Prólogo.
Entonces, dime, ¿eres una buena o una mala persona?
Una de las primeras cosas que se les enseña a los niños es que existe el bien y el mal y la diferencia entre ambos. Quienes siguen las leyes son los buenos y quiénes la rompen son los malos. Sencillo, ¿verdad? Pero, entonces, ¿dónde deja eso a los abogados?
Siempre me he preguntado en qué lado de la balanza se supone que nosotros nos inclinamos. Que tan buenos somos o que tan malos podemos ser.
Aunque al final da igual, yo me enorgullezco de ser una excelente abogada de cuello blanco. Mi último caso sobre el esquema Ponzi de la familia Larson, me valió una gran bonificación, reconocimiento y un premio. Gracias a la forma en que presenté mi defensa mi cliente no solo salió libre, sino que el agente federal que llevaba el caso fue suspendido de forma indefinida.
Por eso me sorprendo cuando estoy por levantar mi pulgar para el escáner dactilar del casillero del correo y una mano apunta hacia otro casillero, y esa persona no es otra que Owen West, nada más y nada menos que el agente que hice suspender.
—Rhea Nolan —dice el ex agente West en un tono tenso y áspero, con sus dientes apretados.
Se rumorea que lo suspendieron sin opción a recibir su sueldo, no ahondé mucho en su caso, no era de mi interés. Pero si fue así, ¿cómo es que terminó aquí?
—Agente West —lo saludo—, ¿o debo decir ex agente? Me pregunto, ¿cómo alguien sin trabajo y sin sueldo puede pagar un apartamento en este edificio?
No puedo evitar la sonrisa en mi cara mientras tomo mi correo y veo con más atención el casillero que el abre, el 707.
—Ah, ya veo, se va a quedar con el periodista de quinta.
Se juntaron el hambre y la necesidad —pienso.
Mientras reviso mi correo asegurándome que todo esté dirigido a mí, puedo escuchar al agente West murmurar en voz baja.
—Por supuesto.
—¿Dijo algo, ex agente?
Tiene la misma mirada de odio y desprecio que tenía aquel día en el juzgado.
—Dije, por supuesto que la única persona que arruinó mi vida y mi carrera, vive en el mismo edificio al que me acabo de mudar.
Pongo los ojos en blanco y tomo mi maletín del suelo para dirigirme hacia los ascensores, no me interesa escuchar su discurso de molestia.
Yo solo hice mi trabajo, ¿qué culpa tengo yo que él no haya podido hacer el suyo?
—Me sorprende que viva aquí —me dice—. ¿Acaso estaba lleno el infierno?
Incluso sin mirarlo, sé que me está dando una mirada condescendiente.
—No, además, este lugar tiene mejor vista.
El agente West me sigue tan despacio como puede, pero su intento es en vano, porque pronto me alcanza y no tiene otra opción que detenerse cerca de donde yo estoy para esperar que las puertas del ascensor se abran.
—No solo cometió estafa, ¿sabía que fue cómplice de la muerte de casi veinte personas? No sé ni porque se lo pregunto, es obvio que lo sabía y, aun así, usted lo dejó libre.
—Yo no lo dejé libre, de eso se encargó el juez. Y le recuerdo, agente, que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario y mi cliente lo demostró, por ende, es inocente.
Miro mi reloj y me preparo de forma mental para estar en el mismo espacio que el agente durante los próximos siete pisos.
—Su cliente fue cómplice de Dante Denali y lo sabe, las pruebas estaban ahí. No solo estafó a miles de personas, sino que también es un asesino.
No espero que él me comprenda, es un agente federal, su trabajo es llevar a los "malos" a prisión y mi trabajo es evitar que eso suceda. Estamos de extremo a extremo. En lados opuestos de la balanza.
Ese caso no fue la primera vez que nos vimos, nos hemos cruzado en los pasillos de la sala del tribunal, tal vez incluso creo que vamos a la misma cafetería, pero en diferentes horarios.
En retrospectiva, no es sencillo ignorar al otro incluso sí lo hubiéramos intentado, pero, ¿por qué el universo tenía que traerlo a vivir justo en el edificio donde yo vivo?
—No, las pruebas fueron manipuladas y no es mi culpa que los agentes, oficiales y la fiscal del caso, hayan sido tan... Ineficientes. Yo solo hice mi trabajo, es una pena que usted no haya sabido hacer el suyo.
Las puertas se abren con un suave sonido y yo entro primero, presionando el botón de mi piso y dando un paso hacia atrás, hasta recostarme sobre la pared del ascensor.
El agente West suspira de forma audible y yo cierro los ojos, dejando caer mi cabeza hacia atrás.
—Si tanto le molesta mi presencia, ¿por qué no se muda a otro edificio? Uno que un ex agente pueda pagar.
—Aun no me despiden.
—Esa es la palabra clave, ex agente. Aún.
Vuelvo a cerrar los ojos y los mantengo así hasta que escucho sus pisadas saliendo del ascensor.
Cuando los vuelvo a abrir estoy sola de nuevo y me digo en mi mente que no dejaré que aquel agente, que claramente me odia, me vaya afectar con su presencia.
Me repito la misma frase toda la semana y la semana siguiente... Hasta que llego a mi punto máximo porque no me considero una mala vecina. Soy educada y tengo modales: saludo cuando me saludan. Sonrío cuando me sonríe algún vecino y a veces —contadas con los dedos de una sola mano—, mantengo una conversación ocasional.
—¡Lo está haciendo a propósito! —grito cuando veo el reloj junto a mi cama que marca las tres de la mañana y la música del apartamento justo debajo del mío, está a todo volumen.
He empezado a hacer una lista mental sobre cosas que odio de mi vecino, el maldito ex agente. No es una lista muy larga, pero va en aumento:
Lo primero en mi lista es el tema del ascensor, y es algo que ha pasado muchas veces. Yo corro para poder alcanzarlo cuando llego del trabajo y solo quiero descansar, pero mi vecino, el imbécil ex agente, finge que no me escucha y deja que las puertas se cierren
—¡Maldito, maldito y mil veces maldito!
El segundo y mi mayor problema, son los sonidos de todo tipo. Desde portazos y ocasionales golpes a su techo hasta mi mayor problema: la música a todo volumen durante toda la madrugada.
Es un gran problema para mí porque no he podido dormir bien y de por sí yo sufro de insomnio, ahora las cosas están mucho peor.
—Pero esto no se va a quedar así.
Me levanto de mi cama, busco mi bata y me apresuro a salir de mi apartamento para ir a gritarle a ese gran imbécil.
Golpeo la puerta con fuerza un par de veces.
—Hola, hermosa. ¿En qué te puedo ayudar?
Pongo los ojos en blanco y observo como el vecino de cabello rubio se recuesta contra la puerta y se cruza de brazos, dándome una sonrisa que para él debe ser encantadora, pero que a mí solo me producen ganas de golpearlo.
—¿Dónde está tu compañero? —le pregunto al periodista de quinta.
El ex agente asoma la cabeza y pasa una mano por su cabello negro, veo que no lleva camisa, mostrando sus músculos y los tatuajes que cubren todo su brazo derecho y gran parte de su espalda y torso. No sonríe, pero hay algo de diversión brillando en su mirada.
Imbécil.
—Querida vecina, ¿qué te trae por aquí? Lamento no tener flores para recibirte.
—Odio las flores —digo con los dientes apretados—. Y estoy aquí para decirles que bajen el volumen de su música.
El periodista de quinta que si no me equivoco se llama Jay, se hace a un lado y le da paso a Owen.
—¡Su maldita música a todo volumen no me ha dejado dormir en dos semanas!
—Me temo que no podemos bajar la música —responde—, pero tú podrías mudarte a otro edificio, uno donde no haya mucho ruido. Escuché que hay una suite disponible en los pozos del infierno.
Así que de eso se trata todo esto.
Él está delirando si cree que me va a ganar.
—Incluso el infierno es mejor que quedarme en el mismo edificio que tú. Sin embargo, no te daré la satisfacción de que me mude de aquí.
—Supongo que solo tengo que esforzarme más.
Cuadro mis hombros y doy un ligero paso hacia atrás, analizando está situación.
—Intenté ser amable y una buena persona, pero veo que eso no es posible contigo. Le aseguro, ex agente, que se va arrepentir de haberse mudado a este edificio.
Él copia mi postura y me mira fijamente.
—Y yo le aseguro, abogada, que usted se va arrepentir del día que mintió en esa corte y arruinó mi carrera.
Una pequeña sonrisa se extiende por mi cara.
—¿Me está declarando la guerra, ex agente? ¿Eso es lo que va hacer ahora que está desempleado?
Estoy segura que si las miradas mataran, yo estaría justo en los pozos del infierno en este momento.
—Sí.
—Bien por mí, y solo para que sepa ex agente, yo nunca pierdo.
—Siempre hay una primera vez.
Y así, los sucesos que cambian nuestra vida, pasan en el momento menos esperado y comienzan de la forma más extraña: con una mentira en un juzgado y continua con dos personas que se odian viviendo en el mismo edificio y se desarrolla con una ligera venganza para finalizar con un corazón roto y una casa frente a la playa en Rhode Island.
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