25. Me abstengo de comentarios.

Me deleito observando a Michael tocar el violín, la forma en que sus ojos están cerrados por la concentración, cómo mueve su mano, las inhalaciones suaves y las micro expresiones con cada nota.

Es fascinante.

Él quería estudiar música, su sueño era ir a Julliard. Entonces Patrick enloqueció y las empresas pasaron a sus manos, él cambió un poco, teniendo ahora el peso de un legado que pensó que jamás sería suyo ahora descansando sobre sus hombros. Teniendo que salir de la sombra bajo la cual mi padre dejó que él creciera y en la cual su madre jamás hizo nada para sacarlo. Nadie nunca hizo nada por Michael y ahora todos esperan que él haga algo por ellos, que mantenga el legado y el apellido familiar. Que limpie el desastre que Patrick hizo.

—¿Por qué estás aquí, mi hermosa Ace?

Deja el violín con cuidado sobre el estuche, pero no guarda el arco.

Veo como camina hasta el sofá donde yo estoy sentada y me observa, llevando el arco hasta mi mentón y obligándome a levantar mi cara hacia él.

—¿Vienes a decirme que ya dejaste aquel agente?

El arco desciende por la piel de mi barbilla, bajando suavemente por mi cuello y descendiendo hasta mi esternón, al llegar ahí, empieza un camino de regreso hasta mi barbilla.

—No. Aún sigo con Daniel.

—¿Por qué?

Sus ojos me miran con tal intensidad que, si no estuviera acostumbrada, podría ser desconcertante.

—Me gusta —respondo—. Estar con él es tranquilo. Déjame tenerlo, deja que él me tenga por ahora.

Me levanto, Michael aún sostiene el arco del violín contra mi barbilla y yo lo aparto con la mano para poder acercarme a él.

—¿Por ahora?

—Sí, él me puede tener por ahora.

El arco cae al suelo cuando tomo sus manos entre las mías.

—No me hagas elegir, Michael.

Nunca nadie lo escogió a él, nadie lucho por él. Jamás tuvo a nadie más que así mismo.

Padre se encargó de marcarlo con cicatrices que siempre le hagan recordar quien es, la vergüenza que le causa a esta familia. Padre se encargó de romperlo y su madre solo observó y no hizo nada.

Michael se hizo así mismo. El hombre en que se convirtió es por mérito propio. No le debe nada a nadie.

—¿Por qué? —pregunta— ¿Acaso lo elegirás a él?

—Jamás. Nunca elegiría a nadie más que a ti. Lo sabes.

Coloco mis manos en sus hombros y le sonrío.

—Te dije, él puede tenerme ahora, porque tú me tienes todo el tiempo. Siempre.

Porque ni Daniel o alguien más podría entenderme, no como lo hace Michael. Quien conoce las partes más oscuras de mí y no le asusta o le molesta, y mucho menos intenta cambiarme.

—Solo tú —finalizo antes de acortar la distancia que nos separa.

¿Por qué el amor es una debilidad? —pregunté.

Porque el amor es una bestia curiosa —fue la respuesta de Michael—. Puede convertirse en odio tan rápido como apagar una luz.

Y eso es peligroso, porque los humanos nos volvemos esclavos de las emociones con tanta facilidad en especial de las que son tan intensas como el amor, el odio o el deseo.

No es que tú no tengas sentimientos y emociones, el problema es que los evitas —me dijo Paul una mañana, ni siquiera recuerdo cómo surgió aquella conversación— Es un mecanismo de defensa. Tienes tu empatía desconectada y has dejado de sentir.

Sí, lo sé y también sé a quién se debe. Y por extraño que parezca, no fue mi padre y sus lecciones de vida quienes me volvieron así. Ni siquiera el apellido bajo el que nací. Fue mi madre.

¿Te has preguntado qué será de ti cuando vuelvas a sentir de nuevo? —me pregunto él— ¿Has pensando en la persona que te podrías convertir?

Claro que lo he pensado, aunque la respuesta no me gustó en lo más mínimo.

La puerta suena y yo veo por la mirilla antes de abrir la puerta.

—Madre. ¿Qué te trae por aquí?

Mi madre no espera una invitación para entrar y solo hace una seña mientras entra al apartamento, mirando el lugar con indiferencia y murmurando que su armario es más grande que esto.

—No puedo creer que vivas aquí —me dice—. O aún peor, que me hagas venir a este lugar.

—Primero, es un apartamento muy amplio, madre, hay espacio suficiente. Y segundo, yo no te pedí que vengas.

—Has estado ignorando mis llamadas y mensajes.

La invito a sentarse y ella descarta la idea con una expresión de pura ofensa, cómo si yo le hubiera dicho el peor de los insultos.

Nos quedamos de pie, mirándonos la una a la otra, hasta que mi madre capta a Owen por su mirada periférica.

—Soy Owen West —dice él y levanta su mano para saludarla, mi madre mira la mano y lo ignora.

Yo sonrío y murmuro hacia Owen que no se lo tome como algo personal.

—Otro agente, Rhea. ¿En serio? ¿No habíamos hablado de eso?

Asumo que, si ella está aquí, hablando con Owen y todo eso, antes debió hablar con Michael y Arthur y está es la forma de mis hermanos de decirme que saben que Owen tiene pleno conocimiento de quién soy.

¿Por qué nos cuesta tanto actuar como una familia normal?

—¿Por qué estás aquí, madre?

Ella cambia su pequeña cartera de un brazo al otro antes de responder.

—Hoy es el cumpleaños de tu madre.

—¿Y eso qué? Está muerta incluso aunque estuviera viva, jamás celebramos su cumpleaños. Y, por favor, no me des esa mirada, no me voy a romper. No soy de cristal.

Hacen eso en cada aniversario: muerte de mi padre, su cumpleaños. Muerte de mi madre y su cumpleaños.

Lo odio.

—Agradezco tu preocupación, madre, pero no es necesaria. Me disculpo por no atender tus llamadas y prometo compensarte. ¿Cena? ¿Mañana? Porque justo ahora estoy de salida.

Busco mi cartera y las llaves de mi auto, fingiendo que tengo prisa por ir a algún lugar.

La tomo del brazo y salimos del apartamento para dirigirnos hasta el ascensor.

—A las siete. No llegues tarde —me dice cuando las puertas se abren en el living.

Me da un beso en la frente y me dice que me ama antes de irse.

Yo conduzco por la ciudad sin saber hacia dónde ir y me dirijo hacia el bar donde trabaja Rony, solo para encontrarme con que ella no está ahí.

—¡Mi persona favorita! Es tan bueno verte —me saluda Rony cuando abre la puerta de su apartamento—. Y me trajiste flores. ¿Qué hice de bueno en mi vida pasada para merecer una no amiga tan buena como tú?

La veo inhalar el aroma de las orquídeas mientras se hace a un lado para dejarme pasar y me ofrece algo de beber, pero yo respondo que no.

Estoy segura que si Rony supiera la verdad detrás de lo sucedido con Helena, no pensaría lo mismo de mí. En realidad, estoy segura que ni siquiera querría mirarme.

—¿Por qué no estás en el bar?

Los hombros de Rony caen y termina de arreglar las orquídeas en un florero antes de responder.

—Me despidieron.

—¿Por qué?

Rony nos lleva hasta el sofá y silencia la serie que estaba mirando antes de que yo llegara.

—Mi jefe intentó propasarse conmigo. Lo golpeé y él me despidió. Y ahora estoy desempleada, tratando de llegar a fin de mes con todas las deudas de la universidad.

—¿Por qué no me contaste lo que había pasado?

—Ya tienes demasiados problemas y no quería molestarte con los míos.

Me educaron para ver lo malo del mundo, para ser un sabueso ante el cinismo del mundo en que nací y no dejarme vencer por él. Para siempre esperar que alguien se acerque a mi porque quiere algo, entonces, hay personas como Rony —o en su momento Daniel—, que no quieren nada y no sé qué hacer.

—No es ninguna molestia, Rony. Veré como puedo ayudarte.

—No tienes que hacerlo.

—Pero quiero.

Es fácil hacer feliz a Rony, es fácil estar con ella. No pide nada que yo no pueda dar, no espera nada de mí e incluso sus molestos comentarios sobre ser mi amiga, no me molestan del todo.

Los sentimientos son una debilidad —me recuerda una voz en mi cabeza.

—¿Crees que pueda quedarme aquí está noche? —le pregunto— Iría a un hotel, pero no me gustan.

Ha sido un día demasiado largo y creo que podría estar llegando a mi límite, no tengo ganas de ir al apartamento y enfrentarme a otra posible discusión con Owen. Porque con los dos nunca se sabe cómo terminarán las cosas.

Los ojos de Rony se iluminan.

—Por supuesto. ¡Tendremos una pijamada!

—Nunca he tenido una pijamada —confieso.

Los Baizen no tenemos amigos —me decía Patrick—. Tenemos secuaces y empleados.

—Yo tampoco. No había en el hogar grupal y en las casas de acogida todo era... Complicado. Pero eso ya es cosa del pasado, no importa. Concentrémonos en el presente.

—Bien, ¿y qué se supone que se hace en una pijamada?

Es la pregunta correcta para hacer, porque Rony salta con un sin fin de sugerencias.

Ella me deja cocinar las palomitas de maíz y preparar el chocolate caliente. Una extraña combinación que a ella parece gustarle mucho.

—Elegí el aro, porque es un clásico de terror. ¿Te parece bien?

—Sí, me encantan las películas de terror —respondo.

Me siento en el sofá y Rony se sienta en unos cojines que ha puesto en el piso para que yo pueda peinar su cabello en un par de trenzas mientras miramos la película.

Es agradable. Relajante. Me gusta.

Ojalá hubiera hecho más de este tipo de cosas cuando era adolescente.

—El cumpleaños de Sofía será en unos días, cumplirá dos años. Me gustaría hacerle una fiesta. ¿Crees que está bien?

—Por supuesto que sí. ¿Ella aún no consigue una familia que la quiera adoptar?

No una buena familia.

Ella vive en una casa, con una niñera y atención para ella 24/7. Pero quiero que ella tenga una buena familia, que no sea señalada mientras crezca, que jamás se le haga menos por quienes eran sus padres o por ser adoptada.

—No, aún no.

—¿Sabes? Por un momento pensé que tú la adoptarías.

No voy a negar que lo pensé, pero, ¿qué se yo sobre ser una madre? No tuve un buen modelo a seguir y no solo eso, ¿cómo puedo traerla a la familia que tengo? ¿A la vida que llevo? No sería justo para Sofía.

—No, no creo que yo pueda ser una buena madre para ella. Ni siquiera sé cómo ser madre o si tengo madera para eso.

Pienso que tal vez soy demasiado egoísta para ser madre. Para amar de esa forma tan desinteresada, de poner el beneficio de Sofía antes que él mío.

¿Qué podría enseñarle yo? ¿A mentir, engañar y manipular? O tal vez que no importa el daño que ocasione a otro —como el daño que le hice a Helena y por ende a ella—, si logro conseguir mis objetivos. Enseñarle que con un chasquido de dedos puede desaparecer a quien quiere y, ¿qué importan las consecuencias? Para eso tenemos dinero, para así poder comprar el silencio de cualquiera. O que ni siquiera nos molestamos en recordar el nombre de las personas que dejamos atrás porque ninguno de ellos es relevante para nosotros.

—Yo sí creo que los serías, Rhea. Escucha, no somos nuestros padres o lo que ellos pudieron meter en nuestras cabezas. Porque si ese fuera el caso, entonces quiere decir que el día que yo llegue a tener hijos, los abandonaría, igual que mi madre hizo conmigo y confía en mí, no lo pienso hacer. Soy mi propia persona y yo seré una buena madre, porque intentaré serlo, de la misma forma que tú podrías serlo si lo quisieras.

Una charla motivacional de cinco minutos no cambia los pensamientos que he tenido toda mi vida. Porque he pasado mucho tiempo enseñándome a no querer nada. Especialmente las cosas que dependen de otras personas. Porque las personas son débiles, egoístas, y poco fiables. Desde que era una niña quienes empezaron a mi lado, terminaron al otro lado de la línea, mirándome de forma fija.

Así que finalmente terminé por construir una pared sólida sobre esa línea para proteger las pequeñas partes de mí que aún quedaban intactas.

—Solo piénsalo, Rhea.

—Lo haré.

—Puedo verte. ¿Sabes? Teniendo una casa, un perro o gato, corriendo detrás de Sofía mientras ambas se ríen y hay galletas de chocolate en el horno. Tomando a Sofía entre tus brazos y haciéndola girar por los aires. Puedo verte teniendo una familia.

Mientras ella habla, yo visualizo la imagen que ella pinta en mi cabeza. Sintiendo ante lo bonita que es.

Es tan tranquila. Feliz, muy diferente a lo que tengo ahora. Sin expectativas o el peso de un legado. Solo una familia. La familia que siempre quise tener.

—¿Sería eso tan malo?

—No —respondo—. Eso sería perfecto.

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