Capítulo XXVII

XXVII - RESIGNACIÓN

—Uf, cómo pesa esto.

Suspiro y dejo la maleta en el suelo de la habitación. Lexi está sentada en mi cama tan tranquila porque solo me ha ayudado a subir el bolso. Por no hablar de Liam, que no se ha molestado en moverse en absoluto. De hecho, ha estado todo el rato mirando el móvil con gesto aburrido.

—Gracias por la ayuda, ¿eh? —protesto, jadeando por el esfuerzo—. No sé qué habría hecho sin vosotros.

—De nada, Brookie —sonríe Liam ampliamente.

Niego con la cabeza y cierro la puerta. Ya tengo todas mis cosas en la residencia... otra vez. Vuelta a empezar.

Lo cierto es que la habitación se ve rara sin todas mis fotografías tiradas por todas partes. Me había propuesto a mí misma no volver a dejarla hecha un desastre, pero creo que en dos días volverá a estar igual de mal que el año pasado. Soy así de desastre con mi vida.

—No me puedo creer que volvamos a estar aquí —comenta Lexi, pensativa.

—Técnicamente, yo no me he ido en ningún momento —remarca Liam—. Gracias por haberme echado tanto de menos.

—¿Y por qué no te has ido? —Lexi lo mira. 

—Esencialmente, porque vivo aquí —él se encoge de hombros—. Es decir, en la ciudad. En mi casa. No en la habitación de Brooke.

—Gracias por la aclaración, Liam —sonrío, divertida.

—Aunque si te sientes sola, tardo solo cinco minutos en llegar. No lo olvides, ¿eh?

—¿Cinco minutos? —niego con la cabeza—. Lo siento, demasiado tiempo. No creo que vaya a llamarte.

—Bueno, también está la opción de que me invites a compartir esta maravillosa habitación contigo.

—Sí, claro, y duermes debajo de la cama, ¿no?

—Yo había pensado en dormir debajo de ti, pero lo que prefieras.

Le lanzo una almohada mientras él se ríe maliciosamente. Lexi, que ha estado tumbada entre nosotros todo el tiempo, pone los ojos en blanco.

—¿Podéis esperar a flirtear cuando yo no esté delante? O, al menos, cuando no esté literalmente en medio de vosotros.

—No estábamos flirteando —le pongo mala cara.

—Exacto. Solo manteníamos una conversación seria de cómo follaremos justo donde estás tú tumbada.

—Oh, qué asco —Lexi se pone de pie se cruza de brazos, enfurruñada.

Liam se distrae un momento para reírse de ella antes de mirarme.

—¿Ya has hablado con nuestra querida jefa para que vuelva a contratarte?.

—Mhm... la verdad es que no.

—Yo no volvería a trabajar ahí —me dice Lexi, pensativa, optando por sentarse en mi silla de escritorio—. Ya tienes el dinero de la galería. No te hace falta soportar a esa vieja loca.

—No es solo una vieja loca —dice Liam, casi ofendido—. Tiene buen gusto.

—¿Eso lo dices porque le gustas tú específicamente? —pregunto, enarcando una ceja.

—Evidentemente —asiente con la cabeza, muy digno.

—Entonces, tiene todo menos buen gusto —le dice Lexi.

—¿Perdona? ¿Qué has dicho? Tu envidia no me ha dejado escucharlo bien.

Me río de la cara de irritada de Lexi. Realmente, Liam es la única persona que conozco que es capaz de agotarle la paciencia en tan poco tiempo. No sé si debería sentirse orgulloso o preocupado.

—Bueno, ya dejaremos lo de cuestionar el pésimo gusto de Wells para otro día —Lexi entrelaza los dedos y sonríe malévolamente—. ¿Sabéis lo que tengo ahora en mente?

—¿Comer? —pregunto—. Tengo hambre.

—No... Bueno, yo también, pero no es...

—Comer es importante —le dice Liam.

—Lo sé, pero no...

—Y beber —murmuro, pensativa.

—No me refiero...

—Sí, una buena hidratación es muy import...

—¡¿Queréis escucharme, pesados?! —protesta Lex—. Lo que estoy pensando, es que esta noche vamos a ir a emborracharnos.

Hay un momento de silencio. Su expresión decae un poco cuando ve que ninguno de nosotros se entusiasma demasiado. Veo que Liam suspira pesadamente.

—¿Hoy? —pregunta—. ¿No podemos mirar una película o algo así?

—Sí —murmuro.

—Y meternos mano bajo las mantas —añade.

—No, Liam —enarco una ceja.

—¿Solo película?

—Sí.

—Serás aburrida.

—¿Podéis centraros? —replica Lexi, como si le habláramos de algo completamente disparatado—. ¿Desde cuándo tenéis ochenta años?

—¿Desde cuándo solo pueden ver películas las personas de ochenta años? —pregunto, ofendida.

—¿Un viernes por la noche? ¡Desde siempre! —nos señala a ambos con el ceño fruncido—. Y no lo estaba proponiendo. Era una orden. Después de cenar, estaréis los dos arreglados y guapos aquí abajo, porque vamos a emborracharnos en el primero local que encontremos para bailar hasta que salga el sol. ¿Está claro?

No nos deja responder. Sale de la habitación, muy indignada, y cierra a su espalda. Yo suspiro y me dejo caer de espaldas en la cama, con el hombro rozándose con el de Liam. Miro el techo un momento.

—¿Crees que ahora mismo está avisando a Sam y Riley? —le pregunto.

—¿Acaso lo dudas?

Sonrío y niego con la cabeza.

—No me apetece salir.

—Lexi tiene razón, deberíamos salir —la defiende—. Especialmente tú.

—¿Especialmente yo? ¿Y eso por qué?

—Brookie, no te ofendas...

—...si empiezas así, sé que voy a ofenderme.

—...pero es que parece que te has quedado viuda. Te pasas el día cabizbaja y con la mirada perdida. ¿Y qué si cortaste con don tatuajes? Solo es un novio más. Ya verás como en un tiempo ni te acordarás de que existe.

Le pongo mala cara y me incorporo. Sí, claro. Ojalá. Él se sienta a mi lado, suspirando.

—Bueno, quizá ha sonado un poco más brusco de lo que pretendía —añade.

—No pasa nada —murmuro sin mirarlo—. En fin... debería ordenar todo esto.

Espero que pille la indirecta, porque ahora mismo necesito estar sola. Por suerte, lo hace. Me guiña un ojo y se va felizmente a la puerta, dejándome con mis maletas todavía llenas.

***

Debería estar más animada, lo sé. Pero no lo estoy.

Ni siquiera me he arreglado demasiado. Solo llevo una camiseta negra y unos pantalones viejos. Lexi casi me ha matado cuando lo ha visto, pero por suerte su sed de sangre se ha calmado cuando ha aparecido Liam con los ánimos por los aires.

Esperamos unos minutos delante de la residencia hasta que aparece Sam con su coche. Riley se asoma a la ventana del copiloto y nos guiña un ojo.

—Venga, subid, guaps —nos dice alegremente.

—Qué secuestradora ha sonado —murmura Liam.

No me queda otra que quedarme entre Liam y Lexi.

—¿Y qué te hace pensar que no te secuestraremos? —bromea Riley, asomándose entre los dos asientos delanteros.

—Sam lo soltaría en dos días solo para no aguantarlo —dice Lexi, sacudiendo la cabeza.

—No lo creo —murmura Sam, empezando a conducir—. Creo que directamente lo mataría.

—Yo creo que terminarías queriéndome, Sam —le dice Liam alegremente—. Podría llamarte papi Sami. ¿Qué te parece?

—Me parece que eres un idiota.

—Oooooooh, papi Sami es un aburrido —Liam me pone una mueca triste y sonríe, divertida—. Qué sorpresa, ¿verdad, Brookie?

—Una gran sorpresa —ironizo, más animada.

—No la obligues a decir tonterías —protesta Sam.

—¡Yo no he obligado a Brookie-tookie a decir nada! ¡Y no eran tonterías!

—¿Quieres dejar de llamarla así?

—Por Dios, Sam —Lexi pone los ojos en blanco—, no es tu hija. Relájate un poco.

—Tú también podrías llamarlo papi Sami —me dice Liam.

Creo que este chico quiere morir. Menos mal que Sam tiene las manos ocupadas en el volante. Niego con la cabeza, divertida.

—Creo que me quedaré con Sam.

—Gracias, Brooke —me dice Sam de mal humor.

—Oye —Lexi parpadea, como si acabara de llegar a una conclusión—, ¿por qué no habéis querido ir en mi coche y sí en el de Sam?

—Sam no va a beber —aclara Riley tranquilamente.

—Exacto —dice él—. Y tú sí.

—¿Y qué más da si bebo y conduzco? Tampoco está tan lejos.

—Lexi —Sam pone los ojos en blanco—, ten un poco de responsabilidad por una vez en tu vida.

—Papi Sami tiene más responsabilidad que tu, querida Lexi —le dice Liam.

Sam aprieta los dientes y tanto Liam como Lexi empiezan a reírse a carcajadas de él.

Os aseguro que es un trayecto largo. Demasiado largo. O eso parece con esos dos pesados a ambos lados. No dejan de provocar a Sam y, cada vez que se inclinan hacia delante para asomarse entre los asientos, hacen que me tambalee de un lado a otro del asiento. 

Para unos amigos que te aguantan, no te quejes tanto.

Gracias, conciencia. Siempre estás de mi parte cuando más te necesito.

De nada, querida. Ahora que tengo tu atención... ¿y si hacemos una pequeña llamadita a nuestro querido Jared? 

¿Eh? No. De eso nada.

Sabes que lo echas de menos. 

¡No es verdad!

Soy tu conciencia. Te acuerdas de eso,, ¿no? Mentirme no te va a servir de mucho.

Oh, cállate.

Ya ha pasado demasiado tiempo... sabes que si lo llamaras vendría corriendo y...

Hora de dejar de escucharla.

Lo que me faltaba. Hablar conmigo misma. Suspiro cuando Lexi vuelve a inclinarse hacia delante y no me queda otra que apoyarme completamente en Liam, que levanta y baja las cejas, bastante menos incómodo que yo.

Aunque este otro tampoco está mal, la verdad. ¿Tú cuál prefieres?

¡Cállate ya, pesada!

Lex ha elegido la discoteca y es una de las más populares de la ciudad. Como si no tuviera suficiente, voy a tener que aguantar a toda la gente que haya ahí dentro. Lo siento, estoy de muy mal humor. Nos toca esperar media hora de pie con el frío que hace por la noche y eso me pone de peor humor todavía.

Parece que ha pasado una eternidad cuando por fin nos ve el de seguridad. Nos hace un gesto para que nos acerquemos, pero pone mala cara en el último momento.

—Lo siento, os quedáis fuera —dice, simplemente.

La cara de Lexi es de indignación absoluta.

—¡¿Qué?! ¿Por qué?

—Porque no puedo dejar entrar a alguien... así —dice, señalando mi ropa.

Bueno, es comprensible, supongo.

Ya he puesto mi cara de uy qué pena, bueno, tendremos que volver a casa cuando veo que el de seguridad se detiene de golpe, mirándome.

—Un momento —me señala—. A ti te he visto en algún lado.

Silencio. Parpadeo. ¿A mí? Como no haya sido yendo perdida por la calle...

—Ya sé de dónde me suenas —me dice finalmente, sonriendo—. Tú eres la novia de Jed, ¿no?

Oh, genial, fabuloso.

Llámalo.

¡Y tú cállate!

Suspiro y empiezo a negar con la cabeza cuando Liam y Lexi se adelantan estratégicamente.

—Efectivamente —dice Liam enseguida, pasándome un brazo por encima de los hombros.

—Y no creo que a los de la banda les haga mucha gracia que nos dejes fuera —añade Lexi.

Y, claro, en menos de un minuto estamos todos dentro. Mi cara es de odio profundo cuando los dos traidores me conducen a la barra.

Mi noche no es que empiece de manera genial. Me paso un buen rato sola en la barra porque:

1) Sam y Riley se están enrollando a unos metros y paso de ser la planta a su lado, así que me limito a mirarlos de reojo con gesto aburrido. No sé que es peor, la verdad. Parezco una acosadora.

2) Lexi ha utilizado sus rayos X para escanear la discoteca en cuanto hemos entrado y toda su atención se ha centrado en un chico bastante guapo con el que ha tardado cinco minutos en ir a bailar. A veces, me gustaría saber ligar como lo hace ella. Pero dudo que yo pueda hacer eso alguna vez.

3) Liam está en medio de la pista rodeado de chicas que babean con él. Es como un maldito imán. En realidad, está bailando solo y me ha hecho varios gestos para que fuera hacia él, sonriendo ampliamente, pero cuando he visto las miradas de odio de las chicas he preferido asegurar mi vida y quedarme aquí sentadita.

Así que aquí estoy, bebiendo mi cerveza con poco entusiasmo. Sé que voy un poco borracha,  pero la verdad es que me da igual. Tampoco es que tenga mucho que hacer después. Por mí, como si me quedo tirada en medio de la barra. Papi Sami está a unos metros. Me llevaría a la residencia enseguida.

Así que, básicamente, tengo derecho a abusar del alcohol como la desgraciada que soy.

Pero acuérdate de...

No voy a llamarlo.

¿Cómo sabes que iba a decir eso?

¿Qué ibas a decir?

...

...

...llámalo, idiota.

Paso el rato en el cuarto de baño, fingiendo que me retoco el maquillaje —aunque realmente me importe un bledo—, volviendo a la barra, bebiendo, y mirando a la gente con cara de amargura. Esto es una mierda. Quiero irme a mi habitación. Quiero estar sola.

Me paso las dos manos por la cara y apoyo los codos en la barra. Quiero llorar. Odio esto. Odio esta sensación de vacío. Y eso que he intentado no pensar en quien ya sabéis —aunque mi conciencia siga diciéndome que lo llame como una loca— en siete días consecutivos. Lo había conseguido hasta ahora, pero parece que todo lo que veo me recuerda a él. Veo demasiadas manos tatuadas. Demasiadas parejas. Incluso hay un chico con la maldita camiseta de su banda. Esto tiene que ser una broma pesada. O yo soy la persona con menos suerte del mundo. Creo que es la segunda opción.

Suspiro pesadamente y me quito las manos de la cara, apartando una lágrima con un dedo. Lo que me faltaba. Llorar otra vez. Como si no lo hubiera estado haciendo continuamente durante estos días.

Justo cuando me doy la vuelta con mi cerveza en la mano, estoy a punto de chocarme con un chico que no conoz... ah, no, espera, es Sam. Suspiro, aliviada.

—Hey —murmuro, volviendo a apoyarme en la barra.

Él me observa de reojo.

—¿Estás bien? —pregunta, extrañado.

—Sí, estoy genial. Eufórica. Pletórica.

—El sarcasmo no te pega.

—Honestamente, Sam... cállate.

Él sonríe, poco afectado. Suspiro por enésima vez y le doy un trago a la cerveza.

—¿Y Riley?

—Bailando con esos dos idiotas —los señala con la cabeza.

Efectivamente, Riley, Liam y Lexi se lo están pasando en grande. Eso me hace sentir todavía peor porque me siento como si, aunque quisiera unirme, les estropearía la diversión. Se me forma un nudo en la garganta.

—Creo que no deberías estar bebiendo —me dice Sam al ver mi expresión.

Lo ignoro completamente y le doy otro trago a la cerveza, mirando a mi alrededor. Estoy a punto de pensar en algo que hacer, solo para distraerme... cuando lo oigo.

Oigo la maldita voz de Bruce Springsteen sonando a través de los malditos altavoces de la maldita discoteca. Directa hacia mí.

Hey, little girl, is your daddy home...?

No, esto no, por favor. Cierro los ojos. Creo que sacudo la cabeza. Me da igual. No quiero oírlo. No quiero estar aquí. Solo... solo quiero irme. Se acabó. Yo me voy de aquí. Aunque sea andando.

Me termino la cerveza de un trago y voy directa a la salida, dejando a Sam con la palabra en la boca. Me abro camino entre la gente y sé que ya estoy llorando. Maldito Jared. Maldito Bruce Springsteen. Maldito todo.

El aire frío de fuera me sienta como el oro al despertarme por completo. Cierro los ojos un momento antes de empezar a andar hacia mi residencia —pese a que sé que está demasiado lejos andando—. Me da igual. Un paseo nocturno no estará tan mal ahora mismo. Me paso el dorso de la mano bajo los ojos y me doy cuenta de que hay rastro negro del maquillaje. La cosa solo empeora.

Sin embargo, solo he llegado a doblar la esquina cuando escucho los pasos de Sam siguiéndome. Suspiro. Ahora mismo, no necesito una charla.

—¿Dónde vas? —pregunta él, deteniéndome del brazo.

Me doy la vuelta y le niego con la cabeza.

—No quería seguir ahí.

Parece algo descolocado al ver que estoy llorando. Y que me tambaleo. Y que voy borracha. Soy un maldito desastre.

—Si quieres irte a casa, solo dímelo —me dice, confuso.

—¿A casa? —repito con una risa amarga, y noto que me empiezan a caer lágrimas calientes por las mejillas—.  ¿A qué casa? ¿A la residencia? ¿Eso es mi casa?

Él abre la boca para decir algo, pero lo interrumpo.

—¿O casa de los padres de Lexi, donde solo me acogen porque saben que los míos no me quieren lo suficiente como para dejarme cruzar el umbral de la puerta principal?

—Brooke...

—No tengo casa —murmuro en voz baja—. Solo tengo una habitación en una maldita residencia. Y es temporal. Y condicional. ¿Y si pierdo la beca? ¿Qué haré? ¿Quedarme en la calle?

—Sabes que podrías venir a mi casa siempre que quisieras —me dice, frunciendo un poco el ceño.

—No es eso —sacudo la cabeza—. No es... no lo entiendes.

—Lo entiendo perfectamente —me dice—. Sigues pensando en el guitarrista, ¿no?

—Tiene nombre —y no sé por qué demonios lo estoy defendiendo.

—Me da igual su nombre. No me molesté en aprendérmelo porque sabía que era algo temporal. Era muy obvio solo con verlo.

Parpadeo, sorprendida.

—Oh, muchas gracias, Sam —murmur—. Estás haciendo que me sienta mucho mejor.

—Es verdad. Lo siento, pero es...

Y, de la nada, empiezo a lloriquear. Él parpadea, sorprendido.

—Es decir... —intenta corregir.

—No, tienes razón —digo entre lágrimas—. Siempre ha sido temporal, ¿no?. Siempre. Aunque intentara convencerme de lo contrario. Aunque... aunque intentara hacer las cosas bien con él. Aunque creyera que podía hacerlas bien de alguna forma. Nunca le he importado. Solo... solo quería... solo quería sexo... Y yo soy una idiota y... y dejé que tuviera lo que quería y... t-todavía fui más... más idiota... cuando m-me... me enamoré de él. 

Sam cierra los ojos un momento. Sé que no le gusta verme así. Al final, suspira y se acerca a mí, poniéndome una mano en el hombro.

—Mira, Brooke... odio decir esto, pero no creo que para él fuera solo sexo.

Lo miro, confusa en medio de mis lágrimas.

—¿Qué? —pregunto con voz ahogada.

—Se notaba... bueno, en la forma que te miraba —dice, como si le doliera admitirlo—. Era evidente que el sentimiento era recíproco, Brooke.

—¿Tú crees? —pregunto en voz baja.

Sam es la última persona que creí que fuera a decirme esto. La última. Él pone mala cara y asiente con la cabeza de mala gana.

—No sé qué ha pasado entre vosotros, pero... sea lo que sea... no ha sido porque solo quisiera acostarse contigo, Brooke.

—No lo entiendes —me quito su mano del hombro—. Lo que ha pasado es que...que...

Aparto la mirada y sé lo que quiero decir, pero no me atrevo a hacerlo.

Lo que lleva atormentándome durante todo este tiempo. La eterna duda. Y el pensamiento de que solo ha dejado de querer estar conmigo porque ha alcanzado un momento de lucidez entre episodios que le ha hecho ver que no le sirvo para nada. Y odio pensarlo, pero no puedo evitarlo.

Agacho la cabeza y se me mueven los hombros cuando sigo lloriqueando. Sam se acerca y me da un abrazo reconfortante.

—Vamos, no llores. Estarás mejor, te lo prometo. Te mereces algo mejor.

—No quiero algo mejor. Lo quiero a él.

Quiero volver a estar con él. Aunque sea un idiota, un cabezota y... se me ocurren demasiados adjetivos que prefiero no poner. 

Pero quiero volver a estar con él. Esto es horrible. Nunca me había sentido así.

—Vamos, te llevaré a la residencia —me dice Sam, separándose.

—No quiero ir a ningún lado —protesto en voz baja, tirando de su mano cuando intenta arrastrarme con él—. No sé... no sé qué quiero.

Él me mira unos segundos, pensativo.

—Brooke, pase lo que pase, siempre nos tendrás a nosotros.

—No es lo mismo —murmuro—. Y, aunque lo mío con Jared... aunque no lleguemos a estar justos otra vez... ¿cómo demonios voy a encontrar a alguien alguna vez?

—Nos tienes a nosotros —insiste.

—No. Lexi tiene a cada chico que quiere para ella. Liam solo necesita entrar en una maldita discoteca para que todas las chicas se le lancen encima. Tú tienes a Riley. Riley te tiene a ti. Y yo... ¿qué demonios tengo yo?

—Me tienes a mí.

Suspiro y niego con la cabeza.

—No lo has entendido, Sam. Me refiero a...

—Sé perfectamente a lo que te refieres.

Dejo de llorar un momento para levantar la cabeza y mirarlo. Casi estoy esperando una sonrisa socarrona, pero... está mortalmente serio. Estoy a punto de pellizcarme para saber si esto es real o lo estoy soñando. ¿Está insinuando...?

No puedo seguir pensándolo. Él se adelanta hacia mí y, antes de que pueda reaccionar, me está besando. En la boca. 

Sam. 

Me está besando. SAM.

Estoy tan paralizada por la impresión que no me muevo. En absoluto. Soy como una estatua. Tanto, que es él quien se separa, extrañado, unos pocos segundos después. Me mira, casi temeroso.

—¿Qué? —pregunta.

—¿Qué? —repito con voz aguda—. ¿Qué... qué haces?

—Yo... —me suelta, como si quemara, y da un paso atrás.

—M-me... me has besado —le digo en voz baja, señalándolo.

Él traga saliva. Parece nervioso. Yo tengo el corazón latiéndome a toda velocidad, pero no por el mismo motivo que cuando me besaba el idiota de Jared. Sino porque... ¿por qué demonios lo ha hecho? ¿Por qué ha hecho esto? ¡Y justo ahora!

—¿Te has vuelto loco? —pregunto, reaccionando por fin.

—Yo... —repite.

—¡Tienes novia! —le grito, enfadada.

—Pensé que tú...

—Lo que me faltaba —suelto una risa irónica y niego con la cabeza—. Me voy de aquí. Esto es... lo que me faltaba.

Me doy la vuelta y no me extraña notar que, esta vez, no me sigue.

De hecho, recorro todo el maldito camino yo sola. Estoy helada hasta los huesos cuando por fin veo la residencia a lo lejos. Me tiembla incluso la mandíbula. Subo las escaleras abrazándome a mí misma y busco las llaves torpemente en el bolsillo, pero no las encuentro.

Oh, claro, están en la puerta.

Están como el día en que Jared las encontró.

Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas. Estúpido Jared. Maldito y estúpido.

Entro, cierro a mi espalda y me apoyo en la puerta, dejándome caer hasta que estoy sentada en el suelo. Me quedo mirando un punto fijo un buen rato sin hacer un solo movimiento. Soy un cóctel explosivo de sentimientos. Me aparto el pelo de la cara y, antes de poder reaccionar, tengo el móvil en la mano.

Y el número de Jared en la pantalla.

Eso es, pequeño saltamones.

Solo tengo que pulsar un botón y...

¡HAZLO YA!

No, espera, ¿qué estoy haciendo?

Lanzo el móvil de malas maneras a la cama y es un milagro que sobreviva. Vuelvo a ponerme a llorar y hundo la cara en mis manos. Me duele el pecho. Nunca me había dolido el pecho de tanto llorar. Soy una idiota. Pero él es un estúpido, así que eso me consuela un poco.

Pasa un buen rato hasta que me pongo de pie y me arrastro a la cama. No me molesto en desvestirme. Me dejo caer en el colchón y casi me entran ganas de llorar otra vez cuando veo la película de Rocky en mi cómoda. No sé por qué la he dejado ahí esta tarde. No sé por qué no me he deshecho de ella.

Bueno, claro que lo sé, ¿a quién quiero engañar?

Se acabó. No lo soporto más. A la mierda mi poca dignidad.

Agarro el móvil y, sin pensarlo, marco el número de Jared y me lo llevo a la oreja.

Cierro los ojos con el primer pitido. El corazón me va a toda velocidad. Y sé que voy a arrepentirme de esto mañana, pero me da igual. Solo quiero hablar con él. Y saber si soy la única idiota que echa de menos al otro de esta forma. Respiro hondo y sigo esperando...

...pero no hay respuesta.

Aparto el móvil de mi oreja y me quedo mirándolo, extrañada. ¿Alguna vez había, simplemente, no respondido? Creo que no. Ni siquiera cuando desaparecía por semanas.

Bueno, al menos, lo he intentado. Quizá esté durmiendo. No quiero ni pensar en las otras posibilidades de lo que puede mantenerlo ocupado un viernes por la noche. Es demasiado doloroso. Dejo el móvil a un lado y me tumbo mejor, cerrando los ojos.

Y, unos minutos más tarde, me quedo dormida abrazando la almohada con fuerza.

***

Uf. Quiero morirme.

Frunzo el ceño a mi almohada cuando me despierto. La cabeza me duele como un demonio. Me froto la sien con la palma de la mano y noto la boca seca. Tengo mucha sed. Muchísima.

Me pongo de pie y pongo una mueca cuando veo las manchas de maquillaje en la almohada. Qué desastre. Bebo agua y vuelvo a la cama. Sigo vestida como ayer. Al menos, la cabeza ha dejado de doler un poco y tengo la garganta hidratada. Suspiro al agarrar mi móvil.

Bueno, tengo mensajes y llamadas de Lexi, Liam y Riley. Qué raro que Sam no haya llamado. Quizá lo avisé al marcharme. La verdad es que no me acuerdo. ¿Qué hice? Me fui a casa andando. Solo sé eso. Y luego...

Oh, no.

Llamé a Jared.

Miro el móvil al instante y no sé muy bien cuáles son mis sentimientos cuando veo que él no me ha devuelto la llamada. Tampoco me ha escrito. Nunca me había hecho esto. 

Y soy una idiota, ¿verdad?

Claro que no me va a llamar. Corté con él. Y... bueno, ¿él cortó conmigo? Ya no sé quién dejó a quién. Solo sé que, como siempre, yo soy la idiota que ha llamado primero.

Suspiro y voy a darme una ducha. Una muy larga.

El día se me antoja eterno. Tengo que ir a por los papeles antes de empezar las clases y hace demasiado frío para septiembre, así que me paso el día medio congelada —porque soy tan idiota que no he cogido una chaqueta—. Lexi y Liam vienen a verme por la tarde para asegurarse de que estoy bien después de mi fuga de anoche y no me queda otra que soportar la charla incesante de Liam sobre las dos chicas que fueron a su casa con él anoche.

Y yo, por mi parte, miro mi móvil continuamente... pero nada. No sé ni por qué me molesto. Si me ignoraba antes de estar juntos, imagínate lo que me va a ignorar ahora.

Estúpido Jared.

Voy a cenar con los chicos y la verdad es que estoy muy poco animada, pero al menos me he despejado un poco la cabeza. Y Sam estaba raro. Casi ha parecido sorprendido cuando me he acercado a saludarle, pero no ha dicho nada. Y yo he preferido no preguntar porque seguro que se ha peleado con Riley. Prefiero no meterme en su relación. 

Cuando vuelvo a la residencia, me despido de Lexi en el pasillo y entro en mi habitación. Estoy agotada y no he hecho nada. Soy genial.

Estoy a punto de mirar el móvil por enésima vez cuando me detengo en seco... porque está sonando.

No debería emocionarme como lo hago, pero... sí, lo hago. Lo siento, soy así de estúpida.

Sin embargo, no es Jared. Es Cris. Frunzo un poco el ceño. No esperaba una llamada suya, ¿no? ¿O sí? En fin... mi cabeza es un desastre estos días...

—Hola, Cris —murmuro.

—Cielo —me saluda—. ¿Cómo estás?

—Bien —miento descaradamente.

—Me alegro —y, por su tono, sé que no me cree—. Te llamaba para decirte que Bruce y yo hemos estado mirando las fotos y te necesitamos para los retoques. Podrías venir directamente al estudio y solo estaríamos nosotros tres.

Es decir, que Jared no estará ahí. Estoy a punto de reírme amargamente. ¿Lo habrá pedido él expresamente? No me extrañaría nada.

No quiere ni verme. No debería dolerme tanto como me duele.

—Está bien —me limito a decir.

—Y... mhm... —se aclara la garganta, incómoda—. Bueno, si alguna vez te apetece venir a algún concierto, sabes que solo tienes que llamarme.

—Gracias, Cris —pero dudo que quiera hacerlo. Si él no quiere verme a mí, no iré a su maldito concierto.

—No hay problema —casi puedo ver que sonríe—. Aunque vas a tener que esperar una temporada. Nos estamos tomando un descanso. Otro.

—¿Por qué? —pregunto, extrañada.

—Los chicos necesitaban su tiempo después de la gira —suspira ella—. Especialmente Jed.

Dice su nombre como si fuera a llorar solo por oírlo. Y lo que quiero no es llorar, sino preguntar por qué. Pero no puedo hacerlo. No me dejo a mí misma. No caeré en eso.

—Me lo imagino —murmuro.

Sigo recordando que ayer lo llamé, pasó de mí y sigue pasando de mí. El muy idiota. Y eso no que nunca lo había hecho. Ni siquiera cuando me cabreaba con él. Al menos, me mandaba un maldito mensaje. Lo que fuera. Lo que...

Me detengo un momento con el ceño fruncido.

—¿Cris? —pregunto repentinamente.

—¿Sí, cielo?

—¿Jared está... mhm... está bien?

Hay un momento de silencio. Mi corazón, por algún motivo, se acelera.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, confusa.

—¿Está bien? —repito.

—Supongo que sí.

—¿Supones? —repito, sin terminar de entenderla.

—Si te soy sincera... no he hablado con él desde... bueno... desde que vino a verte. Hace un poco más de una semana.

Silencio. Me incorporo sin saber muy bien por qué. Tengo una muy mala sensación en el cuerpo.

—¿Y los demás?

—Cielo, desapareció. Ya te lo he dicho. Se fue a casa y no ha vuelto a hablar con nosotros. Lo hace continuamente. Ya sabes cómo es.

Oh, no. ¿Por qué tengo esta sensación? De pronto, tengo un nudo en la garganta.

—¿Estás tú bien? —pregunta, extrañada.

—Sí —le digo torpemente—. Yo... te llamo en otro momento.

No espero una respuesta. Cuelgo precipitadamente y llamo a Jared. Me da igual parecer patética. Nunca ha hecho esto. Nunca. El corazón me late a toda velocidad cuando el móvil deja de sonar sin respuesta.

Opto por otra vía de escape. Mando un mensaje a Cassie.

Brooke: Hola, Cassie. Sé que puede sonar raro, pero, ¿cuánto hace que no hablas con tu hermano?

Por suerte, ella sí me responde.

Cassie: Estos días no lo he visto. He estado muy ocupada con el instituto. Creo que hace una semana o un poco más, ¿por qué?

No respondo. No puedo. El móvil casi se me cae de las manos.

Y me encuentro a mí misma agarrando mi bolso y saliendo de mi habitación a toda velocidad.

No sé cómo explicarlo, pero tengo una sensación horrible en el cuerpo. Como si supiera que algo está mal. Me paso el viaje en metro con la mirada clavada en el frente, moviendo la rodilla de arriba abajo. Cuando llego a mi parada, voy a paso acelerado hacia la calle que conozco demasiado bien y entro en el edificio. El portero me reconoce de las mil veces que me ha visto por aquí y subo las escaleras a toda velocidad.

Vale, no pasa nada. No sé qué hago aquÍ. No debería estar aquí. No debería estar haciendo esto, pero... ¿por qué tengo tan mala sensación en el cuerpo? ¿Por qué estoy a punto de llorar?

Me detengo delante de su puerta y puedo sentir el mundo deteniéndose a mi alrededor. Tiene que estar aquí. Tiene que estar aquí. Y ya está. Respiro hondo y llamo al timbre.

Espero pacientemente unos segundos. Intento agudizar el oído para ver si oigo pasos acercándose...

Pero no.

Mi respiración se acelera y vuelvo a llamar al timbre. Esta vez, pulso por un poco más de tiempo. Apoyo la frente en la puerta, esperando.

Vamos, por favor, necesito oír esos pasos.

Nada. Espero un minuto entero. Y nada.

Tengo el cuerpo entero entumecido cuando cierro los ojos. Esto no está bien. Algo no va bien. Miro atrás y considero llamar a Cassie o a Cris, o a quien sea. Alguien tiene que saber algo de él. Respiro hondo y, por algún motivo, pongo la mano en la manija de la puerta.

Y... esta, para mi grata sorpresa, se abre.

Estoy a punto de llorar de alegría. Empujo la puerta y me quedo mirando el interior de la casa. Está vacía. Las luces están apagadas. Al menos, en el pasillo y la cocina. Hay una luz en el salón.

Avanzo lentamente y el corazón se me acelera cada vez que lo hago, haciendo que me cueste respirar. Me acerco al sofá y busco con la mirada.

Y es entonces cuando lo veo.

Está sentado en uno de los sillones con unos pantalones negros de algodón y una camiseta. Tiene la mirada clavada en la ventana y unos cascos puestos. Mueve los dedos por la guitarra. Está tocando la maldita guitarra.

Voy a matarlo.

No me lo puedo creer.

Menos mal que lleva los cascos puestos y no ha oído el golpe que se ha dado mi pobre bolso contra el suelo cuando lo he soltado de malas maneras.

Será maldito idiota.

Como si pudiera sentir que lo estoy mirando, frunce un poco el ceño y gira la cabeza hacia mí. Por un momento, se queda mirándome con expresión perpleja. Sus ojos me recorren de arriba abajo antes de que entreabra los labios, sorprendido. Se quita los cascos y los deja en el sillón con la guitarra, poniéndose de pie.

—¿Brooke? —pregunta, confuso.

Y no puedo evitarlo —creo que la bipolaridad me está empezando a afectar—, voy casi corriendo hacia él y lo rodeo con ambos brazos, pegándome a su cuerpo con urgencia. Solo sentir su piel irradiando calor en la mejilla que tengo apoyada en su pecho hace que me entren ganas de llorar. No sé por qué estaba tan asustada. No sé por qué estoy tan aliviada.

Y él sigue perplejo, claro.

Justo cuando noto que está a punto de rodearme también con los brazos, me separo bruscamente y hago lo primero que me sale del alma con el cabreo que llevo encima.

Le doy una bofetada.

Una de las fuertes.

En realidad, no es que tenga mucha fuerza bruta, así que ni siquiera he hecho que moviera la cara, pero da un paso atrás, sorprendido, parpadeando varias veces y llevándose una mano a la mejilla afectada.

—¿Qué...? —intenta preguntar.

—¡¿Se puede saber qué demonios te pasa?! —le espeto, furiosa.

Parece todavía más confuso. Entreabre los labios para decir algo, pero ni siquiera debe saber qué hago ahí.

—¡Te he estado llamado desde anoche y ni siquiera has hecho un ademán de responder! ¡Hace una semana que nadie sabe nada de ti! ¡He llamado a tu puerta por varios minutos y me ignorabas!

—Estaba con la...

—¡Sí, lo he visto perfectamente, idiota!

Se quita la mano de la mejilla y levanta ambas en señal de rendición, pero sigue pareciendo un poco confuso.

—¿Lo siento? —pregunta, sin saber qué quiero que diga.

—¡¿Qué lo sientes?! —lo empujo bruscamente, pero no consigo ni que dé un traspié—. ¡¿Se puede saber qué estabas haciendo?!

—Ya te lo he dicho. O lo he intentado. Estaba... —señala la guitarra con un gesto vago.

—¡Con tu móvil, idiota!

—Yo no... —frunce un poco el ceño—. Necesitaba desconectar un poco. Si hubiera sabido que ibas a llamarme no...

—¡¿Un poco?! ¡Ha sido una semana!

—Yo... lo siento, Brooke, no...

—¡Más te vale sentirlo! —le frunzo el ceño—, ¡¿tienes la menor idea de lo que ha sido el camino hacia aquí?!

—Lo siento —repite, confuso, sin saber qué más decir.

Suspiro y me doy la vuelta, recuperando la compostura. Será idiota. Casi me han dado diez infartos a la vez.

Escucho sus pasos acercándose a mí y me aparto cuando noto que me pone una mano en el brazo.

—Apártate o te doy otra vez —le advierto.

Esta vez, en lugar de confuso, parece medio divertido.

—Vale, fiera, perdón.

—¡No vuelvas a hacerlo!

—Vale —repite tranquilamente.

—¡Promételo!

—Te lo prometo.

—¡Me has asustado!

—Lo sé. Lo siento.

—¡Y... y te pasabas la vida quejándote de mí por dejar las llaves en la puerta! ¡Pues he podido entrar sin problema!

—Ya lo veo.

—¿Se puede saber por qué demonios no pones el pestillo, Jared?

Frunce un poco el ceño.

—Bueno, tampoco es que haya mucha gente que venga normalmente.

—¡Pues si yo fuera un ladrón, vendría aquí!

—Tampoco hay gran cosa que robar —se encoge de hombros—. A no ser que quieran la comida de la nevera, no van a llevarse un gran tesoro, la verdad.

Estoy a punto de lanzarle el bolso a la cabeza, pero me detengo en seco. Me acerco sin poder evitarlo y le sujeto a cara con una mano. Por el gesto que ha hecho, creo que se pensaba que iba a darle otra bofetada e iba a apartarse. Sin embargo, solo se queda mirándome con confusión.

Yo entreabro los labios, pasmada.

—Tienes... tienes los ojos claros.

Él suspira y asiente una vez con la cabeza, casi incómodo.

—Lo sé.

—¿Te estás... te has tomado la medicación?

Él me observa por unos segundos. Mi corazón vuelve a brincar.

—Sí.

¿Por qué lo dice así? ¿Qué...? Siento demasiada alegría ahora mismo. Pero no puedo sonreír. Estoy demasiado perpleja.

—P-pero... tú no... no me has dicho nada.

—Todavía no —replica lentamente.

Frunzo el ceño, confusa.

—¿Todavía? ¿Cómo...? ¿Por qué no me lo has dicho, Jared?

—Es complicado.

—No es complicado —me acerco y él no se mueve de su lugar, mirándome—. Yo... solo quería que hicieras esto. Si me hubieras llamado... no me hubiera importado estar contigo. Aunque hubiera estado enfadada igual. Sigues siendo un maldito cabezota.

—No quería que estuvieras aquí —me dice, simplemente.

Lo miro un momento, confusa, antes de dar un paso hacia atrás.

—¿No? —pregunto, confusa.

—No —repite, claramente incómodo.

¿En serio? ¿Esto es en serio? Entreabro los labios y doy otro paso atrás, como si él me hubiera dado la bofetada a mí.

—¿Quieres que me vaya? —repito en voz baja, furiosa.

—¿Qué? No, claro que no —me dice enseguida—. No es eso, es...

—Déjalo —pongo los ojos en blanco—. Soy una idiota. No debería haber venido.

Me doy la vuelta y voy directa hacia la puerta. Sin embargo, no he dado dos pasos cuando él me adelanta y se pone en medio de mi camino, cerrándola.

—¿Qué? ¿No querías que me fuera? —frunzo el ceño.

—Yo no he dicho eso —me dice, pasándose una mano por el pelo—. Sabes perfectamente que no quiero que te vayas.

—Jared, honestamente, eres la persona que menos entiendo en el mundo.

Esboza media sonrisa.

—Si te consuela, yo tampoco me entiendo muy bien.

Niego con la cabeza. No voy a dejar que vaya por ahí.

—Si tienes algo que decir, dilo. Si no, deja que me vaya.

Jared tensa un músculo de la mandíbula cuando vuelve a mirarme. Yo tengo los brazos cruzados y unos deseos internos de quedarme aplastantes, pero también estoy preparada para marcharme y mandarlo a la mierda.

—¿Y bien? —insisto.

—¿Quieres...? —señala el sofá—. ¿Quieres sentarte o...?

—No. Di lo que tengas que decir.

Suspira y niega con la cabeza.

—Ni siquiera yo sé muy bien lo que tengo que decir.

Aprieto los labios cuando me acuerdo de la charla delante de casa de los padres de Lexi. Algo en mi interior se remueve. Sigue doliendo.

—La última vez que hablamos, dejaste bastante claro lo que tenías que decirme —murmuro.

Esta vez, cuando me mira, parece frustrado.

—Olvídate de eso.

—Sí, bueno, ojalá pudiera.

—Brooke...

—Si ahora quieres que no me olvide de ello, no deberías habérmelo dicho para empezar.

—Cuando fuiste al hotel a recoger tus maletas nadie pareció sorprendido, ¿verdad?

Me detengo, sorprendida por el cambio de rumbo en la conversación. Trago saliva cuando veo que tiene sus ojos clavados en los míos. Niego lentamente con la cabeza.

—No, no lo parecieron —murmuro.

—Claro que no.

Él esboza media sonrisa triste, negando con la cabeza.

—Cada vez que entra alguien en mi vida, es cuestión de tiempo que se vaya de ella. Ellos lo saben demasiado bien.

Niego con la cabeza. Tengo un nudo en la garganta.

—Sabes porque me fui —murmuro—. No me fui porque no quisiera estar contigo.

—Lo sé.

—Me fui porque te negabas a hacer lo que sabías que era mejor para ti. Y sigo sin entender por qué.

Jared aparta la mirada y veo que parece todavía más tenso que antes. Centro toda mi atención en él, intrigada.

—¿Qué es? —pregunto.

Él sacude la cabeza y vuelve a mirarme apretando un poco los labios.

—Nunca te he hablado de mi padre, ¿verdad?

Hay un momento de silencio. Intento recordar todo lo que me ha contado de él. No ha sido mucho.

—Una vez —recuerdo vagamente—. Me dijiste que ahora tiene otra familia.

—No me refiero a eso. Me refiero... durante el episodio, ¿nunca te hablé de él?

—¿Qué quieres decir?

—Brooke, no recuerdo ni la mitad de este verano. ¿Te hablé de él o no?

¿Qué? ¿En serio no lo recuerda? No puedo ni imaginarme cómo debe sentirse sin poder saber lo que me ha contado y lo que no. Niego torpemente con la cabeza.

—No me dijiste nada de él —digo, finalmente.

Él asiente una vez con la cabeza, suspirando. Parece aliviado. ¿Qué tiene que ver su padre con todo esto?

—Mi enfermedad no afecta a las personas así como así, Brooke. Es mayormente hereditaria. Yo... bueno... mi padre la tenía.

Tardo un momento en poder responder, sorprendida.

—Oh —no sé qué decir. No me esperaba nada de esto.

Tampoco sé muy bien dónde quiere llegar. Me acerco un paso cuando él suspira.

—Él... bueno, era complicado. Cuando conoció a mi madre, se tomaba la medicación, pero dejó de hacerlo cuando nací yo. Creía que ya estaba bien. Y no lo estaba. Y empezaron los episodios, y, como siempre que aparecen, los acompañaron los problemas. No tomó nada en más de diez años. Y la cosa empeoró cuando me diagnosticaron lo mismo a mí siendo muy pequeño. Empezó a beber compulsivamente. Y a ser peor de lo que ya era. Mi madre incluso amenazó con dejarlo varias veces, pero no sirvió de nada.

»Una de esas veces y después de mucho tiempo... mi padre por fin se lo tomó en serio. Intentó tomarse la maldita medicina. Cassie era muy pequeña y no lo recuerda, pero yo sí. Recuerdo verlo tosiendo en la cocina com si no pudiera respirar. Es lo que pasa cuando pasas mucho tiempo sin tomártela, la mezclas con alcohol y empiezas tan repentinamente otra vez. Bueno, eso y muchas cosas más. Hay personas que lo absorben mejor, pero... él no era una de ellas.

»Perdió los nervios muchas veces y, durante varios días, empezó a ser la peor versión de sí mismo. Todo fue en aumento. Los gritos, las peleas... y nunca se acordaba de lo que había hecho el día anterior. Hasta que... un día... golpeó a mi madre. Estaban discutiendo en la cocina y le dio con una de sus botellas de alcohol en la cabeza. Le hizo una herida bastante... bueno, sigue teniendo la cicatriz en la frente. 

»En ese momento, ella no lo soportó más. Tenía miedo a que nos hiciera algo a Cassie o a mí. Hizo las maletas y vino a por nosotros mientras él dormía. Apenas recuerdo esa noche. Solo sé que no he vuelto a hablar con él.

»Lo que sí recuerdo es que él no se acordaba de nada de lo que había pasado. No desde que había empezado con la medicación. No recordaba haber sido un... lo que había sido con nosotros.

Jared hace una pausa.

—Siempre he odiado la medicación. Siempre. Dejé de tomármela hace mucho y nunca me había encontrado en la situación de que quisiera volver a hacerlo. Nunca creí que volviera a hacerlo. Y, sin embargo, cuando te fuiste... quise intentarlo. Pero, a la vez, me aterrorizaba la idea de ser la peor versión de mí mismo contigo.

Él duda y, finalmente, se acerca a mí al ver que no voy a apartarme.

—Sé que debí contártelo —añade en voz baja—. Pero... siempre tengo la impresión de que vas a hacer lo que... lo que todos hacen. Salir corriendo. Lo fácil. Pero... por algún motivo, sigues aquí. Siempre sigues aquí.

Todavía no sé qué decir, pero él está esperando una reacción, así que trago saliva y lo miro.

—¿No has vuelto a hablar con él?

Por un momento, parece un poco descolocado. No creo que se esperara que esa fuera la primera pregunta que le hiciera.

—No —dice, finalmente—. Nos mandó dinero por un tiempo. MI madre sí siguió hablando con él y me dijo que tenía otra familia. No quise saber más. Él intentó ponerse en contacto conmigo, pero lo ignoré. También me ha mandado algunas cartas durante estos años. Nunca las he leído.

—Jared...

—No es un tema que quiera discutir ahora mismo —añade, apartando la mirada.

Me quedo observándolo un momento.

—Lo que hizo no fue por la medicación —murmuro—, fue por... por él. Por su forma de ser.

—Ni siquiera lo conoces.

—No, pero te conozco a ti.

Él se detiene y me frunce un poco el ceño.

—Y te he visto en episodios. Durante meses. Sin medicarte. Nunca hiciste nada remotamente parecido a lo que me has contado de él, Jared.

—No lo entiendes...

—No. Lo entiendo perfectamente. De hecho, lo entiendo mejor que tú. Porque yo me acuerdo del verano entero. No creo que puedas decir lo mismo.

Jared me observa un momento antes de sacudir la cabeza.

—Hay más detalles en la historia —murmura—. Pero... sinceramente, ahora mismo no me apetece seguir hablando del tema. Estoy agotado.

—¿Agotado? —repito.

—Te he dicho que la medicación no afecta a todo el mundo por igual. A mí... me sienta como un sedante. Uno muy fuerte. He dormido más durante esta semana que en los dos últimos meses.

Él aparta la mirada, tragando saliva. Casi puedo ver que está pensando a toda velocidad. O, al menos, a toda la que puede dadas las circunstancias. Finalmente, sus ojos caen sobre mí otra vez. Un escalofrío me recorre la columna vertebral cuando estira la mano y sujeta la mía.

—Puedes... puedes quedarte si quieres.

Creo que nunca lo había visto tan precavido a la hora de pedirme que me quedara en su casa. Cuando ve que estoy dudando, se apresura a añadir:

—Aunque no sea conmigo. Aunque sea en la habitación de invitados. O, si quieres, en la mía. Yo dormiré en la otra.

Bajo la mirada y aprieto un poco los labios cuando le suelto la mano. Él suspira, entendiéndolo.

—Como quieras —murmura—. ¿Puedo llevarte a casa?

—No creo que ahora mismo debas conducir.

—Estoy bien.

—No empieces. No vas a conducir.

Me mira con frustración.

—¿Puedo pagarte el taxi, al menos?

—¿El taxi? ¿Qué taxi? Voy a volver en metro.

—¿En metro? ¿En plena noche?

—Pues... sí.

—Pues no.

—¿Qué tiene de malo? —protesto.

—¿A parte de todo?

—Lo he hecho miles de veces.

—Bueno, pues hoy no va a ser una de esas veces.

—Eres un dictador —protesto.

—Nunca he dicho que no lo fuera —murmura yendo a por su móvil.

Cinco minutos más tarde, siento que me sigue de cerca hacia el taxi. Abre la puerta trasera para mí y el taxista espera tranquilamente escuchando la radio mientras Jared se queda de pie, todavía sujetando la puerta, mirándome.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte?

—Buenas noches, Jared.

—¿Vas a venir mañana?

—Depende de lo que tardes en cerrar esa puerta —enarco una ceja.

Sonríe de lado, negando con la cabeza.

—Muy bien —murmura—. Buenas noches, Brooke.

Finalmente, cierra la puerta para mí y da un paso atrás, metiéndose las manos en los bolsillos.

Me inclino hacia adelante para indicar la dirección al taxista y él asiente con la cabeza, incorporándose en la carretera de nuevo. Miro disimuladamente por la ventanilla a Jared, que suspira y vuelve al edificio con cierta resignación.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top