Capítulo 5
Respiré hondo meditando mi respuesta antes de darla. ¿Qué opinaba yo de esa situación?, muchas cosas malas, pero no lo podía escupir todo, debía medir mis palabras antes de hablar. Debo haber tomado mucho tiempo pensando, porque Karen le recriminó a Greg el ponerme en una situación incómoda.
—Es una niña, no puedes llegar y pedirle una opinión de un tema que ni siquiera debería ver.
—Ya está grande, tiene que tener una opinión.
—Es nuestra hija, se supone que la deberíamos cuidar, evitar que se angustie viendo imágenes tan desoladoras como las de una guerra.
—¿Y bien, Laura? —me volvió a preguntar Greg ignorando a su esposa.
—Bueno... yo no sé mucho del tema —mentí—. Aunque tuve un compañero mago en el colegio, era muy amable conmigo, en un par de ocasiones fui a su casa y su familia era muy acogedora conmigo —continué recordando a los padres de mis amigos y el cariño con el que me recibían cada vez que los visitaba, atendiéndome como a una más—. Era un buen chico, por eso no creo cuando dicen en la televisión que todos son iguales, es estúpido. Como cuando dicen que las rubias son tontas, los chilenos unos ladrones o los chinos inteligentes. El que te hayas topado una vez con uno con esas características, no quiere decir que todos los demás la tengan.
La sala quedó en silencio, Karen mirándome con aprobación, asintiendo a todo lo que decía mientras me daba una sonrisa amable, Ruth poniendo sus ojos en blanco como si estuviera diciendo solo estupideces y Greg lucía cierta decepción en su semblante. Por un momento lamenté mi discurso, parecía hecho por una niña pequeña, pero en una situación así no podía idear algo con lo que realmente pienso.
—Bueno, tal vez te encontraste con uno que actuaba bien. Pero por lo mismo que tú dijiste —siguió citándome a mí misma mientras colocaba su brazo izquierdo sobre mis hombros, acercándome más a él—, no porque encontraste a un ser de esos así, quiere decir que todos sean buenos. Algún día te darás cuenta y pensarás como yo.
—No, todos no... pero tengo esperanzas, no porque tú piensas así y Ruth, que es tu hija, también lo hace, significa que todos tus hijos quieren ser como tú. Yo no quiero ser como tú... aunque, bueno, yo no soy tu hija, así que a lo mejor no cuento como la excepción.
Me saqué el brazo de Greg de los hombros y me puse de pie para dirigirme a las escaleras por las subí hacia mi habitación, dejando de la sala a un Gregorio y una Karen atónitos ante mis palabras, junto a una Ruth que ardía en rabia hacia mí por tratar así a su padre. Sin mirar atrás o pensarlo demasiado me encerré en mi dormitorio, como si me estuviera autocastigando, y me dejé caer en la cama donde lloré sin consuelo por las noticias de la televisión, por lo que acababa de descubrir de la familia en la que estaba inmersa y por mí misma y mi mala suerte.
Terminé quedándome dormida aun sintiendo ese dolor opresivo en mi pecho, recordando mi verdadera familia.
***
"Hay que vivir cada día como el último de la vida" había tratado de animar el locutor de la radio que estaba sintonizada mientras Jaime, Ruth y yo desayunábamos en la mesa de la cocina. Aquel debería haber sido mi lema en vista de la situación, disfrutar cada segundo que me fuera concebido y vivir como se me diera la gana, pero mis ánimos estaban lejos de sintonizar con ello. La mirada amenazadora de Ruth estuvo posada durante los quince minutos que estuve sentada a esa mesa mientras Karen iba y venía sin enterarse de la tensión entre sus dos hijas. Jaime, por su parte, comía sin alzar los ojos a ninguna debido a la incomodidad que sentía al verse envuelto en una situación así. Y no lo culpaba, la noche anterior Ruth y yo habíamos tenido nuestra primera discusión, la cual yo veía venir en cualquier momento.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a papá? ¿Tienes idea de cuánto dolor causaste en ellos?
—Solo di mi opinión —articulé aún amodorrada por la forma repentina en que Ruth ingresó a mi habitación y me despertó.
—Para la próxima vez te la guardas y dices que no tienes opinión o das una decente en vez de tirar una bomba en la sala. Si hubieras visto la cara de papá sabrías lo mal que se sintió por eso.
—Lo siento —dije sinceramente al imaginarme al hombre y la forma en que lo dejé, intentando ponerme en su lugar e imaginar cómo me sentiría yo.
—Lo siento —me imitó con tono irónico—. Es que no te das cuenta del efecto que tienen tus palabras en el resto. Ellos estuvieron años llevando papeles, hablando con gente para adoptarte y darte no solo el apellido. Date cuenta que te están dando un hogar, cariño, educación y tú los estás tratando como a perros. Esta es la tercera vez que llaman a la asistente social por consejo porque tú, enserio, fuiste una hija deseada y esperada por mucho tiempo.
—No lo sabía...
—No... no lo sabías. Por lo bueno sabes ahora del daño que estás causando, no solo a mis padres, también a Jaime... él estaba emocionado cuando supo que ya venías y tú lo estás arruinando todo con esa actitud y esos intentos por escaparte. Espera al menos a cumplir los dieciocho y hasta entonces hazlos creer que te sientes parte de la familia, ya entonces haz lo que quieras, nadie te podrá decir nada.
Y con eso abandonó mi dormitorio, dejándome en medio de un silencio sepulcral luego de sus dolorosas afirmaciones. Hasta entonces había estado tan ensimismada pensando en mí que no incluí en mis pensamientos a esa familia y el esfuerzo que había hecho para obtener a su tercera hija, teniendo tan mala suerte como para que yo les tocara. Por más que intenté convencerme de que no era mi culpa el no ser lo que ellos esperaban, no lo logré, volviendo a llorar en silencio mientras el resto dormía. Me quedé el resto de la noche en vela mirando al techo, cambiando de vez en cuando de posición cuando ya me sentía incómoda. Así me encontró Karen cuando me fue a despertar.
—¿Mala noche, cariño?
Pese a su tono amable y cariñoso no respondí, sintiendo el peso de la culpa sobre mis hombros y con el caminé junto a Jaime hasta el colegio. Esta vez me conversaba de los videojuegos con los que se entretenía en su habitación, a lo que me limitaba a asentir sin escuchar realmente todo lo que me contaba.
Cerca de la entrada estaban los amigos de Jaime a quienes saludé con una leve inclinación de cabeza y pasé de largo hacia mi sala de clases. No tenía ánimos para que Richard preguntara por mi mal humor o para ver cómo Tomás se volvía a preocupar por mí. Ya sentada en mi puesto el silencio resultó reconfortante. Nadie más que yo había entrado, y era de esperar, después de todo aún faltaba diez minutos y, si dentro del mismo colegio mis compañeros tardaban en llegar, más lo harían en la mañana cuando venían desde sus hogares.
Saqué mi cuaderno y garabateé en los costados de la primera hoja que apareció a mi vista cuando lo abrí al azar. Mis trazos no seguían un diseño determinado, pero ayudaban a distraer mi mente de los problemas que venían asechándola por años y aquellos más recientes que empezaban a abrirse paso. Tan ensimismada estaba que me tomó por sorpresa escuchar al profesor dar los buenos días antes de dar inicio a su clase de historia, a la que intenté prestar atención.
Cuando se escuchó el timbre para salir al recreo sentí cierto alivio cuando noté que Jaime no estaba fuera de mi salón esperándome como había hecho el día anterior. Aquello me daba más libertad para recorrer el colegio a voluntad, lo cual hice en los dos recreos, evitando cuando veía asomar por alguna esquina a Jaime o alguno de sus amigos. Creí que disfrutaría estando sola después de tanto tiempo deseándolo, pero a la una de la tarde la soledad se me hizo demasiado, por lo que caminé hacia el casino donde logré divisar a los chicos. Tomás parecía tener sus mejillas sonrojadas mientras Richard, Ignacio y Lorena reían, aunque Jaime lucía algo molesto mientras los miraba. Me abrí paso hacia ellos algo avergonzada luego de haberlos evitado toda la mañana.
—Miren quién viene ahí. La desaparecida —anunció Richard mi llegada como si los demás aún no me hubiesen visto.
—Calla, Richard, se puede molestar y ahora sí que no la veremos en todo el año —continuó Ignacio defendiéndome a medias, aunque provocándome cierta rabia de paso. Volví a pensar el sentarme o no junto a ellos para almorzar, pero Jaime al ver mi duda tomó mi bandeja y la puso en el asiento a su lado, así quedaría entre la pared y él. Sin hacerme tanto de rogar tomé asiento y comencé a comer en silencio mientras sentía una mirada sobre mí, tal y como sucedió el día anterior. Alcé mi vista y Tomás, sentado frente a mí, tenía sus ojos sobre mi persona, alejándolos en cuanto lo descubrí. Sin embargo, sabía que no era solo él quien me miraba.
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