Capítulo X
X - Roces
Las clases se me hacen eternas. Mis compañeros insoportables. Mi trabajo increíblemente pesado. Incluso Liam —el bueno de Liam— termina con los nervios a flor de piel por mi actitud de mierda.
—Brookie —me dice cuando tenemos un momento tranquilo—, no sé qué te pasa, pero cálmate. Casi le tiras la bebida a la cara a ese pobre hombre.
Quiero decirle que se joda al pobre hombre, pero no me queda otra que acercarme y disculparme porque, por si esto no fuera suficiente, mi jefa está aquí. No deja de criticar todo lo que hago. Todo. Y de lo único que tengo ganas es de escupirle en el vaso cada vez que me pide que le lleve un poco de agua porque, al parecer, estoy muy quieta y no me paga para eso.
Pero sé perfectamente a qué viene mi enfado. Creo que no es muy difícil adivinarlo. Después de lo de esa noche, no volvió a contactar conmigo. Y han pasado cuatro días. Cuatro largos días en los que he estado preguntándome continuamente si hice lo que se suponía que debía hacer.
Y también me pregunto quién demonios es Cassie, sí. No voy a mentirte.
Keira me pregunta varias veces si estoy bien, a lo que solo puedo decirle que me ha venido la regla, me duele el estómago y por eso estoy de mal humor. No creo que se lo crea pero, honestamente, me da igual. Siempre y cuando me deje en paz.
Hago el recuento de la caja mientras mi jefa me mira por encima de sus gafas. Todo está bien. Casi se lo tiro a la cara cuando me pide que lo vuelva a contar. ¿No le acabo de decir que está todo bien? Ugh. Asquerosa.
—Hoy no ha sido tu mejor día, Brooke —me dice mientras lo hago.
¿Puedo recalcar que ya no estoy en mi turno y, por lo tanto, puedo mandarte a la mierda, pero sigo aquí como una imbécil?
—Lo sé —mascullo, intentando no distraerme.
—Espero que el próximo día estés más concentrada o tendré que considerar bajarte el sueldo durante este mes. No te gustaría que eso pasara, ¿verdad, Brooke?
La miro con ganas de matarla, pero me limito a asentir con la cabeza.
—Es lo justo —digo en voz frívola.
—¿Por qué me miras a mí? Ahora, tendrás que volver a empezar.
Miro a Liam y Keira en busca de ayuda, pero la señora Wells hace lo mismo.
—Cielitos, podéis marcharos —les dice dulcemente—. Yo me quedo con Brooke para que haga bien su trabajo. Vosotros ya habéis terminado.
Keira niega con la cabeza, pero se marcha. Liam me pide disculpas con los ojos y también se va. Hoy tenía una cita. Todo el mundo tiene citas menos yo.
La señora Wells me sonríe.
—Vamos —señala la caja—. No se va a contar solo.
Claro, vieja bruja.
—Claro, señora Wells.
Terminamos poco después, cuando se da por satisfecha. Cierro el bar bajo su atenta y estúpida mirada. Cuando termino, ella extiende la palma de la mano y me sonríe como si fuera tonta.
—Las llaves, Brooke.
—Siempre me las quedo —frunzo el ceño, confusa.
—Ya te he dicho que hoy no has tenido tu mejor día, cielito. Si no puedo confiar en que llevarás bien una cerveza a un cliente, ¿cómo voy a confiar en que guardes mis llaves?
Aprieto los labios.
No la insultes, Brooke.
Será... idiota.
Piensa en el dinero.
Estiro el brazo y se las pongo en la mano con una mirada que denota de todo menos amabilidad. Ella me dedica una sonrisa que se congela cuando mira por encima de mi hombro. Frunzo el ceño.
¿Ahora qué? ¿Viene un cliente en busca de venganza por mi pésimo servicio? Me giro, dispuesta a encararlo, y me quedo helada cuando veo a Jared bajando de su coche y acercándose a mí.
Oh, no. Ahora no.
Se me detiene el corazón y me odio por ello. Él se mete las manos en los bolsillos cuando se queda delante de mí con cara inexpresiva, como siempre. Odio que no esté tenso. Debería estarlo. Yo lo estoy.
—Brooke —me saluda suavemente.
Y, encima, está pronunciando mi maldito nombre de esa manera que estoy empezando a odiar.
—Jared —enarco una ceja.
Él ladea un poco la cabeza, mirándome de arriba abajo. Creo que está intentando decirme algo cuando, de pronto, mi jefa rompe la conexión momentánea metiéndose entre los dos. Tiene su sonrisa encantadora —a la que Keira y yo llamamos estratégicamente sonrisa-de-Liam— en los labios. Y ya sé qué piensa de Jared. No puedo culparla. Dudo que alguien no lo piense nada más verlo. Es demasiado atractivo.
—¿Eres un amigo de Brooke? —pregunta, encantadora.
Jared desvía la mirada de mí para clavarla en ella. Es mucho menos cálida. Me he dado cuenta de que, en general, su mirada es mucho menos cálida cuando habla con otras personas. Pero conmigo no.
No. No me importa. No. Me. Importa.
—No soy su amigo —replica Jared, mirándome con esa mirada que usa para convencerme para todo.
Ni se te ocurra entusiasmarte por esto.
Mierda. Mis mejillas se enrojecen al instante.
Ya estamos otra vez en el punto de partida.
¿Por qué lo ha dicho de esa forma tan íntima? Mi estómago se contrae. Él esboza media sonrisa en mi dirección.
—¿Podemos hablar? —me pregunta.
Mi jefa nos mira con la boca abierta cuando me ofrece una mano. Yo aprieto los labios porque sé que mi mano tenía el impulso de ir directamente a la suya.
—No.
Él me mira con una expresión un poco cansada. Mi jefa me mira como si me hubiera ido la olla.
—Claro que podéis hablar —dice, mirándome con el ceño fruncido—. Brooke, no seas maleducada. Ya lo has sido lo suficientemente ahí dentro.
Intento no mirarla con mala cara, pero no puedo evitarlo. Al final, solo para evitar seguir con ella, paso al lado de Jared ignorando su mano y me meto en su coche. Él aparece dos segundos más tarde, sentándose a mi lado. Veo, de reojo, que busca algo por detrás. Frunzo el ceño cuando me ofrece un jersey negro.
—No tengo frío —miento.
—Brooke, no tienes chaqueta y estamos a diez grados.
—No quiero tu jersey —remarco, mirándolo.
Él cierra un momento los ojos, como si implorara paciencia.
—Póntelo y ya está —me dice—. Por favor.
Suspiro y me lo paso por la cabeza. Me queda grande. Mis manos se quedan ocultas en las mangas, así que tengo que estirar los brazos para liberarlas. Y huele a él. Dios. Huele mucho a él. Intento no inhalar con todas mis fuerzas.
Jared me está mirando fijamente. ¿Le gustará verme con su ropa? Es difícil saberlo. Todo en él es tan difícil de saber.
—Podrías haberme llamado antes de aparecer así como así
—Quería verte, no llamarte.
Mi estómago se retuerce. Lo odio por hacerme sentir así de dependiente. No me había pasado nunca. Es como si no pudiera enfadarme con él. Cada vez que intento mantener la compostura, solo necesita decirme algo así o rozarme para que vuelva a estar perdida.
—Pues aquí estoy —me hago la dura—. ¿Qué quieres?
Él me observa unos segundos. Su mirada es como fuego abrasando mi piel. Bajo un poco la ventanilla para que el aire frío me dé en la cara.
—¿Puedo llevarte a tu residencia?
Lo miro de reojo. Hay algo más. Lo sé por la forma en que lo dice. Mi pulso se acelera solo al pensar que...
No. Concentración.
—No —murmuro.
—Vamos, Brooke, solo quiero llevarte a tu residencia.
Y yo no quiero que me líes para hacer luego lo que te apetezca, estúpido Jared.
—No —repito.
—Déjame llevarte y no volveré a molestarte —me dice en voz baja—. A no ser que me lo pidas, claro.
—No voy a pedírtelo.
—Me lo tomaré como un sí.
Él me dedica una sonrisa de lado y arranca el coche. No decimos nada en todo el camino. Yo tengo mi cara perfectamente situada para que me dé el viento frío en la cara pero, a la vez, pueda mirarlo de reojo si es necesario. Varias veces noto sus ojos clavados en mis piernas. Ojalá llevara pantalones cortos.
No. ¡Concentración, joder!
Detiene el coche delante de mi residencia y me mira fijamente. No soy capaz de devolverle la mirada.
—¿Estás enfadada conmigo? —pregunta suavemente.
Mi cuerpo se estremece cuando su dedo roza mi nuca. Está apartándome el pelo del cuello. Se me pone la piel de gallina. Estoy temblando, pero mi piel arde. Y solo me ha rozado. Lo odio. Lo odio mucho.
—¿Tú qué crees?
Él no detiene su caricia. Su dedo se convierte en su mano en mi nuca. Seguro que nota que tengo el vello erizado. Es imposible que no lo note. Es imposible. Sus dedos acarician mi nuca hasta el inicio de su jersey. Y no puedo respirar. Quiero que baje la mano. Quiero que me acaricie toda.
Mierda, ¿por qué soy así?
—¿Puedo compensarlo? —pregunta en voz baja.
Niego con la cabeza, pero no puedo mirarlo. Él sigue con sus caricias tortuosas. No puedo más.
—¿Puedo subir, Brooke?
Oh, no. Mi nombre no. Cierro los ojos. Quiero que suba. Lo deseo tanto...
—No —me aparto y niego con la cabeza—. No.
Es como si necesitara repetirlo para concienciarme de ello. Bajo del coche precipitadamente, olvidándome de que llevo su jersey puesto. No he llegado a la entrada cuando escucho sus pasos siguiéndome. Lo ignoro categóricamente y subo las escaleras rápidamente. Consigo abrir mi habitación en tiempo récord, pero él la sujeta con la mano justo a tiempo para quedarse delante de mí.
—Ni siquiera me dejaste explicarme —frunce el ceño.
—No me debes ninguna explicación.
—Quiera dártela —vuelve a sujetar la puerta cuando hago un ademán de cerrarla—. Por Dios, Brooke, ¿puedes detenerte a escucharme por un momento?
—¡No!
—¿Por qué no?
Suelto la puerta, frustrada, cuando me doy cuenta de que no va a ceder. Me cruzo de brazos y lo miro, enfadada.
—¿Quién es Cassie?
Hay un momento de silencio. Él tarda unos segundos en reaccionar. Creo que se ha quedado pasmado.
—¿Cassie? —repite, perplejo.
—¿Ahora no la conoces?
—Sí, claro que la conozco —enarca una ceja—. Es mi hermana pequeña.
Estoy a punto de volver a intentar cerrarle la puerta en la cara, pero me detengo de golpe.
—¿Eh?
—¿Has estado enfadada conmigo estos cuatro días porque te creías que Cassie era mi novia o algo así?
—¿Yo? ¡No! —me pongo roja, muy a mi pesar—. Me da igual si tienes novia o no.
—Brooke, no tengo mucho tiempo, así que...
—Oh, claro, tú no tienes tiempo nunca —murmuro de mala gana.
Él parece que va a decir algo, pero se contiene.
—Es complicado —dice, al final.
—Ya.
—¿Puedo entrar?
—No tienes mucho tiempo, ¿no?
Me pone mala cara.
—¿Por qué no me dejas hablar contigo?
—¡Estás hablando conmigo!
—Sabes a lo que me refiero.
—Porque no —mascullo como una niña pequeña—. Adiós.
Hago un ademán de cerrar la puerta, pero parece que acabado con su paciencia, porque él la sujeta con la mano y vuelve a abrirla. Antes de poder reaccionar, ha entrado en mi habitación y me ha agarrado la cara con ambas manos, inclinándose hacia delante. Me quedo en blanco cuando me besa en los labios.
Me quedo congelada en mi lugar cuando empieza a besarme. Y no como el otro día. Sino con ganas. Como si él también hubiera estado conteniéndose por mucho tiempo. Doy un traspié hacia atrás por la impresión y mi espalda choca contra la pared. Su mano se clava al lado de mi cabeza mientras se acerca más a mí, pegando su pecho al mío. Me late el corazón a toda velocidad.
A la mierda el autocontrol.
He tardado, pero por fin correspondo a su beso y me pongo de puntillas para profundizarlo. Él me agarra el pelo en un puño y me aprieta contra la pared, pero ni siquiera soy consciente de ello. Solo de que me está besando.
Y, joder, cómo besa.
Justo cuando levanto las manos para tocarlo también, él se separa y me mira.
—No te enfades —murmura—, pero ahora tengo que irme.
¿Qué? ¿Ahora? ¿En serio?
—Pero... —empiezo.
Tarde. Ya ha desaparecido por la puerta, cerrando a su espalda.
No entiendo nada. Creo que nunca lo haré.
***
—¿Crees que es virgen? —pregunta Lexi, pensativa, mientras salimos del centro comercial.
—Lo dudo mucho, la verdad —no puedo evitar sonreír al pensarlo. Desde luego, no da la impresión de serlo.
—Sí, yo también lo dudo —pone una mueca—. Aunque se entendería mejor, porque... ¿estaba...?
Hizo un gesto bastante pervertido levantando un dedo.
—Lexi, fue un beso —noto que me ruborizo.
—Bueeeno, tenía que preguntarlo —ella suspira—. Pues no lo entiendo.
—Pues imagínate yo...
Se detiene junto a su coche y me mira.
—No le dijiste nada que diera a entender que no querías nada con él, ¿verdad?
—No, Lexi. Dijo que tenía que irse.
—¿Dónde?
—¿Y yo qué sé?
—¿Qué era más importante que echar un polvo? —pregunta con su tono de investigadora privada.
Lexi, la reina de entender a los hombres, parece quedarse demasiado pensativa. Es toda una novedad. Sigue así cuando entramos al coche para dirigirnos a la residencia.
—¿Habéis vuelto a quedar? —pregunta.
—No.
—¿Y quieres volver a verlo?
—No lo sé, Lexi. Si solo quiere besarme para luego irse, no sé si quiero quedar con él.
—Whoa —empieza a reírse—. Parece que alguien está muy caliente por un chico.
—Pues sí —ya no hay manera de negarlo. Estoy tan molesta—. Y el chico pasa de mí.
—No pasa de ti —pone los ojos en blanco.
—No siempre —murmuro.
—Bueno, mira el lado positivo. Al menos, ahora estás depiladita.
—Como si fuera a servirme de algo... —frunzo el ceño—. ¿No eras doña las-chicas-también-tienen-pelo-no-pienso-depilarme-jamás?
—Soy voluble —me dedica una sonrisa encantadora—. Si quieres verlo otra vez, llámalo tú.
—No —solo el pensamiento hace que me ponga nerviosa.
—¡Siempre esperas a que te hable él!
—Porque no quiero molestarlo.
—Con ese pensamiento, no llegarás a nada.
—Pues no llegaré a nada.
—Por el amor de Dios —suspira—. Llámalo y déjate de tonterías.
—¿Y si se piensa que estoy desesperada? ¿O que soy muy pesada? ¿O...?
—Brooke —me dice con su tono más conciliador—, Jed no es Nick. Deja de pensar como si siguieras estando con él.
Hay un momento de silencio. Oh, oh. No le he dicho nada a Lexi sobre el idiota de Nick. Y ella ya ha notado que me tensaba. Aparca el coche delante de la residencia y me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Qué?
—Nada —y bajo rápidamente.
Ella me alcanza ridículamente rápido.
—¿Qué? —repite, plantándose delante de la puerta principal para que no pueda pasar.
Suspiro, buscando las palabras adecuadas.
—Vi a Nick —murmuro—. El otro día, en el concierto.
Ella duda un instante antes de fruncir profundamente el ceño.
—¿Qué? ¿Aquí? ¿En la ciudad?
—Sí, Lexi, en la ciudad.
—¿Y ese imbécil cómo sabe dónde estás?
—No es que lo supiera. Es que mi cara salió en una maldita pantalla gigante, ¿recuerdas que te lo conté?
Ella asiente con la cabeza, pero sigue irritada.
—Espero que no viniera a molestarte —murmura mientras las dos subimos las escaleras.
Le enarco una ceja.
—Vale, es Nick —pone los ojos en blanco—. Claro que vino a molestarte.
—Tuve que decirle más de tres veces que me dejara en paz para que me hiciera caso. Y creo que solo lo hizo porque Jared estaba conmigo.
—Pues ya puede suplicar que no sea yo la que está contigo la próxima vez que te lo cruces.
Empiezo a reírme al ver su cara de amiga vengadora.
—Venga, olvídate de Nick —le digo—. Vamos a tomar algo en la habitación.
Vamos a la suya que, como siempre, es un desastre. Aparto sus bragas para poder sentarme en su cama. Esta cruje cuando se tira delante de mí con dos refrescos que ha ido a buscar a la máquina del pasillo. Abro el mío y le doy un largo trago.
—¿Vas a ir a la fiesta del sábado? —me pregunta.
—Le dije a Liam que iría. Y es tan pesado como tú cuando quiere.
—Ay, Liam —Lexi me mira con una sonrisa—. Siempre he pensado que terminaríais juntos.
—Somos amigos —niego con la cabeza.
—Lo sé. Pero siempre podrías tenerlo de plan B.
—Liam es demasiado bueno como para ser el plan B de alguien, Lex.
—Vale, vale, tienes razón —suspira antes de que su sonrisa se transforme en una de perversión—. ¿Y cómo besa Jed?
Suspiro, mirándola.
—¿En serio?
—¡Me he estado muriendo de ganas de preguntártelo desde que me lo has contado!
—Es... está bien.
Pero me he puesto roja solo de recordarlo. Lexi suelta un chillido de alegría.
—¡Mírate!
—Para, Lexi.
—¡Te encanta! —me pone morritos—. ¡Te encanta que te morree!
—¿Puedes... dejar de decirlo así?
—¿Ya le has cotilleado el Instagram?
—Casi nunca lo utilizo.
—Brookie, seguir a alguien en Instagram estos días es la indirecta perfecta para que venga a follar —después de esa declaración del amor moderno, me agarra el móvil—. A ver, vamos a buscarlo...
—¡Lexi, no lo sigas!
—¡Solo lo busco! —sonríe—. Aquí está. Jed. No tiene muchas fotos. Casi todas son de la banda.
Me asomo por encima de su hombro. Es verdad. La única que tiene de él es una en la que toca la guitarra en un concierto, pero tiene la cabeza agachada y no se le ve la cara.
—Me dijo que no era muy de fotos —le digo.
—Pues si yo tuviera su aspecto, no dejaría de hacerme fotos. Mira esto, tiene más de un millón de seguidores.
—Fascinante.
—¿Hacemos que tenga uno más?
—¿Eh? ¡Lex!
—Vale, vale —sigue cotilleando mientras yo le doy otro sorbo al refresco.
Es entonces cuando veo que me está mirando con una sonrisa malvada.
Oh. No.
—¿Qué haces? —me alarmo.
—Y... enviar.
Veo que su dedo se posa en la pantalla mientras esboza una sonrisa malvada.
No le ha mandado un mensaje, ¿verdad?
Pero, ¿qué digo? ¡Es Lexi! ¡Claro que lo ha hecho, la muy...!
Agarro mi móvil, pero vuelve a caerse en la cama cuando lo suelto, alarmada.
Brooke: ¿Te apetece venir a pasar el rato en mi cama?
—¡LEXI!
—¡No pasa nada!
—¡NO QUERÍA QUE LO HICIERAS!
—¡Así pillará que...!
—¡TE VOY A MATAR!
—¡NO ME GRITES!
—¡NO SIGAS A...!
Creo que nos peleamos por, al menos, diez minutos. Y nada. Casi se nos ha olvidado lo que acaba de pasar. Casi. Porque nos quedamos las dos heladas cuando escucho una notificación en mi móvil.
Lexi es la primera en lanzarse a la cama. Agarra el móvil con una sonrisa de oreja a oreja. La sonrisa vacila cuando se me queda mirando.
—¿Qué? —pregunto, y siento que, a mis pies, la tierra desaparece y me engulle—. ¿Qué pasa?
—Es un mensaje suyo.
Le quito el móvil, impaciente, y miro la pantalla.
Jared: Estoy delante de tu habitación.
Lexi tiene una sonrisa de oreja a oreja cuando va corriendo y riendo hacia su puerta. Yo me miro a mí misma. Dios mío, estoy horrible. Voy con una camiseta de manga corta gigante, unos pantalones negros y unas zapatillas. Y llevo un moño horrible. No puede verme así.
—¡Espera...!
—¡Jeeeeeed!
Abre la puerta de par en par y veo a Jared dándose la vuelta, sorprendido. Parece confuso cuando ve a Lexi mirándolo como si fuera a comérselo, pero después me ve detrás de ella, completamente roja. Entrecierra los ojos con curiosidad.
—Hola —me dice directamente a mí.
Miro a Lexi. Ella me mira, entusiasmada. Y yo ya estoy roja como un tomate.
—Hola —murmuro.
—¡Brookie solo ha venido a pedirme esto, pasáoslo bien!
Y me empuja con Jared, que me sujeta del hombro para que no me caiga. Antes de poder reaccionar, lanza un condón al aire y él lo atrapa con una mano.
Un maldito condón.
Yo la mato.
Lexi me guiña un ojo antes de cerrar la puerta y dejarme sumida en el silencio más tenso de mi vida. Al menos, para mí. Jared está mirando el condón con las cejas levantadas. Parece divertido.
—Eso ha sido... muy sutil —me dice, mirándome.
¿Por qué siempre es tan atractivo vistiendo ropa tan... normal? No puedo evitar mirar sus manos cuando se mete el condón en el bolsillo. Los dedos tatuados. Me estremezco solo de verlo. Pero mi estremecimiento es mayor cuando noto esos mismos dedos acariciándome el cuello.
—Me alegra que me hayas hablado —murmura, ladeando la cabeza.
No sé qué decirle. No era yo. Aunque... era lo que quería. No quiero engañarme a mí misma. Se me pone la piel de gallina cuando se inclina hacia delante y me besa en los labios suavemente. Ni siquiera abre la boca, pero mi cuerpo entero empieza a arder al momento.
—¿Qué quieres hacer?
Y sé que por su tono sabe perfectamente lo que quiero hacer, pero no me lo va a dar, ¿no? Al menos, no ahora. Suspiro y miro mi habitación. ¿Algún día seré capaz de llevar la iniciativa en esto? Espero que sí.
—¿Qué quieres hacer tú? —le pregunto en un tono un poco tenso.
Él me dedica una sonrisa divertida. Creo que es la más grande que me ha dedicado hasta ahora.
—¿Tienes portátil?
Asiento con la cabeza lentamente, confusa.
—Podemos ver una película —murmura, dejando un mechón de pelo tras mi oreja.
Me encojo de hombros. No quiero ver una película. Pero bueno, tendré que conformarme. Paso por delante de él y escucho que cierra la puerta mientras me dejo caer en mi cama y agarro mi portátil. Me apresuro a quitar la pestaña en la que cotilleaba la web de su banda. Por suerte, no me ve.
—Elige tú —murmura, quitándose la chaqueta.
Me quedo mirando su cuerpo mientras lo hace. Cómo se abultan sus brazos, como se estira su camiseta, dejando ver una pequeña parte de la piel del estómago... también está tatuada. Se me seca la boca.
Concéntrate, mujer.
Reacciono cuando se tumba a mi lado. De esta forma —yo sentada—, sé que él puede verme la espalda, pero yo solo le veo las piernas. ¿Podrá ver lo tensa que estoy? Porque estoy muy tensa. Muy, muy tensa. Y no por incomodidad. Al menos, no del tipo común.
Me quedo mirando la pantalla un momento cuando veo que mi primera recomendación es una película de amor en la que sé que hay algunas escenas de sexo entre los protagonistas. Me pongo roja solo de pensarlo. ¿Sería una buena indirecta? Bueno, sería un poco directo. No. No me atrevo. Me decido por otra romántica en la que la escena de sexo es bastante vainilla, pero enviará el mensaje igual.
Cuando ve que tengo la película elegida, noto que me pone las manos en las caderas y me tumba a su lado, pasándome un brazo por encima del hombro. Me ha tumbado de lado, así que ahora tengo una pierna por encima de él y mi brazo por encima de su pecho. Mi estómago empieza a revolotear.
¿Por qué demonios estoy tan tensa? No es como si no hubiera hecho esto nunca.
—A ver qué has elegido —murmura, apoyando el portátil sobre mi pierna.
Me quedo mirando la pantalla, pero soy demasiado consciente de que está pegado a mí. Si estiro un poco el cuello, podré poner la cabeza sobre su corazón. Podré escucharlo latir. Podré. Escuchar. Su. Corazón. Solo el pensamiento hace que me estremezca. Trago saliva. Tengo la garganta seca. Ojalá pudiera mirarlo. Él puede verme la cara, pero yo tendría que girar el cuello para ver la suya y sería muy obvio.
Honestamente, no tengo la menor idea de lo que pasa en la estúpida película. Pero me la suda. Solo quiero sentir su mano acariciando mi brazo —piel contra piel, Dios—, mi pierna sobre las suyas y el latir de su corazón bajo mi mano. Quiero abrazarlo más. Quiero besarlo. Quiero... sabéis lo que quiero.
Creo que no hemos llegado a la escena de sexo cuando me inclino un poco más hacia él, frotando mi pierna contra la suya. Siento que su corazón da un brinco. ¿Por mí? Hace que se me acelere la respiración. He provocado algo en él. Solo pensarlo hace que me mueva un poco más. Me acerco, moviendo mi cadera contra la suya. Noto su cuerpo tensándose.
Y, entonces, él cierra la pantalla del portátil y lo deja a un lado. Contengo la respiración cuando me empuja con su cuerpo hasta que me tiene debajo de él. Tiene su cuerpo pegado al mío. Sus piernas y las mías, su pecho y el mío, su estómago y el mío... Puedo sentir su corazón sobre el mío. Está mucho más relajado que yo. Mi corazón brinca sin piedad y sé que él lo sabe. Es imposible que no lo note.
Se inclina hacia delante y me agarra la nuca con un mano, dándome otro de sus besos lentos. Muevo las manos a sus hombros. Nunca lo había tocado. Siempre que me besa, me quedo tan hipnotizada que no hago nada. Pero ya no puedo más. Necesito tocarlo también.
Su beso se hace más hambriento cuando mis dedos van a su nuca y toco la piel de su espalda, metiendo la mano ligeramente bajo el cuello de su camiseta. Murmura algo que no entiendo y clava una mano en mi cintura, obligándome a arquear la espalda para pegar su cuerpo todavía más al mío.
Me palpitan los labios cuando se separa de mí y noto sus labios en mi mandíbula. Mierda. Intento controlar la respiración cuando los mueve hasta mi oreja. Me sujeta la cara con una mano mientras, con la otra, sigue torturándome de esa forma tan placentera. Pasa los dientes por el contorno de ésta y la un pequeño mordisco en el lóbulo. Odio que lo haga. Lo odio porque cada vez que muerde mi oreja se siente como si me mordiera... ahí. No me puedo creer que esté pensando esto.
Manda espasmos por todo mi cuerpo. Suelto todo el aire de mis pulmones cuando baja la mano por mi espalda y su puño envuelve la tela de mi camiseta. Ojalá me la quitara, y...
...y, mientras lo estoy pensando...
VUELVE A SEPARARSE DE MÍ.
Otro al que tengo que matar.
—Mañana vendré a verte —me dice, y veo que su respiración está agitada.
—No, Jared, espe...
No me deja terminar. Ya se ha ido. OTRA VEZ. Maldita sea. Estúpido Jared.
Agarro la almohada y la tiro a la puerta imaginándome que es su cara, como si eso fuera a solucionar alguno de mis problemas.
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