4. No olvides quien es el enemigo.
Imagine Dragons & J.I.D – Enemy (0:57 –1:27)
Me estaciono detrás de una pequeña hilera de autos con el propósito de no destacar más de lo que un Maserati negro destacaría en un cementerio un sábado por la tarde.
Miro hacia el pequeño y casi inexistente grupo de personas que se han reunido para despedir al señor Anderson. Es un grupo tan pequeño. ¿No dicen que cuando eres una buena persona vas a tener a muchos despidiéndote? Al menos eso es lo que yo siempre he escuchado, pero, la imagen frente a mí es completamente diferente. Me pregunto, ¿dónde están todas las personas a las que él señor Anderson ayudó mientras era oficial? ¿Dónde están sus compañeros que compartieron con él mientras era agente?
Él señor Anderson fue una buena persona y al final, muy pocos vinieron a despedirlo.
—Los humanos somos tan hipócritas y desagradecidos. Nos olvidamos con mucha facilidad lo bueno que otros hacen por nosotros, pero vaya que somos buenos recordando quien nos ha dañado —murmuro más para mí, que para Rony.
Es un comentario cínico de mi parte, pero el cinismo es un rasgo familiar y también es el menor de nuestros males.
—Nunca me ha importado si estoy sola cuando muera —me dice Rony—. He estado sola toda mi vida, ¿por qué debería importarme el final? Es el recorrido, los momentos y la vista lo que vale la pena. Todo lo que al final debería importar es con quién compartes el viaje. Todos vamos al mismo destino solo que a diferentes tiempos, pero la compañía es lo que hace la diferencia.
Observo a Rony y es interesante que después de todo lo que ha pasado y la forma en que la vida la ha tratado, que ella siga manteniendo ese optimismo, tratando de ver lo bueno en medio de todo lo malo. Pero lo entiendo, ¿qué le queda si no acogerse a qué las cosas van a mejorar?
Aunque tener esperanza es una de las cosas más crueles y dañinas que podemos hacernos. Porque casi siempre juega en nuestra contra.
—Siempre me ha gustado viajar sola —digo y aparto la mirada casi cuando ella empieza a recoger su cabello negro en una coleta alta.
—¿Recuerdas cuando llegaste a la ciudad? —me pregunta Rony y yo la miro de reojo antes de responder que sí y ella continúa— Te dije que tenías cara que te vendría bien tener una amiga y tú dijiste...
—No vine aquí a hacer amigos —completo por ella.
Sí, lo recuerdo bastante bien.
Era mi primera semana en el trabajo, fui ahí de casualidad por una copa y la actitud burbujeante de Rony me hizo casi imposible alejarla con la facilidad que alejo a los demás.
¿Qué daño me puede hacer pasar un par de palabras con ella? —me pregunté, una vez que seguí asistiendo a ese lugar cada semana.
—Sí, justamente eso dijiste. Pero miramos aquí, espiando a tu ex.
—No somos amigas, Rony.
Cualquier otra persona se molestaría por la brusquedad y rapidez de mi respuesta. Incluso entendería si se ofendiera, pero, por el contrario, ella se ríe, hace un gesto con sus manos y deja que su risa se desvanezca antes de volver a hablar.
Debí suponer que ella tendría una reacción así ante mi comentario.
—¿Entonces que somos? Porque a mí me parece que sí somos amigas, ya sabes, está bien si no quieres ponernos una etiqueta, pero somos amigas. Yo sostengo tu espalda si lo necesitas y tú sostienes la mía. Tú escuchas la estupidez que he hecho y yo te acompaño a espiar el entierro de tu ex suegro.
Rony, ingenuamente piensa que es a mí a quien estoy protegiendo al mantener a todos lejos, por el contrario, no soy yo la que me preocupa, si no quienes me rodean.
En esta familia somos como escorpiones —dijo mi hermano—, pinchamos cuando nos sentimos amenazados y a veces por simple diversión.
Las personas deberían dejar de suponer que me conocen y escuchar las advertencias que les doy.
—Somos dos personas que a veces conversan y ya sabes, pasan tiempo juntas. Eso es todo.
—Lo que en mi diccionario quiere decir amigas.
—¿Eres amiga de todas las personas con las que hablas?
Su respuesta es inmediata.
—No, pero tampoco los acompaño a espiar a su ex.
Tiene un buen punto ahí.
Mi siguiente comentario muere en mis labios cuando veo que las pocas personas que habían ido a despedir al señor Anderson se han disipado dejando solo a Daniel, su hijo.
Un pequeño recuerdo viene a mi mente.
—Si lo piensas, en realidad seríamos una pareja perfecta —me dice Daniel—. Tú estás enfocada en hacer justicia al igual que yo. Eres inteligente y con carácter, y estoy seguro que mi familia te adoraría.
Yo me río entre dientes porque no tengo idea de qué más puedo hacer ya que su comentario me ha tomado con la guardia baja.
—¿Me estás proponiendo matrimonio ahora mismo? —pregunto en son de broma.
Daniel niega con la cabeza.
—Creo que me gustaría un beso antes de hacer ese tipo de compromiso.
La sonrisa en sus labios solo crece al ver mi expresión.
—Vaya, agente Anderson. No sé cómo lo han educado a usted, pero pensé que, primero es, los declaro marido y mujer y luego viene, ahora puedes besar a la novia.
Mi comentario hace que él se ría un poco más fuerte que antes.
Cuando Daniel termina de reírse se pone de lado y me mira, con una gran sonrisa que yo no dudo en devolver. Su mano se levanta y hace un gesto como pidiendo permiso y yo asiento con la cabeza antes de sentir sus dedos rozando mi cabello apartando algunos mechones de mi cara y colocándolo detrás de mí oreja.
—Bueno, quisiera un beso antes de eso porque me gustaría saber en qué me estoy metiendo, antes que tengamos que hacerlo por el resto de nuestras vidas. ¿Y si besas mal, Rhea?
Lo miro ofendida y aparto su mano de forma juguetona de mi mejilla.
—¿Yo besando mal? Creo que tendrías suerte de besar alguien tan buen besador cómo yo.
Él da un paso hacia mí y yo no me muevo.
—¿Quieres convencerme, Rhea?
El recuerdo se va, de la misma forma en la que llegó y yo lo dejo ir, es lo mejor. De todas formas, nunca me ha gustado morar en mis recuerdos, encuentro que aquello es una pérdida de tiempo. La única vez que lo hago es para aprender de mis errores y no volver a cometerlos.
—¿Vas a ir hablar con él?
—No, es mejor que no.
Los dedos de Rony juguetean con la radio hasta dejar una música que en mi vida he escuchado, pero que ella parece conocer muy bien.
Levanto una ceja en su dirección porque le dije que no moviera la radio apenas y se subió al auto, aunque debí saber que ella ignoraría mi advertencia, y de nuevo, si fuera cualquier otra persona, la pondría fuera del auto y de mi vida, pero es Rony.
—Vine porque quería ver si sentía algo.
—¿Y lo sientes?
Muevo mi cabeza de regreso hacia Daniel y respondo que no.
Ni culpa, ni remordimiento. Nada.
Recuerdo la conversación que tuvimos cuando llevábamos tiempo teniendo sexo, pero yo me rehusaba a besarlo.
—¿Por qué no me besas en la boca? —la pregunta de Daniel llega de pronto, pero no me toma por sorpresa, sabía que era solo cuestión de tiempo para que la haga.
—No me gusta —respondo a la defensiva.
Me alejo de él y ambos casi podemos ver cómo empiezo a elevar los muros a mi alrededor.
Daniel no se deja llevar por mi reacción y sonríe.
—Está bien, no quería molestarte. Solo siento curiosidad, hemos estado juntos...
—No estamos juntos, solo tenemos sexo.
—También somos amigos.
Hago un movimiento con las manos y él sonríe ante mi gesto.
—Bien, somos amigos con ciertos beneficios, nada más.
—Me haces sentir que no soy lo suficientemente bueno para recibir un beso tuyo.
Daniel nunca tiene problemas para expresar como se siente, algo que a mí me resulta a veces difícil de lidiar y asimilar, aunque es casi refrescante no tener que escarbar para saber algo. Tratar de desvelarme los sesos para comprender lo que siente y quiere, porque él me lo va a decir.
—Solo no me gusta —digo aún a la defensiva—, no sé porque hablamos de eso ahora, no te has quejado antes. Pero si es un problema para ti, ya sabes dónde está la puerta.
Él se recuesta un momento junto a mí sin tocarme, antes de ponerse de pie y pienso que se va a ir, que me va a dejar y ni siquiera me molesto en mirarlo, esperando a escuchar la puerta cerrarse, pero Daniel solo se coloca el bóxer y una camisa antes de regresar a la cama.
—¿No te vas a ir? —le pregunto.
—No.
—¿Incluso sí no te doy lo que quieres?
Él suelta un largo y cansado suspiro.
—Sí, llámalo masoquismo de mi parte.
Daniel no se va y las manecillas de mi cerebro empiezan a girar a toda prisa sin saber que hacer ahora, cómo continuar.
Él siempre fue demasiado bueno y yo siempre he estado demasiado jodida como para aceptar ese tipo de cosas sin creer que algo trágico va a suceder y quedaré de nuevo destrozada. Pero incluso si realmente lo intentara, ¿qué podría ofrecerle? Cada uno da lo que tiene y, ¿qué tengo yo para dar?
Él quería un gran amor y yo solo quería ese dolor.
Enciendo el auto y empiezo a conducir lejos del cementerio, lejos de él y los recuerdos.
—Pasé de año en la universidad, ya me falta solo un año más —dice Rony de pronto con la intención de distraerme de lo que sea que haya nublado mi mente en el cementerio—. Se que no es gran cosa, pero me emociona.
—No desmerezca de esa forma tu esfuerzo, Rony. Siéntete orgullosa de tus logros, de los grandes y los pequeños.
—Eres una buena amiga, Rhea.
—No somos amigas, Rony.
Murmura que somos el equipo R&R y yo la dejo divagar.
—Te daré un regalo por pasar tus exámenes. ¿Qué te gustaría que te regale?
—Flores. Las amo, las orquídeas son mis favoritas.
—¿Flores? Vamos, Rony, ¿de verdad? De todo lo que podrías pedir, ¿quieres flores? Cómo quieras. Pero dígame, señorita Rony, ¿qué planes tiene a futuro respecto a la universidad?
Su risa llena de forma momentánea el auto y procede a contarme un poco más sobre sus clases y la universidad
Rony me acompaña a realizar algunas compras al supermercado para irle a dejar a Helena, quien me agradece por varios minutos y yo le recuerdo que no es nada.
—Pero miren esta preciosura —murmura con emoción Rony cuando ve a Sofía en la alfombra jugando con unos cubos—. Es tan hermosa, tanto así que me dan ganas de tener una.
Helena sonríe en su dirección y Rony le pregunta si puede saludar a la niña.
—Por supuesto.
Una vez que Rony se ha instalado en el suelo con Sofía, Helena me hace una seña y me lleva hasta el rincón del pequeño apartamento.
Es un lugar demasiado pequeño. Todo está a la vista y se tardarían menos de diez pasos en recorrerlo todo.
No puedo imaginar cómo se debe sentir Helena al vivir aquí y estar de brazos cruzados.
—Me llegó esto —me dice ella y me entrega un sobre marrón—, está mañana. A eso de las nueve.
Abro el sobre y saco la nota en papel oscuro con una hilera roja.
"¿Eres realmente libre si tienes una sentencia de muerte emitida?"
Eso es todo lo que dice la nota.
—Me llevaré esto.
—Estoy preocupada, no por mí, por mi hija. Soy todo lo que le queda.
Fuerzo una sonrisa y paso una mano por el hombro de Helena.
—Me encargaré, intenta no preocuparte. Pero, ¿tienes alguna sospecha de quién podría ser la persona que mandó está nota?
Sus ojos se mueven por el pequeño lugar, como si estuviera buscando algo y deja caer sus hombros, y pienso que, a lo mejor, ella solo estaba reviviendo un amargo recuerdo, si me dejo llevar por la expresión en su rostro.
—Tengo la leve sospecha y espero que no sea cierta, que podría ser el jefe del señor Larson y, por ende, quien era jefe de Carlo.
—¿Y sabes quién es esa persona?
Luce muy preocupada y su voz tiembla cuando responde que no, que ojalá lo supiera.
La realidad, es que lo mejor para ella, es no saberlo, aunque Helena no lo crea, Carlo hizo mucho bien en mantenerla en la oscuridad de sus verdaderos negocios.
—No iba a contarte sobre esa nota porque no quiero preocuparte o causarte problemas.
—No, no me ocultes cosas y mucho menos de este tipo. No te puedo ayudar si lo haces y quiero ayudarte, a ti y a Sofía.
Miro a Sofía que se ríe de las caras que le está haciendo Rony, y pienso en todo lo que hace Helena para mantenerla feliz, en todos los sacrificios que ha tenido que hacer por su hija y recuerdo como mi madre biológica jamás hizo nada de eso por mí.
—Tengo una entrevista de trabajo la próxima semana.
—Vaya, eso es muy bueno. ¿Con quién vas a dejar a Sofía?
—Aún no lo sé, sigo buscando.
—Yo podría quedarme con ella mientras tú vas a tu entrevista.
Me gustan los niños, siempre y cuando no sean míos para poderlos devolver cuando empiezan a llorar o desesperarme.
—¿De verdad? Te juro, Rhea, eres como un ángel guardián para nosotras. No sé qué haríamos sin ti.
Pero yo no soy buena. Soy toda áreas oscuras con filos grises y acciones retorcidas llenas de manipulación que disfrazo diciendo que es para mí autoconservación.
Pero es mentira, yo disfruto haciendo lo que hago.
—Solo hay un pequeño problema. ¿Recuerdas al periodista que sacó ese artículo exponiéndote a ti y a Carlo? Bueno, por desgracia, ahora vivo con él.
Helena abre mucho los ojos y yo levanto la mano para tranquilizarla, le doy un resumen de la situación y le digo que tengo todo bajo control. También le aseguro que aquello no interfiere en nada con su caso.
—Si tú dices que todo está bien, entonces que así sea.
—¿Confías en mí?
Una pequeña risa temblorosa sale de los finos labios de Helena.
—Eres la única persona en la que confío, Rhea. La única.
Saco mi agenda y escribo la dirección del edificio donde vivo y el número de apartamento, le digo que le diré al conserje que ella vendrá.
Me despido de ella y Rony tarda casi diez minutos en despedirse de Sofía.
—Me encantan los niños —me dice Rony cuando estamos en el auto.
—Me di cuenta.
Ella vuelve a mover la música del auto y yo la dejo.
—Por cierto, gracias por la pintura para gatos.
—De nada. No fue difícil conseguirla —responde Rony.
La dejo en su apartamento y conduzco despacio hacia el edificio donde vivo, sin dejar de pensar en la nota que me dio Helena y que ahora tengo en mi bolso.
Era una sentencia de muerte. Simple y directa. La pregunta es, ¿por qué molestarse en mandar una nota?
Cuando abro la puerta del apartamento con la tarjeta que Owen y Jay me dieron soy recibida por los dos, con caras molestas y se levantan al escuchar la puerta abrirse.
—Tú. Mujer cruel. ¿En qué estabas pensando?
Yo me quito el abrigo, ignorando sus palabras y lo cuelgo con calma en el armario junto a la puerta.
—¡Pintaste al gato de la señora Colby de color verde! ¡Verde!
—Y eso no fue lo peor, tuvimos que correr buscando a ese gato por todo el edificio para poder bañarlo —termina Jay.
—Yo no sé de qué están hablando ustedes dos. No tomé ningún gato y mucho menos sabía que la señora Colby, sea quien sea la mujer, tenía uno.
Finjo indiferencia y me quito los zapatos de tacón, dejándolos junto a la puerta y poniéndome mis pantuflas negras.
Veo que la vena en la frente del ex agente, está a punto de explotar.
—¡La señora Colby rompió su palo de escoba en mi cabeza!
El ex agente me enseña la herida que tiene en su frente y yo muerdo el interior de mi mejilla para evitar reírme.
—Le repito, ex agente, no tengo idea de que está hablando.
El teléfono del periodista de quinta suena y asumo que debe ser información sobre algún reportaje en el que está trabajando porque se apresura a tomar sus cosas para irse, y antes de salir nos grita que no lo esperemos despiertos.
El ex agente se molestó cuando en la mañana hice que trajeran mi colchón, por qué no pienso dormir en el mismo colchón que él.
—Toma —me dice y me entrega un pequeño ramo de tulipanes.
Yo tomo el ramo e intento golpearlo con él, pero Owen es más rápido y evita el golpe con una sonrisa.
—Te dije que no me gustan las flores —le digo.
—Tal vez te haga cambiar de opinión. No pierdo nada con intentarlo.
Él no lo hace por eso, lo hace porque sabe que es algo que me molesta y el imbécil ex agente disfruta haciéndome enojar.
Dejo los tulipanes en un florero que él me entrega en la mesa de café frente al sofá.
—Deberíamos jugar a veinte preguntas —sugiere él.
—¿Por qué haríamos eso?
—Para conocernos mejor. Creo que sí quiero que te enamores de mí, deberíamos conocernos más.
Eso es algo que odio, la forma en que las personas con las que me rodeo dicen que quieren conocerme. Algo dentro de mí se agita cada que escucho esa frase en especial cuando alguien como el agente Owen West, con el que me veo obligada a compartir mi tiempo y espacio, murmura de forma casual que quiere saber todo sobre mí. No lo culpo, no es culpa de nadie el no entender cuál es el peso de todo y en realidad no creo que él quiera saberlo. Estoy segura de aquello.
Nunca me quedo en un lugar el tiempo suficiente como para conocer bien a alguien o dejar que esa persona me conozca. Me gustan las cosas de esa manera.
—No sé cuál es tu color favorito, además no tienes que ser tan criptica sobre todo, ¿qué tal si me toca preparar la cena y eres alérgica al maní?
Para empezar si a él le tocara cocinar, yo no comería lo que él estuviera preparando.
Dejo caer mis hombros de forma tan leve que dudo que Owen lo haya notado.
—No soy alérgica al maní y es el negro.
Porque el negro es la ausencia de luz, y a diferencia de otros colores, el negro puede existir en la naturaleza sin la necesidad de ninguna luz.
—Es la ausencia de luz —explico.
El ex agente no insiste por más información, lo cual está bien, no debería intentar que hable sobre temas que no quiero hablar. Nunca resulta nada bueno cuando las personas me presionan para hacer algo que no quiero.
—Empieza tú.
—Bien, ex agente dime, ¿cuál es tu color favorito?
—El blanco —responde él—, porque es la suma de todos los colores.
Interesante.
Él se sirve otra taza de café e ignora la forma en que yo lo miro cuando lo hace.
—Bien, es mi turno —murmura—. ¿Hay algún tema sobre el cual no quieras que pregunte?
Todo. No me gusta hablar sobre mí y mucho menos sobre mi pasado. No hay nada bueno en él que deba ser mencionado, ¿qué sentido tiene recordarlo?
—Nada de preguntas sobre mi infancia o adolescencia —le digo una vez que he terminado de servirme un poco de té.
Su pregunta tarda solo un par de segundos en llegar.
—¿Cuál es tu fruta favorita?
—¿En serio? ¿Esa es la primera pregunta que quieres hacerme?
Aquí esta él, con la oportunidad de preguntar lo que quisiera sobre mí excepto algo de mi pasado y Owen elige una pregunta tan mundana cómo esa.
—Claro, porque tú pregunta del color favorito fue muy original.
—Touche.
—¿Y bien?
—Mi fruta favorita son las cerezas.
—¿Por qué?
Hay tanta seriedad en su pregunta que casi me hace sonreír.
Sus cejas se juntan como si él estuviera más confundido que nunca y yo quiero reírme de lo absurdo que es el que Owen West me esté mirando como si en su mano estuviera la última pieza del rompecabezas sobre mí, con la simple pregunta de una fruta.
Al final me río porque Owen en serio está esperando con gran atención mi respuesta.
—Porque me gusta su sabor, ex agente. No todo en mi vida tiene una trágica historia de fondo. Me gustan las cerezas porque saben bien, igual que me gusta el brócoli, los espárragos y las ensaladas de col rizada. Me desagradan un poco las uvas pasas y no soy fanática de las barras de granola. No hay nada sorprende detrás.
El señor West no puede evitar poner los ojos en blanco ante mi tono, pero hay una sonrisa genuina en su cara y me doy cuenta que él está divertido y exasperado por el tono que yo he utilizado.
—Siempre estás a la defensiva, incluso en tu casa.
No estamos en casa —estoy por decirle, pero lo pienso mejor y prefiero no decir nada.
—Tal vez solo lo sacas de mí.
—¿Eso es algo bueno o malo, Rhea?
—El jurado aún está deliberando.
Y el jurado también se está preguntando en qué lío se ha metido.
—Mi turno —le digo—. Nombre de tu primera mascota.
—Nunca he tenido una mascota, no se me dan bien los seres vivos que no me dicen que necesitan —responde.
Yo tampoco he tenido una mascota.
—O sea eres un inútil.
—La sutileza no parece ser tu fuerte.
—Y el que te digan las verdades en tu cara no parece ser el tuyo.
Le doy un ligero sorbo a mi té y recuesto mi cadera sobre el mesón mientras lo miro con una sonrisa en mis labios.
—Pasemos a la siguiente pregunta —masculla entre dientes—, dime algo que nadie más sepa.
La sonrisa en mis labios se hace más amplia, dejo la taza cerca de la cafetera y me acerco hacia el ex agente.
—Tengo once perforaciones en mi cuerpo.
Sus ojos se abren por la sorpresa y retrocede unos pasos.
—Espera, ¿tú qué? ¿Once? ¿Once perforaciones? Eso es... Es una broma. ¿Verdad?
—No, no lo es. Pasé por una etapa rebelde.
Eso sería un eufemismo.
—Pero, ¿once?
—Sí. ¿Quieres saber dónde? ¿Quieres mirar?
—Rhea...
Miro mi muñeca como si ahí tuviera un reloj y digo que ya es tarde, que es mi hora de descansar y empiezo a caminar hacia la puerta de la que será mi habitación por veintisiete semanas.
—Tal vez otro día se las muestre, ex agente y cierre la boca, una mosca podría entrar en ella.
Contengo una risa ante su expresión mientras sujeto la puerta y lo puedo escuchar decir antes que yo la cierre:
—No juegas limpio, Rhea.
Sonrío cuando ya he cerrado la puerta y me encuentro sola de nuevo.
—Nunca dije que lo haría, ex agente West. Jamás dije que lo haría.
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