Capítulo 59

Sakura se mordía el labio inferior, envuelta en el enorme albornoz blanco de Seiyi.

Le observaba colocarse los bóxer negros mientras pretendía oír la explicación que, con entusiasmo, él le brindaba en respuesta a la pregunta de cómo le estaba yendo con el nuevo contrato que le había comentado esa mañana. Y no era que no le interesaba, sólo que la vista le había ganado por completo a cualquiera de sus palabras.

Cómodamente sentada sobre la mesa en el vestidor, las manos se cerraban apretando el borde, al detallar como cada fibra de ese musculado cuerpo se contraía ante los movimientos del varón. Y ahora se recorría la cintura con los dedos para acomodar el elástico desarmando el doblés que había quedado al subirlo por la piel húmeda, haciendo ella lo mismo con los ojos, deseando que fueran sus propios dedos los que se encargaran de la tarea.

Los tríceps se le contrajeron, en la espalda varios músculos se hincharon, él le hablaba y ahora una carcajada brotaba grave intensificando el espectáculo. Debió ella apretar las piernas cuando el apretó los glúteos al terminar de acomodar la prenda. Tenía esa costumbre, cada vez, y le fascinaba. Era tan guapo de espaldas como de frente, y su belleza aumentaba mientras más le conocía. Aquello no se estancaba en la atracción física.

—Sakura, ¿viste mi reloj? —le preguntó tomando el pantalón desde la percha. Ella no le respondió, tampoco que reparó en que le había pedido algo— No dije nada, aquí está.

—¿Cómo?

—Nada... ¡carajo! Cómo pasa el tiempo.

Ella sólo asintió aunque él se mantuviera de espaladas.

El hombre tenía el tiempo contado. Cuando arribaron a la mansión, tres de sus asesores y el abogado ya lo esperaban en el estudio de la casa, pero fue Sakura más persuasiva cuando le sugirió firmemente una ducha caliente y un cambio de ropas, antes de continuar con sus obligaciones.

La sonrisa que él le dedicó cuando ella se le plantó en frente, con esa mirada de firme demanda, ordenándole obediencia a su doctora personal; fue más que irresistible para ella, acelerando las ganas que la tuvieron todo el día pensando en él.

No aguantó verlo desvestirse para entrar a la ducha. Pronto se le unió, besándole las anchas espaldas al entrar bajo la cálida lluvia de la regadera. Él no tardó en girar reemplazando su piel por los labios en esa dulce boquita.

La joven estaba ansiosa, se notaba el esfuerzo que hacía para medir su excitación y robarle nada más que algunos besos, y él no hacía más que disfrutarla. Le encantaba tenerla en ese estado, su ego y la perversidad que le acompañaba, parecían regodearse ante la sumisión extra que obtendría de aquello, y eran los dedos que le aferraban dolorosamente la carne, los que le indicaban a la fémina que no pasaba desapercibido su deseo.

Y ahora se subía el pantalón, uno de lino gris oscuro, cómodo para su casa en un viernes a la tarde, pero lo suficientemente formal para la reunión que le esperaba. Lo abotonó ciñéndolo a su cintura, marcando aún más la V que su ancha espalda ya de por sí ostentaba.

Le deseaba. Sakura le deseaba en ese instante. Todo el día lo hizo. Sus pensamientos fueron para él en cada momento que algo se lo recordaba. Y la necesidad por su contacto se disparó a las nubes luego del fortuito encuentro con Kakashi, como si las caricias que provinieran desde sus manos le saciaran esa angustia que le había quedado en el pecho.

Seiyi carcajeó nuevamente ante un comentario que hizo, ella no supo bien a que, sólo reparaba en su grave voz, en como la seducía en ese momento. Y fueron sus piernas las que se apretaron nuevamente ante la demanda de su sexo.

Necesitaba follarlo, todo el día lo quiso, pero no quería retrasarlo en su junta. No advirtió el momento en que una de sus manos tomó el mando, pero quizás fue cuando el varón se quitó la toalla de la cabeza y su oscuro cabello le bañó la espalda. Le encantaba eso, el contraste, lo masculino que se veía.

La bata se abrió solo un poco con la separación de las piernas, y fue deslizar apenas dos dedos sobre la húmeda raja, para que el placer la invadiera aliviando la necesidad de contacto, pero no las ganas.

—Preciosa —le escuchó llamarle mientras tomaba de la percha la camisa clara de seda fría. Y luego la mirada que asomó por sobre su hombro, y esa sonrisa perversa al notarla masturbándose—... ¿qué estás haciendo?

—N-no sé —pero no se detuvo.

Los ojos de Seiyi fueron a esa entrepierna que se mantenía oculta por la bata y la pequeña mano, luego hubo una pesada carcajada antes de comenzar a avanzar hacia ella, lento, balanceando esas espaldas, contrayendo sin medir esa precisa musculatura que la llevaron a gemir en esa mezcla de imágenes y sensaciones.

—¿No lo sabes? —le preguntó al detenerse frente a ella, arrojando la camisa a la pequeña butaca de la derecha, para tomarle luego el mentón ente sus dedos elevándole el rostro— Estás tocándote.

Ella gimió.

—¿Te he dicho que te tocaras? —y ahora se inclinaba sobre ella tomándole la mano que la masturbaba para quitarla de la ecuación, bajo la queja de la chica que le abría los labios esperando por su boca— Estás impaciente hoy.

—Sei...te deseo...

—¿Si? —y ahora eran sus largos dedos los que la acariciaban delineando lentamente la raja. La chica no hacía más que gemir abriendo más las piernas para facilitarle el trabajo— ¿Cuánto?

—Mu...mmmmm... mucho...

—¿Ajá?

El movimiento era lento, era suave, demasiado. Y él la observaba sonriéndole de lado, decidiendo acaso divertirse con ella calmándola solo un poco para dejarla con ganas de más. Tenerla así era una delicia.

—Más...

Carcajeó.

—¿Más? —y luego le dio un lento beso mientras los dedos trazaban suave círculos sobre su clítoris— ¿Que es más para ti?

—No...mmmmm... que —el movimiento se incrementó— ...Sei... ¡dios! N-no quiero...demorarte...

—No respondiste a mi pregunta, pequeñina impaciente.

Sakura respiraba rápido fija en esos iris que perversos y divertidos la observaban de cerca, mientras los dedos debajo le quemaban al tocarla. Y siendo bueno, siendo justo, no le era suficiente.

—Que... me folles...

Seiyi carcajeó, la sonrisa se estiró más hacia el lado y luego la besó hundiéndole la lengua en la boca mientras sus dedos jugaban en la entrada amanzanando penetrarla. Pero no lo haría, la quería temblando en anticipación y necesidad, tal como estaba en ese instante; la quería gimiendo en sus labios y más. Le soltó la boca quitó la mano debajo haciéndole lloriquear, y lentamente se arrodilló frente a ella tomándole una pierna que depositó en su hombro.

Sakura gimió contrayendo el ceño cuando lo observó acercarse, el aliento caliente golpearle sus dulces e hinchadas carnes al verle a los ojos antes de recorrerla con la lengua.

Quemaba. Era lo que necesitaba y a la vez no. Y sabía que no iba a darle con el gusto, pero lo tomaría igual. Él sobre sus pliegues, su lengua castigándole lenta y deliciosamente abajo, era una delicia. Y eran sus ganas tan intensas que el orgasmo no tardó en golpearla en aquel estremecimiento que la llevó a tomarle los húmedos cabellos, que la llevó a suplicarle en vano que la follara, que la tuvo gritando porque se detuviera cuando el sobre estímulo no la dejaba abandonar aquellos espasmos que la contraían en placer.



Llovía. Lento, pesado.

Cada tanto, un refucilo iluminaba levemente las hojas de los árboles que daban hacia el ventanal de la habitación.

En penumbras, recostada de lado en medio del colchón, donde él la había dejado luego de acudir a su reunión, el enorme albornoz era todo el abrigo que la cubría aunque estuviera suelto. La temperatura del lugar era agradable, siempre ese dormitorio estaba en la tibieza justa.

Una habitación cómoda, una cama mejor y sus ganas que volvían a mojarla al sentir el aroma de la colonia masculina penetrarle las fosas al aspirar profundamente por aire.

Y afuera llovía.

Mierda.

Nunca le había deseado tanto.

Suspiró cuando en su campo visual entró el bolso que había dejado apoyado en el sillón. Dentro descansaba el libro, el libro de Kakashi. Casi que saberlo le quemaba y le excitaba en partes iguales, era como tener un testigo mudo de lo que ella hacía en ese habitación. Y el morbo le picó en las ansias, porque fue un segundo imaginarlo sentado en ese mismo sillón, observándola desnuda, imaginando que los observaba, ella gimiendo, Seiyi tocándola; para que los latidos se le dispararan, primero gustosos, después asustados.

¿Qué carajos había sido eso?

Rodó de repente quedando de espaldas al colchón, la mano en la frente, el ceño contraído. Los ojos en el techo, dudosos, intentando borrar lo que su caliente imaginación grabara en las retinas, y luego respiró hondo para aliviar la emoción que punzó en su pecho.

No daban las ocho de la tarde, normalmente salía del hospital cerca de las nueve. Estar desocupada tan temprano, cuando sus planes eran pasar ese tiempo exclusivamente con Seiyi y no podía, le frustraba, aunque sabía que nadie tenía la culpa en aquello.

Y le frustraba más la idea que se le había instalado en los pensamientos de que Kakashi estaría con la rubia en esos momentos. Con ella, sobre ella, gozándola, ella devorándolo; tal como hicieran tantas veces en las tardes lluviosas cuando aún era su tiempo juntos.

Miró otra vez su bolso con el ceño contraído.

No era justo pensar en él. No era justo que habiendo hecho las paces, aun él tuviera el poder de molestarle en ese presente tan maravilloso que Seiyi le regalaba. Y le enojaba más sabiendo que ella era la que permitía aquello.

Se puso de pie sin cerrar el albornoz que ahora rosaba el suelo en cada paso. Y fue hacia su bolso, tomando el ajado libro de tapas negras con esa pluma plateada en la portada y el nombre de la autora. Lo abrió en la hoja de las dedicatorias.

"Para mi sensei" rezaba en color rojo, debajo de las palabras de puño y letra de la escritora.

Su sensei...

Se mordió el labio por dentro, las cejas ahora se curvaban en dolor, y no pudo más que sonreír cuando lo hojeó entre sus dedos, deteniéndose en la marca que le había visto hacer antes de hablarle afuera del hospital.

"Le tomó con fuerza del mentón, las rodillas hincadas en el suelo se esforzaban por no cerrarse, tal como los puños sí hacían atados detrás de la espalda. Había furia en los ojos que la miraban, y una pesada excitación que le hizo temblar. Le dolía el agarre, pero era tan dulce el dolor, que sus labios palpitaban por atención. Le temía, a él, a esa mirada de dura furia que todo le decía y a la vez nada. No sabía que iba a hacerle esa noche, pero juraba que moriría sino la tocaba..."

Así comenzaba el párrafo.

Un dedo acarició las letras repasándolo sin pasar al siguiente, y sin poder evitar situarse en el lugar de la protagonista mirando hacia arriba, hacia su amo. Y fue cerrar unos segundos los ojos para verlo a Kakashi observarla así, con su mirada pesada, para verlo a Seiyi después con esa excitante furia en los ojos, esa maldita sonrisas de lado, uno y luego el otro. Ambos tan calientes y tan...

Sus ojos se abrieron de repente, cerrando el libro en un arrebato como si hubiera un encantamiento en aquellas letras.

—¿Que mierda...? —y luego carcajeó.

Era una estupidez aquello, no tenía sentido más que el de una chiquilla demasiado excitada y frustrada, sabiendo que le esperaba luego un hombre que podía darle más de lo que llegaría a soportar.

Arrojó el libro sobre el bolso abierto y carcajeó nuevamente.

—¡Quien te entiende, Sakura! —se dijo sacudiéndose con los dedos el cabello, antes de meterse al baño para desenredarlo y aplicarse los productos que le darían brillo y sedosidad.

Se miró al espejo al terminar de masajearlo y luego apoyó las manos en el frío mármol para acercarse más hacia su reflejo, consciente que en los pensamientos aquellas imágenes, las que esas palabras le formaran, aun pululaban indecentes provocándola como un Momo obsesionado en ella.

—Eres una chiquilla idiota si vas por ahí, Sakura. Basta ya.

Y suspiró luego, ocupando sus pensamientos en el vestido que se pondría para sorprender a Seiyi.

No habían acordado nada para esa noche. El corto tiempo que pasaron juntos antes de entrar en reunión, no quiso usarlo en palabras, y no sabía cuánto demoraría aquel asunto. Se notaba realmente concentrado en todo ese tema que lo tenía algo tenso, porque por más que no se lo dijera, iba conociéndolo y a cada pequeña expresión en ese ilegible rostro, que hacia ella se sensibilizaba bajando las barreras. Y el leve frunce en el entrecejo cada vez que le miró, le decía que tenía algo entre manos.

Sonrió. Nunca se imaginó que un hombre tan peligroso como él pudiera haberla enamorado de esa forma. Y entendía que fue precisamente por ello, y por esa prohibición que ella se había auto impuesto con él, la razón por la que ahora estaba durmiendo en su cama, enredada en su albornoz, buscando uno de entre los tantos vestidos desde su vestidor, que él le regalara.

La mitad de aquel lugar se la había acomodado para ella, cuando antes fue siempre exclusivamente de él. Aquel baño que sólo lucía productos masculinos, ahora estaba invadido por sus cremas y sus perfumes, endulzando el aroma cuando antes fuera tan penetrantemente masculino. Ese peligroso hombre que jamás prometió nada a una mujer, ahora cedía la mitad de su espacio a ella, ahora la incluía en su vida, sin medirlo, sin dudarlo, aun sabiendo que ella no le cedía la exclusividad de su corazón.

Era injusto aquello. Pero era así, y así debió ser para que se eligieran. Entendía esa certeza, entendía que la prohibición fue la base de la mutua atracción, y con ella debería lidiar hasta que el tiempo diluyera historias, permitiendo superarlas.

Su estómago gruñó mientras sostenía dos de los vestidos elegidos, uno en cada mano, decantando por aquella solera color natural de mangas cortas que le cubriría hasta la media pierna. Sin brasier, sin bragas. Libre y fresca, tal como a él le gustaba.

Disponible.



La enorme casa de Seiyi era agradable con las hermosas vistas y esos cortes modernos y minimalistas. Era cálida a su forma, se sentía como un hogar a pesar del tamaño.

Y a ella le encantaba. Ya iba conociendo cada uno de sus rincones, cada habitación, encontrando los detalles que las distinguían. Seiyi había puesto mucho esmero en ese lugar, se notaba lo exigente que había sido en el diseño.

Conocía casi todo, debía admitirlo. Casi...porque aquella habitación que quedaba hacia el final del pasillo del ala en donde encontraba sólo el dormitorio del varón, yacía cerrada y aun vedada. Sabía muy bien que había tras esa puerta llavada, aunque nunca hubiera puesto un pie allí.

Muchos amos, los más afortunados, la tenían. Y el Hyuga, con su dinero y exclusividad, no era la excepción.

Podía decir que siempre le intrigó aunque nunca se lo expresara, y estaba bien sino la usaban. Nunca la curiosidad le ganó a la paciencia, pero esa noche, las ansias estaban rompiendo cualquier barrera. Le picaban las ganas, molesta por conocer en detalle cómo se vería, como sería él ahí dentro, que cosas le haría.

El suspiro tembló en sus labios al ser expulsado ni bien se detuvo en frente de la puerta. Acarició la oscura madera, se sentía pesada bajo sus dedos, un excelente guardián de los secretos allí resguardados.

Y luego se tomó las manos sobre su pecho, inquietos los dedos al enredarse, y decidió retomar el camino hacia las escaleras, caminando descalza cada escalón. Era agradable, los pisos de esa casa jamás estaban fríos.

Tomó el camino que la llevaba hacia el estar, adoraba ese lugar, el sonido, las vistas. El recorrido pasaba justo por frente al estudio del Hyuga, su voz se hizo notoria sobre el resto al pasar frente a la puerta. Su profunda voz, esas palabras firmes y moduladas, la leve carcajada al final, arrogante en ese instante, no menos elegante. Nada en él perdía elegancia nunca, ni siquiera cuando se abría a ella, y le fascinaba.

Sonrió caminando lento, mirando hacia esa entrada cerrada, esperando quizás que él saliera. Claro que sólo eran sus fantasías, y sus ganas. No podía negar que oírlo había hecho mella en ella.

Fue apurar el paso para seguir. La tentación era grande y no quería interrumpirles, menos verlo por unos segundos. Sabía que luego no iba a querer dejarle, y no era sensato hacer aquello.

No se entendía esa noche, no entendía a sus pensamientos ni a su cuerpo. Hervía en ella un deseo que no había sentido antes, había un vacío y a la vez una satisfacción que la llenaba, eran ganas y era furia, era alegría y era nada.

Suspiró antes de llegar al estar. Su estómago gruñó nuevamente, recordándole que la última comida había sido cerca del mediodía, no aguantaría hasta que Seiyi se desocupara para planificar la cena.

Sabía que podía llamar a algún sirviente para que le preparan algo rápido, pero ella no había crecido en ese mundo y sentía incorrecto demandar porque alguien hiciera un trabajo que bien ella podría. Más estando en su tiempo libre y sin nada interesante que hacer.

Y allí fue, tomando camino hacia la cocina bonita, tal como le gustaba llamar a la enorme y moderna cocina comedor en donde desayunaran un par de veces, y en la que le escuchara mencionar que era el lugar elegido para recibir a los invitados cuando el chef hacía parte del agasajo.

Una de las mucamas se encontraba ordenando el lugar. Se notaba que hacía unos momentos lo habían usado.

Le saludó sonriendo y con ese "buenas tardes, señora" que siempre la descolocaba. Todos lo decían así en esa casa, y era en vano tratar de corregirlos. Ya lo había intentado sin resultados, y fue esa mañana escuchar a Seiyi carcajear cuando frente a él le dijera a una de las sirvientas que no la llamara así, para entender desde donde venía la orden. Nunca le pidió explicaciones por aquello, tampoco él se las daría. En ese lugar su palabra era la ley, iba entendiéndolo.

La joven apuró el paso de las tareas cuando la observó instalarse en ese lugar, era en vano pedirle lo contrario, y ni bien la dejara sola, fue a husmear en la heladera para decidir que podía llegar a comer. Tenía hambre y la idea de preparar ella la cena de esa noche, no se había ido.

Si bien la frustración aun la tenía en vilo, no dejaría que otro de sus planes se viera interrumpido. Esperaba a que Seiyi se desocupara a tiempo, sintiéndose tentada a ir y preguntarle, pero no lo haría. Se arriesgaría, cocinaría para los dos, porque eso quería. Ya vería como hacer con Seiyi en un rato.

Había pescado en la heladera, parecía un corte fresco de atún, camarones y pulpo. Huevos, leche de soya, crema, queso. Más abajo, las verduras, cebolla, zanahoria, puerro, setas frescas y pimiento.

Rápidamente supo que hacer, aquel plato del que le hablara Siena recomendándoselo para cautivarlo, uno que le volvía loco a Seiyi. Chawanmushi sería el platillo de la noche, tenía la mayoría de los ingredientes, hasta aquel especial que no hacía parte de la receta, pero bien ella podía agregarlo. Se sonrojó al tomarlo desde el fondo, siendo ese el primer ingrediente que reunió. Lo olfateó, estaba maduro, se notaba que era de quinta. Que a Seiyi le gustara tanto le daba hasta algo de ternura, ¿sería una cosa de familia? Seguramente allí la sangre tiraba, y lejos de molestarle le gratificó saber que podía sorprenderlo de una vez por todas.

Suspiró y luego buscó los tazones de cerámica aptos para horno en la alacena, y las ollas de vapor. Era una cocina completa, no tendría problemas con un plato complejo como ese.

Tomó todos los elementos en cantidades para dos y buscó los utensilios. El delantal blanco lo consiguió en uno de los cajones, debiendo darle dos vueltas a las tiras en su pequeña cintura para dejarlo fijo.

Sonrió satisfecha con la decisión, alisando la falda con las manos. Solo algo de música falta para darle ambiente, el control remoto del audio central estaba tras la mesita decorativa. Lo encendió eligiendo el disco de baladas que Seiyi siempre pusiera. Le había pegado el gusto por el jazz suave instrumental, los vientos de metal resultaron ser sus favoritos.

Los sonidos del bajo acompañados del lamento de un saxofón tenor, invadieron la estancia y pronto le siguieron los aromas de la preparación. La estufa hacía lo suyo cocinando en la olla a vapor de bambú. Ahora era el turno del arroz y los vegetales salteados, era su pan de cada día.

¡Y el postre! Imposible olvidarlo.

No iba a terminar el viernes sin un dulce, aunque esta vez se corriera de la gastronomía nipona. Se le antojaba una natilla, tenía ganas de algo cremoso, algo que se deshiciera en el paladar... no, natillas no, sería más osada. Creme burleé fue la elección cuando viera en una de las alacenas el soplete de cocina, más sabiendo lo que a Seiyi le gustaba ese postre.

Pronto el dulce y vainilla se sobrepuso al resto de los aromas cuando la vaporera terminara su labor.

La mesa para la cena seria la mesa alta, le encantaba ese lugar, le recordaba a las cenas que le robaba a Naruto cuando peleaban con sus piernas colgando de las altas banquetas, en esa competencia que decidiría el pagador de la comida.

Dispuso todo para dos con esmero, aunque ya pasaran de las nueve treinta y sus esperanzas de una comida acompañada comenzaran a frustrarse.

Suspiró observando, lo bonita y elegante que le había quedado tendida la mesa. Sonrió, le encantaba la cantidad y variedad de utensilios elegantes y refinados que había en esa casa. Decorar una mesa se le daba bien, aquella escueta habilidad era lo más femenino que siempre Ino le recalcara en su persona, y lo disfrutaba. El toque de lavanda seco que distribuyó al lado de los platos le otorgaba romanticismo al mantel. Respiró hondo ahora, realmente tenía ganas de cenar esa noche con Seiyi y comenzaba a molestarle que el trabajo se lo llevara. Ya casi que si sentía celos de esos hombres que lo tenían tan apasionado dentro del estudio, y no entendió en ese instante de donde le salió la repentina posesividad e inseguridad ante la competencia de algo contra lo que no debía ni tenía que competir.

Y, en algún punto, recordar la lengua de Seiyi sobre su piel, como le había atendido dejándola con ganas de más sin prometerle nada antes de retirarse con sus colaboradores, le supo tan amarga como ese libro que Kakashi le prestara antes de irse a follar con la rubia tetona que había elegido para desfogar sus días. Y no pudo evitar imaginarlo también al Hyuga en la misma situación, porque aunque ella en esos momentos fuera el centro de sus atenciones, la pregunta de que si acaso él regresara a sus viejas costumbres sin compromisos, le retumbaba aguijoneando con la duda de si esa sería la realidad de sus días venideros.

Hubo un nudo en la garganta, hubo una pregunta, ¿qué hacía suponiendo aquello? Hubo frustración y luego un nuevo suspiro, uno profundo y prologado que buscó calmarla quitando esos pensamientos desde su mente y las amargas emociones desde su pecho.

¿Qué demonios le sucedía?

Sacudió la cabeza.

La cena, la hermosa mesa que ya lista se desplegaba ante su vista y el postre, eso debía importarle ahora, nada de aquello que temía sucedía, no tenía sentido preocuparse. Giró el rostro hacia la estufa. Aún debía derretir el caramelo si quería que la temperatura fuera la justa para el momento de comerlo.

Tomó el soplete gastronómico y renegó unos instantes para encenderlo, derritiendo luego, con cuidado, algo de caramelo en una cuchara para probar la intensidad de aquel instrumento. No tardó en tomarle la mano para dedicar ahora la tarea sobre los redondos cuencos individuales de cerámica, que contenían la dulce crema.

Tan concentrada estaba en su labor que no se percató de que la observaban, de que ya no se encontraba sola en el recinto.

Fue solo cuando se limpió la frente con el dorso de la mano, que la vista se separó del postre, para reparar en la silueta que, de brazos cruzados, la contemplaba apoyado sobre el hombro en el marco de la entrada.

Le miró algo asustada al principio, luego el corazón se le desbocaba al tenerlo frente a ella.

Él le sonrió de lado.

—Te buscaba —le dijo con voz grave. La mirada era pesada, se notaba que disfrutaba de aquello.

—Hace rato que estoy aquí —la pequeña sonrisa en sus labios tembló. Cuando él la veía así todo su cuerpo se estremecía ansioso, no entendía que tenían esos ojos cuando se volvían pesados, pero le robaban la voluntad atándola a un deseo que, esa noche, reclamaban del cuidado especial desde aquella mano de amo reservada en misterio.

Y él le notó. Enloqueció aunque no lo demostrara.

—Me di cuenta —respondió, y repasó con su mirada todo lo que ella mostraba cuando enderezó más la espalda y el apretado y profundo escote lució ese corazón que asomaba turgente.

La pequeña boquita se abrió antes de que mordiera apenas el borde. No era medido, ese acto no fue planificado, y fueron los dedos que acariciaron el borde del soplete los que más la delataban.

El calor y el crepitar que acompañó a un aroma tornándose levemente amargo, le pinchó la burbuja. Maldijo por lo bajo antes de volver la atención al postre y al azúcar derretida que casi se arruina por su repentina distracción.

Él carcajeó humedeciéndose los labios, antes de desarmar la relajada postura y acercarse a ella rodeando la blanca mesada.

—Mmm... creme burleé —dijo luego de que el aroma le golpeara—. Deliciosa.

Ella sonrió.

—Sabía que te gustaría.

—¿Si?

—Yo también sé cositas de ti —le guiñó un ojo antes de derretir el caramelo en el segundo bol.

Seiyi carcajeó, acomodándose detrás de ella para luego envolverle la cintura con las manos, antes de inclinarse para apoyar el mentón en su hombro. Sakura sonrió. Era muy agradable aquello.

—Entonces sabes que los dulces no son lo mío.

—Sí, lo sé —depositó el soplete para observar el resultado—. Excepto... este postre.

Seiyi carcajeó y luego aspiró el aroma dulce y a vainilla que se levantó desde la preparación caliente.

—Dicen que es tu debilidad.

—¿Quién dice eso?

—Ah, ah, curiosín... se dice el pecado pero no el pecador —giró en su lugar para quedar frente a él y rodearle el cuello con los brazos, atrayéndolo a sus labios para besarle con ganas después.

—Mmmm... pero que boquita más dulce.

Sakura carcajeó.

—¿Viste? Te gusta el postre.

—¿Tú eres el postre?

Una nueva risilla escapó junto a ese sonrojo embecelledor, que de pena no tenía nada.

—Yo soy el postre del postre —Seiyi carcajeó antes de morderle el pucherito que ahora se formaba en esos preciosos labios—. Pero, primero... tienes que probar lo que te cociné.

—¿Cocinaste para mí esta noche?

Ella sonrió ampliamente asintiendo.

—Aja.

Se separó apenas de ella para observar por sobre su hombro. Detrás, las ollas tapadas se lucían sobre la estufa, y el horno más allá estaba encendido. No podía deducir de qué se trataba el plato, pero no por ello no le fascinó el gesto, era la primera vez que una de sus amantes cocinaba para él. Y que fuera Sakura quien lo hacía, hinchaba más la gratificación que le calentaba el pecho.

—¿Y? ¿Qué dices? —le acarició la mejilla brindándole un corto beso luego— ¿Cenarás conmigo esta noche?

Claro que lo haría. Pero primero tenía que cerrar unos temas.

—Me encantaría.

La sonrisa de Sakura se disipó al instante.

—Pero —Seiyi sonrió buscándole los labios que ella negó inclinándose hacia atrás— ...¿no me digas que tienes que volver?

—Aún quedan unos temas a cerrar con-

—No vas a cenar conmigo —le interrumpió. El ceño ya se le había contraído y no se esforzaba en absoluto en ocultar el malestar que aquello le había causado.

Seiyi carcajeó por dentro.

—Yo no dije eso.

—Sí, claro —desarmó el abrazo con el que se sostenía de él, y jaló para que la soltara—. No empieces con tus juegos de palabras que me dicen y no me dicen nada. Estás trabajando. No vas a venir.

La risilla del varón ahora no se disimulaba. La había notado más ansiosa que otras veces, y era consciente que el sexo que le brindó en la ducha no era el que ella esperaba. Le gustaba dejarla con algo de ganas, para disfrutarla mejor después, pero aquello no hablaba sólo de placer irresoluto. Aquello era algo más.

—Sí, voy a venir.

—¡No juegues conmigo!

—No estoy jugando, preciosa —apretó el agarre en esa cintura cuando ella forcejeó apenas—. Sólo que mi día aun no terminó y tú estás muy ansiosa.

—¡No lo estoy!

—¿No? Bueno, como digas —le sonrió de lado y aquello pareció derribar una de sus defensas.

Ella torció la boca cediendo apenas el forcejeo, pero agachó aún más el rostro cuando Seiyi la buscó otra vez para besarla.

—Últimamente tus días nunca terminan —balbuceó.

—¿Cómo?

Negó.

—¿Qué fue eso, Sakura?

Ella sonrió sarcásticamente sin responder a nada. Estaba enojada y aunque en su interior era consciente de lo desubicado de aquel reclamo, no podía contenerse.

—¿Vas a demorar mucho? —demandó acariciando la tela de la camisa sobre el pecho.

—No. Es poco lo que resta.

Ella suspiró.

—Entonces, sino es tanto, quédate.

Seiyi carcajeó. Definitivamente esa noche, la sensibilidad y el autocontrol estaban desbordados.

—Vas a tener que ser paciente, preciosa.

Hubo una mueca entre furiosa y preocupada, y luego la boquita se le torció dulcemente mientras los dedos le jugueteaban sobre el pecho. Estaba preciosa, estaba en un punto más que delicioso.

—Entonces...no demores mucho —advirtió mirándole a los ojos con un dejo de autoridad, una que se perdió luego en el sonrojo que la sometía.

—¿No puedo demorarme?

—No debes demorarte.

—¿Qué vas a hacer sino? —ella puchereó, él sonrió carcajeando grave— ¿Nada?

—¿¡Cómo que nada!? —le empujó—Voy a enojarme contigo.

—Ya estás enojada conmigo.

—Voy a enojarme más.

Y ahora le tomaba el mentón entre sus dedos, jalando para alzarle el rostro hacia sus labios. Nada le impediría besarla esta vez, la boquita se le volvía irresistible cuando la contraía en esos pucheros entre molestos y caprichosos. Y le hervían las ganas por el correctivo que la devolvieran a su correcto lugar, uno que sabía ella volvería a desafiar.

Gimió en aquel demandante toque, cuando el varón empujó con la lengua los labios para entrar en ella. No se lo hizo fácil, debió ser más brusco en el segundo intento, regodeándose de antemano por lo que ella estaba exigiendo. Fue la mano que la aferraba en la cintura la que ahora se enredaba en las fibras de la suelta falda elevándola de a poco, buscando la piel libre de barreras que sabía estaría debajo.

Ella gimió al sentir las yemas en su cadera derecha, y fue su pelvis la que pronto se pegó a la ajena, arqueando la espalda. Él estaba duro, ella completamente mojada. El beso ya se teñía de furiosa pasión, fueron las manos de la fémina las que le tomaron del rostro aferrándola a ella. Si la cena fue la que iniciara aquello, ya era menos que una anécdota, porque ahora eran los mismos dedos que la prepararon, los que se perdían debajo de la blanca camisa buscando desprenderla.

—Seiyi, ¿dónde te metiste? Estamos esperándote para... ¡oh, dios! —fue la exclamación femenina que provenía desde la puerta la que los detuvo a medias— Así que aquí estabas —carraspeó alzando un ceja en disgusto pero sin borrar la fría mueca de su rostro. La mano en la cintura quebrada de lado, ceñido el oscuro traje a una silueta escultural, le brindaba más profesionalismo que belleza. Su rostro era otra cosa. Ojos rasgados, labios rojos, la piel blanca, dura. Los cabellos pesados y oscuros le enmarcaban unas facciones delicadas, pero no menos severas. Si tan solo sonriera, quizás se vería más humana.

Sakura abrió enormes los ojos al notarla, haciéndose pequeña en el pecho del hombre. Aquellas interrupciones aun la avergonzaban demasiado, cuando era una situación en la que la ropa era la que comenzaba a sobrar. Y en ese instante, ya empezaba a molestarle saber que tanta gente andaba por esa casa.

—¿Qué haces aquí, Mio?

—Tsk —ahora cruzaba los brazos clavando la mirada reclamante en el varón—. Te gusta hacerme esperar, ¿no? No pierdes la costumbre.

—Dije diez minutos.

—Y pasaron quince —Sakura se separaba del hombre acomodando el delantal con las manos, la falda ya había bajado por las caderas cayendo por su propio peso. Ahora era la dura mujer, quien la recorría con la mirada de pies a cabeza, incomodándola más.

Seiyi ni la reparaba, sólo miraba a Sakura frente suyo quien ahora agachaba la cabeza completamente sonrojada.

—¿Estás bien? —le susurró. Ella asintió.

—¿Ya terminaste? —la mujer llamó su atención.

La ignoró por completo acariciándole la mejilla para hacer contacto.

—No vio nada, no te preocupes.

—E-está bien...

—¡Mon monsieur! —levantó la voz, Seiyi entrecerró el ceño.

Sakura la observó por el rabillo. Ahora la mujer pasaba de ella, fija la mirada en el Hyuga.

—No estamos jugando esta noche, cariño —la pelirrosa dio un respingo ante las palabras, Seiyi suspiró—. No hace falta que te hagas rogar. Ya me tienes, te espero en el estudio. En dos minutos. No te retrases.

Volteó dicho eso, y se retiró de allí a paso duro, resonando los tacones en el piso.

Era Sakura quien ahora giraba su rostro hacia él, completamente furiosa.

—¿Cariño?

Mierda.

No podía decir que sentirla celosa no le encantaba, aquella vil emoción le permitía ver lo mucho que la chica le estimaba, pero justamente esa noche era como echar gasolina al fuego.

—Sí, son sus formas.

—Claro, entiendo —se cruzaba de brazos dando un paso atrás—. Y veo que te conoce... bastante.

No dijo nada a eso.

— ¿Jugaron?

No le mentiría.

Pero tampoco le daría detalles, no importaban y no iba a perder el tiempo en ellos.

—Sí.

—¿Fue tu esclava?

—No.

—Tu sumisa.

—No precisamente.

—Te acostaste con ella.

Seiyi carcajeó y buscó tomarle el rostro con las manos, pero el paso hacia atrás que dio ella marcó una real distancia, no menos que su mirada, la cual decidió respetar.

—Respóndeme.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?

—No. Una pregunta.

—Fueron varias.

—La que no respondiste fue una —la mirada se le endureció cuando levantó el mentón dándose más importancia, mientras las mejillas se coloreaban intensamente. Estaba celosa. Y furiosa.

Y preciosa.

Seiyi se acercó sonriendo de lado. Aquello lo disfrutaba, esos celos sin razón, esa demanda exagerada. La espalda se le enderezó cuando se detuvo cerca, mirándola desde su altura, apenas si agachando la cabeza forzándola a alzar más el rostro.

—¿Qué sucede preciosa?

—No puedes preguntarme eso.

—Ah, yo no puedo preguntar.

Ella suspiró inflando los cachetes.

—Lo sabes.

—¿Qué es lo que sé?

—¡Seiyi!

—¿Sí, preciosa? —y sonrió de lado.

Volvió a suspirar, más ruidosamente esta vez.

—Todo el día pensé en ti.

—Yo también.

—¡No es lo mismo!

—¿Por qué no?

—Porque... porque... ¡mírame! Salí antes para estar contigo y... y...

—Y yo fui a buscarte.

—Sí, pero ... quería estar aquí con-

—Y estás aquí, en mi casa.

—¡Sí, pero sola!

—¿Estás sola ahora?

—No, pero-

—¿Estarás sola al dormir?

—No. Pero me-

—Shhh.

Hubo una mano que le tomó el rostro al silenciarla, curvando esas cejas en preocupación cuando le vio acercarse.

—Nunca vas a estar sola conmigo —y le besó. Ella no se negó, separando dócilmente los labios para dejarlo hacer.

Y cuando terminó, luego de esos tortuosos segundos en que la caricia humedeció sus bocas, ella suspiró. La mirada pesada que la observaba, y ahora su pequeña mano se apoyaba en el pecho del varón.

—Seiyi...

—Sirve la cena. Espérame. En media hora estaré contigo.

Ella asintió. No podía hacer otra cosa cuando le hablaba de esa forma, firme, profunda. Cuando la miraba así.

Y luego la besó de nuevo, lento. Le cerró los ojos con aquella caricia. Y se sintió bien aunque tantas dudas pulularan en sus pensamientos, tantas emociones le apretaran el pecho y le hincharan sus carnes. Deseo ya no era la palabra que definía lo que sentía, quizás no hubiera una, y en medio de aquello, los ojos de Kakashi al darle el libro se cruzaron entre las sensaciones.

Sus labios se tensaron, por un segundo también lo sintió a él en aquel beso. Sin dejar de sentir a Seiyi, uno, luego el otro, para ser los dos al final y ese miedo que punzó su estómago después.

El beso se detuvo, no porque nadie hiciera algo en especial, sólo sus bocas se separaron y fueron los ojos de Seiyi los que interrogaron, presintiendo quizás las sensaciones que la joven entre sus dedos intentaba ocultar.

La soltó sin dejar de acariciar la mejilla con el pulgar.

—Luego hablaremos de lo que te sucede.

Los ojos se le abrieron grandes y no pudo más que asentir antes de verlo voltear y retirarse de la cocina. El corazón le latió fuerte en el pecho, galopando descontrolado en su escueto espacio.

Y luego se tomó el rostro con ambas manos, angustiada de lo que le sucedía, sin entenderlo pero sin negarlo. Era que cada vez que el peliplata se cruzaba en sus pensamientos, todo lo que le hiciera Seiyi se intensificaba. Era como imaginarlo a uno en el otro, y a la vez eso no era, porque ninguno podía ser reemplazado. Eran tan únicos como lo que experimentaba con cada uno, que sin dejar de sentir a uno anhelaba también al otro.

Mierda.

¿Qué carajos era eso?

La campanita del horno sonó aguda anunciando que la cocción había finalizado.

Alzó la vista hacia el mueble, suspirando luego al tomar las agarraderas para no quemarse.

Se sentía temerosa, excitada. Necesitaba urgente de Seiyi, necesitaba sus caricias, sus palabras. Necesitaba sentirlo en su cuerpo, corriéndose dentro, besándola, mordiéndola.

Era eso. Sí, era eso. Estaba demasiado caliente esa noche. Nada más.

Una libido descontrolada que el Hyuga sabía cómo acrecentar para aprovecharse luego. Era eso. Era ella y sus ganas, y los juegos de él.

Nada más.

Sonrió y retiró los cuencos de cerámica desde el horno, apoyándolos sobre el mármol para que su temperatura se regulara. Y luego miró hacia la mesa, pensando en cómo presentaría los platos de la entrada.



Seiyi fue puntual. Sólo dos minutos habían pasado del tiempo que le dijo se demoraría.

Sakura, sentada en la alta banqueta, con los pequeños puños cerrados sobre su falda, enderezó la espalda cuando le vio entrar caminando a paso calmo, con las manos en los bolsillos. El cabello ya lo tenía seco, golpeando un mechón su hombro al detenerse frente a ella.

Le sonrió suavemente y su saludo fue la caricia con la que le recorrió la mejilla, antes de que el pulgar hiciera lo mismo con su labio inferior.

Ella le miraba, con los ojos bien abiertos, expectantes, dejándose hacer. El sonrojo no tardó en llegar, cubriendo la imagen de ese delgado cuerpo de una pecaminosa virginalidad.

Preciosa.

Hubo ganas, siempre las tenía con ella, y ella con él. Pero esa noche había algo más, un sentir intruso que ella no sabía manejar ni ocultar.

La acarició sólo un poco más, preguntando y a la vez desviando su atención al precioso despliegue sobre la mesa. Y luego carcajeó en gusto, sorprendido al observar el despliegue de la mesa, lo preciosa que la había decorado y con qué habilidad lucía la simple entrada que le había preparado para abrir la cena.

Le pidió que le presentara el plato, al tomar asiento en la banqueta alta que ella había dispuesto cerca de la que estaba sentada.

Sakura no hacía más que observarlo, expectante de aquella promesa que la tuvo en vilo toda la media hora de espera, suponiendo los escenarios de la conversación con la que la dejara para cerrar su reunión. Y ahora, de aquello no había nada.

Sonrió, cediendo al entusiasmo que su interés le concedía, y comenzó detallar cada uno de los elementos, que juntos en medio del plato, lucían sus colores y texturas con la sutil elegancia de una comida casera preparada con esmero.

Y se lo presentó, con la precisión de un chef que mostraba su creación con orgullo, buscando con los ojos el asentimiento de la aprobación de su comensal, quien sonreía gustosamente agasajado.

La pequeña mujer no dejaba de sorprenderle, aunque no fueran nuevas para él dichas habilidades. Lo sabía todo de ella, más que lo que su trabajo en el pasado le exigiera. Con ella la investigación se había vuelto personal, y ahora le tenía admirado al disfrutar de todo aquello que tantas veces observó desde lejos. Pero aun así, no dejaba de sentirse menos novedoso, encontrando el placer en que todo ese despliegue era en exclusiva para él. La comida, el esmero, hasta aquella anécdota de la vez que su madre prácticamente la obligara a tomar clases de cocina, con el único fin de que consiguiera marido.

Seiyi carcajeó, la conocía, aunque ignoraba ciertos detalles, como aquel de las semanas en que ella fingió estar ofendida con su madre, para simplemente no dar el brazo a torcer y reconocer que la cocina le había fascinado.

Y así, entre esos detalles que ella brindaba y que él atentamente escuchaba instándola a contarle más, la entrada pasó rápido. Luego del pequeño brindis con el vino que eligiera el Hyuga, un rosado seco de una bodega nueva, de unos amigos italianos que quería que Sakura conociera, vino el beso que sus labios reclamaron todo el tiempo en que la observara hablar, seduciéndolo con cada palabra aunque ella no fuera consciente de lo que su cuerpo hacía.

Le tomó el rostro con una mano, se inclinó sobre ella. Fue lento, el tiempo no le importó, sólo sentirla, oírle gemir abandonando parte de esa ajena tensión que la tenía a la defensiva.

Un relámpago afuera se anunció violento, y la lluvia comenzó después, bañando los vidrios del angosto patio de luz que recorría en su extensión al recinto.

Ella sonrió mordiéndose el labio inferior al separarse de él, era todo lo que necesitaba en ese momento. Él le devolvió el gesto.

Hubo un nuevo beso que se escapó imprudente, antes de que bajara de la banqueta a buscar el plato principal. Su entusiasmo aumentó cuando depositó frente a él el chawanmushi. La mirada de sorpresa del varón esta vez fue genuina, aunque ella no notara la diferencia con las anteriores.

Aquel plato le traía recuerdos, demasiados. Siempre estuvo atado a algún momento emocional y ahora, uno más se le sumaba.

Ella sonreía mientras acomodaba con cuidado el cuenco frente a él, depositando la cuchara de plata a su lado. Pero su sonrisa fue mayor, cuando de la pequeña ollita que trajo después, vertió en el centro de la crema, pequeñas cantidades una preparación espesa y roja.

Los ojos de Seiyi se abrieron más cuando el aroma de ese ingrediente añadido le tomó las fosas.

—¿Salsa de tomate?

Ella asintió mordiéndose el labio inferior de lado mientras servía un poco de la salsa en su propio plato.

Y luego se sentó, observándole desmenuzar con la mirada la comida, la cuchara en mano aún no se atrevía a entrar a tomar un poco.

La sonrisa del varón se amplió. Luego se ladeó al observarla, admirado y complacido con el detalle y todo lo que ello significaba.

—Lo sabías —ella se encogió de hombros sonriendo, aumentando la intriga en aquello— ¿Quién te lo dijo?

—Se dice el pecado-

—Pero no el pecador —le interrumpió completando la frase, para carcajear después—. No me imagino quien...

—¿Porque simplemente no lo disfrutas? Lo hice para ti.

Él volvió a carcajear, observándola luego. Y se quedó así unos segundos como si buscara la información entre líneas sobre el cuerpo de la chica.

Muy poca gente conocía detalles tan específicos de él. Y sabía que allí Kakashi y Zulima no tenían nada que ver. Watari tal vez y...de repente se dio cuenta. La miró.

—¡Siena!

Sakura tosió ahogándose con la cucharada que había llevado a su boca, debiendo tomar rápidamente la servilleta para limpiarse. Y luego le miró.

—¿Qué?

Ahora Seiyi asentía.

—Sí, fue Siena. Sólo ella podría —carcajeó recordando lo insidiosa que era la pequeña bailarina, haciéndole miles de preguntas cuando los tenía a los tres en la cama. Nadie la contradecía, la chica sabía cómo hacer para que complacerla fuera la mayor de las intenciones cuando estabas con ella—. ¿Y fue también la que te dijo sobre el creme burleé, no?

—¡No!—él reía negando— Pero que diferencia-

—Sí, fue ella —le interrumpió siguiendo su línea de pensamientos, carcajeando luego al tomar la cuchara nuevamente rozando la superficie—. Esa pequeña...

—¿Y qué problema hay con cómo lo sé? —le increpó.

—Ninguno —le miró de reojo—. ¿Así que andas de cotillera, eh?

—¡¿Qué?!

Él le guiñó un ojo llevando la primera cucharada a su boca. El sabor le invadió las papilas de inmediato. Era tal cual lo recordaba y a la vez diferente... era mejor. Cerró los ojos disfrutando aquella mezcla de ingredientes, del huevo, los mariscos, la forma en que ella había incorporado el puerro. Esa cremosidad densa que se disolvía liviana en la lengua.

La miró extasiado.

Ella le esperaba con el ceño contraído.

—Es... ¡es fantástico!

Le torció la boquita, queriendo mantener un disgusto que se disolvía en aquél halago, y él no pudo más que carcajear llevándose otra cucharada, ahora más llena, a la boca.

—Mmmm... delicioso, el mejor chawanmushi que me han cocinado.

—No exageres para adularme.

—Sabes que ese no es mi estilo.

Ella asintió y ahora relajó la postura al observarlo disfrutar del plato que le había preparado. Buscaba esa reacción cuando se decidió por aquella receta sobre otras más simples, y no podía decir que verle sonreír tras cada bocado no le gratificaba, porque así era. Quería sorprenderle, ser por lo menos una vez ella la que agasajara con detalles exclusivos.

Seiyi comía con gusto, tomando desde distintas secciones del tazón, los ingredientes que observaba, pescado, marisco, algún trozo de verdura, para disfrutar de todos los sabores. Y ahora, era el turno del tomate que se lucía brilloso en el medio de la preparación. La miró antes de llevárselo a la boca.

Ella carcajeó bajito, aquello casi que lo sentía como una picardía, concentrándose en su propio plato después.

—Mmmm... genial... muy bueno...mmmm en serio, ¡esto está muy bueno! —la miró asintiendo— Te arriesgaste al agregar el tomate y te quedó... mmmm... =genial!

—Sí, los tomates son tus favoritos.

Él carcajeó asintiendo, encogiendo por un segundo el ceño. Sakura había estado de averiguaciones y aquello le encantaba. Era hombre de rodearse de misterio, impidiendo que nadie se enterara de su vida más que lo que él mencionara y dejara saber, y que ella se esforzara por conocerle para agasajarlo, le golpeaba con una calidez que nunca antes había experimentado.

—Siempre me gustaron.

—Lo sé —susurró.

Él se inclinó de lado, acercándose para hablarle al oído.

—Siena.

—¡Ay, ya! ¡Deja de mencionarla! —y le empujó el hombro algo molesta.

—¿Tanto hablaron de mí ese fin de semana? No te dejé mucho tiempo sola.

—No seas engreído. ¿Crees que eres lo único interesante que ella tiene para contarme?

Seiyi carcajeó.

—No, pero sí lo que más te interesaría a tí.

Sakura ahora le miraba colocando las manos en su cintura al sentirse descubierta.

—No puedes ser más engreído.

—Y así te gusto, ¿no? —carcajeó provocativo, tomando otra cucharada desde su comida, estaba deliciosa— Cuenta, ¿que más te dijo sobre mí? Sabe muchas cosas.

Aquello caló profundo en Sakura. Sí, era evidente que la pequeña y hermosa Siena sabía mucho de Seiyi. Demasiado. Y no se guardaba nada cuando hablaba, ni siquiera todas las cosas que él le había hecho. Y si bien sabía que no había una amenaza allí, no por eso no podía evitar sentir los celos que aquello le provocaba.

—Sí, ya sé que sabe muchas cosas —soltó ácidamente, concentrándose en su plato.

Seiyi carcajeó.

—Habla mucho, la pequeña, ¿no?

Ella torció la boca, él siguió comiendo disfrutando ahora no sólo de su comida. Sakura celosa era un manjar.

—¿Y? —dijo luego de un rato de silencio, sólo el suave jazz se dejaba oír entre ambos, y el tintinear de los cubiertos— ¿No vas a contarme todo lo que te dijo ese fin de semana?

—No.

—¿Por qué?

—Por que no fue ese fin de semana —corrigió algo molesta, delatándose. Sus mejillas se encendieron en ese instante, pero no se amedrentaría— E-eso.

—¿No?

—¡No y no pienso decirte nada más! ¿Ok? —advirtió.

Él carcajeó.

—Está bien, está bien. Pero ahora me intriga, puede ser muy desbocada en su entusiasmo, y me gustaría ser yo quien te diera ciertos detalles.

Ella apretó los labios.

Esas palabras pegaron en su ser con una sensación que no debería haberle provocado. Pero esa noche se desconocía, había toda clase de inexplicables emociones mezclándose en su interior, y no pudo más que decantar en los celos reconociéndolos al fin. Porque aun creyéndole que ella alguien especial y único en su vida, no le corría de la novedad del momento, y de que la fila que había antes que ella, aun habiendo significado menos, conocían más de él, conocían cada faceta y era larga, era variada. La sensación de una competencia en la que arrancaba con la desventaja, se metía entre sus ideas, y terminaba colándose la inseguridad, las dudas. Parecía que en todos los hombres en su vida, siempre hubo y habría otras mujeres que le ganarían. Y esa necesidad casi alienante de borrar todo su pasado, que la convirtiera en la primera y en la última, la invadía; porque en ese instante, recordar que Siena aun siendo simplemente una experiencia más de tantas, estuvo tan cerca de él, tan cerca de esos detalles que atan, le revolvía lo más ácido.

Como ese "cariño" que le oyera a la mujer de negocios que le buscara, esas sonrisas cómplices que tantas veces le vio hacerle a su colaboradora aun cuando sabía que ahí no había nada. Como el entusiasmo que vio en los ojos de Kakashi esa tarde, cuando el deportivo se detuvo frente a ellos llamándolo, un entusiasmo que ya la había corrido definitivamente de su vida. Tantas palabras especiales y ahora... nada.

¿Y si sucedía lo mismo con Seiyi?

Celos. Malditos celos.

—¿Y por qué quieres saber? —escupió ácidamente— Ella sabe muchas cosas de tí. Cosas muy específicas. Ya me queda claro.

Seiyi asintió, divirtiéndole el tono de molestia en la voz.

—Sí, me conoce.

—Obviamente más que yo.

Le sonrió de lado, provocativo, tomando otra cucharada de su comida.

—Podría decirse que... sí.

Sakura apretó los dientes.

—Entonces, ve y preguntále a ella que me dijo.

Él varón ahora carcajeaba. No era nuevo que las mujeres le celaran, pero sí que él adorara tanto que lo hicieran. En el pasado, una escena como esa, determinaba que cualquier clase de relación que hubiera, se terminara. Ahora, simplemente le daban ganas de comerla.

—Te pregunto a tí, eres mi mujer.

—Sí, claro —dijo, y luego suspiró intentando calmarse, llevando a sus labios rápidamente una cucharada de su comida. No quería seguir hablando porque parecía que cada cosa que hacía encontraba la excusa para buscar pelea.

Hasta esa risilla grave que por lo bajo Seiyi dejaba escapar, en vez de seducirla, le encrespaba los nervios.

Se esforzó en dejarlo pasar. Era evidente que el varón se estaba divirtiendo con ella y que muchas de sus palabras sólo buscaban provocarla. Pero aún así, no podía evitarlo. Decidió concentrarse en la comida que con tanto esmero había preparado. Aunque en vano fueron sus esfuerzos, cuando una nueva carcajada se oyó.

—De seguro hasta esa ... Mio, sabe más de ti.

Seiyi sonrió negando. No la cortaba.

—¿Más que Siena, dices?

La furia caló indiscreta en los ojos de Sakura. La cuchara golpeó en su tazón en un descuido.

Seiyi la miró. Conocía su lado impetuoso, pero jamás la había visto así. Su sensibilidad era exquisita, pero la inestabilidad en esa tarde calaba profundo. Algo le había sucedido, algo que quizás ella no quisiera ver o no se diera cuenta. Eso no era simplemente porque Siena había hablado de más.

—No es que me conozca más...Digamos como que ella conoce otra faceta mía.

—¿Otra?

—Otras, que Siena no.

—Y que yo tampoco —la miró sonriendo— ¿No? ¿No es así?

Asintió torciendo la boca, restándole completamente la importancia a aquel reclamo.

—Sí, tampoco las conoces del todo.

Los dientes de Sakura se apretaron. Sentía que estaba dando un espectáculo en ese momento, como si regresara a sus veinte y a las discusiones con Sasuke en las que siempre perdía.

Y abrió la boca para replicar aunque de inmediato la cerrara, apretando en su puño la servilleta que tenía a mano.

—Entiendo —dijo al fin. Hubo en nudo en su garganta.

—¿Cómo?

Negó.

—Nada. Hoy estoy... no me hagas caso —dudó pero al final sintió que de seguir allí, terminaría rebajándose más, era insoportable lo que sentía. Se deslizó por la banqueta, del lado contrario al Hyuga, bajando de la misma. Soltó la servilleta sobre la mesa cuando se dio cuenta de que aún la aferraba y comenzó a caminar hacia la salida.

—¿Sakura? —no le respondió— ¿A dónde vas?

—Estoy cansada. Mejor me acuesto.

—No comiste nada.

—Comí mientras cocinaba —le respondió sin voltear, sin detenerse— ... ya no tengo hambre. Tú, cena tranquilo. El postre está debajo del repasador blanco.

Seiyi respiró hondo.

Estaba celosa, más de lo que creía. Aunque allí pasaba algo más, esa no era una simple escena. Buscó provocarla para que soltara todo lo que tenía dentro, además de que su deleite lo reclamara. Pero no podía negar que la vio distinta cuando llegaron esa tarde, había una sensibilidad que antes no estaba, una necesidad casi abrumadora. Y ahora se cerraba.

—Sakura —la voz fue firme, el nombre resonó demandante en sus oídos. El cuerpo se le detuvo en ese instante a la espera de la orden que pausada vino después—. Regresa aquí.

La respiración se agitó al oírle. Estaba enojada, en ese momento quería estar lejos, pero era otra la intención que jalaba en contra. Tragó duro antes de voltear a verle. Él seguía comiendo tranquilamente, dándole la espalda, descartando que ella hiciera exactamente lo que él dijera. Porque lo haría.

El enojo jaló por llevarla fuera una última vez, pero los pies echaron a andar hacia ese hombre. Suspiró al detenerse a su lado, tal vez calmando toda la anticipación que en su piel ya temblaba. Él seguía en lo suyo. Y luego intentó subir a la banqueta, mirándolo por si le demandaba algo distinto.

No lo hizo y se ubicó a su lado en silencio, la cabeza gacha, las manos juntas sobre la falda. Los hombros le subían y bajaban rápido. Estaba nerviosa. Pero más, excitada. Y le molestaba, y le gustaba.

Seiyi se tomó su tiempo para disfrutar el plato que le habían preparado. Sólo un segundo dirigió su vista a ella para darle la segunda orden.

—Come.

No retrucó nada, sólo suspiró luego de apretar los dientes, y tomó la cuchara para llevar tímidamente los alimentos a la boca. De verdad que le había salido bueno, aunque su disfrute se viera nublado por la expectativa.

Lo observó de reojo un par de veces. Él se mantenía imperturbable. De la picardía con la que la provocaba instantes atrás ya no se veía nada, simplemente su clásica calma seriedad, esa que lo volvía ilegible. Esa que inspiraba un respeto innegable y que la excitaba aun cuando no lo quisiera, porque su cuerpo sabía lo que aquello significa, y lo esperaba, porque si había una certeza en medio de su inestabilidad era esa, que quería ver al amo.

La espalda se le enderezó cuando lo vio apoyar la cuchar al lado de su plato y limpiarse luego los labios con la servilleta. Hizo lo mismo permitiéndose apenas observarle de reojo una vez más, antes de apoyar la manos juntas sobre la falda y devolver la vista hacia la mesa.

Sin que se lo pidieran, ella sabía que ese era su lugar en el momento. Y lo quería.

La piel se le erizó cuando el dorso de dos dedos le recorrieron la mejilla derecha. Estaban calientes y eran suaves. Y no pudo evitar el suspiro tembloroso que se le escapó, cuando le acomodó la delgada hebra de cabello suelto, detrás de su pequeña oreja.

—Mírame, Sakura.

Y lo hizo. Tímidamente giró su rostro hacia él.

Él la esperaba observándola. Su mirada era profunda, calma. Ilegible.

No pudo mantener demasiado el contacto, algo la llevó a entornar los párpados en el momento en que sintió las mejillas arder. El silencio era incómodo y así él lo quería. Mantuvo fijo sus ojos en ella el tiempo que le llevó descontrolarle más la respiración, ella lo sabía observándola, y luego vino el sonido de su respiración profunda, una que anticipaba a las palabras

—Dime, ¿qué te sucede?

—N-nada —balbuceó.

—No te oigo, Sakura.

—Dije que... que no me sucede nada —alzó apenas la voz.

Él chasqueó la lengua.

—Nada —los dedos que la acariciaron ahora le tomaban suavemente el mentón para elevárselo y verla a los ojos—... ¿y qué es esa inseguridad que me demostraste?

El ceño de Sakura se contrajo por un segundo y luego los ojos apenas se turbaron con unas incipientes lágrimas.

Inseguridad...

—¿No te he demostrado ya que eres mi mujer?

—No... no estoy insegura.

—¿No? —le soltó, ella bajó la mirada una vez más— Mírame cuando te hablo, Sakura —.Lo hizo. Sus ojos se alzaron llenos de lágrimas—. Lloras...

Esnifó suavemente conteniendo todo. Con el dorso de los dedos se limpió el borde de los párpados evitando que ni una gota se derramara, y pronto acomodó su semblante, a uno lo más tranquilo que pudo.

—No. No lloro.

—¿Por qué me mientes en lo obvio?

Ella negó.

—¿Qué quieres demostrar?

—Nada.

—Entonces, respóndeme, ¿qué te sucede?

Le miró y sus ojos eran tan firmes, la mirada tan profunda, parecía de piedra, una figura altiva y en calmo control frente a ella y a su mar de emociones. Necesitó esnifar nuevamente cuando no le dejó apartar sus jades. Las cejas se le curvaron.

—¡Nada! —tragó duró después— ¡No me pasa-

—Intenta de nuevo —le interrumpió sin inmutarse, acercándose apenas— ¿Qué te sucede?

Las lágrimas ahora se agolparon en los ojos a montones dificultándole ver, y fue pestañear un segundo para que una rodara pesada por sus mejilla.

—Te dije que...

—Quiero la verdad ahora.

Sus labios temblaron. ¿Que decir cuando no entendía qué? ¿Qué fue por Siena, qué fue por su pasado, cuando en realidad no era del todo cierto? Sólo que lo deseó todo el día y que luego le necesitó desesperadamente, recordándole esa sensación horrible de ser despechada otra vez cuando viera a Kakashi irse con otra.

—No... no lo sé —dijo al fin.

—Continúa.

—¡Dije que no lo sé! ¡No sé qué me pasa!

Seiyi se alejó sin dejar de observarla.

Ella ahora rompía en llanto.

—¿Qué te angustia tanto?

—No estoy...angustiada.

—Pero lloras.

Asintió. Y agachó la cabeza limpiando con los dedos las lágrimas.

—Es que... deseé verte todo el día y —Seiyi le alcanzó una servilleta limpia cuando nuevas lágrimas brotaron—. Gracias.

—Aquí estamos.

—Sí...pero no me gustó que —negó y luego sonrió— ...nada...pensarás que soy una chiquilina caprichosa.

—Pienso que eres preciosa.

Sakura le sonrió. Y luego le miró.

Él permanecía imperturbable con la mirada pesada sobre ella, pero no se sentía intimidante.

—Cuéntame.

Ella suspiró. Y asintió al fin jugando con los dedos.

—No me gustó que te fueras... a la reunión.

—Entiendo. ¿Y qué más?

Ella se encogió de hombros. No había mucho más. No que quisiera reconocer y pronunciar.

—Quería quedarme contigo.

—¿Sólo eso?

Se humedeció los labios. Y luego negó.

—Quería que me... me hicieras el amor cuando... nos duchamos.

—¿Sólo lo querías?

—Lo... lo necesitaba.

Seiyi respiró hondo.

Luego le acunó el rostro en una mano. El pulgar le acarició la mejilla que tomaba cuando ella ladeó más la cabeza apoyándola en la calidez de ese contacto.

—Anoche te hice el amor, preciosa.

Ella asintió y luego cerró los ojos.

—Pero lo necesitaba también hoy...

El ceño del varón se contrajo. Las dudas, esa inseguridad que decantó en celos, esa imperiosa necesidad... había pasado algo y ese algo había sido esa misma tarde. El estado de Sakura había cambiado mucho desde el desayuno al momento en que la recogió a la salida del hospital.

Se puso de pie desde la banqueta. Su altura le facilitaba la tarea. Sin soltarla, se acercó a ella tomándole el rostro con ambas manos ahora.

—Y voy a hacértelo esta noche. Y mañana. Y cada día. No es una opción.

Sakura sonrió suspirando, dejándose acariciar, el calor de ese cuerpo frente a ella comenzó a envolverla. Era gratificante, era lo que había esperado todo el día.

—Pero pasó algo más, ¿no, preciosa?

Abrió los ojos.

Las cejas por un segundo se le contrajeron, aunque las relajó a tiempo. O eso creyó. Seiyi la observaba atento.

—No —respondió.

El varón apretó los dientes. Eso no era verdad.

—¿Y por qué estabas tan celosa?

Ella pestañeó varias veces. Una pequeña mano se apoyó en el ancho pecho cuando los pulgares la acariciaron otra vez.

—Porque me... me di cuenta de lo poco que sé de ti...

Él ni se inmutó, reclamando más con aquella inacción.

—Porque... porque no me muestras ... tu otro lado.

—¿El amo?

Ella asintió.

Y aquello le supo a excusa.

—Lo conoces.

—¿Cómo lo conocen tus ...tus esclavas?

El cejo se le contrajo más, la mirada se oscureció en ese instante y hubo una sonrisa que quiso asomar cuando los dedos sobre ese rostro se deslizaron en una pesada caricia.

—¿Quieres eso?

—Quiero conocerte. Todo de ti.

La miró, sus jades, la boquita que ahora se abría.

—¿Por qué eres tan impaciente?

Ella debió humedecerse los labios cuando una de las manos que la consentían encontró el camino su nuca, enredando los dedos en los cabellos. Hubo un sordo gemido en el aliento que escapó tan cerca del rostro de su deseo.

—Te quiero para mí —le dijo mirándole los labios.

—Soy tuyo —la voz fue oscura.

—Sólo para mí...

Celos.

Otra vez.

Las piernas se separaron lentamente, la cintura se arqueó buscando el ángulo que le permitiera ofrecerse más. Fueron esos labios hinchados, abiertos los que le invitaron al beso que no tardó en llegar violento. La impaciencia de ella removía costumbres que mantuvo a raya todo ese tiempo, pero el deseo era oscuro cuando era la sumisa la que demandaba más, sus ganas podían rascar los límites autoimpuestos con la joven, y fue buscar con los dedos su desnudo centro para desatar el resto.

Presionó las dulces carnes. No fue suave, pero fue preciso, y fue oírla gemir en su boca para hundir dos de los dedos con violencia en su canal. El dolor placer derritió algo en ella, la pequeña mano se cerró tomando la camisa con ganas de arrancarla, pero el doloroso jalón en sus cabellos le marcó quien mandaba esa noche. Y ella obedeció dejando quieto los dedos, como quietos sus labios cuando él le soltó la boca para morderla suavemente después.

—Exiges algo que no te corresponde aún, preciosa —fue su voz grave la que le hizo abrir los ojos—. Demandas por algo que ya tienes y dudas —los dedos debajo salieron rozándola pesada en un punto que la hizo temblar, entrando violentamente otra vez.

Ella gimió.

—Silencio.

Apretó los labios callando los sonidos, como también apretó los párpados cuando pesados se les cerraron otra vez con el crudo vaivén tocando algo dentro de ella.

—No me gusta que dudes, preciosa —ella respiraba pesado, apretando más esos labios, el placer era doloroso, las palabras movían la necesidad de responderle—. No tolero las dudas hacia mí.

Asintió, como lo único que le era permitido, cuando un nuevo beso le abrió la boca para hundirle la lengua, mientras un dedo más se unía al castigo abajo.

Las manos se aferraron a la banqueta, una de cada lado, los dedos apretados dejaron blancos los nudillos. El placer era fuerte, podía sentir cerca el orgasmo aunque no lo buscara, era la actitud del Hyuga, esa que tanto le reclamara, era con esas formas saber que él seguía deseándola más allá de cualquier otra mujer. Necesitaba aquello tanto para recordar que seguía siendo suya, como para olvidar el pasado que se coló en aquél juego de palabras en una inocente espera bajo la lluvia. Su desordenado cabello plateado, su desganada mirada.

Abrió los ojos en ese instante, cuando Seiyi dejara de besarla. Él la observaba, atento, buscando. Sabía que no estaba simplemente contemplándola. Nunca el hombre se quedaba con las palabras, él iba más allá de lo obvio, y contaba con la suficiente inteligencia y astucia para obtenerlo, y aquello le fascinaba excitándola, tanto como le aterraba, en partes iguales, ganando en ese instante el placer de saberse el centro de todo en él. Pero le aterraba lo que encontraría si llegaba porque, en algún punto, ella sabía a qué se debía aquella inseguridad, aquella molestia, aunque no fuera a reconocérselo, a él ni a sí misma.

Jaló de sus cabellos cuando los jades afiebrados quedaron viéndolo, los labios hinchados abiertos, los muslos temblando en ese insoportable placer que no se resolvía y no se resolvería, porque no se lo daría, aún no.

—Tu silencio —susurró grave sobre su boca— ... eres jodidamente exquisita, ¿sabías? —La mano que castigaba su centro ahora salía bruscamente, tomándole la quijada en un agarre apretado, ensuciándola con su propia lubricación—. No te mereces mis atenciones hoy —la mirada de Sakura se preocupó.

La mano que jalaba los cabellos le soltó, yendo hacia el pantalón para desabrocharlo, soltando la dura erección que sí ahora reclamaba del calor de esas apretadas carnes.

Se acomodó en la entrada, penetrándola en una dura y única estocada. La humedad le bañaba los muslos y lo envolvió por completo deslizándolo fácilmente, haciéndole gemir al soltar él ese gruñido masculino que la embelesaba. Era la mano en la quijada la que apretaba sosteniéndola al alcance de sus ojos, mientras la otra aferraba las caderas a las duras embestidas que pronto arrancaron implacables, anhelando sólo aquel castigo que ella aceptaba con gusto.

—Ábrete —ordenó cuando sus piernas buscaron aferrarle las caderas.

Aquello era todo lo que ella quería, lo que necesitó desde que llegaran juntos desde el hospital, y él lo sabía. Él dentro de ella, su cuerpo, sus manos sobre ella. La furia caliente en esa fría mirada que ahora parecía querer meterse en su cabeza, el doloroso agarre que la ultrajaba. Era poderoso aquello, era sentirlo loco por ella para que las olas de placer fueran descontroladas.

Él gemía mirándolo a los ojos.

Ella se mantenía fija en esa mirada todo lo que más podía. Los párpados le pesaban, el esfuerzo que hacía para no emitir más sonidos que los de su respiración, era insoportable. Y las duras estocadas agotaban los músculos haciéndole temblar. El orgasmo podía estar lejos para cualquiera en esa situación, pero en ella se encendía cada vez que él se hundía en violencia. Fueron sus carnes succionando ese falo quienes la delataran, porque en el instante previo a que todo estallara, él salió de ella soltándola bruscamente, dejándola fría y sola en esa banqueta.

—Desnúdate —ordenó mientras apretaba su propio final conteniéndolo dentro, observándola agitado a la distancia.

Ella miró hacia atrás, hacia las puertas abiertas, dudando.

—Desnúdate ahora, Sakura —la demanda era clara e impaciente.

Dio un respingo ante la orden. Y luego, temblorosamente, bajó de la banqueta ensuciándola con sus fluidos cuando la torpeza le ganó a la prudencia. La limpió con el dorso de la mano, demasiada vergüenza le daría que una de las mucamas fuera la que encontrara aquello, aunque al hombre en frente, parecía no importarle.

La tomó del brazo cuando su vestido al fin golpeó el suelo. Ella respiraba rápido y sus ojos se abrieron cuando la llevó rápidamente contra la mesa.

Le empujó desde la espalda, inclinándola sobre la fría madera, dejando el pecho apoyado. No pudo evitar quejarse por el cambio de temperatura, posando las manos para evitar demasiado contacto.

—Silencio —ordenó nuevamente y debió morderse los labios, cuando con brusquedad le tomó de ambas muñecas cruzándolas sobre la espalda, obligándola a tomarse los codos para luego atarla por los antebrazos, utilizando el cinturón que se había quitado mientras la observaba desvestirse.

El agarre era apretado, podría zafarse si quería, pero el chacra que aplicó después para inmovilizarla le abrió los ojos en sorpresa acelerándole la ansiedad.

Era la misma técnica que usaba Kakashi con ella, una técnica exclusiva de él, no se la había visto ejecutar a nadie más. Y ahora era Seiyi quien lo hacía, sin previo aviso, sin acordar nada, lo que le agregaba intensidad a la situación, una que ella buscó y que ahora la tenía temblando.

El aire brotaba descontrolado por su boca empañando la lisa superficie que la soportaba, buscaba por el rabillo del ojo hacer contacto con él, pero no lo lograba, y luego sintió que le separaba las piernas al empujarlas con una rodilla en medio hacia cada lado. Una mano le abrió las nalgas, la otra le sostenía pegada a la mesa haciéndole presión entre los omóplatos. Y ahora un dedo le recorría la raja, robando humedad que usó para acariciar el ano.

Ella se removió, fue molesta la intromisión cuando entró apenas, no estaba demasiado lubricada.

—Quieta —le reprendió—. Sabes cómo son las reglas —fue todo lo que le dijo.

Y sin haberlo hablado, sabía la clase de amo que él era.

Sintió que se alejaba en un momento, el frío en su trasero se lo confirmó, y si bien tenía la opción de ponerse de pie, no lo hizo. Obedecería.

Segundos después, los dedos le abrieron las nalgas nuevamente y fue la lengua de Seiyi la que le invadiera el trasero. Gimió y una nalgada le recordó el silencio exigido. Luego saliva caía untándola y la suave presión de un objeto, que ahora se inmiscuía dentro, por su ano. Fue molesto, la presión intensa, no estaba lo suficientemente dilatada pero tampoco era doloroso. Y luego él, entrando lentamente pero sin respiro por su vagina, efectuando una perfecta doble penetración.

Ella apretó los labios, aquello era fuerte, hacía tiempo que no la follaban así, pero fue oírle para que el calor de sus masculinos gemidos cuando iniciara el cadente vaivén, le borrara cualquier molestia facilitando al goce.

No podía decir que no disfrutaba de aquello, pero lo hacía. Y sabía que Seiyi no estaba buscando el placer para ella, ese acto era meramente de sometimiento, un castigo. Pero lo gozaba. Por dios que lo gozaba.

La mejilla se frotaba violenta sobre la madera laqueada de la mesa con cada nueva puja, una más violenta que la otra, llegando profundo, sin límites, golpeando dentro tanto en dolor como en goce. Los dedos en la espalda, apretaron los codos, las piernas eran imposible cerrarlas. Y ahora él hundía las uñas en sus caderas, sosteniéndola a sus embates, unos que parecían acelerarse indefinidamente.

El falo se sentía grueso en cada puja, hinchándose más, estirándola sin contemplaciones. No medía en cómo le movía el cuerpo en cada embestida, ni si ella estaba cómoda. Cualquiera juzgaría la escena en una brutal, en donde el placer estaba centrado sólo en él. Y quizás era así, el ojo no entrenado no podía leer el goce que tal medido y fiero egoísmo provocaba en ella.

Fue ese gruñido grave en deliciosa queja, fueron los cabellos de él rosándole la espalda al inclinarse, fue ver una mano apoyarse de repente al lado de su rostro, para seguirle el caliente aliento de su hombre en el oído. Fue eso, quizás la fuerza con la que se pegó a su trasero, hundiendo el objeto que la empalaba por atrás, sosteniendo esa última penetración en lo profundo, quieta, apretada, negando el goce de un clímax certero. Tal vez eso, o oírle respirar agitado sobre su hombro, o los dedos que le acariciaron la nalga maltratada por las uñas, pero su cuerpo comenzó a temblar, preso de un sentir caliente, preso de las emociones que agolparon lágrimas en sus ojos cuando le oyó mencionar su nombre en un susurro.

—Sakura —la pausa la dio el beso que depositó en su hombro—... y aún dudas...

Y luego salió de ella quitándole el dedal que la profana, el cual se sintió más largo que al iniciar. Segundos después, llegó la mano que le tomó del brazo jalándola para incorporarla.

La giró y le aferró la quijada, sus labios se contrajeron al frente por la presión, la mirada afiebrada y cristalina cayó en esos oscuros ojos que parecían devorarla. Sus brazos atados en la espalda estaban completamente inmovilizados por el chacra y temblaba. Su cuerpo temblaba suavemente, mirándolo con las mejillas rojas por ese goce que no lograba encontrar la liberación que deseó todo el día.

—Preciosa —le observó cada detalle del rostro, el cejo contraído en esa excitante furia que siempre le envolvía cuando la follaba. Aunque esa noche era distinto. La furia lucía más oscura, más pesada y fría, existía un dejo de intriga, de enojo real contaminándola.

Le besó luego, soltándola segundos después.

—Arrodíllate —le ordenó y ella lo hizo sin demora, mirándolo desde abajo ni bien acomodó las rodillas en una posición que no le molestara.

El falo de Seiyi lucía erguido frente a su rostro, brillante por su propia humedad. Ella lo miró, deseándolo, deseando que la follara otra vez. Tragó duro y fue el movimiento en sus piernas el que quizás la delatara.

—¿Deseas esto?

Asintió alternando la atención entre los ojos del varón y el objeto de su deseo.

Y luego la suave carcajada mientras se quitaba la camisa.

El pantalón, aún flojo, se mantenía en esas estrechas caderas, demarcando la angosta cintura que resaltaba las anchas espaldas. Un torso cincelado, unos bíceps hinchados cuando tomó la dura erección masturbándose lentamente.

Y ahora la otra mano hundía el pulgar en la boca de Sakura, abriéndola, hurgando hasta llegar más profundo, hasta provocar ese reflejo en la invasión a su garganta.

Él la miraba, ella se perdía en ese pene que brillaba oscuro de la presión de la erección que lo invadía.

—Mírame —le ordenó tomándole el mentón para elevarlo, y bastó un segundo en cruzar sus miradas, para que ella recordara la escena que leyera desde el libro de Kakashi, excitándola aún más.

Su cuerpo temblaba, deseaba, sufría por aquello que no se le daba como lo necesitaba y él la miraba cada vez más enfurecido, cada vez más excitado en la masturbación que jalaba violenta de ese falo.

Fue verle y fue recordar a Kakashi, a las veces que la tomara de la misma forma. Y fue sentir en esos dedos que la sostenían, los dedos de él, añorando los de Seiyi.

Fue oírle gemir al soltarla para con esa mano liberar más su erección, para sólo desearle, para entender que adoraba a ese hombre parado frente ella, pero que no dejaba de añorar al otro, al que le abriera la puerta a esos placeres.

Abrió la boca cuando le oyó gemir, iba a recibirlo, sabía que acabaría sobre ella.

Una lágrima rodó, cayó pesada recorriendo la mejilla. Hubo una queja desde esos labios abiertos y luego sólo necesitó cerrar los ojos para no ver, para no confirmar lo que su imaginación añoraba.

Y lo sintió llegar, probando la calidez de su semilla en la lengua, en el rostro. Oyendo su profundo gemido multiplicado en los pensamientos en los que también sumaba al peliplata a aquel acto. No uno ni el otro, lo dos.

Quebró en llanto, uno silencioso.

Seiyi la miró cuando pudo tranquilizar su orgasmo.

—Sakura...

—Fóllame —susurró, nuevas lágrimas cayeron— ...por favor... sólo fóllame...

No le gustó aquello, la angustia con la que lo pedía. Le recordaban otros momentos, otra Sakura. Pero no se lo negaría, no en ese momento, sentía que allí estaba compitiendo contra algo que no lograba aún entender.

Desarmó el chacra que la inmovilizaba, y luego desató el cinturón alzándola desde los brazos.

Y la besó al ponerla en pie. Ella lloraba tomando esos labios como si fueran su salvación, rodeándole el cuello cuando él la alzó para llevarla contra la mesa, sentándola en el borde para penetrarla salvaje, como ella demandaba.

Le tomó de la nuca sin dejar de moverse, le aferró a sus ojos, a sus caderas con la otra mano. Ella le envolvía con las piernas, asegurándolo a ella, demandando de él más que su cuerpo.

Con los ojos cerrados gemía. Las lágrimas caían. Y él la besaba sin dejar de mirarla, sin dejar de empujar contra ella, buscando con fuerza la profundidad que su succión demandaba.

—Mírame —le susurró sobre los labios. Y ella negó. Una vez, dos veces, hundiendo las uñas en los hombros, mientras la otra mano se sostenía apoyada en la mesa.

—Mírame, preciosa...

—Dilo —fue el ruego que balbuceó—. Por favor... dímelo...

Seiyi encogió el ceño. No le gustaba aquello, pero tampoco le llevaría la contra.

—Te amo —la mano en la nuca apretó con fuerza los cabellos—. No tienes idea de cuánto ... te amo...

—Yo también —y le buscó la boca besándolo hambrienta, gimiendo cuando las estocadas se volvieron dolorosas—. Yo... te ... amo...

Y abrió los ojos separándose de esos labios, clavándose en la oscura mirada que con fiereza la observaba.

—No dejes... que lo... olvide —y le besó otra vez tomándole ahora el rostro con ambas manos —. Sei... te amo... te-

No pudo decir más. El orgasmo que Seiyi le venía negando explotó avasallándole el cuerpo, contrayendo los músculos que le llevaron a apretar las rodillas para aferra ese falo dentro de ella, que le llevaron a clavarle las uñas en esa ancha espalda gimiendo su nombre una y otra vez, mientras él no podía evitar complacerla al vaciar el resto que le quedaba dentro de ella, gozándola, atándola a él mientras una duda ahora cobraba fuerza en sus pensamientos.



¡Hola!

¡Qué lindo estar aquí otra vez! ¡Sí! ¡Al fiiiiiinnnnnn!

Antes que nada, quiero hacer una mención especial: ¡Feliz cumple @anira1509 ! Este cap va para tí, ¡que lo disfrutes! ;D


Un mes y chirolas después, regresé, y con un cap de más de 13K de palabritas. Bien larguito pa que no se me enojen.

Un cap en el que recordamos mucho a cierto peliplata, ¿no? ¡Feliz cumpleaños Kakashi! jajajajaja... ya los vas a festejar bien por aquí, ya verás.

Bueno, que decirles... sé que me fui por largo rato sin dar demasiadas señales de vida, pero de verdad es que ando bastante ocupada con el trabajo. Fuera de eso, sigo siendo la misma jajajajajaja

Ahora sí, yo me callo la boca y las leo ¡que tengo muuuuchas ganas de leerlas!

¡Ah! Por cierto... si hay errorcitos, me los marcan, ¿eh? Que estaba con tanta ansiedad para publicar que no le dí tiempo a Millie para que lo corrija (sorry!) .

Ahora sí, que lo disfruten.


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