21. El diésel es deseo y estamos jugando con fuego.
—Rhea, es bueno saber que mi querida hermana menor no me está ignorando
Sin ignorar la amenaza en la voz de Patrick me detengo en mitad del campus y me maldigo por atender la llamada.
—¿Por qué me estás llamando tan temprano, Patrick?
Él solo me llama cuando quiere algo.
—¿Acaso no tengo permitido controlarte? Ya que pareces haber sido capaz de evitar mi presencia en tu última visita a la mansión.
No respondo nada ante esa acusación, porque en efecto, yo lo estaba evitando. Incluso pasé una noche en un hotel, algo que odio, con tal de no verlo.
Pongo los ojos en blanco y elijo cambiar de tema.
—Estoy de camino a clases. ¿Es urgente lo que me tienes que decir?
—Sí, un poco. Necesitamos encontrar tiempo para hablar sobre el último error de las empresas y nuestra estrategia en el futuro.
¿Cuándo entenderá él que yo no quiero tener nada que ver con esos negocios? Asumo que eso no sucederá, al menos no en un futuro cercano.
—¿Qué estrategia?
Puedo sentir mi molestia aumentar, eso sucede cada vez que debo hablar con el megalómano y ególatra que tengo por hermano mayor.
—Tienes suerte de no estar en prisión por asesinar a veinte personas. Así que dime, ¿qué posible estrategia podría derivar de eso?
—Oh, vamos, hermana —la voz de Patrick es falsamente dulce—. Eso no fue un asesinato. Ese tipo de cosas suceden durante los ensayos humanos. ¿Cómo podríamos progresar sin eso?
Para Patrick aquello fue solo un error sin importancia.
—Me pregunto porque nuestra familia tiene que estar especializada justamente en armas y armamento biológico y químico. ¿Crees que se deba a que está familia tiene una debilidad por alentar el terrorismo y la violencia?
La risa que Patrick suelta es un poco menos que venenosa.
—Eres una Baizen, Rhea. No eres diferente a ninguno de nosotros. Está en tu sangre y eso jamás cambiará. Te hará bien empezar actuar como una Baizen. ¿Lo entiendes?
Físicamente me irrita el comentario de mi hermano, pero al mismo tiempo siento una ola de pánico arrastrar mi cuerpo ante sus palabras.
Está en mi sangre —me repito.
El comentario me toma con la guardia baja.
—Daré una conferencia de prensa en dos semanas —me informa Patrick—. Quiero mostrarle al mundo en lo que he estado trabajando y quiero que estés presente. Toda la familia lo estará. Y no te preocupes, no estarás en el ojo público, pero te quiero ahí.
—Bien, estaré ahí. ¿Algo más?
Mi voz suena robótica y algo derrotada.
—No, hermana. Te espero, verás que esto cambiará nuestras vidas.
—Adiós.
Tenía trece años cuando toda mi vida cambió por completo, los reportes oficiales dijeron que yo no estaba en casa cuando esas personas, quienes buscaban vengarse de mi padre por el desalojo del edificio donde ellos vivían, entraron y agredieron a mi madre hasta la muerte.
Y es que se supone que ese día y a esa hora yo no debía estar en la casa, tenía mis lecciones de equitación, pero la cancelaron a último momento, por lo que regresé a casa, subí a mi habitación y empecé a leer un libro. Aún recuerdo la sensación de las páginas del libro La casa de los espíritus, libro que jamás terminé o he logrado volver a leer. También recuerdo con precisión la forma en que el primer grito de mi madre me hizo sobresaltar y el miedo que recorrió mi cuerpo.
Por favor, por favor. Deténganse —gritaba mi madre.
En ese momento yo no sabía lo que estaba pasando y lo único que logré hacer fue correr a esconderme en mi armario, con el libro contra mi pecho y mi corazón latiendo tan fuerte y rápido que me asustaba que ellos lo alcanzaran a escuchar.
¡Por favor! ¡Ya no más! —seguía gritando mi mamá.
Sus gritos se volvían cada vez más roncos por la fuerza con la que gritaba y mi miedo aumentaba con cada minuto que pasaba.
Estaba aterrada.
Mi miedo aumentó cuando me enteré que esas personas se habían enterado que mi madre había tenido algo con mi papá y en venganza hacia él, hicieron aquello. Porque incluso aunque mi papá dijo que nadie sabía sobre mí o que yo era su hija, se supone que tampoco sabían sobre mi mamá. Alguien les informó, un traidor entre los hombres de confianza de mi padre.
No quiero ser una Baizen —le dije a mi papá—. Todos odian ese apellido y mira lo que le hicieron a mi mamá solo por tener algo contigo.
Poco tiempo después también perdí a mi papá.
Tenía trece años cuando mi vida cambió y Sofía solo tiene dos años.
—Gracias por traerla —le digo a la trabajadora social.
Los ojos de Sofía están rojos y la mujer comenta que no ha dejado de llorar, que pide por su mamá y mi corazón: hueco y frío, siente las punzadas de los bordes afilados ante la culpa de lo sucedido.
Los brazos de Sofía se estiran en mi dirección cuando me ve y yo la tomo entre mis brazos, besando su cabeza y sus mejillas regordetas.
—Esperaré afuera —me dice la trabajadora social.
Me da una pequeña sonrisa antes de salir del apartamento y dejarme a solas con Sofía.
Llevo a Sofía hasta la sala y la siento en la alfombra.
—Lo siento mucho, Sofí. Lamento no haber podido salvar a tu mamá.
La pequeña niña solo me mira sin entender lo que estoy diciendo.
—Lamento que tú vida se haya arruinado de esta manera y no haber hecho nada para evitarlo. Te merecías mucho más, igual que tu mamá. Pero te prometo que te encontraremos una buena y amorosa familia, y siempre voy a estar aquí para ti. Siempre.
Ella toma dos de mis dedos entre su mano y sonríe mientras los mueve.
Pienso en lo mucho que ella va a odiarme a mí y a mi familia cuando crezca porque yo odio al hombre que arruinó mi vida y también a su familia. También pienso que Sofía, al igual que yo, tendría todo el derecho de odiarme, porque de la misma manera que yo era inocente en lo referente a los negocios de mi padre, Sofía también lo es en todo lo que sucedió.
—Lo siento, Sofía. Lo siento mucho.
Le doy un beso en su frente y la abrazo con fuerza, prometiéndole una familia amorosa y una mejor vida. Prometiéndole estar ahí para ella y darle todo lo que necesite. Aunque nada de lo que pueda darle compensará lo que le he quitado.
Le doy un último beso y abrazo antes de dejar que la trabajadora social se la lleve, y una vez que la mujer la toma en sus brazos, Sofía empieza a llorar y yo debo hacer un gran esfuerzo para evitar volver a sostenerla y no dejar que se vaya.
Ella está mejor lejos de mí y mi familia.
—Ella realmente te importa —me dice Owen, quien ha estado todo el tiempo recostado en el marco del pasillo que lleva hasta las habitaciones.
—Sí y por eso necesito mantenerla lejos de mí.
Ojalá pudiera ser de otra manera, pero si hay algo que no soy es una soñadora idealista, así que no pienso en lo que podría ser y me concentro en lo que es. Trabajando con lo que tengo y analizando la situación para saber cuál es mi mejor opción.
Tomo las llaves de mi Jeep y murmuro que saldré a dar una vuelta, porque necesito despejar mi mente y estar aquí encerrada no ayuda. Owen no dice nada, las cosas han estado tensas entre nosotros y recuerdo la extraña conversación que tuvimos ayer.
Levanto la mirada hacia la puerta cuando la escucho abrirse, y veo a Owen entrar sin mirar alrededor y busco en sus manos por el ramo de flores que se supone debía darme ayer, pero hoy tampoco hay nada.
—¿Tampoco hay un ramo de flores hoy?
Cada cuatro días él suele traerme un ramo de flores, no ha fallado en ninguna ocasión, excepto ahora, después de esa discusión.
Ni siquiera falló cuando lo dejé atrapado en la terraza del edificio. ¿Por qué ahora es diferente?
—No —responde—. Si quieres flores pídele a tu exnovio. Después de todo, estabas muy feliz con las flores que él te dio.
Enarco una ceja y lo miro, esperando a que él también me mire, pero no lo hace y eso me molesta.
—¿Aún sigues con eso? Daniel solo estaba intentado ser amable.
—¿Y yo no? Pero, ¿sabes qué? Olvídalo. No estoy de humor para discutir contigo.
Después de eso no volvimos hablar, y la conversación que tuvimos ayer es la más larga que hemos tenido. Jay sabe que algo está pasando y nos molesta diciendo que mamá y papá están peleando de nuevo, pero no interfiere o pregunta sobre de que va nuestra discusión.
Está noche es la fiesta donde van a homenajear a su padre, había prometido acompañarlo, pero dudo que él quiera que yo vaya, así que espero que no esté cuando yo regrese al apartamento.
Mi teléfono suena con mensajes y llamadas de Michael, Arthur y mi madre, pero yo los ignoro y me dirijo al bar donde trabaja Rony por una bebida.
Ella como siempre, está feliz de verme.
—Qué suerte tengo de ver a mi persona favorita está noche. ¿Lo de siempre?
—Si, Rony. Gracias.
Es el primer trago que tengo en mis manos desde aquella visita de Daniel y mi discusión con Owen, porque a la mañana siguiente él se había llevado todos los licores, diciéndome que estaban prohibidos en el apartamento.
No soy quién para decirte cómo lidiar con tu dolor y perdida —me dijo Owen cuando le exigí una explicación—. Pero al beber de esa forma y no comer, no estás lidiando con nada, solo te estás autodestruyendo. Y si a ti no te importa, bueno, lamento decirte que a mí sí.
Miro el vaso y lo aparto.
—Creo que no beberé nada esta noche.
Rony me sonríe.
—Buena elección.
Aunque no se siente como una.
¿Por qué ese maldito ex agente parece tener el poder de meterse de esa manera bajo mi piel? Lo odio. Lo odio tanto.
—Pensé que estarías en la gala del FBI —comento una vez que entrado en el apartamento.
Owen está sentado en el sofá, con una botella de lo que parece ser vodka en su mano, es nueva porque no había nada en el apartamento hasta esta mañana. Asumo que debió salir a comprarla.
No levanta la mirada mientras responde.
—Bueno, pensaste mal.
—Y también pensé mal al creer que no iba a ver más alcohol en este apartamento.
—Para ti.
Mientras me acerco veo que la botella está a la mitad. ¿Ha bebido tanto en tan poco tiempo? Asumo que algo debe haber sucedido y dada la forma en la que ahora nos llevamos entiendo que él no me va a decir nada.
—¿Media botella y ya estás borracho? Que decepción.
Le digo que yo manejo mejor mi licor que él y me burlo un poco, solo para conseguir una reacción de su parte.
—Dioses, eres tan engreída —me dice, aún sin mirarme—. ¿Alguna vez pensaste al menos por un minuto que podrías no ser la mejor en cada cosa?
—No, ex agente, la experiencia ha demostrado lo contrario.
No es mentira o una exageración, siempre he sido la mejor en todo lo que he hecho. Jamás pierdo y siempre consigo lo que quiero. No hay términos medios en lo que a mí respecta.
Veo como Owen toma un sorbo de la botella antes de dejarla en el suelo y me mira, sonriendo de forma peligrosa y con un extraño brillo en su mirada.
—Juguemos algo —sugiere.
Levanto de forma leve una ceja.
—No somos niños.
Él mueve su cabeza de un lado a otro y murmura un bajo no.
—Los dardos no son un juego de niños —su tono baja un poco más, y señala la puerta de entrada donde hay una diana—. Es un juego de precisión. Dónde hay que golpear cada sección de forma correcta, dejando que el dardo se deslice de tus dedos como una suave caricia.
Sus ojos no se apartan de los míos mientras habla.
Me río entre dientes y analizo si aceptar o no.
—No tendrías ninguna posibilidad contra mi —le digo.
Owen da un paso más hacia mí.
—¿Su majestad sabe jugar a los dardos?
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, agente.
Lo veo entrecerrar sus ojos en mi dirección, antes de moverse por el apartamento en busca de los dardos.
Me entrega siete y él sostiene siete en sus manos.
—¿Y cuánto estamos apostando? Porque si vamos a jugar, espero ganar algo. No quiero perder mi tiempo en vano, agente.
Me acerco a él, Inclinándome hacia su espacio personal.
—¿Que tiene para ofrecerme? —le pregunto.
Sonrío en su dirección y él me devuelve la sonrisa.
—El dinero no es nada para ti y no es suficiente motivación para mí, Majestad. ¿Qué te parece si endulzamos un poco las cosas?
—¿Qué tienes en mente?
Deja caer sus brazos y sus ojos están fijos en los míos, pero baja la mirada una fracción de segundo hacia mis labios antes de hablar.
—Si yo gano, obtengo una cosa de ti, no importa lo que sea que quiera de ti. Lo obtengo.
Me obligo a mantener mi rostro neutral ante su oscura mirada y ladeo un poco mi cabeza.
—¿Y si yo gano? ¿Qué consigo?
Su sonrisa se hace aún más amplia y su rostro se suaviza un poco, tanto que siento que mis defensas fallan lentamente y me obligo a no reaccionar.
—Consigues lo que quieras de mi —responde es ese tono bajo y ronco que ha estado utilizando desde que llegué.
Es una apuesta arriesgada, hay mucho en juego porque él podría pedirme información sobre mi familia, o algo de ese estilo y yo podría pedirle que abandone su caso.
Aunque también hay mucho más que podríamos conseguir y después de todo, yo no soy de las que retrocede ante un desafío.
—Acepto.
Siento cierta curiosidad por lo que Owen podría querer de mí. Aunque también hay un toque de preocupación ante lo que él podría querer que yo haga, pero ese pensamiento muere de la misma forma que nace. Con rapidez, como dije, yo no soy de las que huye ante un desafío.
Él me hace una seña con la mano hacia el lugar desde donde vamos a lanzar y sonríe, recordándome que él fue francotirador.
—Voy primero —le digo.
—Oh, definitivamente lo harás.
Muevo mi cabeza hacia él.
—¿Seguimos hablando de los dardos?
—Por supuesto, ¿de qué otra cosa estaría hablando?
No respondo y regreso mi vista hacia la diana, moviendo el dardo entre mis dedos y mientras hago esto, puedo sentir la mirada de Owen fija en mí.
Sonrío cuando lanzo el primer dardo y da justo en el blanco. Miro por encima del hombro hacia el ex agente.
—¿Ve algo que le guste, agente?
Él no responde, solo sonríe y lanza su dardo.
El juego avanza y acordamos nuestro objetivo en mil puntos.
No sé exactamente cuánto tiempo pasa y tampoco me importa mucho, solo sé que Owen no deja de presumir que está ganando y yo necesito ochenta malditos puntos para ganar.
—Solo veinte puntos restantes, Majestad —me dice después de lanzar el dardo.
—No hay problema, agente.
Owen se ríe.
—Al parecer no eres la mejor en todo.
No puedo evitar poner los ojos en blanco.
—Cállate.
Él me vuelve a sonreír y yo observo la diana mientras muevo el dardo dentro mis dedos un par de veces antes de lanzarlo.
El único sonido en la habitación es el pequeño golpe sordo del dardo golpeando el tablero. Sonrío y me giro hacia Owen, quien tiene los ojos abiertos.
Me acerco hacia él y levanto mi cara hacia la suya.
—Gané —le digo—. Yo siempre gano.
Estamos a centímetros de distancia, desde donde estoy, puedo distinguir a la perfección las pecas en su cara, la pequeña cicatriz sobre su ceja izquierda y el aroma de su perfume, un aroma que aún no descubro cuál es.
—¿Qué deseas?
La emoción de la victoria y algo más, burbujea en mi interior, es una emoción que no había sentido en mucho tiempo, y no se siente lejana como la mayoría de las cosas que siento, está vez, la sensación está muy presente y la puedo palpar a tal punto que me asusta un poco, e incluso esa sensación de miedo es desconcertante.
¿Desde cuándo yo siento tantas cosas y de esta manera? ¿Por qué con él? Tal vez por qué es la manzana prohibida, por así decirlo y lo único que necesito es probar el fruto prohibido y todo volverá a ser como antes.
Sí, eso es todo lo que necesito para que el tablero vuelva a estar en su lugar.
—¿Qué es lo que deseas? —me vuelve a preguntar.
—A ti —respondo sin titubeos—. A mí merced por una noche.
De todo lo que podría haber pedido, por su reacción, estoy segura que el agente West no esperaba eso.
—Bien, como su Majestad desee —me dice—. Solo di cuándo y dónde.
—Esta noche, mi habitación.
El rostro de Owen está tan cerca del mío que nuestras narices casi se tocan. Casi. Sus ojos revolotean entre los míos y mis labios. Hay deseo en su mirada, un tipo de deseo al que yo no soy del todo ajena —no es que vaya a reconocerlo en voz alta—. Pero su mirada solo hace que quiera acelerar las cosas porque necesito quitar esto, sea lo que sea, de mi sistema y volver a funcionar con normalidad.
Su mirada se oscurece, y me hace sentir como si quien perdió la apuesta soy yo y es Owen quien va a devorar cada parte de mí, tomando lo que quisiera y más.
—Dirija el camino, Majestad.
—Trae una silla del comedor —le digo antes de girarme.
Aquella mirada llena de determinación mezclada con lujuria y un toque de peligro, me sigue durante todo el trayecto hacia la habitación, y me hace querer probar de lo que Owen es capaz.
Y él también lo sabe.
—Coloca la silla en el centro de la habitación —le digo y cierro la puerta.
Me dirijo hacia el armario y me quito mis zapatos.
—Quédate solo en bóxer y siéntate —ordeno y él obedece sin apartar sus ojos de mí—. Así me gusta, obediente.
Oh, esto será tan divertido.
Me acerco a él y clavo mis uñas en la piel de su mejilla, antes de recorrer mis dedos hacia el cabello en su nuca y tirar de él hacia atrás.
—Me ha causado tantos problemas, agente y eso no puede quedarse sin castigo. ¿Verdad?
Pongo un dedo en sus labios cuando él quiere responder.
—No tienes permitido hablar o moverte. Durante esta noche, harás solo lo que yo te diga y nada más. Pero si quieres que esto se detenga, en el momento que sea, solo debes decir rojo. ¿Entendiste?
—Sí.
—Buen chico.
Me gusta tener el control de todos los aspectos de mi vida y el sexo no es la excepción, me encanta la sensación de dominio y poder que siento, pero justo ahora, al ver al agente así tan sumiso ante mí, la sensación es casi vertiginosa. Embriagante.
Podría acostumbrarme a esto —pienso y detengo ese pensamiento porque es demasiado peligroso.
—Pon tus manos detrás del respaldo de la silla —le digo—. Recuerda, solo tienes que decir rojo y nos detenemos.
Aunque por la forma en que me mira, dudo que quiera detenerse.
Coloco la cuerda alrededor de sus muñecas y realizo un perfecto nudo de esposas que dudo que él pueda quitarse sin mi ayuda.
—Hay tanto por lo que debo castigarlo, agente. Pero, ¿cómo deberíamos empezar? —tomo su rostro entre mi mano y lo levanto hacia mí— ¿Cómo te gustaría que sea? ¿Suave o duro?
Llevo mi mano hacia su cuello y hago una ligera presión, sintiendo su pulso bajo mis dedos y sonriendo ante la forma acelerada que late su corazón.
Y eso que recién estamos empezando.
—Como tú desees —responde.
—Buena respuesta, muy buena respuesta.
Hubo un tiempo donde no entendía está clase de impulsos y deseos, pensaba que eran un defecto innato de mi genética.
Violenta y sádica, como una Baizen —me solía repetir con amargura.
Ahora esos pensamientos quedaron en el pasado.
—¿Sabes cuánto tiempo llevo queriendo besar tus tatuajes? Mucho.
Lo miro por encima de mis pestañas antes de quitarme la falda y dejarla caer al suelo, pateándola hacia un lado y manteniendo mi camisa negra, pero decido desprender un par de botones, para mostrar el bonito sostén verde musgo de encaje que estoy utilizando.
Camino despacio hacia él y llevo mi mano hacia sus tatuajes para después reemplazarla por mis labios. Recorro cada uno de sus tatuajes con mis labios y lengua, sonriendo ante su reacción y la forma en que lucha para mantenerse en silencio.
Llevo mis manos hacia su torso y araño la piel, clavando mis uñas con fuerza hasta que unas cuantas gotas de sangre se escapan. Él sisea de dolor y yo lo silencio con la mirada.
—Me deseas. ¿Verdad? —le pregunto mientras me alejo unos pasos de él—. Yo también te deseo y eso me molesta, y también me hace odiarte un poco más.
Llevo mis manos hasta el filo de mi ropa interior y sonrió de forma descarada mientras, de forma muy lenta, me la voy quitando.
La hago girar entre mis dedos y me siento en la cama, abro las piernas y los ojos del agente se oscurecen aún más.
—¿Quieres tocarme? ¿Poner tus manos y labios sobre mi piel?
—Sí.
—Es una pena que no puedas.
Casi puedo palpar la frustración saliendo de sus poros.
—Pero puedes ver mientras yo me toco.
Está noche él no es aquel agente federal que está intentando destruir a mi familia, no es su pasado o ese lema que tanto defiende. Está noche yo no soy ni apellido, los demonios de mi pasado o los fantasmas que me atormentan. Está noche solo somos Owen y Rhea.
—Quiero que está noche seas mi mascota —le digo—. ¿Quieres ser mi dulce y obediente mascota?
No aparto mi mirada de Owen mientras me levanto y me siento ahorcadas sobre él, justamente encima de su miembro duro y empiezo a mover mis caderas de forma lenta muy lenta disfrutando la sensación de mi piel desnuda contra la tela de su bóxer, ganándome un gemido ronco que se escapa de los labios de Owen.
Me detengo y lo miro a los ojos.
—Responde —le pido—. ¿Quieres ser mi mascota?
—Sí. Quiero ser lo que tú quieras que sea.
Oh, agente.
—Buen chico. Muy buen chico.
Sí, está noche solo somos Owen y Rhea.
Y al menos por esta noche, eso parece ser suficiente.
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