3. Caída libre hacia la tragedia.

Alec Benjamin - Devil Doesn't Bargain (1:45– 2:16)

Dónde antes solía estar mi precioso piso que, solo hace unas semanas atrás hice redecorar, ahora hay un gran agujero y yo estoy colgando de él.

Todo es un gran desastre.

Mis piernas cuelgan en el apartamento de ese par de imbéciles, aunque creo que el reportero de quinta no se encuentra en la ciudad. Escuché algo sobre la investigación de una red de explotación rusa o algo así.

—¡Ayúdame maldito imbécil!

Él no responde, pero lo puedo escuchar movimiento algunas cosas, que creo que son restos de su techo y mi piso.

—Espera, solo dame un minuto.

—¡No tengo un minuto! ¿No ves que me estoy cayendo?

Hay otro par de ruidos y parece que ha movido el sofá, algo que corroboro cuando él vuelve hablar.

—El sofá está justo debajo de ti, solo déjate caer.

¿Quiere que haga qué?

—Por supuesto que no, sigue estando muy alto.

A pesar de todo, él tiene la audacia de resoplar frustrado.

—¿Y qué más quieres que haga?

—No sé, consigue una escalera.

—Pensé que ya te estabas cayendo. Mira estoy justo encima del sofá y... Listo, ahora puedo sujetar tus pies. Solo déjate caer.

Dudo un largo tiempo. ¿Él en serio espera que yo simplemente me deje caer? Ante el silencio que le sigue a sus últimas palabras, asumo que sí, que él imbécil espera que yo solo me suelte y espere a que él me atrape.

—Vamos, Rhea, confía en mí. Te atraparé.

Da un ligero toque a mis piernas haciéndome saber que está justo debajo de mí, listo para atraparme y yo sopeso mis opciones. Y son escasas. En realidad, es frustrante que mi única opción sea esta, dejarme caer y rezar a los dioses viejos y nuevos para que él me atrape.

Bien, creo que no tengo otra opción más que aceptar.

Cierro mis ojos y me dejo caer, cayendo justo sobre el imbécil ex agente y ambos aterrizamos en el sofá, que resulta ser más pequeño de lo que yo pensaba, aunque el impacto me causa menos dolor del que creía.

—¿Cuánto tiempo más vas a quedarte encima de mí? —me pregunta— Porque pesas más de lo que crees.

Tardo unos segundos en darme cuenta que mi némesis está justo debajo de mí y que estamos tan cerca que puedo oler su perfume. Tan cerca que puedo distinguir las pecas que cubren su nariz y mejillas, tan cerca que podría asfixiarlo con mis propias manos por dañar el piso de mi apartamento y provocarme está terrible caída.

Sería tan fácil matarlo ahora.

Me levanto con la poca dignidad que me queda después de esa terrible caída y levanto un dedo de forma acusatoria hacia él.

—¡Rompiste mi piso!

Él se lleva una mano hacia su pecho y me mira ofendido.

—¿Disculpa? Tú rompiste mi techo.

Lo veo señalar el agujero encima de nosotros y luego señalarme a mí.

No puedo evitar los pensamientos homicidas que vienen a mi mente y levanto mis manos en el aire como si fuera asfixiarlo, pero me arrepiento a último segundo y, en cambio, respiro hondo para tranquilizarme. Me recuerdo que no es bueno mostrarle a los demás como me siento, porque al hacerlo, me vuelvo esclava de mis emociones y si algo tengo claro es que mis emociones homicidas deben permanecer bajo control.

—Rompiste mi piso —digo con un poco más de calma—. Con esa arma que asumo creaste a propósito para golpear tu techo.

—Son solo hipótesis de tu parte, no tienes pruebas reales.

El ex agente no se mueve y mantiene sus ojos fijos en mí, parece estar preparándose para contratacar cualquier cosa que yo estoy a punto de decir.

No voy a ensuciar mis manos con su sangre —me repito en mi mente—. No voy a ensuciar mis manos con su sangre.

Permanecemos en silencio por un largo momento, casi dejando que el polvo de los escombros se asiente.

—Me quedaré aquí está noche —digo y me arrepiento de decirlo casi al instante que mis palabras salen de mis labios.

¿Por qué me está pasando esto a mí?

Yo muy bien podría irme a un hotel o llamar a alguien para que me lleve a un lugar donde pueda descansar hasta que sea una hora oportuna y pueda llamar a una persona que se encargue de mi piso. Pero al hacerlo, me estoy privando del pequeño placer de molestar al ex agente West. Y después de todo lo que él ha hecho, se lo merece.

Yo solo lo dejé sin su trabajo y él me acaba de dejar sin piso, ¿cómo se atreve? Un piso que yo hice traer especialmente de Italia.

—Creo que el golpe te está haciendo delirar. No sé si no te has dado cuenta, pero tienes un dormitorio en perfectas condiciones ahí arriba. Solo tu sala se quedó sin piso.

—El piso de mi habitación está ahí por ahora. No sabemos el alcance total de los daños, ¿y si hay más grietas? Lo último que quiero es que mi habitación caiga sobre la tuya y yo termine aterrizando encima de ti otra vez.

Parece pensarlo por un momento mientras mira el techo y el daño que hay.

—Si, no queremos eso —murmura, más para él que para mí—. En todo caso, yo soy él que está arriba.

—¿Qué?

—¿Qué? —repite el ex agente West.

Y estoy empezando a creer que me debí golpear la cabeza más fuerte de lo que pensé o que la caída me afectó más de lo que creía.

Justo ahora me arrepiento de ese último vaso de whisky que bebí.

—Ve a cambiar las sábanas de tu cama —le digo—. Estoy cansada y quiero descansar.

Hago un gesto vago con la mano y me empiezo a quitarme mis tacones.

—¿Algo más su majestad? —pregunta con desdén— ¿Por qué cambiaría las sábanas de mi cama?

—Porque saben los dioses la clase de cosas que hay en esas sábanas o las mujeres que han dormido ahí.

—Eres una para hablar.

No lo miro mientras respondo, me dedico a observar el tacón de mi zapato.

—Para tu información, ninguna de mis... Citas de una noche duerme en mi cama, todo sucede en la habitación de invitados. Nadie más que yo ha dormido en mi cama y ha tocado mi colchón.

No comento que tampoco se quedan a dormir, que una vez que todo ha terminado, los despido de mi apartamento y tomo una larga ducha de agua muy caliente.

Levanto una ceja ante la forma en la que me está mirando.

—¿Qué? —le pregunto.

—No lo había notado antes porque siempre llevas tacones, pero eres bajita —dice y pone una mano sobre mi cabeza para medir nuestra diferencia de altura.

Yo aparto su mano y lo miro molesta por su comentario.

—No soy bajita, tengo una estatura normal.

—Sí, normalmente pequeña.

—¡Mido un metro sesenta y siete!

No es mi culpa que todos a mi alrededor sean más altos que yo, eso no quiere decir que yo sea de estatura baja.

—Eres dieciocho centímetros más baja que yo.

Desde que tengo uso de razón, mi padre me ha entrenado y condicionado para mostrar serenidad y una sensación de control sin importar la situación en la que me encuentre. Y yo, en mi afán de complacerlo, me convertí en una maestra de actuar siempre de forma tranquila, fría y distantemente serena.

Pero Owen West, alias el estúpido ex agente, parece tener el poder de llevar mis habilidades al límite.

—Estoy cansada. ¿Podrías ir a cambiar las sábanas?

Dadas las circunstancias, eso es lo más amable que me puedo permitir ser.

—Solo si dices por favor.

—¿A ti? Jamás. Antes se congela el infierno y llueve fuego en el cielo.

Hay muchos factores que influyen en el hecho que no estoy acostumbrada a no conseguir lo que quiero, porque de una u otra forma, sin importar los métodos, mentiras y artimañas, siempre termino consiguiendo aquello que deseo.

El señor West está caminando por una cuerda demasiado delgada.

Mi teléfono suena y veo el identificador antes de apartarme del ex agente y atender la llamada, manteniendo toda la conversación en ruso. Un idioma que el ex agente desconoce.

—Leí que sabes varios idiomas.

—¿Me investigaste?

—Sí, perdí mi trabajo por ti, obviamente te iba a investigar.

Sonrío y muevo la cabeza, sabiendo de memoria lo que él pudo haber averiguado sobre mí.

—¿Aprendiste tantos idiomas porque te gusta?

Me hace una seña para dirigirnos hacia la que supongo es su habitación, la cual luce tan desordenada como imaginé que estaría.

Lo veo salir un momento y regresar con un juego de sábanas.

—No respondiste mi pregunta de por qué hablas tantos idiomas.

—¿Honestamente? —pregunto, aunque en realidad no espero una respuesta y continuo—. Lo hice porque había un juego que teníamos en donde mi padre hacia una pregunta y debíamos responder en un idioma diferente, no sé podían repetir los idiomas y yo amaba ganar. Pero también amaba la expresión de orgullo en mi padre cuando lo hacía. Es también por eso que amo el ajedrez, jamás pudieron vencerme, sin importar cuánto lo intentaran.

Recuerdo que le pedí un tablero de ajedrez a mi hermano mayor para poder aprender a jugar, pero no me lo quiso dar, entonces yo hice mi propio tablero y leí los libros sobre ajedrez que había en la biblioteca, fue así como aprendí.

Pasé días y largas noches tratando de ser la mejor y superar a los demás.

—¿Jugaste mucho?

—Sí.

Mi padre dice que el ajedrez es la mejor manera de entender el mundo.

—Aunque entre el ajedrez y los idiomas, yo prefiero lo segundo. Creo que se puede aprender mucho sobre una persona a través de lo que dice y como lo dice.

Pienso en la forma en la que Daniel solía mirarme cuando me preguntaba cómo estaba, la forma suave que tenía de dirigirse a mí cuando sabía que yo había tenido un mal día y temía que sí elevaba demasiado la voz eso podría romper la represa que contenía todo.

Pienso en la determinación en el tono de mi madre y la esperanza soñadora en la voz de Rony. También pienso en la forma que tiene el ex agente West de pasar de estar abierto a cerrarse por completo con solo un comentario.

—¿Que has podido aprender sobre mí? —me pregunta con mucha curiosidad.

—Que te gusta hacer preguntas —respondo—, y que eres bueno para desviar la atención de ti. Porque de alguna manera, siempre consigues redirigir la conversación hacia mí, eso me hace preguntar, ¿qué tienes miedo que sepa sobre ti, ex agente?

Hay una sonrisa puntiaguda en mis labios que hace que el señor West también sonría, pero de nuevo, como todas las otras sonrisas que da, está tampoco llega a sus ojos.

¿Alguna vez él sonríe de forma genuina? Dudo que, si lo hace, una de esas sonrisas este dirigida hacia mí.

—No me preocupa lo que puedas saber de mí, me preocupa lo que puedas hacer con esa información. ¿Te molesta que te haga muchas preguntas?

Termina de colocar las sábanas limpias y esponja las almohadas antes de colocarlas en la cama.

—No, no me molesta. Estoy acostumbrada.

Me hace un gesto hacia la cama y me dice buenas noches antes de salir y dejarme sola.

Hace bien en irse, porque mi medidor social ha llegado a cero y dudo que pueda mantener una interacción social más sin ocasionar daños permanentes. Necesito alejarme y concentrarme en lo que está sucediendo. Replantear mis objetivos y metas.

No duermo. Ni siquiera me acuesto en la cama. Permanezco sentada analizando las situaciones y creando estrategias que me permitan estar cuatro pasos por delante de todo.

Hasta que mi alarma suena.

—¡Levántate y brilla, gran imbécil!

Golpeo con fuerza su cara y mi grito para despertarlo recibe en respuesta un fuerte gruñido y un par de maldiciones que yo paso por alto.

En su he estado de soñolencia se ha olvidado que está en el sofá de su sala y se mueve demasiado, cayéndose del sofá y golpeando con fuerza el suelo.

—Idiota —digo entre risas.

Lo dejo despertarse bien y saco mi teléfono para llamar al contratista e informarle que ya puede venir, le informo al señor West y él responde con otro gruñido.

Es un agente federal, ¿no debería ser madrugador por naturaleza? Al parecer no.

Se levanta y prepara café. Parece que está haciendo todo en piloto automático.

—¿Quieres un poco de café?

—No —respondo—. Yo no como nada que no haya sido preparado por mí.

No lo miro mientras respondo, mi vista está fija en mi teléfono y los correos que debo responder a pesar que es fin de semana.

Cuando levanto la mirada, Owen West está recostado contra el mesón con una taza de café en la mano y sus ojos fijos en mí.

—¿Nada?

Tardo unos segundos en entender su pregunta.

—No como nada, no bebo nada, que no haya sido preparado por mí.

—¿Ni siquiera agua?

Ignoro su pregunta y cuando él se da cuenta que no voy a responder nada más, procede a ignorarme.

La puerta se abre unos minutos después y levanto la cabeza para ver al reportero de quinta entrar con una sonrisa que se desvanece al ver lo que ha sucedido con su apartamento.

—Pero, ¿qué pasó aquí? ¿La bruja malvada enloqueció y dañó nuestro techo? Cuando dijiste que era la encarnación de satanás no te quise creer, pero ahora... ¡Y estás aquí! Qué bueno verte, hermosa vecina. Que afortunados mis ojos por estar...

—Cállate.

Él hace un gesto con la mano sobre su boca simulando que la cierra y le coloca un candado.

Owen, que está intentando no reírse, empieza a explicarle lo sucedido.

—No. ¡Tú me dejaste sin piso! Y no vamos a tener esa discusión de nuevo.

El periodista de quinta, ¿cómo era que se llamaba? Ha sí, Jay, camina hasta la mitad de la sala, justo en medio de todo el desastre y observa el hueco en su techo. Chasquea su lengua un par de veces y dice que se ve mal.

—¿No me digas? Vaya, no sé qué haríamos sin tus grandes observaciones. ¿Quieres una scooby galleta?

—Cada que te diriges hacia mí, siento como si me dieras un enorme abrazo... Con ácido —murmura el periodista de quinta, susurrando la última parte.

—Escuché eso último.

—Owen, ella me asusta.

Pongo los ojos en blanco.

—Par de idiotas.

Veo a Owen pasarle una taza de café y como ambos comparten una mirada.

El contratista, uno que Owen murmura tiene expresión de ser demasiado caro, empieza a realizar una ardua revisión de todos los daños para realizar una cotización.

En medio de la cotización, recibo una llamada de Kate sobre la información del entierro del señor Anderson, ella me pasa la hora y el lugar. A pesar que yo dudo que vaya a ir porque estoy segura que lo último que quiere Daniel es verme.

Froto mis sienes con las yemas de mis dedos e intento no pensar en Daniel y mi pasado.

—He terminado de inspeccionar todo —nos informa el contratista—. Es un daño serio, voy a colocar algo para evitar posibles daños o que otra parte del techo se caiga, pero no es recomendable que regrese ahí hasta que todo se haya solucionado.

Era justamente lo que pensaba que diría.

Hay un pequeño latido en mi cabeza que empieza a golpear con más fuerza y sé que posiblemente tenga una migraña. ¡Genial! Justo lo que me faltaba.

—¿Cuánto costará arreglar todo?

El contratista mira a Owen y después mira el techo antes de responder.

—Dada la calidad del piso y su origen, unos veinte mil dólares.

—¡¿Qué?! —preguntan el ex agente y su amigo.

—Sí, es un piso muy caro.

—¿Acaso está hecho de oro?

—No, pero lo mandé a traer especialmente de Italia.

Owen levanta la mirada y vuelve analizar el daño.

—Es mucho dinero para un piso y ni siquiera sé dañó toda la sala, solo una parte. ¿En serio piensas pagar todo eso?

Yo sonrío y muevo mi cabeza en señal de negativa.

—Por supuesto que no —respondo—. Tú lo harás.

Su expresión ante mis palabras, en definitiva, no tienen precio.

Pero, ¿en serio él creía que podía dañar mi piso y no sufrir las consecuencias? Por supuesto que no podía dejarlo impune, ¿qué clase de abogada seria si lo hago?

—Estás loca si crees que pagaré por ese daño.

—Bien, entonces iremos a juicio.

—¿Qué?

De nuevo, no lo miro mientras hablo, un truco muy utilizado cuando quiero dar a entender a la otra persona la poca o nula relevancia que tiene para mí.

A las personas no les gusta ser ignoradas y me gusta analizar la forma en la que actúan cuando lo son.

—Está bien, está bien —interviene el periodista de quinta—. Porque no nos sentamos y conversamos esto como personas civilizadas. Estoy seguro que podemos llegar a un acuerdo.

Un periodista y un ex agente intentando negociar con una abogada de cuello blanco. Bastante ingenuo de su parte creer que podrán obtener más de lo que yo quiero que obtengan, pero les dejo creer que sí, que podemos negociar.

Despedimos al contratista y nos acomodamos en el comedor en un tenso silencio. El ex agente se rehúsa a sentarse porque dice que no hay nada que negociar, pero su amigo lo termina convenciendo de lo contrario, recordándole que un juicio, justamente de mi parte, no le vendría bien con su suspensión.

Y yo lo sé, es exactamente por esa razón que lancé esa amenaza.

—No tengo veinte mil dólares —es lo primero que dice el ex agente—. Te recuerdo que gracias a ti estoy sin trabajo.

Yo sé perfectamente como jugar algunos juegos mentales, al menos los que son útiles, también sé cómo coquetear para conseguir lo que quiero. Mi mirada siempre fría y mi sonrisa descarada son impenetrables. Tanto así, que podría tener a cualquiera alrededor de mi dedo meñique tan rápido que no se darían cuenta de lo que está sucediendo.

Esa actitud encaja a la perfección en la imagen que he creado, el papel que he aprendido y que puedo desenvolver incluso mientras duermo sin tener la mínima pizca de remordimiento después.

—Lo entiendo, pero no me interesa.

Jay le lanza una mirada a su amigo para que no diga nada y lo veo sopesar sus opciones.

—Mira es tu piso y nuestro techo. ¿Por qué no nos dividimos los gastos? Creo que es lo mejor para todos.

—Claro, yo tengo que pagar diez mil y ustedes cinco mil cada uno. Bastante justo.

—Estoy seguro que puedes pagarlo —comenta Owen de forma mordaz.

El que pueda, no quiere decir que vaya hacerlo.

—¿Y en cuanto tiempo podrían tener los diez mil?

El ex agente y el periodista comparten una mirada como intentando que la media neurona que cada uno parece tener piense en una respuesta.

—Un par de semanas.

—¿Semanas? ¿Y que se supone que voy hacer todo este tiempo? No me voy a quedar en un hotel. No me gustan.

—Hay un puente cerca de aquí —sugiere el ex agente—. Tiene muy buena vista.

A este idiota le gusta jugar con la poca paciencia que tengo hacia él.

—Y también escuché que hay una bonita delegación cerca del puente, ¿la ha visto, ex agente?

—Esta bien, esta bien. Vamos a calmarnos —nos dice Jay.

Ambos empiezan a conversar entre ellos, hablando sobre el tiempo exacto que les tomará reunir los cinco mil dólares a cada uno.

Mi teléfono suena con una llamada del encargado del edificio y me aparto para atender, respondiendo todas las preguntas que me hace y asegurándole que tendré un informe para él en la tarde y que ya estoy solucionando todo.

Mi dolor de cabeza está cada vez peor y maldigo en mi mente al par de idiotas que tengo frente a mí.

—Se que está solución no te gustará —me empieza a decir Owen—, pero es la única solución que se nos ocurre.

Me cruzo de brazos y le hago un movimiento con mi mentón para que continúe.

—No podemos conseguir ese dinero al menos en veintisiete semanas y lo sabemos, es mucho tiempo, pero nuestro trabajo no nos permite más que eso y la solución que se nos ocurre es que, mientras conseguimos el dinero, te quedes aquí.

Veintisiete semanas. Seis meses y una semana. 189 días.

¿Su solución es que yo me mudé con ellos por ese tiempo?

—O, puedes mudarte a otro lado mientras nosotros reunimos el dinero —finaliza el ex agente—. Lo que sea mejor para ti.

Él piensa que eso es justamente lo que haré, que tomaré mis cosas y me iré de aquí hasta que tengan el dinero y que él se va a deshacer de mí y ganar.

Y lo peor es que ambos piensan que no me daré cuenta o que ignoraré que eso es exactamente lo que ellos quieren.

—Bien. Acepto.

La expresión de ambos, incluso aunque intentan mantenerse inexpresivos, deja ver lo mucho que les acaba de tomar con la guardia baja mi respuesta.

—No vaya a cometer el error de enamorarse de mi ahora que voy a vivir aquí, ex agente. No quisiera tener que romper su corazón.

Mi comentario lo saca de su estupor y da un paso hacia mí, con los brazos cruzados sobre su pecho.

Observo el patrón de los tatuajes en su brazo y después regreso mi mirada hacia sus ojos.

—¿Qué fue lo que dijiste anoche? —pregunta, aunque no espera una respuesta de mi parte— Antes de enamorarme de ti, se congela el infierno y llueve fuego en el cielo.

Sonrío.

—O tal vez seas tú la que se enamore de mí.

—Si eso llegara a suceder —digo y me acerco a la mesa de madera para tocarla tres veces—, yo misma pagaría los veinte mil dólares de la reparación e incluso te pagaría veinte mil dólares a ti.

—¿Es eso una apuesta?

El periodista de quinta intenta intervenir, diciéndonos que nada bueno va a salir de aquello, pero ni Owen o yo le prestamos atención.

—Hagamos algo, ex agente. Me mudaré aquí hasta que ustedes tengan el dinero para pagar las reparaciones de mi piso y su techo, pero, si uno de nosotros se enamora del otro, esa persona tendrá que pagar todo y darle veinte mil dólares al otro.

Mi sonrisa se hace aún más amplia y estiro mi mano hacia el ex agente, el hombre que me culpa por perder su trabajo y que me quiere seis metros bajo tierra.

—¿Acepta la apuesta, ex agente West?

Él levanta su mano y estrecha la mía antes de responder.

—Acepto. 

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