Capítulo I

CAPÍTULO I - JED

—¡Vamos, Brooke!

—Que ya voy —suspiro pesadamente, esquivando otro empujón.

Lexi, mi mejor amiga, se gira para fulminarme con la mirada cuando me detengo para dejar pasar a una pareja.

—Pero ¡no dejes que pasen!

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que los aparte?

—¡Empújalos!

—Sí, claro, también puedo darles un puñetazo, si quieres.

—¡Venga, Brooke, si no te das prisa no encontraremos un buen sitio!

—¡Es que no quiero encontrar un buen sitio!

Llevamos así más de tres horas. No me puedo creer que me haya convencido para hacer esto. No había ido a un concierto en mi vida y voy a empezar por un grupo que ni siquiera conozco.

Increíblemente, ya hay una enorme masa de gente cuando llegamos a la parte baja, en el foso. Lexi se las arregla —con la ayuda de codazos y maldiciones— para que pasemos entre la masa de cuerpos sudorosos, tatuados y perforados que nos separa del escenario. Milagrosamente, llegamos a las vallas de hierro que nos separan del escenario por unos metros. No es que haga mucho calor pero, con el esfuerzo, estoy sudando. Qué asco.

Lexi, en cambio, está entusiasmada. Se gira hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Es un sitio genial! —me grita, emocionada.

Yo, por mi parte, estoy intentando no morir aplastada contra la estúpida valla. Consigo apartar a una chica para colocarme junto a Lexi. Sigo sudando. Odio sudar. 

Demasiada gente. Demasiada humanidad para lo que me queda de vida.

—Más te vale que sean buenos —murmuro, quitándome un mechón de pelo de la cara—. Me estoy muriendo de calor.

—¡Quítate la camiseta!

—Solo llevo el sujetador debajo —le frunzo el ceño.

—¡Mejor para ti! ¡No creo que nadie se entere!

—Sí, claro. Y, si quieres, también me lo quito.

—¡Vale! ¡Tíraselo a la cara a Kevin!

—¿Quién demonios es Kevin?

—¡El cantante! Madre mía, ¡no sabes ni cómo se llaman!

—¡Y tú tampoco! ¡Solo te gusta el guitarrista!

Me sonríe dulcemente, pero no puede responder porque las luces del escenario parpadean. Pongo una mueca cuando se empiezan a escuchar gritos a mi alrededor. Estoy ocupada intentando que nadie me quite mi lugar y dejo de mirar lo que tengo delante. ¿Por qué solo me empujan a mí y a Lexi no? Cuando veo que ella pone muecas por los tacones, me alegro de haber optado por mis converse viejas. 

Mis pequeñas aliadas. 

Me siento fuera de lugar con mi top burdeos y mis jeans. Todos los demás llevan camisetas con el eslogan del grupo, dos guitarras cruzadas negras y rojas. 

Y yo que creía que me había puesto muy informal para un concierto... me siento como si fuera Cher entrando en un bar de carretera.

Entonces, un chico sale al escenario y todo el mundo empieza a gritar. Me tapo los oídos con las manos, frustrada. Incluso él, que tiene el micrófono en la mano, tiene que gritar a través de él para que se le escuche. Pongo mala cara a un chico que me empuja de malas maneras contra Lexi para ocupar mi lugar.

Creo que el del escenario es el famoso Kevin, el cantante. Lexi ha hablado de él por el camino. Es su plan b. Va vestido, simplemente, con unas bermudas y unas zapatillas. Ni se ha molestado en ponerse camiseta. Tiene el pelo rubio por los hombros y no deja de pasarse la mano por él. Puedo verlo en la gran pantalla que hay encima del escenario. Él guiña uno de sus ojos castaños a la cámara y el público enloquece. 

No parece necesitar escuchar los gritos femeninos para sentirse bien consigo mismo.

Está hablando. No entiendo nada hasta que veo que hay dos personas más en el escenario. No... hay tres. No había visto al de la batería. Vuelven a empujarme y pongo una mueca. Ni siquiera me he enterado de los nombres.

—¿¡ESTÁIS PREPARADOS PARA GRITAR!? —eso lo he oído perfectamente. No sé cómo Kevin no se ha quedado sin cuerdas vocales.

Lexi, a mi lado, grita con todas sus fuerzas, agitando los brazos. Y no es la peor del recinto.

Debemos llevar ya cinco canciones de gritos y aullidos, además de instrumentos ruidosos, cuando Lexi baja de un salto de los hombros de un chico que acaba de conocer. Se acerca a mí y me rodea el cuello con un brazo.

—¿Qué te parece? —me grita por encima de la música. El batería lo está dando todo y todo el público vitorea en su honor.

—Ruidoso y molesto —le respondo, gritando también. Voy a quedarme afónica si sigo así—. ¿Podemos irnos?

—¡No ha terminado!

—¿Y qué le falta?

—Poco, pero... ¡después tenemos que hacer algo muy importante! —se gira hacia el escenario y sonríe ampliamente mientras el cantante se retuerce como si estuviera poseído. Creo que intenta bailar seductoramente—. ¿Quieres saber cuál es mi objetivo?

—¿Tu objetivo? —no puedo evitar reírme—. Ilumíname.

—Forma parte de mi fantasía de acostarme con un miembro de cada una de mis bandas favoritas.

—Muy bien, Lex, tienes mi atención. ¿Cuál?

—El de la guitarra, Jed —lo señala con un dedo, descaradamente.

Estoy a punto de bajarle el brazo, pero después me acuerdo de que estamos entre más de quinientas personas en el foso y que es imposible que se dé cuenta. Además, seguro que Lexi no es la única que lo señala. Me da la sensación de que los gritos femeninos aumentan cada vez que él mira la cámara y cara aparece en la pantalla que tienen encima.

—¿Lo conoces? —le pregunto, extrañada.

—¿Cómo voy a conocerlo, Brookie? ¡A eso he venido! ¡Mira lo bueno que está!

Vale, tiene razón, es muy guapo. 

Bueno... no. Esa no es la palabra.

Es atractivo. Muy atractivo.

Sí. Es eso. Emana ese magnetismo característico de una estrella del rock. Yo misma me he encontrado mirándolo fijamente unas cuantas veces para después sacudir la cabeza y centrarme en no morir aplastada.

Es más alto que el cantante. Me he dado cuenta enseguida. Bastante más, de hecho. Lleva puesta una camiseta negra y unos pantalones desgastados. Tiene el pelo oscuro y húmedo por el sudor. Cuando agacha la cabeza, los mechones le rozan la frente. Tiene los brazos y las manos llenos de tatuajes.

Cuando levanta la cabeza de nuevo tiene los ojos cerrados, como si estuviera concentrado en su trabajo. Los abre, moviendo los dedos a toda velocidad en su guitarra. Mira al cantante, que lo señala. El tal Jed clava los ojos azules en la cámara y escucho gritos femeninos inundando el lugar. 

Noto que yo misma he aguantado la respiración durante unos segundos. Vale, no puedo culparlas. No me extraña que tenga tantas admiradoras.

—No parece muy risueño —le comento al darme cuenta de que me he embobado mirándolo.

—No lo es. Creo que eso me pone todavía más.

—Lex...

—Si no se deja, iré a por Kevin, el cantante. Seguro que es más fácil meterse en sus pantalones. Míralo.

Lo miro. No lleva tantos tatuajes como los demás, pero sí bastantes piercings. Se acerca a nuestra parte y empieza a contonearse, de manera que las chicas a mi alrededor babean, incluida Lexi.

—Es un engreído —le digo a mi mejor amiga, divertida.

—Pues ya tenemos algo en común —me guiña un ojo.

Cuando ha pasado una eternidad, el cantante entona las notas de la última canción y se acerca al público. Escucho gritos de todas partes mientras se va acercando a las vallas, guiñando un ojo a todas las chicas que ve, incluyéndonos a Lexi y a mí. No puedo evitar dar un paso atrás cuando se acerca, mientras ella se pone a chillar como una posesa e intenta agarrarlo. 

Entonces, —¡por fin!— termina la tortura y Lex me coge de la mano. Me guía entre la gente con su don para no estancarnos a esperar y me conduce por un pasillo oscuro que huele a humedad. Me detengo abruptamente al no ver a nadie a nuestro alrededor.

—¿Qué? —me pregunta, tirando de mi muñeca.

—¿Dónde vamos? La salida está por ahí.

—¿No te dije que tenemos que hacer algo muy importante?

—¿Y qué es eso tan importante?

—¡Vamos a colarnos en la fiesta que organizará la banda! —dice, entusiasmada—. ¿No es genial?

Me la quedo mirando como si le fuera a salir una cabeza extra en cualquier momento. Ella deja de sonreír y me mira con el ceño fruncido. Debo haber acabado con su optimismo con solo una mirada. Todo un logro.

—No me mires así. Pensé que te ilusionaría —dice, haciendo un mohín.

—Sabías perfectamente que no me entusiasmaría por esto, Lex.

—Pero, sólo por una noche...

—No.

—¡Sólo hoy, vamos! No te pido más. Si me acompañas esta noche te prometo que nunca más volveré a molestarte con nada.

—¿Por qué me suena esta conversación? Ah, sí. Porque la tenemos cada semana.

La miro mal, a lo que ella casi se arrodilla para suplicarme.

—Por favor, Brookie-pookie...

—¿Crees que me vas a convencer usando ese apodo? —pongo una mueca.

—¡Vale, pues Brooke! —corrige enseguida—. Es mi única oportunidad de conocerlos, son mi banda favorita, no te imaginas cuánto tiempo llevo persiguiéndolos.

—Llevas dos noches persiguiéndolos porque, hasta entonces, tu banda favorita era otra —sonrío, divertida.

—Bueno, ¡no importa! Por favor, Brookie, sé mi mejor amiga del alma por esta noche y te prometo que te deberé un enorme favor, sin excusas, lo que sea. 

Me detengo, un poco más interesada.

—¿Lo que sea?

—¡Sí! —se le ilumina la mirada al ver que me está convenciendo—. ¡Iré al gimnasio!

La miro con los ojos muy abiertos. Si hay algo que ella odia en este mundo, es el ejercicio. Bueno, el ejercicio y las chicas que intentan quitarle los chicos que le gustan.

—Y a una galería de arte —la reto.

—¿En serio? —pone una mueca.

—Es mi condición —extiendo la mano hacia ella—. ¿Trato hecho?

Veo que duda un momento antes de sonreír ampliamente.

—¡Lo que sea! —me la aprieta con ganas—. ¡Hecho!

—Pues... terminemos con esto —suspiro.

—¡Sí, genial!

Ella me arrastra por el brazo y seguimos avanzando por el inhóspito pasillo hasta llegar a un guarda de seguridad que nos mira con los ojos entrecerrados. Por la manera en que mira a Lexi deduzco que, o bien ya la conocía, o bien ya ve que ha venido para molestarlo. Sea lo que fuere, ella se detiene delante de él con su mejor sonrisa.

—Hola, ¿te acuerdas de mí? —pregunta, pestañeando varias veces y enroscando un dedo en un rizo rubio. Eso nunca falla—. He venido antes de que empezara el concierto.

—Me acuerdo —dice, mirándome de arriba a abajo—. ¿Quién es ella?

—Es mi amiga, la que te dije.

¿Cómo que la que te dije? Miro a Lexi con el ceño fruncido, pero ella sigue con todos sus encantos puestos en el hombre. Me pregunto qué demonios le habrá dicho y si debe ser por eso que me necesita tanto. Trago saliva. Oh, Dios, espero que no me necesite para nada sexual, si no, la mato, le quito las llaves y me voy con su coche.

—Ah, sí —él me vuelve a mirar—. A Kevin le gustará, no hay duda. Pasad.

—¿A Kevin le gustará? —pregunto a Lexi cuando entramos en otro de los pasillos—. ¿De qué iba eso?

—Bueno... cuando hemos llegado y te he dicho que iba al servicio en realidad he venido aquí a por un pase para después del concierto, ya sabes... lo de siempre —se encoge de hombros mientras seguimos caminando—. Ese tío me ha preguntado qué podía ofrecerle a cambio y le he asegurado que le gustaría al cantante, pero me ha dicho que tiene debilidad por las morenas... y yo soy rubia.

—Pero yo soy morena —digo, negando con la cabeza.

—¡Exacto!

—Me siento como si fuera tu ofrenda a cambio de sexo.

—¡Lo siento! Sé que debería habértelo dicho, pero no habrías accedido.

—¡Pues claro que no! ¡No pienso acostarme con un imbécil!

—¡Y no lo harás! Yo me encargo de esa parte. Lo único que quería era que nos dejara pasar.

No digo nada, porque recuerdo la promesa que me ha hecho antes. Me deberá un favor. Y grande, porque esto no voy a superarlo en años. 

Llegamos a una puerta de madera que se abre con un crujido y, para mi sorpresa, encuentro un antro pequeño, con música baja y una barra al fondo. La gente aquí es muy distinta. No están gritando como locos. De hecho, hablan como personas normales y corrientes. Menos mal.

Lex me guía hacia la barra y ambas nos sentamos en los taburetes. Veo que busca entre la gente al cantante de la banda y pone una mueca. Un grupo de chicas con camisetas del grupo lo rodean. Todas rubias. Creo que eso la irrita más.

—¿Has visto a esas?

—Es difícil no verlas, la verdad.

—¡Se les nota un montón que quieren acostarse con él!

—Tú quieres acostarte con él, Lex—le recuerdo.

Veo que la atención de las chicas varía al instante en que el guitarrista... ¿Jed? —creo que ha dicho que se llamaba así— entra por la puerta que hemos usado nosotras hace un momento. Pasa por delante de nosotras sin mirarnos y se apoya en el otro extremo de la barra. Todas ellas van corriendo a situarse a su alrededor y Kevin pone una mueca antes de seguirlas.

—No sé si seré capaz —me dice Lexi, preocupada.

Me giro hacia ella de nuevo.

—¿Cómo?

—¡Están los dos muy buenos en persona! ¡Más que en fotos!

—Pero, ¿cuál te gusta más?

Ella pone una mueca y los mira, pensativa.

—Jed intimida un poco —murmura.

—¿Un poco? —pongo una mueca al ver que incluso esas chicas no se atreven a acercarse demasiado.

—Vale. Iré a por Kevin.

—Es más accesible.

—Dios, qué nervios —pone una mueca—. Creo que voy a vomitar.

—Ah, no, de eso nada, no he entrado aquí para quedarme sentada viendo como vomitas encima del camarero.

—Me estoy arrepintiendo de venir.

Suspiro por enésima vez en la noche.

—¿Quieres que vaya a presentarte? —pregunto.

Ella levanta la cabeza, ilusionada.

—¿En serio? ¿Harías eso por mí?

—¿Con tal de que no me marees luego con que no has podido acostarte con él? —entrecierro los ojos, poniéndome de pie—. Hago lo que sea. Pero me vas a deber otro favor.

Ella se pone a chillar de alegría mientras me pongo de pie y respiro hondo. Es verdad que intimidan.

Vale, Brooke. A por ellos.

Camino lentamente hacia ellos intentando parecer segura de mí misma. Siguen teniendo el grupo de chicas a su alrededor. Me quedo un momento al margen mirando al cantante. Es verdad que parece más accesible que el otro chico, que tiene expresión aburrida.

En estos momentos, Kevin le está firmando la camiseta a la chica que tengo delante. Ella se marcha cuando tiene su firma y me encuentro de frente con el cantante de la banda. Ni siquiera titubea al enseñarme una sonrisa carismática.

—Tenemos una morena en la fiesta —veo que su sonrisa se acentúa y un piercing en su lengua da un pequeño resplandor al hablar—. ¿Por qué no me había dado cuenta de que tú estabas aquí?

—Igual es porque acabo de llegar.

Vale, igual no era el momento de enseñar mi arma secreta: el sarcasmo.

—Espero que no tengas prisa para irte —me sonríe ampliamente—. ¿Dónde quieres que te firme?

No espera una respuesta. Se inclina hacia delante y me mira, sin ningún tipo de vergüenza, el enorme escote del top sin mangas. Cuando veo que acerca el rotulador, doy un paso atrás.

—En realidad —digo, señalando la barra—. Tengo una amiga que estaría más predispuesta que yo a que le firmaras un autógrafo.

—¿Una amiga? —Kevin ladea la cabeza mirando a Lexi, que se toma su cerveza como si su vida dependiera de ello. Suspira—. Otra rubia. ¿Seguro que no quieres que te firme a ti? Tus tetas son como un lienzo en blanco. Necesitan algo de color.

—Mis tetas están muy acostumbradas a ser un lienzo en blanco, pero muchas gracias.

—¿Estás segura?

—Kev —la voz del guitarrista me sorprende. Parece divertido cuando lo mira—. No seas pesado.

Pero eso no sirve de mucho, porque Kevin se lo toma como un reto y me pasa un brazo por encima de los hombros. Es entonces cuando me doy cuenta de que he espantado a las demás chicas y, ahora, estoy sola con ellos dos.

—No tienes por qué ser tímida —me asegura Kevin, escondiendo el rotulador en el bolsillo delantero una camisa que se habrá puesto antes de venir—. Vamos, puedo enseñarte el hotel.

—¿Eh...?

—¿Te gustan las bañeras de hidromasaje?

—Whoa. Oye, lo siento, pero creo que te estás confundiendo —digo, alejándome—. Solo quería presentarte a mi amiga.

—¿A tu amiga?

—Sí. A la rubia de la barra.

—¿Y no te intereso?

Me encojo de hombros, de pronto algo avergonzada. Él pone mala cara.

Esta vez el guitarrista se ríe abiertamente, ganándose una mirada agria de Kevin. Sin embargo, no deja de sonreír mientras sigue bebiendo su cerveza. Kevin levanta la barbilla y mira a la barra, donde Lexi está tomando su bebida. Después me dedica una sonrisa ladeada y se acerca a ella con decisión. Perfecto.

Misión cumplida.

Genial.

Y, ahora, ¿qué hago yo con mi vida?

Ellos empiezan a hablar. Lexi tiene las llaves del coche, y no pienso caminar durante dos horas hacia casa. Me acerco a la barra de nuevo, alejada de ellos, y no me queda otra que quedarme de pie porque todas las rubias de antes están pidiéndole cosas al camarero. Intento llamarlo, pero no hay manera de que me haga caso. Sigo intentándolo durante unos minutos hasta que me canso y decido que mejor paso la noche sobria.

—Hey —el camarero se gira al instante hacia el chico que se ha puesto a mi lado, el cual me está mirando fijamente—. ¿Qué quieres?

Me quedo mirándolo. Es el guitarrista, ¿me está preguntando qué quiero beber? Trago saliva lentamente. Desde tan cerca puedo... olerlo. No acabo de pensar eso, ¿verdad? Me centró en sus ojos azules. Tienen motas verdes. Y miran fijamente los míos. Oh, Dios. Lex tenía razón. Intimida mucho. No me extraña que haya preferido atacar a Lexi.

Te estaba preguntando algo, querida.

—¿Eh? ¡Ah! —después de los sonidos de ardilla borracha que emito, y los cuales le hacen sonreír, consigo articular algo coherente—. Una cerveza.

—Dos cervezas —le dice al camarero.

Éste asiente con la cabeza y, a una velocidad impresionante, deja las cervezas sobre la barra y tomo un sorbo de la mía, avergonzada. Después, vuelve a centrarse en coquetear con una de las chicas que hay a mi derecha.

—Gracias —le murmuro.

No dice nada, pero puedo sentir su mirada clavada encima de mí. Me siento como una cría de doce años al no ser capaz ni de girarme para mirarlo. Sé que debe esperar algo más de mí, después de todo me ha pedido una cerveza y no he tenido que pagar nada. Aunque... ¿es cosa mía o nadie está pagando? Igual son gratis.

Como si las bebidas gratis fueran mi mayor preocupación en estos momentos.

Y sigue mirándome. Levanto la cabeza y trago saliva. Tiene una pequeña sonrisa en los labios. Creo que sabe el efecto que produce sobre los demás. Es... magnético. Su alrededor lo es. Te atrapa la mirada y no puedes despegarla.

De pronto, me arrepiento de no haberlo estado mirando durante todo el concierto sin que se diera cuenta. Ahora, tan cerca, no me atrevo a hacerlo.

—Intentaré no tomarme como algo personal que pasara de mí —murmuro, algo incómoda, solo para romper el breve silencio.

Al escucharme hablar, ladea la cabeza.

—Su obligación es lamer el culo solo a los de la banda.

Veo como la nuez se mueve de arriba a abajo cuando da un trago a su cerveza y me encuentro a mí misma un poco acalorada. ¿Alguien ha apagado el aire acondicionado aquí dentro? Él vuelve a dejar la cerveza sobre la barra y me quedo mirando fijamente la múltiple cantidad de tatuajes que adornan sus brazos desnudos. Muchos es decir poco. Y tiene las venas marcadas. Me encanta. Y no debería. Los músculos de su antebrazo se tensan cuando se apoya descuidadamente sobre la barra, mirándome.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

Dios, su voz me está poniendo los pelos de punta. Es ronca. Demasiado, como si lo susurrara. Y puedo entenderlo perfectamente de todas formas. ¿Por qué tengo la boca seca? Aprovecho la pausa que he hecho para beber. Me tengo que calmar. Estoy haciendo el ridículo.

Intento focalizar. Parece divertido con la situación. Yo, por mi parte, empiezo a entender a todas esas chicas que se lanzaban sobre él. Casi puedo imaginarme a mí misma haciéndolo también. 

—Brooke —y mi voz suena un poco aguda.

—Brooke —repite, y su mirada brilla mientras saborea cada letra.

¿Mi nombre ha sonado así de bien siempre?

Vale. Hace calor. Agradezco tener algo frío como la cerveza en mi mano. Creo que es lo único que ha hecho que me mantenga de pie sin flaquear hasta ahora. Y sigue mirándome. Y sigo sintiéndome con la necesidad de llenar el silencio.

—¿Y tú?

Está a punto de tomar un sorbo de su cerveza, pero se detiene para mirarme fijamente.

—¿No se supone que has estado en nuestro concierto, Brooke?

Tiene que dejar de decir mi nombre, en serio. Odio que me guste tanto. Intento tragar saliva disimuladamente, pero veo que su mirada se clava en mi cuello al instante. Después, vuelve a subirla a mis ojos.

—Sí. Estaba en primera fila —sueno tan atontada... seguro que Lexi se reiría de mí si me viera.

—Así que estabas en primera fila en uno de nuestros conciertos más concurridos —repiquetea un dedo sobre la barra, divertido—, y no sabes cómo me llamo.

Cada vez que su dedo golpea suavemente la encimera, tengo la sensación de que la reverberación llega directamente a mi sistema nervioso. Me apoyo en la barra disimuladamente y aprieto las piernas. Él no da señales de darse cuenta. Me tiemblan las rodillas. Y solo me está mirando. 

Esto es ridículo.

¿Qué me pasa? ¿Cuánto hace que no tengo sexo? Ya hace unos cuantos meses. Demasiados. Quizá es por eso. No es bueno ver a alguien como ese chico en medio de un periodo de sequía. Hace que pierda la cabeza.

—¿Jed? —pregunto.

Sonríe un poco y la sonrisa llega directamente a la tela que se tensa en mi sujetador. Mierda.

—Así que sí que lo sabes, Brooke.

Por favor, deja de decir mi nombre de esa forma.

—Lexi, mi amiga, es... muy fan vuestra —replico en voz baja, mirándola de reojo. 

Lexi está besándose con Kevin en la otra barra. Y yo estoy aquí intentando no parecer idiota.

—¿Y tú no? —la pregunta hace que me gire de nuevo hacia él.

¿Es cosa mía o ha dado un paso hacia mí cuando estaba girada? Miro su mano en la barra. Juraría que está unos centímetros más cerca, aunque estoy tan atontada que es difícil saber si ha sido parte de mi imaginación. Las yemas de mis dedos cosquillean con la necesidad de tocarlo. Mis piernas se aprietan más. Mi cabeza da vueltas. Él enarca una ceja, esperando una respuesta.

—No lo sé. No os conozco —murmuro.

Él sonríe otra vez y yo me hundo más en la miseria de mi propio deseo.

—Ahora sí, ¿no?

No respondo. ¿Dónde están mis cuerdas vocales? Se han ido con mi dignidad. Me agarro instintivamente del borde de la blusa para no tocarlo. Porque quiero tocarlo. Y que me toque. Joder. Solo imaginarlo hace que me estremezca. Mi mente vaga a la deriva cuando miro su mano tatuada.

—Entonces, ¿no te gusta nuestra música? —pregunta suavemente.

Algo que puedo responder. Vamos. Quizá, si le digo que no, él se apartará y todo esto terminará bien. Esta dulce tortura terminará bien.

—La música ruidosa no es lo mío —murmuro.

Y él, para mi suerte o desgracia, sonríe más que antes. Mi cuerpo entero se estremece cuando toca mi botella de cerveza con un dedo. El tintineo llega a lo más profundo de mi ser y noto que acabo de soltar todo el aire de mis pulmones. De nuevo, veo que su mirada se detiene en mis labios y vuelve a subirla.

—La música ruidosa —repite, claramente divertido.

—Mi tipo de música es más tranquila —replico en voz baja.

Él da un pequeño paso hacia mí. La intensidad de su aura me abruma. Tiene un poder de magnetismo increíble.

—Dentro del término música tranquila hay mil géneros —me dice.

Abro la boca para responder, pero entonces un hombre lleno de cadenas y tatuajes se acerca a nosotros. Jed sigue mirándome cuando doy un paso hacia atrás, avergonzada, pasándome una mano por el cuello acalorado. 

—¿Te importaría firmarme la camiseta?

Él asiente con la cabeza sin mirarlo. Tiene los ojos clavados en mis dedos, que acarician mi clavícula. Hay algo en su mirada que sigue haciéndome sentir tan vulnerable... es excitante. Y da un poco de miedo.

Pero tiene que girarse hacia su admirador. Ni siquiera le sonríe mientras le firma la camiseta. El hombre parece tan feliz como un chiquillo mientras otro ocupa su lugar y le pide lo mismo a Jed. 

Está tan serio que es extraño mirarle. Me había parecido mucho más simpático hace un momento.

—Eres el mejor guitarrista que he visto en toda mi vida, tío —dice el último mientras le firma la camiseta—. Es un gran honor poder hablar contigo, en serio.

—Gracias —dice, seco, luego vuelve a girarse hacia su cerveza y bebe, dando por zanjada la conversación.

Los hombres se van, dejándonos solos de nuevo. Bueno, todo lo solos que se puede estar en una fiesta.

—¿Por qué Jed? —pregunto, olvidándome de toda la atracción por un momento.

—¿No te gusta? —me mira, recuperando la sonrisa divertida.

—¿Qué clase de nombre es ese? —frunzo el ceño.

—Uno cualquiera.

Se ha vuelto a acercar a mí. Esta vez, su mano está tan cerca de la mía que puedo sentir su calor irradiando en mis dedos. Aprieto el puño y creo que él se da cuenta, pero no se mueve en absoluto. De hecho, hace lo contrario. Se inclina un poco hacia delante.

—¿De dónde viene Jed?

Me mira unos segundos, después sacude la cabeza.

—No doy esa clase de información a gente que acabo de conocer —bromea.

Entrecierro los ojos en su dirección. Después llega otra persona, en esta ocasión una chica, que le pide un autógrafo. ¿Es que siempre están así o qué? En esta ocasión, la chica le pone los pechos delante de la cara, pero él los esquiva fácilmente y le firma el hombro. Ella parece algo decepcionada, pero se va sin decir nada más.

—¿Siempre te pasa esto? —le pregunto, curiosa, cuando vuelve a girarse hacia mí.

—¿El qué?

—La gente, ¿te pasas media vida firmando autógrafos?

—Yo diría que más bien tres cuartos de ella.

Estoy a punto de sonreír cuando noto una mano agarrándome no muy suavemente del brazo y tirando de mí hasta que mi taburete se gira. Me encuentro de frente con una Lexi hecha una furia. Tiene dos botones de la camiseta abiertos y las mejillas encendidas.

—¿Qué pasa? —pregunto, sorprendida.

—Vámonos, ahora.

—¿Por qué?

Siendo honesta, no quiero abandonar al bombón con el que estaba hablando. Pero... si es una emergencia, supongo que tendrá que arreglárselas con su mano él solito esta noche.

Porque si ha sentido lo mismo que yo, definitivamente va a tener que buscar una alternativa a lo que había pensado. Quizá, en lugar de su mano, vaya a por una de esas rubias. El pensamiento hace que ponga un mohín.

—Porque es una emergencia —Lexi me devuelve a la realidad—. Tenemos que...

De repente, parece darse cuenta de que no estaba sola y mira a Jed, que está tomando un trago de su cerveza mientras me mira. Veo cómo se pone roja de repente.

—Jed —dice ella con voz aguda—. Oh, Dios, es un verdadero placer conocerte.

Jed me mira un momento más antes de dirigir una breve mirada a Lexi.

—Gracias —le dice cordialmente.

—Lo que haces con la guitarra es... ¡wow! Soy tan fan de tu grupo. ¡Y de ti! No quería perderme vuestro concierto por no tener con quién ir. Me alegro de que Brooke me haya acompañado. 

—Yo también me alegro de eso.

Silencio. Cuando clava la mirada en mí, juro que puede verme el alma. Tragó saliva con fuerza.

—Brooke —la voz de Lexi me devuelve a la realidad cuando tira un poco de mi brazo. ¿Está a punto de llorar? Se me olvida el hombre que tengo al lado al instante y dirijo toda mi atención hacia ella.

—Vamos —le digo en voz baja.

Me giro por última vez hacia Jed. Él no dice nada, pero sigue mirándome de esa forma. Estoy a punto de despedirme de él de cualquier forma cuando aparece un grupo de chicas pidiéndole autógrafos. Nuestras miradas se separan cuando él tiene que centrarse en sus admiradoras y yo en Lexi, que tira de mí hacia la salida.

En el coche, no decimos nada en un buen rato. Ella conduce más rápido que de costumbre y no se detiene hasta llegar a nuestra residencia. Deja el coche donde puede debido a la cantidad de vehículos que hay rodeándonos y veo que se pone roja. Pero esta vez no es por vergüenza. Es por rabia.

—Menudo hijo de puta —me suelta.

Levanto las cejas.

—Wow. Sí que te ha enfadado.

—Ni te lo imaginas...

—¿Qué ha pasado?

—Pues que... —lo considera unos momentos—. Kevin me ha llevado al pasillo donde habíamos estado antes. Estábamos a punto de... ya sabes. Y, entonces, nos ha visto el de seguridad que nos había dejado pasar. Nos ha mirado un momento y después le ha preguntado a Kevin qué hacía conmigo cuando le había mandado una morena. Kevin le ha preguntado dónde estabas y le ha dicho que estabas con Jed. Entonces, me ha dicho que fuera una buena chica y fuera a buscarte, ¡justo después de haber estado enrollándose conmigo! ¿Te lo puedes creer? ¡Menudo pedazo de imbécil!

Parpadeo, confundida. Lo ha dicho tan rápido que no he podido entender del todo qué había pasado, pero más o menos he captado lo esencial. Ella no está acostumbrada a que la rechacen, y quizás Kevin sólo le hacía una broma, pero se lo debe haber tomado como algo personal. 

Creo que es la primera vez en nuestra amistad que un chico me prefiere a mí antes que a ella. Normalmente, cuando hablamos con dos chicos, yo paso a ser la-amiga-de-la-guapa y me tengo que conformar con el chico que Lex no quiere.

De hecho, yo he tenido que pasar por lo que está pasando ella muchas veces. Sé lo que se siente. Pobrecita.

—Debía ser una broma —le digo, dándole un pequeño apretón en el hombro.

Ella se encoge de hombros y decide salir del coche, por lo que la imito. Le paso un brazo por encima de los hombros mientras nos dirigimos hacia la entrada de la residencia.

—Estoy borracha y me has dejado conducir —parece que el pensamiento la hace sonreír—. Es raro que no te hayas quejado por el camino.

Y sé muy bien por qué ni siquiera me he dado cuenta. Lo sé mientras subimos las escaleras. Trago saliva al acordarme del chico con el que estaba hablando antes de que Lexi viniera con su drama y tuviéramos que marcharnos.

Casi lo prefiero. No sé qué habría hecho si me hubiera dejado quedarme con él más tiempo. Prefiero no pensarlo.

—Estaba distraída —murmuro.

—Sí, ya, con...

Se detiene en seco delante de las puertas de nuestras habitaciones, que están una delante de la otra. Me mira con los ojos muy abiertos.

—¡No!

—¿No? —repito, confusa.

—¡Te ha gustado Jed!

—Lexi, no lo conozco.

Pero me he puesto nerviosa al decirlo y ella se da cuenta. Sonríe, entusiasmada.

—¿Y qué? No me refiero a que vayas a casarte con él. Digo que te ha calentado muchísimo.

—¡Lexi!

—¡Si te has puesto roja!

—¿Eh? —me llevo las manos a las mejillas, sorprendida.

—¡Te gusta alguien! —suspira—. ¡Por fin!

—¿Puedes dejar de decirlo como si fuera asexual?

—¡He tenido que esperar meses y meses para que llegara este momento!

—Lexi, he hablado con él cinco minutos.

—Claro, no has necesitado más —me mira con una pequeña sonrisa malvada—. Qué fuerte. Te ha gustado Jed.

—Estaría ciega si no me hubiera gustado —pongo los ojos en blanco.

—Tienen otro concierto dentro de unos días que no está muy lejos, podríamos...

—Lex —entrecierro los ojos—, habíamos quedado en uno.

—¡Pero no sabía que el guitarrista te pondría cachonda!

—¡Lexi, por el amor de Dios!

—Bueno, ya miraré si quedan entradas.

—No me compres una.

—Claro, claro. ¿Quieres asiento esta vez?

Pongo los ojos en blanco y abro la puerta de mi habitación.

—Vete a dormir, Lexi.

—¡Y tú vete a soñar con Jed, Brookie!

Cierro la puerta a mi espalda y sacudo la cabeza, intentando no pensar en él. 

Espero no tener que volver a cruzarme con ese chico.

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