Capítulo 7

—Pero ¿cómo te fuiste a caer que te golpeaste el codo y te hiciste esto, cariño? —Preguntó Karen mientras desinfectaba la herida. No importó cuántas veces le dije que no sería necesario, que en el colegio lo habían hecho ya muy bien, ella insistió en que el parche debía ser cambiado.

—Bueno... tropecé y caí —expliqué como si fuera algo obvio sin ánimos de intentar ofenderla, aunque sus ojos sobre los míos me indicaron que había logrado el efecto contrario. Estudio mi rostro por largo rato en busca de un rastro de mi mentira, alguna prueba de que las sospechas de Jaime eran ciertas, pero no se lo di.

—Entonces te caíste.

—Sí.

—Tendrás que tener más cuidado la próxima vez. ¿Por qué no estabas con tu hermano?

—Estaba con otro amigo —contesté sintiéndome avergonzada al instante en que solté la respuesta porque no sabía qué diría si Jaime había notado que me mantenía sola durante los recreos. Para evitar mayores preguntas, que se veían venir por la ceja alzada de Karen, le lancé yo una— ¿Podría juntarme yo con él un día después de clases?

—Con un amigo...

—Sí, Carlos —dije dando el primer nombre que se cruzó por mi cabeza.

—Si tú quieres —confirmó con un tono algo inseguro notando cómo mis mejillas adquirían un tono rojizo por la vergüenza que sentía. Cuando terminó de colocar el parche salí de la cocina rumbo a mi habitación con la cabeza gacha, murmurando apenas un gracias. Aunque luego de unas horas no lo sentí como algo tan malo, tenía permiso para pasar tiempo fuera de casa después de clases con la excusa de verme con un amigo, eso me daría la oportunidad de ver una nueva forma de escape. Ante aquella idea que me parecía tan buena me pregunté cómo no se me ocurrió antes.

Durante la cena seguí pensando en aquella idea, dándole vueltas y pensando en todos los pros y contras, intentando ignorar las miradas de rabia que de vez en cuando me enviaba Ruth cada vez que tenía oportunidad de mirar hacia mi lado, así como también hice caso omiso a los comentarios de Gregorio, quien pensaba que de la relación con "Carlos" podría surgir algo más que una amistad.

—Acabas de llegar a esta casa y un chico ya te va a querer alejar, es una pena —comentó negando con la cabeza, haciéndome ver su pesar.

Al día siguiente saliendo del colegio esas palabras giraban en mi cabeza, haciéndome volver a meditar una y otra vez mis intenciones. ¿Cómo algo que parecía ser lo más correcto podía causar tanto daño a otras personas? Quería salvarme, poder seguir viviendo, pero no a costa de hacer sufrir a una familia entera por mi desaparición, un grupo de personas que aún mantenía la ilusión de hacerme sentir cómoda y poder presentarme al resto de la familia sin que parezca un medio de presión. Pese a todas mis dudas, cuando Jaime me divisó y ordenó que camináramos ya hacia casa, yo me opuse.

—¿Por qué no?

—Me voy a reunir con un amigo —anuncié sintiéndome insegura aún de lo que estaba a punto de hacer.

—¿Estas segura? —Cuestionó frunciendo el ceño— ¿Con qué amigo?

—Karen sabe quién, ella me dio permiso.

—¿Carlos?

—Sí.

—Te acompaño mientras él llega...

—No.

Mi tono sonó más fuerte y brusco de lo que pretendía, hecho del que me arrepentí. Avergonzada me excusé con que prefería esperar sola y así evitar que él se atrasara en su llegada a casa.

—Este es tu último año, has de tener mucho trabajo y materia que estudiar.

Cuando Jaime finalmente se marchó luego de una leve vacilación solté todo el aire que tenía contenido en mis pulmones. Esperé a que se alejara lo suficiente para dirigir mis pasos en dirección contraria, sin un destino u objetivo claro. Tenía la oportunidad en mi mano, solo hacía falta apretar el puño y esta no se me escaparía, pero la imagen de ese matrimonio, de Jaime y Ruth, pese a que a la última no le emocionaba tenerme como hermana, me hizo sentir culpable de mis planes.

Se formó un nudo en mi garganta que me dificultó incluso respirar, mis ojos ardían luchando contra mí para dejar caer las lágrimas y en mi pecho una mano invisible apretaba mi corazón, aumentando esa sensación de miedo y angustia que desde hacía tiempo se habían vuelto en mis compañeras permanentes.

Si me quedaba con esa familia ¿qué ganaría? Cierta protección al ser creída un humano, pero vulnerabilidad al quedarme en el mundo de ellos. Y si me marchaba ¿qué beneficios traía? Encontrarme entre los míos, pero ser un blanco más fácil y visible al estar en manadas. Finalmente mis opciones se reducían a dos: morir con alguien más o morir sola. Simple y sencillo, pero la decisión parecía ser imposible.

—Tal vez no es tan difícil —dijo una voz masculina que me pareció conocida cuando la escuché, pero que no evitó hacer que me exaltara y saltara en mi lugar.

—¿Lees la mente? —Pregunté alzando una ceja, recibiendo una respuesta dentro de mi cabeza: "una de mis especialidades".

—Ven —tomó mi mano y trató de llevarme con él, aunque imprimí cierta oposición cuando sentí cómo intentaba arrastrarme.

—¿A dónde?

—A un lugar tranquilo.

No hizo falta que terminara su respuesta, la indirecta que continuaba no era necesaria. Me llevaba a un lugar que también fuera seguro para que nosotros dos habláramos, por lo que me dejé llevar pese a no conocerlo en gran medida. ¿Qué más podía hacer con los tiempos que corrían? Si desconfiaba también de los que pertenecían a mi especie, entonces les estaría dejando a los humanos el paso libre para que acaben con nosotros.

No pasó mucho tiempo hasta que se detuvo frente a un edificio al que ingresamos. Saludó amablemente al guardia de la entrada y me dirigió hacia el ascensor, pulsó el botón seis y luego me guio por el pasillo hasta detenerse en la puerta correspondiente a su departamento, o eso supuse yo. Estaba en silencio, no se oía ningún ruido del interior, lo que me hizo sentir extraña luego de acostumbrarme a vivir en ruido en el orfanato y en casa, donde siempre estaba Karen para recibirnos cuando llegamos del colegio.

—No vivo solo, vivo con mi hermano, pero él trabaja. Si vamos a fingir ser humanos, hay que hacerlo bien y mezclarnos entre ellos para que no sospechen los demás del edificio —aclaró mis dudas sin que yo las dijera en alto.

—¿Siempre estás leyendo la mente de las personas?

—Es inconsciente, escucho los pensamientos ajenos sin querer, sobre todo cuando estos son gritos desesperados de ayuda —me miró fijamente, como si me estuviera diciendo que conocía todos mis secretos, temores y angustias que me atormentaban ese último tiempo—. Es difícil ignorar a la gente cuando gritas ¿cierto? —asentí sin hablar—. Pues tu mente grita y no tienes idea de lo fuerte que lo hace, ¿así cómo puedo hacer caso omiso de tus pensamientos?

—¿Crees que estoy desesperada por ayuda?

—No lo creo, lo sé.

Me quedé en silencio mirándolo, sintiendo de pronto el deseo de querer salir corriendo de ese lugar. Me regañé a mí misma por ser tan débil, por sentir aquello a la menor amenaza que se cruzaba por mi camino, así nunca sería fuerte ni lograría sobrevivir, menos si temía de seres mágicos también. El chico pareció comprender los nervios que me embargaban, pues se alejó un par de pasos de mí.

—¿Quieres agua o algo para comer?

No esperó mi respuesta para internarse en la cocina. Sin esperar invitación, lo seguí de cerca y tomé asiento junto a una pequeña mesita ahí dentro cuando él me lo indicó. En menos de cinco minutos tenía frente a mí un gran vaso de jugo de naranja y un sándwich a la espera de que lo consumiera. Se sentó frente a mí con las mismas cosas frente a él y esperó pacientemente a que yo iniciara la conversación, algo que no me demoré tanto en hacer pese a mis vacilaciones.

—¿Cuál es tu nombre?

—Alain.

—Laura.

—Lo sabía.

Mis mejillas se sonrojaron levemente al darme cuenta de lo obvio. Si él sabía de mis temores ¿cómo no iba a saber mi nombre?

—Si quieres háblame de ti y yo finjo sorpresa para que no te sientas tan incómoda —propuso, probablemente al ver mi rostro o leer mi mente. Me avergoncé al pensar en los insultos que habían pasado por mi cabeza que probablemente él oyó.

—Sería más productivo si tú me hablas de ti. Tú lo sabes todo de mí, pero yo a ti te desconozco.

—Supongo que es justo —asintió él dándome razón y la confianza para preguntar lo que yo estimara conveniente para conocerlo. Poco a poco sentí cómo mi ser asustado y nervioso comenzaba a calmarse al sentirse en compañía de alguien parecido a mí.

Sin darme cuenta las horas pasaron en medio de una conversación con la que llegamos conocernos mejor. Él, al igual que yo, había perdido a sus padres y en medio de la desesperación con su hermano vinieron a refugiarse a Santiago cuando aún era un lugar seguro, teniendo que ver con horror cómo día tras día los guardias comenzaban a llenar las calles y los seres mágicos empezaban a desaparecer. Con respecto a mi situación, aconsejó que me quedara donde estaba y mantuviera mi farsa de ser mortal, así no había tenido problemas y hacer algo en contra de eso sería tentar demasiado mi suerte.

—Ahora hay que cuidarse como nunca —argumentaba él, dando la impresión de ser mucho mayor de lo que realmente era. La situación de vida que le tocó vivir lo hizo madurar antes de tiempo, tenía diecisiete años pero actuaba como un adulto ya hecho y derecho.

Cuando la puerta se abrió a las siete de la tarde me exalté al notar que debería regresar ya a casa. Me puse de pie al instante, saludando y despidiendo al mismo tiempo al hermano de Alain que recién había llegado de su trabajo.

—Te acompaño, podría ser algo peligroso que salgas sola —se ofreció Alain acompañándome a la puerta.

Una pequeña ráfaga de viento me estremeció de pies a cabeza una vez que cruzamos el umbral de la puerta del edificio. El cielo ya se estaba tornando oscuro, las luces públicas se estaban encendiendo y las temperaturas comenzaban a disminuir. Por la vereda de enfrente vi a un par de guardias de la liga anti magia, quienes salían a vigilar las calles y asegurarse de que ningún ser mágico circulara por las calles de su amada ciudad. Por la misma razón no pude tener la compañía de Alain por todo el camino. En vista del peligro que corría él tanto como yo, decidí dejarlo atrás luego de un par de cuadras, donde esperaría un bus que me dejara cerca de casa. Cuando estuve dentro de uno ya en camino sentí que podía respirar tranquila, pero poco duraba mi calma, pues por la ventana veía pasar camionetas negras con la parte trasera cubierta para transportar ahí a los que atraparan durante la jornada. Mi pulso se aceleraba al imaginar a las personas que llevaban dentro o a las que irían a buscar en aquel momento.

Ya en el paradero que me correspondía me sentí realmente a salvo y caminé hasta mi casa a paso firme y regular, sin correr como había pensado que haría al verme sola. Faltaba todavía un par de cuadras para llegar a mi destino cuando detrás de mí escuché pasos de botas sobre el suelo. Mi corazón se aceleró, parecía querer escaparse de mi pecho, una capa de sudor frío cubrió mi cuerpo y mis piernas se volvieron tiritonas ante el miedo. En cualquier momento dejarían de responderme y caería al suelo, quedando a merced del guardia que venía a mi espalda. Aceleró sus pasos y cuando quise correr su mano ya estaba sobre mi hombro.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top