7. Pasos para una (no) sana convivencia.

Hozier- From eden (1:07 – 1:54)

—Adiós, galletita, ya te extraño —escucho que Owen se despide de Kara, si, la dulce chica que trabaja con él, resultó ser su amiga con beneficios.

No están en una relación, solo tienen sexo y siguen siendo amigos. Como si nada. Y me enteré hace poco por Jay, él también me contó que Owen tuvo una relación similar con Lorna y otra amiga de ellos, que por suerte no trabaja ahí.

Cuando escucho que la puerta se ha cerrado, salgo de la habitación.

—¿La dulce galletita ya se fue? —le pregunto con molestia.

Me acomodo en la isla de la cocina con mi computadora portátil porque aquí es donde hay mejor recepción de internet.

—Oye, no puedo ser egoísta y negarles a las damas si quieren algo de esto —dice con una sonrisa socarrona y gesticula de arriba abajo su cuerpo y yo le lanzo lo primero que tengo a la mano, logrando golpear su brazo.

Aparto mi mirada de él y regreso a mi trabajo. Lo cual es un poco difícil de realizar teniéndolo cerca y a él le sucede lo mismo conmigo. Ya que el trabajo de uno va en contra de lo que quiere el otro.

Esto se siente como una zona de guerra.

—Sabes, te agradecería una advertencia la próxima vez que decidas traer a galletita o pastelito, o al resto de la panadería.

No puedo evitar la molestia en mi voz al recordar claramente como entré aquí hace unas horas cuando él y Kara se estaban besando camino a la habitación de Owen.

Ni siquiera logro entender cómo puede tener sexo con ellas y seguir siendo amigos como si nada.

Pero cada quien con lo suyo.

—¿Celosa, Rhea?

—¿De ustedes dos? Por favor, no seas ridículo. No pierdo mi tiempo en cosas insignificantes.

—Y no deberías estarlo, tú eres la única a la que le regalo flores.

Me lanza un beso, algo que ha empezado hacer de forma habitual porque descubrió que también es algo que me molesta.

—Odio las flores y también te odio a ti.

Él solo se ríe.

—Te llamaría, pero dado que bloqueaste mi número, no puedo hacerlo.

Lo veo sonreír mientras abre la nevera para sacar un poco de agua y maldice al verla y no ver la comida chatarra a la que estaba acostumbrado.

Aún recuerdo el escándalo que tanto él como Jay armaron porque compré, según ellos, demasiadas cosas verdes. Incluso creí que les daría un derrame cuando vieron una ensalada de col rizada.

¡Nadie puede vivir sin dulces! —dijo cuando le conté que no había comprado las galletas, chocolates y demás chucherías que puso en la lista— ¡Eso es un crimen! Eres un verdadero monstruo.

—No te hubiera bloqueado si no insistieras en llamarme en la madrugada para preguntarme estupideces.

—No era una estupidez. Era una pregunta sería.

—¿Pregunta sería? Querías saber que tan alto podía volar una cucaracha.

Lo veo recostar su espalda contra la nevera y darme una mirada sería.

—Dado que había una enorme cucaracha cerca, entonces sí, era una pregunta importante.

—Y la otra madrugada me llamaste para saber cuánto puede arrastrarse un gusano. La semana pasada querías saber cuánto peso puede soportar una hormiga. ¡Soy abogada! ¿Cómo podría saber esas cosas? Si tanto te interesa, búscalo en Google y déjame dormir en paz.

—Tú ni siquiera duermes.

Levanto mi mirada un momento hacia él antes de regresar a la pantalla de mi computadora.

—Eso no quiere decir que puedas molestarme, y créeme, entiendo que tu trabajo como guardia no sea tan emocionante como ser agente federal, pero te bloque porque si recibía una llamada más tuya preguntándome una estupidez así, te iba asesinar mientras dormías. Lo juro. Tenía un plan y todo.

No voy a mentir al respecto, tuve fantasías muy vividas dónde lo asesinaba, hice un plan en mi mente e incluso lo anoté en mi agenda.

—Estuve en el ejército, en dos giras por Afganistán y fui francotirador, al regresar entré en la academia y me volví agente federal, y, ¿tú crees que podrías sorprenderme? Ni en tus mejores sueños, majestad.

Oh, agente, jamás debió decir eso.

Lo veo abrir un gabinete de la cocina y volver a maldecir. El par de imbéciles también se molestaron cuando reorganicé los gabinetes de cocina, porque según ellos no pueden encontrar sus cosas habituales.

No tengo ningún TOC, par de idiotas. Solo me gusta el orden —les expliqué cuando llegaron al apartamento y lo había arreglado todo.

—¿Dónde está mi taza amarilla?

Me lanza una mirada acusatoria y yo debo dejar de teclear para señalar el gabinete de la cocina donde se encuentra su maldita taza amarilla.

Owen no puede beber café en otra taza que no sea su taza amarilla. Y según él, soy yo la que tiene problemas.

—¿Por qué no puedes dejarla en el fregadero? Sabes que siempre utilizo esa taza. Es más sencillo para mí simplemente dejarla ahí.

La puerta se abre y Jay entra con su habitual sonrisa y tres cajas de pizza.

—Hola, hermosos compañeros de apartamento. Gracias por no causar más daños en mi ausencia. Temía llegar y encontrar que habían dañado también el piso. Que suerte que no fue así.

Deja las cajas de pizza sobre la mesa de café y empieza a contarnos sobre la investigación que está realizando, a pesar que nadie le ha preguntado nada.

Yo camino hasta mi bolso y saco una hoja que la he tenido ahí desde ayer y la pego en la nevera con un imán.

Imbécil uno e imbécil dos miran la hoja sin saber que es.

—¿Qué es eso? —pregunta Jay.

—Un horario —les explico—. He vivido aquí solo dos semanas y ya estoy harta de ustedes, sus malos hábitos y desorden. Así que para que podamos sobrevivir las próximas veinticinco semanas, debemos solucionar su comportamiento.

Ambos se paran frente a mí con sus brazos cruzados y miran con atención el horario en la nevera.

—Ni siquiera sé cómo han podido sobrevivir hasta ahora y no están nadando en basura. Ustedes tiran la ropa al suelo, dejan los zapatos donde quiera, no lavan los platos. ¡Jamás barren! Creo que la única función que tenía su escoba era la de golpear su techo.

Ellos tienen el descaro de mirarme ofendidos.

—Oye, eso no es cierto, yo barrí el apartamento la semana pasada —me dice Jay.

—¡Se debe barrer más seguido que eso!

Tomo aire y cuento hasta veinte porque contar hasta diez no es suficiente.

—Miren, yo trabajo de nueve a cinco y ustedes trabajan en un horario que aún no puedo descifrar porque cuando me voy al trabajo están aquí y cuando regreso también. A veces dudo incluso que trabajen, pero bueno, ese no es el punto.

—¿Y cuál es el punto?

—Buena pregunta, ex agente. En este horario está las funciones que ustedes dos deben hacer para mantener limpio y en orden este lugar.

Ellos vuelven a mirar el horario y no puedo creer que se estén quejando por las tareas que están ahí porque son simples labores de adultos funcionales. Pero claro, eso es algo que ellos no son.

El horario está perfectamente dividido y muy detallado. No hay forma de equivocarse, aunque con esos idiotas nunca se sabe.

—¿Y tú qué harás?

—Yo cocinaré —respondo.

—No, no, no. Tú cocinas puras ensaladas —se empieza a quejar Owen—, y siempre tendría miedo de que pusieras veneno en la comida.

Me encojo de forma leve de hombros.

—Eso es lo que puedo hacer, si no quieren, bueno, entonces no haré nada.

Aceptan y tardan un momento en entender que los he engañado para que acepten hacer todas las labores del apartamento. Lo cual no es en sí, ningún engaño porque es su apartamento, yo soy una invitada aquí. ¿Por qué debería hacer algo? Ya hago mucho con no demandarlos.

Se quejan por un largo rato, pero yo los ignoro.

—¿Y qué hay de nuevo, hermosa Rhea?

—Nada.

—Siempre es tan agradable conversar contigo —sigue diciendo Jay—, es mi momento favorito porque siempre tienes algo amable que decirme. Cómo el otro día que me dijiste, ojalá Dios te guarde y se olvide dónde. Me sentí tan bendecido todo el día.

Tanto él como Owen se acomodan en la sala con las cajas de pizza abiertas y Jay me dice que compró una pizza vegetariana para mí.

—Gracias, pero no. Yo no como nada que no haya sido preparado por mí.

—¿De verdad? —me pregunta Jay con curiosidad mientras Owen busca algo que ver en Netflix— ¿Por qué?

—Te lo diría, pero si lo hago tendría que matarte. Pensándolo bien, creo que te lo diré.

Jay lleva sus manos a sus oídos y yo siento que estoy viviendo con un par de niños.

—Déjalo —me dice Owen— ¿Sabías que le das pesadillas? El pobre te tiene miedo.

—Yo no le hecho nada.

—Estas todo el tiempo amenazando con matarme.

Está bien, eso es cierto, pero el que lo amenace no quiere decir que realmente lo vaya a matar... al menos no todavía.

—No lo haré, no tengo mi juego de cuchillos a la mano o mi navaja.

—Mira, esos son justamente los comentarios que a él le asustan.

—¿Quieres que le mienta? Porque te quejabas todo el tiempo de lo mentirosa que soy y ahora que decido decir la verdad, también te quedas. ¡Nunca estás conforme con nada, ex agente!

Levanto las manos con frustración y me alejo hacia mi habitación para continuar con el trabajo porque mañana tengo una reunión muy importante.

Pasa mas o menos una media hora hasta que alguien toca mi puerta.

—¡Vete!

—No has comido nada hoy.

Me levanto y abro la puerta.

—¿Y eso por que le importa, ex agente?

—No puedo dejar que te mueras de hambre antes que te enamores de mí, pierdas esa apuesta y debas pagarme veinte mil dólares, Rhea.

Nos sostenemos la mirada y se que no me va a dejar en paz hasta que vea que he comido.

Maldigo en mi interior y salgo de la habitación para dirigirme a la cocina.

—Así me gusta, obediente.

—Imbécil.

—Pero soy un imbécil al que le haces caso. ¿Eso en que te convierte?

Tomo el cuchillo de uno de los cajones y paso mi dedo por la lamina plateada, recordando el plan que hice para asesinarlo mientras duerme.

Oh, una chica puede soñar.

—¿Rhea? ¿Te gustaría ver una película con nosotros? —me pregunta Jay.

—Claro, y también deberíamos trenzar nuestros cabellos, pintarnos las uñas y colocarnos algunas mascarillas. Porque no hay nada que yo disfrute más que el pasar tiempo con ustedes. Es mi cosa favorita por hacer

—¿De verdad?

Miro a Jay antes de responder.

—No. Obviamente no.

Owen mira con asco la ensalada de col risada y murmura que a veces tiene pesadillas con esa ensalada, lo cual es una exageración.

—¿Por qué no te gustan las flores? —me pregunta Owen.

Yo observo el ramo sobre la mesa de café antes de responder.

—En mi familia se utilizaban para mandar "mensajes", y no eran del tipo amable, así que les tome fastidio y eso poco a poco se convirtió en odio.

—¿Tan malos eran esos mensajes?

Pienso en los ramos de crisantemos antes de la muerte de mi mamá y mi papá.

—Sí —respondo—. Odio las flores porque las asocio con cosas malas. Siempre las he visto de esa manera y solo tengo malos recuerdos de ellas.

—Tal vez pueda hacerte cambiar de opinión.

Él está sonriendo cuando lo veo.

—No lo harás, solo perderás tu tiempo. De la misma forma que pierdes el tiempo al esperar que yo me enamore de ti.

—Oh, Rhea, un hombre puede soñar.

No se si se refiere a la idea que yo me enamore de él o a ganar la apuesta y que yo le pague veinte mil dólares.

Jay pone las noticias y hay un reportaje sobre Michael Baizen y el imperio que la familia Baizen ha construido gracias a la fabricación de armas.

—Mira, un reportaje sobre tu persona favorita —le digo a Owen para molestarlo.

Él lleva años tratando de llevar a los hermanos Baizen a prisión, pero nada de sus investigaciones conducen a algo. Es un caso perdido.

—¿Realmente crees que puedes atraparlos?

—Al menos debo intentarlo.

—Porque tu padre lo hizo, ¿verdad?

—Sí.

Pero tú no eres tu padre —quiero decirle, pero no lo hago.

Saludo y le sonrió a mi nueva asistente, una que vi en la obligación de conseguir a última hora cuando Kate, mi anterior asistente no vino al trabajo, lo cual me preocupó porque ella siempre ha sido muy responsable. Así que mande averiguar que le sucedía y me informaron que murió de forma repentina de un infarto.

Que pena, era tan joven —me digo en mi mente.

El día en el bufete se vuelve largo y pesado, ni siquiera el saber que es viernes mejora mi he estado de ánimo porque tengo demasiado trabajo que deberé terminar el fin de semana.

Y justamente trabajando es como empiezo mi sábado.

Me concentro en los archivos que tengo que revisar e ignoro a las personas que actualmente se mueven por la cocina del apartamento.

Es difícil, pero he superado peores situaciones que esta.

—Baby, no —le dice "Pastel de calabaza" a Owen con una fuerte risa mientras él le limpia un poco de masa de lo que sea que estén preparando.

—Ahora es más como un pastel pegajoso —comenta Owen.

Yo no encuentro lo divertido del comentario, pero al parecer el dulce Pastel de calabaza sí porque se ríe muy fuerte.

Dulce pastel de calabaza —quien realmente no sé su nombre—, es agradable cuando no está intentando cocinar. Tan agradable e inteligente, que me hace preguntarme, ¿qué le ve al imbécil de Owen? Bueno, sí, él es apuesto y tiene muy buena figura, es obvio que invierte mucho tiempo en el gimnasio y los tatuajes en su cuerpo parecen darle el toque justo a su apariencia, pero sigue siendo un idiota.

—Ignórala —le susurra Owen a pastel de calabaza.

—No seamos mal educados, baby. Ella está ahí.

—Sí, estoy aquí y no necesitan susurrar porque los estoy escuchando muy bien.

No los miro mientras hablo y sigo realizando anotaciones de los documentos que estoy leyendo. Tengo demasiado que leer y analizar y poco tiempo.

—¿Sabes, Rhea? Hay otras áreas en este apartamento, tu habitación, por ejemplo. ¿Puedes ir ahí mientras intentamos hornear rollos de canela? Son mis favoritos.

Dudo que esos rollos de canela queden bien, dado lo que han hecho hasta ahora.

De verdad pastel de calabaza no es buena cocinera, pero mientras esperaba a que llegara Owen aprendí que es consultora del FBI y que habla ocho idiomas. Sorprendente.

—Ya te dije que aquí tengo mejor señal de Wi-Fi. No me voy a ir.

Él sabe que discutir conmigo, más aún cuando estoy en algo del trabajo, es un caso perdido, así que me ignora y continúa, según ellos, horneando.

Los escucho quejarse porque no tienen batidora y deben mezclar la masa a mano, lo cual les vuelve a casuar risa.

Estoy segura que si el infierno existe, se parece mucho a esto.

—¿Y ahora qué, baby? —le pregunta pastel de calabaza.

No puedo creer que ella esté confiando en Owen, justamente en él, sobre algo de cocina. Es obvio que no lo conoce bien.

Porque hay un par de cosas que tengo claro sobre Owen West: ama su auto y no deja que nadie más que él lo conduzca y es pésimo cocinero. También es un imbécil, pero eso no es ningún secreto, con solo verlo uno se da cuenta.

—Ahora tapamos y esperamos a que suba durante una hora.

Hay un fuerte ruido de Owen abriendo y cerrando cajones y yo aprieto el tabique de mi nariz.

—Las toallas están en la tercera fila —le digo, aún con mi mirada fija en los documentos que estoy leyendo.

No necesito verlo para saber lo que estaba buscando.

—¿Por qué tenías que mover también eso? ¿Que tenía de malo dejarlos en la primera fila?

—Tenías toallas regadas en todos los cajones, solo los reuní todos en uno solo —le explico, aunque no veo la necesidad.

Me alejo para realizar una llamada sin apartar mi mirada de mi computadora y documentos, para asegurarme que Owen no está espiando mi trabajo.

Cuando regreso, él y pastel de calabaza siguen discutiendo sobre la receta.

—Baby, aquí dice que necesitamos azúcar en polvo para el glaseado. ¿Tienes?

Owen tarda en responder.

—¿Rhea? ¿Tenemos azúcar en polvo?

Por supuesto que él no conoce su propia cocina.

—No, solo hay de la normal —respondo.

Pastel de calabaza dice que no hay ningún problema que ella irá a comprar porque de todas formas aún falta para que el postre que está en el horno suba.

Mi teléfono vuelve a sonar y me alejo para contestar.

—Y creía que mi trabajo era estresante —comenta Owen cuando regreso a la isla de la cocina.

Yo ignoro su comentario porque no estoy de humor para mantener una conversación casual y mucho menos con él.

Tengo demasiado trabajo.

Él se da cuenta que no voy hablar y procede a limpiar las cosas que ha ensuciado hasta ahora, yo muerdo el interior de mi mejilla para evitar sonreír, porque hasta hace poco —antes de pegar el horario en la nevera—, creía que eran alérgicos al agua y al lavavajillas. Pero al parecer no lo son.

El teléfono de Owen suena y él se apresura a responder.

—Dime. No, no estoy seguro, espero dame un momento. ¿Rhea? No hay azúcar en polvo. ¿Está bien la azúcar glas?

—Sí, es lo mismo.

—Es lo mismo, calabaza y sí, una bolsa debería ser suficiente.

Cuando supe lo terrible que Owen es en la cocina, entendí toda la comida chatarra y lista para el microondas que compraban.

—¿Ella sabe? —le pregunto.

Enarca una ceja y sonríe.

—¿Qué? ¿La diferencia entre ambas azucares? Lo dudo mucho.

—No. Sobre tu dulce pastel, tu galletita y, ¿por qué todos tus apodos tienen que ver con comida? ¿Sabes al menos sus nombres?

Me masajeo las sienes y aparto mi mirada de la pantalla antes de verlo a los ojos.

—De nuevo, eras una para hablar. Pero para tu información, sí, a diferencia de ti, yo si conozco sus nombres.

—Yo también conozco el nombre de los hombres con los que tengo sexo.

Eso es una mentira, pero él no necesita saberlo porque eso solo lo haría sentirse moralmente superior a mí.

—¿Cómo se llamaba el último que fue a tu apartamento?

Digo el primer nombre que me viene a la mente.

—Marco.

—Era Bruno, lo sé porque bajamos juntos en el elevador y él te dio su tarjeta casi rogándote que lo llames. Y sobre mis amigas con beneficios, la palabra lo dice, amigas. Todos somos amigos y ellas lo saben. Yo no le miento a las personas.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Acaso esa es un a indirecta para mí?

—Yo no lo dije, tú lo asumiste. ¿Qué dice eso sobre ti?

Tiene esa sonrisa petulante en su cara que va directo a mi lista de cosas que odio sobre él.

—Mira, no tienes que preocuparte por mi o por ellas. Ninguno de nosotros quiere nada serio, solo nos estamos divirtiendo. Somos adultos razonables y no hacemos un gran problema sobre ese asunto. Es solo sexo.

—Que cualidad tan atractiva, ex agente.

A parte de todos los problemas del hijo rechazado y traumas infantiles que hay en ti —completo en mi mente.

—Pero si eso es un problema, no saldré más con ellas y solo te prestaré atención a ti.

Ante mi expresión de desagrado, él solo se ríe.

—Ahora solo estoy saliendo con pastel de calabaza porque galletita conoció a alguien, lo cual me alegra mucho.

—Creo que ha sido suficiente información y ya he llenado mi cuota de amabilidad del día. Así que cállate y has como yo, finge que no estoy aquí.

—¿Estabas siendo amable? No creo que conozcas muy bien el significado de esa palabra.

No respondo, incluso cuando él sigue lanzando comentarios molestos con la intención que yo pinche el anzuelo.

Tengo trabajo que terminar —me recuerdo—. Y no puedo perder el tiempo.

Solo dejo de trabajar el domingo por la tarde cuando Helena me escribe para preguntarme si puedo cuidar un momento a Sofía. Obviamente yo respondo que sí.

—Compórtate —le advierto a Jay, que está sentado en la sala jugando con algunos controles frente al televisor.

Abro la puerta y le sonrío a Helena, haciéndole un gesto para que entre.

—No puedo creer que te estés entrometiendo en mi día libre —le dice Jay—. ¿El fondo fiduciario sigue congelado y no puedes pagar una niñera? Que pena.

—Tú te entrometiste en mi vida —le responde Helena—, así que me parece justo entrometerme en tu fin de semana.

Ignoro a Jay y sus palabras, y le digo a Helena que no hay ningún problema y tomo a Sofía en mis brazos.

—Bueno dile eso a la mitad de ciudadanos que tu prometido estafó. Y no es mi culpa que él haya hecho eso.

Helena lo mira y no dice nada por un largo tiempo.

—No, pero tampoco es mi culpa.

Ella le da un beso a Sofía en su frente y me dice que se debe ir porque ya está llegando tarde.

Se despide con la mano de mí y yo cierro la puerta cuando ella se va.

—Eres un imbécil —le digo a Jay.

Camino hasta la sala y siento a Sofía en la alfombra, para poder sacar los juguetes.

—¿Sabes en qué estoy trabajando justo ahora? —me pregunta Jay, aunque no espera una respuesta de mi parte y continúa— En entrevistas con las personas afectadas por dicha estafa. Hablan de todo lo que perdieron y como sus vidas han cambiado por confiar en las personas equivocadas. Es una entrevista que muestra la crueldad de esa estafa.

—Eso no es culpa de Helena o Sofía.

—¿Eres consciente que el dinero que ella quiere recuperar está manchado con la sangre y dolor de todas esas personas?

Por supuesto que lo sé, la cuestión es que no puedo detenerme a pensar en esas personas porque actualmente es Helena mi cliente y mi trabajo es defender y velar por sus intereses, por lo que es mejor para ella.

—¿Cuándo piensas sacar ese reportaje?

—Final del mes.

—Lo haces para ayudar a tu amigo. ¿Verdad?

—Sí y porque es lo justo.

Una risa burlona sale de mis labios.

Cómo les gusta a las personas escudarse tras esa palabra.

Lo ignoro y me concentro en Sofía, olvidándome un momento de todo lo demás hasta que mi teléfono suena con un mensaje: El señor Larson ha muerto.

Y por eso, nunca se debe abrir una partida con un gambito de dama. 

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