saberlo, porque me apostaría lo que fuera a que ni tiene ni ha tenido a alguien cercano que lo sufra.

La cara de la pobre mujer me dice que eso es verdad.

—Y oír la historia de alguien que ha tenido depresión toda su vida... de alguien que ha perdido un ser querido... de alguien a quien tienen que quitarle la tarjeta de crédito porque no puede controlarse cuando está en fase maníaca... y todo por la misma maldita razón... ¿cree que me va a ayudar de algo? ¿Cree que va a tener un impacto positivo en cualquier persona que haya pasado también por eso?

—Jared —le digo en voz baja.

—O no, a lo mejor se cree que hablando de mis problemas con un grupo de desconocidos se me va a olvidar de repente que soy un puto enfermo.

—Jared —esta vez, sueno enfadada—, ya vale.

Él no me mira, pero suelta un resoplido y se pone de pie. Todo el mundo lo mira fijamente cuando va directo hacia la puerta y al aparcamiento. Yo le dedico una disculpa con los ojos a la doctora, que sigue roja como un tomate, y me apresuro a seguirlo.

Lo encuentro apoyado con la espalda en su coche pasándose una mano por la cara. Tengo los puños apretados cuando me detengo a su lado.

—¿Eso era necesario? —pregunto, enfadada.

—Sí —me dice, simplemente, mirándome.

—¡No, Jared! ¡Esa mujer solo intentaba hacer su trabajo!

—Su trabajo —repite con una sonrisa irónica—. Esa mujer no tiene ni puta idea de lo que es ser bipolar.

—¡Es psicóloga!

—¿Y te crees que un psicólogo sabe más que un enfermo? ¿Te digo a cuántos psicólogos he ido que era completos inútiles?

—No te llames así —le pido en voz baja.

—¿Cómo? ¿Enfermo? Siento ser el que te lo recuerde, pero es lo que soy, Brooke.

—¡Tú mismo me dijiste que no querías contarme nada de esto porque solo vería tu enfermedad, y no a ti! ¡Y ahora eres tú quien lo hace!

Tomo una pausa y él se limita a mirarme con los brazos cruzados.

—¿A qué ha venido eso? —pregunto, entrecerrando los ojos.

—A nada.

—Jared, no empieces.

—No empiezo nada.

—¡Sí, haces lo mismo de siempre! ¡No me cuentas las cosas!

Él suspira y señala el coche.

—Vamos, te llevaré a la residencia.

Ya está abriendo la puerta cuando se da cuenta de que no voy a seguirlo. Se vuelve a girar hacia mí.

—¿Qué? —enarca una ceja.

—¿Por qué haces esto?

—No estoy haciendo nada.

—Pero, ¿tú has visto lo que has dicho ahí dentro?

—No he dicho nada que todos los demás no pensaran.

—¡Ha sido desproporcionado, Jared!

—¡Ha sido la verdad!

—¡¿Qué verdad?!

—¡Que esa chica, la que ha perdido a su hermana y viene a llorar a una maldita terapia de grupo porque no sabe cómo afrontarlo, podría ser Cassie! —explota—. ¡O mi madre!

Se detiene y aparta la mirada.

—O tú —añade en voz baja.

Cierro los ojos un momento y niego con la cabeza.

—Jared, es un caso. No quiere decir...

—No lo entiendes —esboza una sonrisa amarga, mirándome.

Me detengo, confusa.

—¿El qué?

—Nada. No entiendes nada de lo que es tener depresión, como todos los que no la han tenido en su vida. Tienes asumido que una depresión es solo un poco de tristeza que se te pasa sola, pero no es así. Es mucho peor. Es un maldito pozo sin fondo. Como si alguien apagara algo dentro de ti, sin que tú sepas ni qué es ese algo, y no pudieras volver a encenderlo por mucho que lo intentaras. Y, joder, cuando estás en esa oscuridad es casi imposible encontrar la salida. Y cuando no encuentras la salida a algo así, la opción fácil de acabar con todo no deja de venirte a la cabeza. Una y otra vez. Porque, ¿qué más da? ¿A quién iba a importarle? Solo eres un puto enfermo que amarga la vida a los que te rodean. Estarían mejor sin ti.

Soy incapaz de decir nada. Él aprieta los labios durante unos segundos, sin mirarme.

—¿Sabes la cantidad de veces que yo podría haberme convertido en la hermana de esa chica? ¿Sabes la cantidad de malditas veces que ha cruzado por mi cabeza?

Él se queda en silencio y no sé qué hacer. No sé ni qué pensar. Pero se me forma un nudo en la garganta. Jared frunce un poco el ceño, mirando el suelo.

—El único motivo por el que no lo he hecho es Cassie. Y mi madre. Y ahora tú. Si no...

Sacude la cabeza.

—Por eso no quería venir a la maldita terapia grupal. No me gusta escuchar esas historias. Nunca me ha gustado. Y siempre me voy peor de lo que he venido. 

—No tenemos que volver si no quieres —le digo en voz baja, por fin.

—No, no quiero —esboza una sonrisa sin ninguna gracia—. Pero... supongo que no debería haber hablado así a esa mujer.

Le miro unos instantes antes de esbozar media sonrisa.

—Tenías un poco de razón —me encojo de hombros.

Él suspira y niega con la cabeza.

—Creo que se le van a quitar las ganas de terapias grupales por un tiempo.

—Creo que a todos ellos.

Ya no puedo más y doy un paso hacia él. Al instante, me rodea con los brazos y deja que apoye mi frente en su pecho. La verdad es que me estaba congelando, así que agradezco un poco de calor corporal. Pese a que tiene las manos heladas.

—Algún día deberías escribir un libro contando lo que te pasa por la cabeza —mascullo—. O un manual de instrucciones. Me ayudaría bastante a entenderte.

—Si yo soy fácil de entender.

Me separo para mirarlo con una ceja enarcada y él parece sinceramente confuso.

—¿Qué?

—Jared, cariño, eres un maldito acertijo digno de Indiana Jones y Lara Croft unidos.

Espero una respuesta, pero veo que se limita a esbozar una sonrisa medio perpleja.

—¿Y bien? —pregunto, al ver que se ha quedado en silencio.

—¿Me has llamado cariño? —pregunta, divertido.

—¿Eh? —el frío abandona mi cuerpo cuando me pongo roja.

—Me has llamado cariño —afirma, esta vez sonriendo más.

—¡Yo... yo no llamo cariño a nadie! ¡Menuda cursilada!

—Acabas de hacerlo.

—¡No es verdad!

—Ya lo creo que lo es.

—¡No lo es!

Avergonzada, doy la vuelta al coche y me meto en el asiento del copiloto. Estoy de brazos cruzados mirando al frente con las mejillas encendidas. Escucho que se ríe suavemente cuando se sienta a mi lado y tengo que contenerme para no sacarle el dedo corazón.

Sin embargo, de repente noto que se inclina y me da un beso justo debajo de la oreja. Lo miro, confusa, y veo que me dedica una pequeña sonrisa.

—Te aseguro que si hay una persona en el mundo que pueda llamarme "cariño" o cualquier otro apelativo cariñoso y que me guste... eres tú, Brooke.

Se gira para encender el coche y sale del aparcamiento. Yo esbozo una sonrisa de idiota total mientras se incorpora en la carretera, más relajada.

—Bueno —murmura, cambiando de emisora con una sonrisa burlona—, ¿qué quieres escuchar, cariño?

Le dedico una mirada agria.

—Oh, cállate.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top