Capítulo 44
No pudo dormir bien esa noche. El sueño se le había hecho liviano, despertando ante cada mínimo sonido en el silencio de la casa, o movimiento de su cuerpo.
No le gustó la forma en que los recibió Kakashi al mediodía, cuando la llevara para enfrentarlo movido por el malestar de la chica; ni la mirada fría y desinteresada que tenía sobre él mientras lo increpara ni bien lograra colarse a la fuerza en esa oficina. No le cayó bien el mensaje que le diera a Sakura, utilizando a su secretario para ello sin dar la cara, no era el estilo del peliplata y sabía muy bien lo que ese comportamiento tan esquivo significaba.
Y no era que no pudiera anticiparlo, el Hatake ya había brindado más de una señal de que lo haría, pero quería considerar que recapacitaría luego de que lo enfrentara, que esos días lejos de ella, de Konoha y de la guerra servirían para que acomodara esas malditas ideas que tenían a sus fantasmas despiertos. Confiaba en ello, entendía que había sido muy persuasivo.
Pero temía haberse equivocado.
Faltaba poco para las seis de la madrugada. Konoha dormía en su mayoría, aun iluminada por el alumbrado público. Las temperaturas eran bajas, pero no gélidas, la primavera estaba a la vuelta de la esquina y ya se notaba en los atardeceres cada vez más largos. Pero aun no amanecía y eso en cierta forma le gustaba, era hombre noctámbulo de sueño liviano, ya se había aceptado.
Y así fue que cuando se cumpliera la quinta vez en que controlaba su reloj durante la noche, decidiera al fin abandonar la cama, atándose el cabello en un desordenado rodete y calzándose la remera térmica negra de mangas largas, su sudadera de capucha al tono y las calzas para correr que comprara en el extranjero, la mejor compra que pudiera hacer un hombre deportista. Y salió.
No era raro en sus costumbres levantarse a la madrugada para salir a trotar, logrando así mantener la condición física de un ninja fuera de entrenamiento obligado, pero ese día le resultaba más una excusa para vigilarla a ella que esa saludable rutina.
No solía correr por el poblado, siempre elegía las afueras de la ciudad, subiendo por encima del monte de los hokages. Pero ese día, su ruta no podía ser otra que la que lo llevara a pasar frente a la pequeña casa de dos plantas en donde vivía la pelirrosa.
Le extrañó observar el ventanal de la segunda planta a su dormitorio oscuro y las luces encendidas abajo, como si se hubiera olvidado de apagarlas o nunca se hubiera acostado. Ella no era una persona desordenada. Pero si bien su necesidad de saber de ella lo tuvieran pasando por allí, se resistía a regresar a las costumbres de antaño, que lo tenían vigilándola con el byakugan activo para asegurarse de donde estaba y que su energía fuera estable. Sacudió la cabeza luego de unos segundos y decidió seguir su camino, convenciéndose de que ella lo llamaría durante la mañana si lo necesitaba. La amistad que habían entablado en esos días en que el peliplata estuviera de viaje, bien le facilitaba esas atribuciones sin significar más que aquello, un llamado de amigos.
Más temprano que tarde cayó en la cuenta que ella era la excepción a todo, hasta la de su determinación, que se vio jalada a tomar en trote la esquina que lo devolviera a su calle. Ya fue tarde para revertirlo, cuando pasó por la vereda del frente activando el byakugan nuevamente, que casi si lo hacía inadvertido a sus intenciones.
Allí estaba otra vez ella, su dulce energía era inconfundible. Recostada sola en el sofá de su pequeño living, parecía dormir aunque el flujo del chakra estuviera inusualmente alterado. Sabía que algo le había sucedido, lo intuía más allá de cualquier evidencia. Pero se obligó a continuar con lo suyo manteniendo el ritmo de la respiración para no romper la resistencia de su trote.
—Te va ... a llamar... si te... necesita —se dijo.
Siguió de largo aunque su mente quedara en esa calle, en esa vereda, observando hacia la pequeña casa. Y no tardó en requerir de su presencia. No llevaba ni seis cuadras de distancia cuando decidió girar y volver sobre sus pasos, corriendo más que trotando.
Se detuvo en el pórtico de entrada, resguardado en el pequeño alero que apenas si abrigaba de la lluvia repentina. Algunos truenos anunciaban que el tiempo se descompondría eventualmente, aunque poco le importara.
Respiró hondo varias veces, calmando los jadeos de su ejercicio, mientras encendía el byakugan una vez más buscándola en ese sillón. Si dormía se iría de allí, seguiría entrenando o volvería a su casa a intentar descansar.
Pero no dormía. Ahora giraba sobre el cuerpo, llevando las manos al rostro que miraba el techo, peinándose los cabellos o... los espasmos en ese pecho se lo confirmaron. Lloraba. El fluir de la energía realmente estaba alterado, ella sufría.
Apretó los dientes y golpeó la puerta sin demora ni detener el jutsu que por genética le correspondía. Ella se asustó ante el repentino sonido en la madrugada, miranda hacia la puerta, aunque quedara inmóvil tapándose la boca para no ser escuchada.
Insistió. Nuevos golpes la llevaron a apretar el agarre que la silenciaba. No iba a atenderlo y él ahora ya no se iría. No esperaría de su eventual llamado.
Estaba allí.
—Sakura, sé que estás ahí y que me escuchaste —le llamó tras la puerta— , y sabes que no lo estoy adivinando.
La observó sentarse cubriéndose luego el cuerpo y parte de la cabeza con la manta que la arropaba, pero no fue a su encuentro.
—¡Sakura será mej-
—Quiero... estar sola —sollozó interrumpiéndole.
No pudo más que respirar hondo apretando los dientes.
—¡No me iré!
Ella no respondió, sólo se inclinó llorando en silencio. Podía saberlo, el fluir del chakra se lo confirmaban.
—Sakura, abres o abro —dio un paso hacia atrás luego de amenazarla—. Me conoces y sabes que lo haré.
Ella alzó la cabeza de repente. Unos segundos demoró en decidirse. Sí, lo conocía, lo suficiente como para saber el escándalo que montaría sino le abría por las buenas.
Y allí fue, levantándose con dificultad como si el cuerpo le doliera.
El corazón se le apretó en angustia al verla. Tan pequeña envuelta en esas mantas grises, con los cabellos desordenados, pálida y con ojeras. Los ojos rojos e hinchados y las mejillas relucientes coloreadas le evidenciaban el llanto de horas que la había asolado. Pero era peor el dolor y la tristeza que decaían sus ojos, que contraía esa pequeña boquita, que la apagaba.
El ceño se le contrajo unos segundos al señalar en su mente al culpable, Kakashi, y no pudo menos que odiarlo aunque le entendiera. Siempre lo hacía, y nunca le había molestado ese proceder tan esquivo, hasta que la hiriera a ella.
—Sakura...
—Seiyi... perdón —y volteó yendo hacia ese sillón nuevamente, corriéndose de la puerta para que el Hyuga al fin entrara.
Cerró llavando tras él, quitándose la capucha de su sudadera al seguirle los pasos. La vio desplomarse en el mismo lugar que estuviera antes y él correspondió a su lado.
—Preciosa —le susurró acariciándole los cabellos que escapaban de la manta, peinándoselos a un lado. Ella, con la mirada fija hacia la nada, apenas si esnifó conteniendo las lágrimas.
La contempló, le acarició nuevos cabellos que asomaban y luego el rostro. Ella ni se inmutaba, solo apretaba el agarre de las mantas sobre su pecho y se esforzaba porque el llanto no se le descontrolara.
Él, a su lado, se sentía impotente, sufriendo su sufrimiento, odiando y enojándose con el causante de ellos. Pero no dijo nada, ni siquiera lo esbozó en su contraída mirada al relajarla en una mueca de comprensión cuando ella apenas girara buscando por sus ojos.
—Me... me dejó...
—¿Kakashi? —se hizo el sorprendido, aunque supiera todo de antemano.
Asintió mientras nuevas lágrimas pesadas rodaron desde sus ojos.
—Él... me dejó. S-se aburrió de ... mí —y ya no pudo controlarlo, tuvo que soltar todo para taparse la cara en llanto—. Otra vez...—un doloroso gemido cruzó su garganta raspándola mientras más lágrimas le ardían en los ojos deslizándose hacia los resecos labios—. Siempre me... me dejan... no valgo la pena...
—No, no preciosa —se acercó más a ella para rodearla con un brazo atrayéndola a su pecho—. No digas eso.
Ella negaba apenas permitiendo ese contacto, el cual insistió unos instantes para luego dejarla allí, solo rodeándola, solo acariciando el hombro contrario con el pulgar que allí se apoyaba.
Respiró hondo manteniendo su lugar, soportando esos largos momentos hasta que el llanto terminara de desahogar. Le alcanzó pañuelos descartables cuando liberó el rostro, acariciándole los cabellos ya libres de mantas mientras ella se secaba las lágrimas y los mocos.
Suspiró y él la soltó, quedándo sólo a su lado.
—¿Más tranquila?
Asintió aunque segundos después negara en un dolido puchero.
—No me... gusta que me veas ... así.
—¿Así cómo?
—Horrible... por favor, déjame... sola.
Seiyi respiró hondo mirando hacia un lado. Era sensato el pedido, era prudente respetarlo. Pero no quería. Todo su cuerpo, sus intenciones, sus ganas, lo llevaron a ese lugar esa noche y no se movería de allí por nada.
Afirmó su posición entonces, apoyando los codos en las rodillas al inclinarse para observarla.
—No, Sakura.
—Seiyi, por favor —una mueca de cansancio cruzó sus ojos—. No me lo hagas más difícil. No tú.
—No me iré.
Ella se puso de pie en ese instante, gimiendo en hastío por que gritar no podía. No tenía ganas de discutir con él ni con nadie, y lo conocía lo suficiente para saber que no cedería ni lo convencería de lo contrario.
Giró para enfrentarlo aunque no tuviera energías ni ganas. El varón estaba firme en su posición, serio apenas si alzaba la mirada para contemplarla.
—¿Q-qué quieres? —le increpó.
—No voy a dejarte sola.
Ella suspiró, los ojos hinchados le molestaban al parpadear, la garganta le ardía y le dolía el alma. No tenía nada que ofrecer y él no lograría ya modificar nada.
—No estoy para tus juegos, Seiyi.
—No estoy jugando.
Ella suspiró mirando al techo y en ese instante el dolor volvió a quebrarla. Nuevas lágrimas se agolparon en sus ojos y fue intentar reclamarle para echarle nuevamente que el llanto ahogara sus palabras.
—Otra vez... no...
Seiyi no sabía exactamente que había pasado, que le había dicho o hecho Kakashi, aunque se lo estuviera imaginando, pero era insoportable verla llorar lejos de sus brazos. Y fue ese impulso el que lo llevó a ponerse de pie rodeándola en un abrazo, que la dejó pequeña en su pecho.
—Seiyi...
—Shhhh, preciosa, ya no llores... no llores, por favor.
—Duele...
Él asintió, con un nudo ahora también en su garganta. Nunca en su vida el dolor ajeno se sentía tan vívido y torturante, modificando la mueca en su rostro que sucumbió al esfuerzo de la templanza.
—Lo sé, lo sé.
Le besó la coronilla luego, cuando un nuevo sollozo la llevó a aferrarle la sudadera en el pecho, sosteniéndose de ese hombre que de una forma tan simple le gratificaba. Porque fue perderse en su aroma, en el calor que la rodeaba, apreciando la vibración de ese fuerte pecho mientras la hablaba; para sentirse segura, tranquila, aflojando todo su cuerpo entregada a ese abrazo, a ese consuelo, que le gratificaba. Una vez más su cercanía la calmaba, le quitaba la nebulosa mental mostrándole una salida y se sentía bien, se sentía único, tan....familiar.
Fue imposible no recordar la noche en que Kakashi hiciera lo mismo luego de que ella yaciera destrozada al salvar los futuros bebés de Sasuke, cuando al regresar de ese viaje apenas si la reconociera reduciendo el pasado compartido a meras experiencias de desfogue.
Y se asustó.
Era lo mismo, sucedía lo mismo, la calidez, el consuelo. Y luego el error de ese coqueteo y los besos que la devolvieron al desierto que ahora la estaba consumiendo.
—¿Que... que haces?
—Tranquila —le susurró y ella no pudo más que empujarlo apenas con las manos abiertas sobre su pecho para darse espacio. Para alejarse.
—No....no... ¿qué me ... me haces?
—¿Sakura? —dijo al fin cuando el forcejeo de la chica lo obligó a aflojar su agarre, aunque soltarla aún no estaba en sus planes.
—¿Estás... estás seduciéndome? —le enfrentó levantando la mirada con molestia, con dolor y furia mezclada.
—¿Qué dices?
—¡Suéltame, Seiyi! —le empujó bruscamente tambaleando al separarse un par de pasos, dejando frente a ella a ese alto hombre confundido que negaba.
—No te entiendo...
—¿Vienes por tu premio?
—¿Qué? ¡No! No-
—Estoy vulnerable, sola... ¿es tu turno ahora?
—Sakura, no vayas por ahí.
—¿Qué no vaya por ahí? ¡Vamos! ¡No seas tan cínico, Seiyi! —continuó con renovada furia— ¡Me advirtieron quien eras tú! Sólo juegas con las mujeres, te diviertes. ¡Para ti todo es fácil! ¿No? —un espasmo le interrumpió—. Pero...pero eras mi amigo...eras distinto conmigo...
—Soy tu amigo.
Le dio la espalda en ese momento, peinándose los cabellos hacia atrás para contener las nuevas lágrimas que le amenazaban. Ya no quería llorar, ya no quería sentir eso, menos mostrarse tan vulnerable frente a un hombre que le sabía peligroso a su determinación, que le excitaba las ganas y la ternura en partes iguales, que le despertaba tanto y que le haría caer ni bien se descuidara. Ya no quería sufrir ni amar, estaba harta de intentarlo.
—Vete, vete por favor... déjame sola.
Sintió las grandes manos posándose sobre sus hombros, para que la furia se calmara. No pudo más que cerrar los ojos, el placer del contacto era inesperado y reconfortante, aunque no quisiera admitirlo.
—No voy a dejarte sola —le susurró luego con voz grave.
No había intenciones escondidas en sus actos, sólo la de consolarla. Pero la mente nublada de la pelirrosa, su cuerpo sensible, su alma castigada; leyeron lo que temía y fue en ese instante en que el impulso le arrebató el control girándola bruscamente para aferrarse del rostro del varón devorándole la boca en un repentino beso.
Seiyi abrió los ojos inmovilizado, fue tan imprevisto que no anticipó nada. Ni el beso que forzó sus labios abriéndolos para que la pequeña lengua luego se colara.
Gimió en sorpresa y en esa incipiente lujuria que ella tan bien despertaba, y fue tratar de tomarla por las muñecas para detenerla, viéndose interrumpido por el empujón que lo llevó más cerca del sillón.
—Me gustas Seiyi...
—Espera-
—¿No era esto lo que querías? ¿Tenerme?
No dijo nada, y ahora lo besaba de nuevo dejándolo imposibilitado a lucharla.
—Sa...kura —susurró entre ese beso, logrando al fin cortarla.
—¿No te gusto acaso? —un nuevo beso lo callaba obligándolo a sentarse definitivamente, llevándola a ella a horcajadas sobre su falda.
—Me encantas —dijo al fin cuando ella deslizó los labios hacia su cuello, cerrándole los ojos por el placer que le estaba brindando.
Fueron sus manos rendidas las que se apoyaron sobre las caderas femeninas, cuando ella frotó la pelvis provocándolo.
—Eres... tan caliente —y le mordió el lóbulo que besaba, mientras sus pequeñas manos jalaban la sudadera que él dejó le quitara.
No entendía y eso era incorrecto, pero por primera vez desde que llegara esa madrugada, no vio dolor en los jades que cruzó mientras lo desvestía.
Le comió la boca ni bien arrojó la prenda lejos, acariciándole el pecho con una mano pesada, mientras la otra le aferraba la nuca al beso que le devoraba con desesperadas ganas.
El cuerpo del varón era una escultura, y lo que vestía no escondía nada a la vista ni al tacto, encendiendo en ella todo aquello que contenía cada vez que coqueteaban. Fue separarse y ver los oscuros ojos afiebrados, esa mirada dura y excitada que le mostrara el amo a distancia aquella noche que como el Conde le susurrara que se corriera. Y su cuerpo le adoraba, su cuerpo le respondía como lo hacía ahora su respiración jadeante mientras esas enormes manos le surcaban los muslos, las espaldas.
—Me gustas... tanto... me vuelves loca —le dijo gruñendo, tomándole la boca en un nuevo beso, que lo llevó a Seyi a gemir entregado.
Se sentían grandiosos esos besos cargados del deseo que por él albergaban, ya ajenos de culpas y de restricciones decorosas. Era ella con su cuerpo encendido que le reclamaban de una forma tan hambrienta que si hasta cadenas le debía poner a sus ganas para no arrancarle la ropa en ese preciso instante, sometiendo al amo a las intenciones de esa pequeña dama.
Era fantástico, era embriagante, se sentía tan bien y a la vez incorrecto.
—Hazme olvidarlo —le susurró antes de morderle el labio, y fue esa intención en palabras la que al fin lo despertara.
Abrió los ojos afiebrados jadeando, mientras ella se hundía en su cuello besándole la piel otra vez, embriagada con su perfume, y fue sentirla intentando morderle para reaccionar al fin.
Aferró una mano en las caderas para detener el lento vaivén que lo frotaba, llevando la otra hacia la nuca de la chica cerrando un puño flojo sobre los cabellos para suavemente jalarla.
—Basta, Sakura.
—No me detengas —le buscó nuevamente los labios, y fue rozárselos para que ese puño ahora aplicara fuerza al detenerla.
—Dije basta.
La voz fue firme. La mirada que la bañó cuando se alejara le hizo estremecer. No había dulzura ni lujuria en esos ojos, solo una demanda que no le permitiría otra cosa que no fuera obedecer.
—Pero Seiyi-
—Yo no soy consuelo de nadie, Sakura.
Ella jadeó tiñendo su mirada de decepción en ese instante. Y no era por él que el nuevo sentir le agobiaba.
No podía haber caído tan bajo. Ni siquiera estaba borracha. ¿Pedir sexo para olvidar? Era un límite que no soportaba, y acababa de pasarlo.
—Yo... yo no —y ahora agachó la mirada, alejando la pelvis y quitando las manos de ese firme cuerpo para abrazarse derrotada. La vergüenza pronto coloreó sus mejillas quitando del medio a la lujuria que la anestesiaba, y el dolor regresó acrecentado— ,perdón... Seiyi, perdóname... yo no...
Él suspiró, aflojando toda su aura. La reprimenda había sido efectiva pero entendía que ahora echaba más gasolina a una llama que ya no quería ni soportaba.
—Está bien —la mano en la nuca se deslizó al rostro en una caricia tierna cuando hubo una primer lágrima que lo surcaba—. No llores, linda.
—Perdón, en serio... no quise... perdón, perdóname, no quise usarte así y-
Él sonrió buscando esos hermosos jades ahora.
—No te confundas, me halagas —ella lo miró unos segundos en sorpresa huyendo después—, pero no quiero solo eso contigo y menos por los motivos por lo que lo buscabas.
Nuevas lágrimas brotaron tras esas palabras, ya incontrolables, y tuvo que dejarla arrojarse a su pecho hundiéndose en su cuello al ocultarse. El nuevo llanto que la azotaba era inconsolable y él no hizo más que acariciarla.
—Perdón, perdón —repetía entre sollozos.
—Está todo bien, preciosa, de verdad.
El llanto se hizo doloroso llenándose de quejas, anunciando el fondo que la chica estaba tocando para la noche. Y la abrazó, apretando el agarre en ese pequeño cuerpo que ahora también, como podía, lo abrazaba.
—Lo siento tanto, Seiyi.
—Lo sé, lo sé. Tranquila, está todo bien conmigo.
—¡Hago todo mal! ¡Todo mal!
—El dolor no es buen consejero, Sakura.
Ella asintió, sin poder detener sus lágrimas pero si ya los lamentos, cediendo poco a poco a esas caricias que le peinaban los cabellos mientras la rodeaban del calor que la confortaba. Había verdad en la reacción de su cuerpo, pero también desespero, y tuvo que reconocer al fin que el bienestar que ese hombre le causaba al fin la estaba calmando. Siempre se sintió segura entre sus brazos, aun cuando entendiera lo peligroso que era, aun cuando supiera que no era exclusivo y que estaba fuera de su liga. Pero todavía así, en lo profundo de sus pensamientos, sentía que la versión de hombre que a ella le mostraba era la única verdadera.
Poco a poco las lágrimas cesaron dando lugar a los espasmos de un diafragma forzado. Se mantuvo en ese pecho húmedo ya por su llanto acurrucada, arrojada a las caricias que él le brindaba, hasta que sintió que ya la calma que la invadía no se quebraría tan fácil.
Suspiró entre hipidos.
—Es verdad —balbuceó aún escondida.
—¿Cómo dices?
—Qué ...que me gustas. Eso fue... verdad.
Él carcajeó.
—¿Y lo de enloquecerte también?
—¿Enloquecerme? —se removió apenas para subir la mirada encontrándose con la calma del varón.
—Me dijiste que te volvía loca.
—No te dije eso.
Él asintió comenzando a reír cuando las mejillas se le colorearon a la joven recordando el momento.
—¡Ay, no! —y escondió el rostro nuevamente en el pecho apretándolo allí.
—Me encanta volverte loca.
—¡No sigas!
Carcajeó nuevamente necesitando apretarla unos instantes para luego buscar bajarla de su regazo. Ya había podido calmar la erección que ella tan fácilmente había provocado, pero no le ayudaba en nada sentirla tan tierna y entregada a sus caricias en ese momento, porque no solo su libido comenzaba a despertar nuevamente, sino también el amo que demandaba tomar de ella mucho más que solo sexo. Y el amo sabía que ella respondería exquisitamente, y no era momento, ni lugar, ni circunstancias. Aunque lo deseara...
—No me alejes —susurró cerrando más los dedos sobre esa ajustada camiseta para que no la moviera.
Y él suspiró resignado, porque debería echar mano a toda su entereza mental manteniéndose a raya.
—¿Ya te sientes más tranquila?
Asintió cómodamente acurrucada, y él no pudo más que respirar hondo lentamente, para no incomodarla.
—¿Comiste algo anoche?
—No, no tengo hambre —suspiró.
—Estás cansada.
—Agotada, Seiyi.
—¿Lograste dormir?
Negó apretando los puños sobre su pecho.
—Ok —soltó en un suspiro, no quería racionalizarlo demasiado pero ella así, se le estaba tornando complicado.
Aflojó el cuello unos segundos dejando caer la cabeza en el borde del mullido respaldar del sillón, y cerró los ojos al acariciarla. Ella se mantenía acurrucada en su pecho, sentada a horcajadas sobre su regazo. No se movía y cada vez que él intentaba hacerlo, todo su delgado cuerpo se tensaba buscando detenerlo. Y lo lograba, porque lo único que quería era reconfortarla, aliviarle ese dolor porque simplemente no lo soportaba.
Y se vio pensando en su amigo simplemente para desviar la línea de intenciones que comenzó a formarse en su mente, para anidar luego en la punta de los dedos, en los labios, en su entrepierna. Estuvo a nada de tenerla, aunque de aquella forma ni lo consideraba. A él le gustaban las mujeres que se le entregaban movidas solo por el lascivo deseo, no la desesperación por no sentir el aquejumbro del sufrimiento. Y sabía que eran ciertas las palabras de la pelirrosa, él le gustaba y le provocaba, la excitación en esos jades era genuina y le buscaban. Solo que así, con esos motivos, no lo encontraría.
Él no era clavo de nadie, ni consuelo, menos despecho. Él siempre era el único y el primero en el deseo, menos jamás aceptaría de nadie. Ni siquiera de ella que era lo que más quería en el mundo.
Suspiró abriendo los ojos, el pequeño cuerpo se sentía ya pesado sobre el suyo. Alzó la cabeza para observarla mejor, constatando lo que suponía. Se había dormido entre sus brazos.
Sonrió.
Mayor placer que ese no creía posible en ese instante, pero la posición no era cómoda si de relajar el cuerpo se trataba. Ella no era para nada pesada, su fuerza y su tamaño podían manejarla a antojo, y así lo hizo.
En una queja adormilada la movió acomodándola para cargarla, y ya de pie y con ella en sus brazos, apagó las luces de la habitación para subir en penumbras hacia el dormitorio.
Por suerte la cama estaba revuelta, fue fácil acomodarla en el centro. Calzado no llevaba solo unas medias, que quitó con cautela antes de cubrirla con la sábana y la manta de abrigo. La observó unos segundos, se veía hermosa con esas dulces facciones ya relajadas, y no pudo evitar inclinarse a acariciarle la mejilla antes de al fin retirarse.
Y fue en ese instante en que su mano buscó separarse del escueto contacto, en que la sintió aferrando apenas la manga.
—No te vayas —le susurró, congelando todo en él.
—¿Quieres que me quede aquí?
Asintió abriendo esos preciosos jades, que relucieron en la penumbra cálida de la habitación.
Seiyi miró la pequeña cama de plaza y media, buscando la forma de caber allí sin tocarla demasiado. Su libido era un lio, y ni hablar de sus ansias. Dudó el tiempo suficiente para que ella se moviera hacia el borde retirando apenas las mantas, y tuvo que suspirar antes de sentarse para quitarse las zapatillas y las medias. El resto de las ropas se quedarían dónde estaban. Esa noche, por primera vez en su vida, le estaba costando horrores contenerse y él no era impulsivo, jamás deseaba algo con tantas ansias.
Se acomodó mirando al techo, usando al fin uno de sus brazos como almohada para que no colgara del borde opuesto al mantener la distancia, pero fueron en vanos sus esfuerzos cuando sintió a la joven acurrucarse a su lado, apoyándole la mejilla en el pecho mientras lo abrazaba.
Respiró hondo lentamente. El corazón le martilleaba y cerró luego los ojos echando mano a sus meditaciones para lograr la calma. Ella ahora respiraba lento, moviendo bruscamente un pie por espasmos del sueño. Y estaba bien. Eso estaba muy bien.
Y sonrió, relajando al fin el cuerpo al rodearla con el brazo libre para luego girar medio de lado y al fin abrazarla.
Eso se sentía bien, por más que los motivos que lo llevaran allí esa noche fueran los peores para ella. Pero sentirla tranquila, en paz y a gusto en sus brazos, fue el somnífero que su mente necesitaba. Pronto estaría durmiendo, con ella a su lado, en la cama en la que Kakashi la había rechazado en actos, antes de hacerlo con las palabras.
Sakura pestañeó apenas. Los ojos le ardían y sentía la cabeza pesada.
No entendía demasiado, sólo que la cama se sentía más fría que lo que recordaba. Giró de repente al recordar que no durmiera sola esa noche, y fue sentir el agua de la regadera dejar de correr en el baño, para acomodarse simulando dormir nuevamente hasta averiguar que pasaba.
Nadie salió enseguida, pero apreciaba los sonidos adentro de alguien secándose, y sonrió nerviosamente. Era él. Y estaba desnudo a menos de tres metros de distancia.
Pero no fue eso lo que le sobresaltó realmente, sino el suave golpe de la puerta del frente abajo al cerrarse. Murmullos luego, masculinos, y pasos en la escalera de alguien que subía.
Dos cortos golpes lo anunciaron en la puerta a su habitación que ahora estaba cerrada, y escuchó a Seiyi abrir la del baño carraspeando al salir al frío del dormitorio.
Se tapó hasta la cabeza de repente, tal como estaba al despertar, dejando solo un breve espacio para observar sin ser descubierta, lo que pasaba.
Y allí apareció Seiyi, desnudo, con el cabello atado en media cola, cayendo húmedo y pesado sobre sus hombros. La toalla rosa que ella habitualmente utilizara, colgaba de su cadera con un nudo al lado, viéndose pequeña en la altura del varón. Tuvo que contener el jadeo que le invadió la garganta, el hombre era un adonis, con proporciones perfectas y musculatura delgada pero sumamente marcada. No era la primera vez que le veía el torso sin ropa, sin embargo su escondite le permitía detallarlo por primera vez a como se le viniera las ganas. Y las ganas eran muchas. La piel blanca parecía resplandecer resaltada con cicatrices sobre el pecho, seguramente de batallas.
Carraspeó deteniéndose frente a la puerta, de espaldas a ella que ahora le contemplaba otro ángulo completamente anonadada.
—¿Watari?
—Señor.
Le abrió la puerta corriéndose para que el pequeño hombre entrara. Portaba en una mano un estuche de traje y en la otra un bolso de viaje pequeño, de cuero negro.
—Sus cosas señor.
—Gracias —las tomó para acomodarlas en la silla a lado de la cómoda— ¿Ya están todos?
—Sí, señor. Tal como lo solicitó —continuó—. Acondicioné el comedor para que estén más cómodos, y preparé su desayuno. Lo espera en la cocina.
—¿Proteico?
—Tal como me lo pidiera, señor.
—Bien —abrió el bolso retirando unos ajustados boxers negros y se retiró la toalla dejándola caer en el suelo—. Necesito que te ocupes de la señorita Haruno, mientras estoy en la reunión.
Esta se tapaba la boca ahora debajo de las mantas, conteniendo prácticamente el aliento. No ayudó en nada que el Hyuga le diera las espaldas, pero se lo agradeció de sobre manera. Tenía un trasero firme, redondo de caderas estrechas que daban inicio a unas musculadas piernas. Todo un sueño si de anatomía se trataba.
—Bien, señor.
—Y ofréceles té o café, lo que los caballeros quieran.
—Ya lo hice, señor.
Tomó el porta traje estirándolo sobre la silla a un lado.
—¿Avisaste al hospital?
—Di parte de enferma a primer hora, señor, como usted pidió.
—Perfecto. En una hora alcánzale un desayuno americano. Prepáralo liviano y nutritivo. No cenó anoche.
Abrió el bolso retirando el saco para tomar la camisa plata claro, que se ciñó a su cuerpo ni bien se la colocara.
—¿Quito el tocino?
—Sí, y al huevo hazlo pasado por agua, nada de grasa.
—Sí, señor. ¿Algo más?
—Consíguele un analgésico homeopático —y se colocó los pantalones de color gris plomo prendiéndoselos—. No quiero que consuma medicamentos ni que use el chakra.
—Entiendo, no le permito usar el chakra.
—Y prepárale un baño relajante antes del desayuno, necesita distender los músculos —retiró del bolso los zapatos negros envueltos en felpa y la colonia que siempre usara—, me llamas cuando esté lista.
—Perfecto señor.
—¿Trajiste todo lo que te pedí para ella? —se roció con la loción que invadió inmediatamente toda la habitación.
Sakura tuvo que contenerse otra vez. Era su aroma, el que siempre le sintiera y le encantaba.
—Sí señor, en breve lo subo.
—Perfecto. Que se vea hermosa —acomodó con los dedos el cabello, era tan pesado que pronto lució pulcro cayendo a los lados—, le hará bien.
—Sí, señor. Despreocúpese.
Le sonrió apoyando una mano en el hombro del hombre, agradeciendo con la mirada su eficiencia, y se abotonó el saco al frente luego de colocárselo, resaltando aún más esas anchas espaldas. Y salió de la habitación no sin antes echar una larga mirada hacia el bollo de acolchados que era la cama de Sakura, con ella debajo que ya si azul estaba forzándose a tomar menos aires del que su cuerpo agitado necesitaba.
Respiró hondo al fin, soltando todas sus ansias, cuando Watari cerró tras de si la puerta, saliendo detrás del Hyuga.
Abanicó el rostro con ahínco. Se sentía terriblemente acalorada, las mejillas le ardían y ni hablar de las pulsaciones en su vientre que pronto anidaron en las sienes.
Gimió adolorida.
El despertar había sido delicioso en cierta medida, pero la falta de sueño y las horas llorando le recordaron la terrible noche que había tenido. Le recordaron a Kakashi y su rechazo. A ese beso repentino que le demostrara la nueva realidad y era que el hombre que había amado estaba en otros brazos, que ya no la buscaba.
Su corazón se contrajo y quizás querría llorar de nuevo si fuera que pudiera. Sus lágrimas ya estaba secas, y fue oír la voz de Seiyi hablando con dos hombres, para recordar que se había prometido toda la semana no ser nunca más una víctima, no caer más por un hombre en nombre del amor. No más.
No, ella nunca más.
Pero tuvo que suspirar cuando las profundas y medidas carcajadas de Seiyi llegaron desde abajo, llevándola a mirar hacia la puerta nuevamente con una suave sonrisa inesperada en los labios.
—¿Dónde aprendiste estas habilidades, Watari?
Concentrado en los cabellos de la joven, que ahora recogía en una cola alta, Watari alzó una ceja orgulloso de su trabajo, casi ignorando la pregunta. A su señor le gustaría mucho el resultado.
—Perdón señorita, estaba concentrado —continuó—. Vengo de una familia de estilistas.
—¿En serio? —intentó girar para verle ganándose una cortés reprimenda— Perdón, me quedo quieta —y miró hacia el frente con la espalda recta antes de seguir hablando—. Está lleno de sorpresas, Watari.
—Gracias, señorita.
—Dime Sakura, Watari. No debe ser tan formal conmigo.
—Son mis formas, señorita. No estaría cómodo con otras maneras.
—Entiendo.
Suspiró enderezando más la cabeza cuando el hombre se la alzara al impulsarle el mentón, mientras revisaba el peinado. Aflojo algunas hebras por sobre liga de la coleta y sonrió.
—Listo.
—¿Puedo ver?
—Aun no, debo retocar su maquillaje.
—Ah... ok, ok.
Tomó las brochas pidiendo que cerrara los ojos, y retocó el suave sombreado en el borde de los párpados, para luego reforzar el delineado.
—Puede abrirlos, señorita. Y mire hacia arriba —y ahora fue el turno del rimel que alargó las rosadas pestañas.
—Listo.
Ella sonrió esperando ansiosa el espejo que llego segundos después.
—Wow —se sorprendió de su reflejo— ¡Está fantástico, Watari!
—Gracias, señorita.
—¡Me cambiaste por completo! —se observaba de todos los ángulos, hasta si movía la cabeza apreciando el vaivén hacia los lados de la coleta— ¿Tuviste que trabajarla, eh? Estaba hecha un desastre.
—No conocía el jutsu desinflamatorio.
Ella carcajeó cómplice, a sabiendas de que Seiyi no quería que gastara sus energías esa mañana en sus prácticas.
—Sí, y eso que no querías dejarme aplicarlo.
—Será nuestro pequeño secreto —le dijo el hombre sonriendo y guiñando.
—¡Por supuesto! —le devolvió el gesto al levantarse para ir hacia el espejo de cuerpo completo en su ropero.
Lucía preciosa, debía reconocerlo. El vestido de cuello alto, ajustado al cuerpo que le llegaba a media pierna, le resaltaba las curvas y el cabello por su color azul oscuro, opuesto a lo que normalmente utilizaba. Las botas anchas de caña corta le brindaban jovialidad, y ni hablar del peinado. Esa cola alta con volumen y el delicado maquillaje, acentuaban su rostro y ojos.
Sí, estaba preciosa.
—Watari...
—Dígame señorita.
—¿Todo esto fue elección de Seiyi?
—Así es, señorita. Hasta los tonos de maquillaje y —giró hacia la cómoda tomando una pequeña caja negra antes de acercarse— ...la joyería.
—¿Joyería?
Volteó encontrándose con la pequeña caja que sostenía el hombre abierta entre sus manos. Dos pequeño pendientes de piedras a tono del vestido rodeados de detalles en jade que, brillaban en el estuche.
—Oh... wow....son... son hermosos.
—Colóqueselos, señorita.
—Pero... ¿son de piedras reales?
—Sí, señorita. Son zafiros y esmeraldas.
Lo miró con ojos grandes retirando de inmediato los dedos que buscaban acariciarlas.
—¡No puedo tomar esto! Es muy caro, Seiyi querrá cuidarlos.
—Son un regalo para usted, señorita.
—¿Q-qué? No, no... no puedo aceptarlo. Es demasiado.
El hombre le sonrió.
—Nada es demasiado para el señor cuando cuida a las personas que aprecia —Sakura no salía de su sorpresa, apretando ahora los dedos en puños para mantenerse firme ante la negativa—. Y créame cuando le digo, que no muchas personas han ganado así su afecto como usted, señorita.
—¿Cómo dices Watari?
El hombre suspiró juntando paciencia.
—Que se ha esmerado mucho para hacerle sentir mejor.
Ella lo miró sin saber que responderle, y luego a los aretes, y al fin suspiró resignada.
Los tomaría, solo por ese día, porque sabía que Seiyi estaría esperando verla con el atuendo completo, y la verdad ese día no se negaría a ninguna clase de mimos. Y él se los estaba brindando de una forma que no esperaba, porque el hombre se caracterizaba por ser más crudo y tan sexual, que era imposible no subirse a su ritmo. Pero con ella, ese día, de lo que conociera de él no estaba viendo nada. Era otra versión, que si la unía a la que primero se presentara, su libido se disparaba sin control. Y eso no estaba bien. No quería otro enredo amoroso, no quería sacar un hombre con otro. Su corazón romántico se ilusionaba fácil, Sasuke tenía razón en ello, y Seiyi estaba en una liga que le sería difícil jugarla saliendo entera.
No, debía ser firme.
La Sakura que creía en el amor, en las personas, en los hombres, esa Sakura acababa de ser asesinada.
Se miró nuevamente al espejo colocándose los aretes y disfrutó de la imagen final. Realmente completaban el atuendo, no podía negar que el Hyuga tenía un gusto exquisito y elegante, y no logró evitar suspirar por la calidez que le invadió que la conociera tan en detalle. Si el esmero en su persona era tan exclusivo como Watari le contara, lo que estaba viendo era más que un simple asunto de cama. Y entendía que la resolución que estaba tomando era aún muy débil para soportar tal embate, pero no desistiría. Nunca más podría volver a confiar en...
—Está preciosa.
Ella le sonrió tímidamente alisando la falda.
—Usted no tiene idea de lo que el señor Hyuga la aprecia —la mirada a través del espejo era firme, aunque no menos bondadosa.
Volteó.
—¿Por...porque me dices eso, Watari?
—Porque sé que él no le es indiferente.
Ella se sonrojó en ese instante, aunque la sorpresa no la abandonara.
—No dude, señorita. Lo malo, si no se le presta atención, con el tiempo pasa. Pero lo bueno también —le sonrió dejándola peor que antes.
Y dudó aún más, porque la primera impresión de esas palabras las entendía, pero se negaba a aceptarlas. Abrió la boca intentando replicarle, pero de ella no salió nada. Sólo provocó una nueva sonrisa en el hombre que ahora giraba dándole la espalda, para ir hacia la puerta invitándola una vez que abriera. Las voces masculinas de abajo comenzaron a oírse más claras sin el filtro de la madera, siendo la de Seiyi la que resaltara.
—Después de usted, señorita. La reunión del señor ya casi termina, y la espera.
—¿Él está trabajando... a-aquí?
—Sí, no quiso dejarla sola.
—P-pero-
—¿Me acompaña?
Asintió aun sonrojada, y suspiró antes de comenzar a caminar saliendo de la habitación. El corazón le martilleaba fuerte en el pecho tras cada escalón que bajaba, siendo jalada y atraída por la voz de ese hombre que tanto le desconcertara. Y temblaba, tras cada paso la necesidad de abrazarse le invadía. Había un nerviosismo que le intranquilizaba y a la vez le agradaba. Las cosas que le dijo e hizo anoche no dejaban de avergonzarla, aún no sabía del todo qué pensaba él de ese suceso y no quería dar una mala imagen, pero lo que viera esa mañana le estremecía tapando la vergüenza y deseando que él no la hubiera detenido. Y aumentaba su ansiedad porque entendía que el dolor de esa ruptura aun le quemaba, pero fueron tantas las atenciones del Hyuga, que prácticamente si lo olvidara, y entendía que volverían enteros y flagelantes cuando a la noche sola se quedara.
No les temía. Odiaba ese dolor y en cierta medida odiaba a Kakashi por prometerle y quitarle, por ilusionarla haciéndole creer nuevamente en el amor para luego destrozarla. Y a la vez no podía culparlo, él bien se lo dijo, nunca le prometió nada. Nunca hubo títulos en lo que hacían, ni planes, ni nada. Solo sexo, su reconfortante compañía, y exquisitas experiencias que entendía le ayudarían en el futuro. Pero ahora no le ayudaban.
—Señorita Haruno —uno de los hombres, el mayor, ataviado en un traje gris, se puso de pie al notarla.
Le copiaron los dos restantes, saludando con respeto.
Y Seiyi giró sobre sus pies para mirarla.
Le sonrió.
Y todo en ella se detuvo.
No le temía al dolor, ni a la soledad. Le temía a esos ojos, a esa sonrisa, al aura de ese hombre que ahora se acercaba elegante, dominante, exquisito.
—Buenos días, Sakura —y se inclinó a tomarle la mano para llevársela a los labios.
—H-hola, Seiyi.
—Estás preciosa hoy.
—Gracias —y ahora le sonrió, aunque aún se sintiera anonadada.
—Si me disculpas la invasión a tu hogar, debía atender unos asuntos urgentes con estos caballeros.
—No, no hay problema. Watari me explicó.
El mencionado apareció por detrás, parándose en la puerta a la espera de indicaciones.
—Excelente. Ya terminamos, pero antes, permíteme presentarte —le soltó para situarse a su lado, apoyando una mano en la espalda impulsándola a acompañarlo—. Quieren conocerte —susurró al oído aumentando la sorpresa—. Caballeros, la doctora Haruno.
—Buenos días, señorita —apuró a saludar quien la había reconocido primero— ,un placer conocerla en persona —y se acercó extendiendo la mano en saludo.
Lo mismo hicieron los otros dos, sonrojando a la pelirrosa quien le devolvía el cálido gesto.
—Disculpen mi nerviosismo, no sabía que era conocida para ustedes, hombres de negocios.
—¿Conocida, dice? —carcajeó con voz seca de tanto fumar, el mayor— Es usted poco menos que una celebridad, señorita. La ninja de elite que combatió junto al legendario Naruto Uzumaki y a el excéntrico Sasuke Uchiha, contra la temible Kaguya. ¡Responsable del éxito en el combate!
—La pupila más prominente de la sanin legendaria, Tsunade Senju, que no sólo la igualó, sino que la superó en destreza y fuerza.
—Y belleza —aportó el más joven con picardía, ganándose la atención del Hyuga.
—Gracias —dijo esta ya completamente sonrojada, pero no menos halagada.
—Bueno, caballeros. Entiendo que ya tenemos todo listo para-
—Sólo falta una firma—interrumpió el más joven— ... la suya y —carraspeó incómodo por la forma en que lo miró el Hyuga— ...concluimos.
—Perfecto —sonrió mirando a Sakura y ésta entendió dándole espacio, retirándose hacia la cocina a la que la siguió Watari.
—¿Se le ofrece algo, señorita?
Esta dio un respingo al oírlo, se hacía sola y asintió luego.
—Sólo agua pero...¡yo me sirvo, Watari! No es nec-
—Déjeme atenderla —le sonrió tomando un vaso de la alacena para llenarlo con agua embotellada hasta la mitad, antes de entregárselo.
La cocina estaba pulcra y ordenada, llena de bocadillos y bebidas que estimaba las había traído Watari esa mañana mientras ella dormía. Observó un poco, sin detenerse en algo en particular mientras bebía de su vaso, bajo la atenta mirada del anciano.
—No sabía que era tan famosa —suspiró— ¿Seiyi les conto algo?
—Oh, no. No fue el señor Hyuga. Ellos ya la conocían. Mucha gente lo hace luego de la cuarta guerra shinobi.
La joven abrió grandes sus ojos.
—No sabía de esto. Pensé que sólo Naruto había quedado tan... expuesto.
—Se equivoca, señorita —le sonrió—. Es más, se emocionaron mucho cuando supieron que la cita de negocios seria aquí, en su residencia.
—¿En serio?
—Vienen desde lejos, de la aldea de los Saunas, y fue una grata sorp-
—¿Aldea de los saunas? —interrumpió— Me encanta ese lugar, los hoteles, los paisajes.
—Lo sabemos —Watari sonrió dejando escapar una risita—. Y me disculpo por invadir su casa, pero al señor le urgía cerrar este acuerdo.
—No hay problema. Entiendo que esté ocupado, no debería molestarse tanto por... mí.
—¿Watari? —Seiyi llamó a su mayordomo.
—Disculpe —hizo una reverencia y se retiró dejándola sola.
Le halagaba la situación, todo lo que sucediera desde que había abiertos los ojos fue prácticamente si un sueño, si casi se sentía como las damas nobles de las historia de infancia, o de occidente. Siempre atendidas, siempre espléndidas.
Sonrió.
Desde que conociera a Seiyi fue así de atento con ella. Siempre cuidándola, siempre haciéndole sentir el centro de su mundo. Desplegaba la seducción a su alrededor de una forma tan precisa, que no podía evitar imaginarse que sería de ella de no resistirse a ese encanto. Y no sólo era eso, eran esos besos robados, la forma en que la mirara cuando al fin despertara de su coma y todas aquellas cosas que había hecho para salvarla, le mostraban un hombre entregado que iba más allá de la fachada de un mujeriego.
Pero no quería caer en sus garras, ni en sus trucos. Era un hombre que le intrigaba, tan bueno como lo fuera Kakashi y aún así.... Ni bien ella dejara de ser una novedad o reto la dejaría de a lado.
Igual que lo hizo Sasuke.
Igual que acabara de hacer Kakashi.
Así era ella, un trofeo prescindible.
La tristeza opacó su mirada cuando recordó las palabras del peliplata: "Me aburrí de ti". Dolorosas pero por lo menos le dieron un cierre. Menos había sido Sasuke cuando aquella tarde, luego de acostarse con ella, le dije que tenía una viaje y se iba por un tiempo, "No sé cuando regreso", fue todo lo que le dijo antes de cerrar la puerta de su habitación, sin saludos, sin besos.
Al menos Kakashi le había besado...
Y Seiyi... ¿qué le diría él cuando pasara a la siguiente?
"Usted no tiene idea de lo que el señor Hyuga la aprecia".
Fue ese recuerdo el que golpeó con fuerza sus pensamientos, espabilando la tristeza.
¿Y si era diferente?
No, no podía serlo. Menos un hombre tan elegante, apuesto y adinerado como él, con mujeres hermosísimas ofreciéndosele cada día, con esclavas entusiastas como las que le viera en la fiesta de la mano del Conde.
Era mejor no bajar la guardia, pero no pudo evitar en ese momento tocarse los labios al recordar el beso que le devolviera la noche anterior, al recordar el calor de esas manos tomándola, recorriéndola. El peso con la que la acariciaba.
"Pero no quiero sólo eso contigo"
Sonrió. Y luego la preocupación caló una vez más.
Era muy reciente el dolor que punzaba que si hasta le confundía atormentándola.
—¿Señorita Haruno? —Watari le llamó, portando entre sus brazos un abrigo de paño blanco— El señor la espera.
—¿A ... a mí?
—Sí, la llevará a almorzar.
Sakura sólo abrió los ojos en sorpresa. Una vez más.
El lugar era fabuloso. Jamás podría haberse imaginado que existiera un restaurante así en la aldea. Realmente había un mundo que pocos conocía, y accedían, aunque no yaciera oculto, sólo inalcanzable.
En medio de un viñedo, propiedad de la familia Lauvuelle, se levantaba el lujoso y exclusivo restaurante de cocina francesa propiedad de la misma familia. Un hijo del afamado y premiado vitivinicultor, quien había contraído nupcias con una chef lugareña, había decidido aventurarse a la remontar empresa de viñedos en la Aldea, convencido y seducido por el mismísimo Seiyi quien le garantizar la calidad de las tierras para la clase de uvas con las que iba a emprender, sin descontar el agua de manantial que brotaba en dicha zona la que aseguraría la calidad de los vinos que produjeran. No se equivocaba en nada, menos luego en la sugerencia de dicho restaurante.
El lugar era pequeño pero no menos acogedor y elegante, brindando la privacidad y exclusividad del mismo, lo que llevaba a concluir rápidamente en los precios, detalle que no era problema del Hyuga ni de ninguno de privilegiados comensales, entre los cuales se encontrara el daimyo de la aldea quien reparara en la chica no bien llegara del brazo del Hyuga.
—¿Te agrada el lugar?
—¡Es precioso Seiyi! —ella estaba deslumbrada, aunque un dejo de tristeza aun opacara su mirada— Más la mesa que elegiste, en este balcón con ventanas hacia el viñedo. Me encantan las vistas.
Él sonrió y no pudo decir más cuando el mesero carraspeó para ofrecer más vino, mientras aguardaban por la comida.
—¿Sakura, quieres más?
Ella miró a Seiyi y luego al mesero dudando.
—No sé si es buena idea.
—¿Por qué no lo sería? Es un vino excelente, cosecha dos mil trece, la mejor a mi gusto.
—Sí... pero sabes cómo....estoy hoy.
—Por eso es buena idea —y asintió al mozo quien llenó la copa de ambos hasta el cuarto como dicta la etiqueta, y se retiró diligentemente.
Ella suspiró jugando con el mango de la copa entre sus dedos, antes de perder la triste mirada hacia el ventanal. El cansancio se había colado nuevamente una vez que se relajaran en su mesa, y con ello las fuerzas que mantenían el dolor a raya cayeron, recordando su ruptura. Aunque se esforzaba por mantener la sonrisa cada vez que se notaba cabizbaja, no quería ser descortés con los esfuerzo del hombre frente a ella, por más que este fuera consciente de todo lo que le acontecía.
—Sakura, sólo concéntrate en el aquí y ahora.
Ella asintió y le miró para luego sonreírle, aunque dicha mueca no llegara a sus ojos.
—Lo siento, agradezco todo lo que haces por mí, pero no soy buena compañía hoy.
—Eres la única compañía que quiero
—No lo sé...deberías haberme dejado en casa. Sabes que me siento mal.
—Estás triste, no mal. Y precisamente por esa razón estás aquí, preciosamente ataviada, en este elegante lugar.
—¿Por qué me siento mal?
—Porque tienes el corazón roto —bebió un sorbo de vino—, no hay mejor cura para ese mal, que verse hermosa y ser tratada como una princesa.
Sakura le sonrió en ese instante, carcajeando por la ocurrencia, siendo esa vez genuina la mueca que si llegara a contagiar los preciosos jades que lo miraron con picardía.
—¿Una princesa?
—Sí, todas las chicas sueñan con ser una, ¿o no?
—Asumes demasiado.
—Bueno, ¿asumí bien al menos?
Le miró divertida, jugando ahora con el borde del vaso al acariciarlo con una de sus yemas.
—No conmigo.
—Tsk —protestó el Hyuga sonriendo— ¿Siempre vas a ponérmelo difícil?
Ella se encogió de hombros.
—Te gustan los retos.
—Tienes razón, me encantan —apoyó la copa en la mesa—. Así que asumes que estamos aquí porque eres un reto.
—Yo no dije eso.
—No, lo asumiste.
Sakura suspiró dudando un instante en que responder. Le encantaba la galantería del Hyuga cuando le desafiaba con esos juegos, pero sabía que prenderse a ellos la llevaría inevitablemente al mismo lugar que siempre, uno que la dejaba deseosa y temerosa de él. Y sin embargo se advirtió necesitándolo desesperadamente para sentir que aún valía.
—Quien calla otorga, Sakura —provocó apurándola.
—Soy dueña de mi silencio —suspiró bajando la mirada a esa copa de cristal que tan bien lucía el tinto depositado en ella— ,más no de mis palabras...señor.
Y posó los jades desafiantes en los ojos de él con esa última palabra, cosechando la media sonrisa que el varón le esbozara con satisfacción y ese dejo de sorpresa que hinchó el ego de la joven. Había ganado una pequeña batalla en ese juego, pero sabía que ahora desataba la guerra.
—Las palabras peligrosas lo son más por cómo las pronuncias, preciosa.
—Demostrar respeto es ofensivo ... ¿mi señor?
Seiyi chasqueó la lengua en ese instante, inclinándose apenas hacia la mesa. Su mirada se debatía entre el depredador que jalaba desesperado hacia ella, y el caballero que conservaba esa relajada y dudosa postura de amistad.
—Depende de la clase de respeto que me ofrecerías.
—Sólo existe uno.
—Tu y yo sabemos que no.
Sakura sonrió sonrojándose. El corazón había comenzado a latirle fuerte y las señales en su cabeza le decían que detuviera todo. Pero no quería. Como la noche anterior, Seiyi ofrecía ese escape al dolor que tan desesperadamente le tentaba a tomar. Fue directa una vez con él, resultando en su vergüenza. ¿Y ahora?
—Estamos en público, señor.
—Eso puede resolverse —le midió—. Es tuya la decisión.
Y levantó una mano deteniéndola en el aire aguardando por la joven y su señal. Ella la observó, sabía que con aquello llamaría al mozo que rápidamente cambiaría todo a antojo del Hyuga, no era nuevo para ella que todo el mundo hiciera lo que él quería. Y le molestaba aquello en la misma medida que le calentaba.
—¿En serio, Seiyi? —reculó observando la victoria en los ojos del varón, mientras bajaba la mano a la mesa— Te recuerdo que anoche me detuviste.
—Anoche querías olvidar.
—¿Por qué asumes que ahora no quiero lo mismo?
—Porque tu mirada no deja de volver a mis labios.
Y fue mencionarlo para que esos jades cayeran en medio de un suspiro en el objeto de su deseo.
Seiyi sonrió, una de esas irresistibles para ella manteniendo su atención allí, mientras chasqueaba los dedos demandando privacidad.
Inmediatamente los dos mozos que le atendían se retiraron, cerrando las puertas de madera que aislaba el balcón del resto del recinto.
Sakura respiró hondo al advertirlo, sin mover la mirada de la sonrisa del varón quien ahora le preguntaba:
—¿Mejor así?
—¿Mejor así cómo?
—Solos.
Y allí ella pestañeó varias veces, cayendo en cuenta de que otra vez había sido envuelta por el embrujo del deseo que él despertaba.
Miró hacia las puertas y luego hacia él, quien la contemplaba serio y profundamente. Y no supo qué hacer, solo bajar la mirada a su copa, hacia las ventanas, sonrojándose nerviosa.
—N-no lo sé...yo... lo siento, Seiyi —se tapó la cara con ambas manos en ese instante—. No sé qué me sucede... es...
Seiyi sonrió. Esperaba esa reacción, pero no quiso detenerla en el juego que le propuso. Sabía que la chica lo necesitaba en este instante, para olvidar, para sentir el control mientras seducía. Pero sabía que de allí no pasaría, era demasiado compleja y exquisita, y aun demasiado pronto para que lo tomara.
—Tranquila —estiró el brazo por la mesa, para tomar su mano, el tono ya era calmo— ,no pasa nada.
—Pensarás que estoy... loca —le miró al secarse una lágrima con el dorso de la mano— ,y no te culpo.
—Pienso que estás sufriendo, y que te estás presionando para sanar rápido —ella asintió—. No me debes nada, Sakura. De verdad lo digo.
Una genuina sonrisa adornó los labios de la joven.
—Soy tu amigo ¿quieres eso? —no le dijo nada aunque había duda en esos ojos—. Bueno, sólo necesitas eso ahora, así que eso seré.
Asintió nuevamente, observando la mano que le acariciaba en ese momento, apreciando las leves marcas rojas de heridas frescas en los nudillos ahora. Entrecerró el ceño al advertirlas, aunque desviara la atención a los ojos del varón en ese momento.
—Y tu... ¿tú quieres eso, Seiyi?
Entrecerró apenas el ceño ante la pregunta. Era sencilla la respuesta, y ambiciosa, porque todo lo que quería estaba frente a él en ese instante.
—No importa lo que yo quiera.
—A mí sí.
Seiyi suspiró. Ya demasiado había contenido las ganas, como cada vez que estuvieran tan cerca. Aunque debía reconocer que en las últimas oportunidades, le costaba horrores mantenerse en ese personaje.
—Bueno. Lo que yo quiero es verte bien.
—Seiyi no-
—Déjame terminar —continuó—. Quiero verte feliz, libre, plena. Y cuando al fin te sientas así, sólo en ese momento, me dices si quieres que deje el amigo de lado.
Los ojos de Sakura se llenaron de lágrimas en ese instante, poniéndose de pie de repente para ir hacia él.
—Córrete —le dijo, y este giró las piernas dándole espacio para que ella se sentara en su regazo envolviéndole el cuello con los brazos de inmediato.
—Preciosa —se sorprendió pero rápidamente le correspondió rodeándola él, apretándola contra de su cuerpo.
Ella sollozó perdida en ese cuello aspirando la colonia del varón que ahora se mezclaba con el aroma caliente de él, sintiendo como ese fuerte corazón latía más rápido con su cercanía. Y no pudo complacerle más aquello.
—Gracias —le susurró.
Y él sonrió aunque no pudiera verle, sonrió amargamente, con los ojos cerrados para el pleno disfrute de ese contacto, porque sabía que era lo correcto esperarla. Porque aunque pudiera arrojarla a un torbellino de placer que aturdiera el dolor, no era la mejor forma de curarla. Porque con ella quería todo, no sólo la lujuria de un tiempo, tal vez un experimento de esclava. Con ella quería a la mujer, la compañera, la sumisa. Necesitaba todo e iba por ello, y aunque fuera diestro seduciendo y persuadiendo, no se daría el lujo de un paso en falso ahora.
—Preciosa —susurró luego de unos segundos— ¿Comemos ahora?
Allí asintió incorporándose lentamente al desarmar el abrazo sin levantarse de ese regazo. Se secó las lágrimas delicadamente con la punta de los dedos, para no desarmar el maquillaje, bajo la atenta mirada de Seiyi quien le sonriera cuando al fin ella lo mirara, acariciándole el rostro sin medir el pulgar que ahora le rozaba los labios.
Ella suspiró.
Él hizo lo mismo perdiéndose en esa chispeante mirada.
Y luego unos pequeños dedos le recorrieron la quijada sorprendiéndolo.
Los jades se posaron deseosos en su boca y no pudo más que buscarla.
Se inclinó acercándose a ella, y fueron esos suaves labios los que al fin lo encontraran.
No le correspondió de inmediato, pero tampoco le negó nada. Las caricias iniciaron lentas, temerosas, trémulas como un primer beso de amor casto, llenándose de ganas cuando la fuerte mano que le rozaba el rostro se perdiera al fin en esa nuca para aferrarla.
Gimió en su boca, un gemido femenino suave que encendió todo en él.
Y tuvo que detenerla en el instante en que sus ansias se cargaron de un hambre enfermo, que amenazaba con perder la compostura si continuaban.
—Sakura —advirtió al separarse a duras penas.
—Yo...lo hice de nuevo...
—Shhhh... no digas —apoyó la frente en la de la chica, intentando calmarse, pero sólo logró mezclar su propio aliento con el jadeante de esa pequeña boca.
—Seiyi...¿Qué me haces?
La respiración era pesada y no cedía, no había nada impuro en ese acto, pero era fuego en los labios que se bañaban con el aliento del otro. Y ahora era él el que cedía, tomándole el rostro con ambas manos para luego morderle la boca.
Y ella lo recibió. Le recibió deseosa dejándole hacer lo que le viniera en ganas.
Fue un instante más que se permitió degustar esa lujuria para luego cortarla pidiéndole que se alejara.
Sakyra se puso de pie acomodando luego su falda. Las mejillas le ardían, el corazón desbocado volvía la respiración pesada. Le miraba de pie a su lado sin entender qué carajos había hecho, pero sin desear alejarse.
Él se giró hacia la mesa, para evitar dar lugar a sus ganas. Cerrando los ojos apretó el puente de la nariz a la vez que le invitaba a que volviera a su lugar, en la silla del frente, a una prudente distancia.
—Perdón —le susurró apenada tomando asiento—. Entiendo si estás-
—Nada, Sakura. Déjalo... ahí —respiró hondo abriendo los ojos al fin.
Esos jades lucían excitados, sorprendidos y apenados. Pronto se bañarían de vergüenza y dolor y no lo permitiría.
—Me encanta que hagas esto, no te confundas. Y no te hubiera detenido en otras circunstancias. Solo que —suspiró ya más tranquilo y la miró a los ojos—...ya van dos veces.
Asintió.
—Sabes que esto no es lo que necesitas ahora.
—Sí. No entiendo qué me... pasa.
—Soy un hombre paciente y en control de sí mismo, Sakura, pero si una tercera vez me besas de esa forma... te advierto, no voy a detener nada.
Asintió agachando la mirada sin poder evitar que esa advertencia le agitara.
Él respiró hondo tomando los cubiertos.
—Ahora, almorcemos de una vez —le sonrió—... amiga.
¡Hola!
Miércoles de nuevo, y nuevo capítulo.
Fuaaa....¡como viendo cumpliendo últimamente! Sí ya hasta casi me doy miedo de mí misma, tanta puntualidad... jajajajajaja
¿Qué jugador Seiyi, eh? Entró en acción y con los tacones de punta, como se dice acá en mi terruño. Me la tiene toda confundida a Sakura, que intentó hasta usarlo de consuelo. ¡Como te frenaron el carro, chica! jajajajaja... Es que Seiyi es una diva, no va segundo ni tercero. Siempre el único y el primero, como todo macho alfa.
Bueno, ahora me siento a leerlas, porque me super super super encantan sus comentarios.
Beso y nos vemos el próximo miércoles.
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