20. Contén la respiración y toma el veneno.

—¿No vas a preguntarme cómo estoy lidiando con la situación?

Rony se gira para enfrentarse a mi mirada y niega con la cabeza.

—No, no estoy aquí para eso.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Pensé que podrías necesitar una amiga.

Ladeó la cabeza y levanto una ceja.

—Tú y yo no somos amigas, Rony. Entonces, ¿qué? ¿Vas a preguntar si estoy comiendo y ese tipo de cosas?

—¿Por qué lo haría? Me vas a responder que estás bien. ¿No es eso lo que siempre respondes?

Lo hago y nadie suele cuestionarlo, saben que no soportaré que lo hagan, pero Rony no es como los demás y suele decirme lo que piensa incluso aunque sabe cuál será mi reacción y respuesta.

Es un poco frustrante ver cuánto he dejado que ella se acerque a mí.

—Es porque estoy bien. A diferencia de los demás, yo no me doblego ante las adversidades.

—Pensé que podía ir contigo al funeral, no por ti, por Helena, recuerdo que comentaste que ella no tiene familia y no me parece justo que debas estar sola ahí.

La vida no es justa —quiero decirle, pero en su lugar, solo respondo que sí y Rony me dedica una pequeña sonrisa.

Se que en el fondo no lo hace solo por Helena, pero ninguna de las dos comenta nada y nos dirigimos hacia el cementerio donde Paul nos está esperando, pero al llegar no es solo Paul quien está ahí, también están Owen, Jay, Kara, Lorna y dos hombres que no reconozco, pero uno de ellos es el que estaba con Owen esa noche en el club.

Hay una hermosa corona de flores cerca de la foto de Helena.

—Querían acompañar a Helena —me dice Rony.

No digo nada porque me parece bien, Helena era una buena persona y aunque todos hablan de ella y la ciudad parece odiarla después de lo que hizo Carlo, ella jamás mereció todo ese odio y me alegro que tenga personas que estén acompañándola en su funeral.

Sofia no está porque la trabajadora social no lo creyó prudente, dice que la niña ya ha pasado demasiado y yo no discutí porque se mucho sobre traumas, pero no sobre sanarlos.

—Entonces Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás... —comienza el ministro a oficiar el funeral.

Yo a penas y soy consciente de lo que está pasando porque mi mente va hacia el recuerdo de Helena, su sangre en mi piel, su cuerpo muerto sobre mis brazos y el conocimiento de que ella había muerto y yo no pude hacer nada. Igual a lo sucedido con mi madre y mi padre.

—...Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno —finaliza el ministro.

Rony sostiene un hermoso ramo de rosas blancas que deja caer sobre el ataúd mientras este empieza a descender poco a poco. Todos hacen lo mismo y lanzan flores sobre el ataúd de Helena, pero yo no me muevo y solo observo.

Me quedo quieta observando incluso cuando aquel hermoso ataúd ya ha tocado tierra y lo han cubierto con césped y colocado su lápida.

No me muevo incluso cuando todos los demás empiezan a irse.

—Rhea, déjame llevarte a casa —me pide Rony.

Yo muevo mi cabeza.

Mis ojos están fijos en la lápida fría y lo que ahí está escrito porque se siente tan poco, tan nada para la maravilla persona que era Helena.

—Vete, no es necesario que estés aquí conmigo —le digo—. Estoy bien.

—Rhea, es tarde. Puedes regresar mañana, pero necesitas descansar.

—No. Me voy a quedar.

No es que yo sea incapaz de ser vulnerable —incluso aunque todos creen que sí—, es solo que hay un vestigio de insensibilidad sentimental que mi madre, me inculcó desde el primer momento en que le fue posible. Ella y lo dicho por mi padre arraigaron tanto ese pensar, que ahora el reconocer cualquier tipo de vulnerabilidad, en especial si está dentro de mí misma, me asquea.

—Está bien —murmura Owen, quien no me había dado cuenta que seguía aquí, creí que se había ido con todos los demás—. Yo me quedaré con Rhea

Rony mira entre ambos y duda, yo no digo nada porque me da igual, lo único que sé es que todavía no me puedo ir. Aún no.

—Por favor, cuida de ella —le pide Rony a Owen.

Ni siquiera tengo las fuerzas o ganas de decirle que yo no necesito que nadie cuide de mí, que estoy muy bien sola.

Owen no responde, sabe que odio la idea que me vean como alguien débil al que necesitan cuidar.

—Te llevaré a casa, ¿está bien? Puedes decirme de camino ahí cuánto me odias y lo terrible que es vivir conmigo. Pero necesito llevarte a casa porque es tarde y estás cansada.

Sí —pienso— estoy cansada de perder a las personas que me importan.

—¿Por qué? —le pregunto.

—¿Por qué, qué?

Mis ojos se encuentran con los suyos.

—¿Por qué me estás ayudando? Nos odiamos.

—Porque acabas de perder a alguien que te importaba y aunque jamás lo vayas a reconocer, justo ahora, necesitas de alguien que cuide de ti. Así que, por favor, ¿puedes no pelear conmigo sobre esto? Solo déjame ayudarte y podremos volvernos a odiar después.

Y es posible que las intenciones de Owen sean buenas, genuinas y sin los gramos de sacar en cara aquello cuando sea necesario, de todas formas, algo se desliza por mi columna vertebral mientras respondo que bueno a regañadientes.

Así que dejo que él me lleve hasta el apartamento y se quede cerca mientras yo me preparo un té y cocino un poco de pasta para ambos.

—No sientas pena por mi —le digo a Owen después que ambos terminamos de comer—. Yo soy responsable de todo. Es mi culpa que ella haya muerto, así que no te atrevas a ser amable conmigo y sentir pena por mí porque lo que está pasando es algo que yo provoqué.

No disparé el arma o di la orden, pero sí di la información que sabía que condenaría a Helena. Yo sabía lo que iba a suceder si le decía eso a Michael y aun así lo hice, porque era Helena o nosotros y la elección siempre será nosotros, ante cualquiera.

¿Lo peor de todo? Es que es algo que probablemente volvería a hacer. ¿En qué me convierte eso?

—Lo sé, pero incluso si tienes parte de culpa en lo que sucedió con Helena, eso no quita que acabas de perder a alguien que te importaba y tienes todo el derecho de sentirte mal. De sentir su perdida.

—No lo merezco.

Nunca lo he merecido.

Los siguientes días caigo en una rutina mientras espero que el tablero y todas sus piezas vuelvan a su lugar.

Entro en el apartamento y me quito los zapatos, dejándolos con cuidado junto a la puerta, guardo mi abrigo en el armario de la entrada y paso mis dedos por mis largos rizos.

Ha sido una semana muy larga y como es habitual en mí, he caigo en mi mecanismo poco sano de afrontamiento, dónde trabajo largas jornadas, bebo grandes cantidades de whisky e intento dormir. No siempre lo consigo, pero bueno. Luego me levanto para tomar mi habitual ducha con agua caliente, lo más caliente que pueda soportar mi piel y continuo con la misma rutina que ya me conozco de memoria.

Los días pasan en un borrón de frustración, ira y alcohol, mucho alcohol.

—Tu hermano a he estado preguntando por ti —me dijo mi madre en algún momento de la semana.

—No me interesa —fue mi respuesta.

Ella no volvió a mencionar el tema.

—Aquí, déjame ayudarte —me interrumpe mis pensamientos la voz de Owen.

Lo veo colocar un paño alrededor de mi mano y llevarme hasta el sofá, no reacciono hasta que estoy sentada y lo veo a él curando una herida que ni siquiera me había dado cuenta que tenía.

—Estoy bien.

Él no parece convencido, mirando de soslayo el espacio de la botella de whisky que falta.

Eso es una de las cosas que odio sobre compartir una vivienda.

—¿De verdad estás bien?

—Sí, agente, de verdad. Es solo un corte superficial y tú mismo lo curaste. No me estoy muriendo.

—Estaba sangrando mucho —murmura y señala el paño con el que envolvió mi mano—. Así que demándame por ser cauteloso.

Se cruza de brazos, pero veo que sigue observándome como si estuviera buscando otras heridas.

—Lo siento, pero no creo que ningún abogado legítimo tome un caso como ese.

Una risa suave brota de mis labios y Owen también se ríe.

—Cállate, no eres graciosa.

—Pero te hice reír.

—Tal vez me estaba riendo de otra cosa, ¿no has considerado esa alternativa?

Lo veo caminar hasta la cocina y limpiarse las manos.

—Si eso es lo que tu orgullo necesita para sanar, está bien, agente.

—Eres una persona muy molesta. ¿Sabías eso? Ni siquiera sé porque me preocupo por ti.

Por la expresión de su rostro que él tarda solo unos segundos en cambiar a una expresión neutral, entiendo que eso último no es algo que pretendía que yo escuche.

—¿Estabas preocupado por mí?

El apartamento se sume en un fuerte silencio y tensión mientras ambos nos sostenemos la mirada, y solo se rompe cuando la puerta suena y Owen me da una última mirada antes de ir a abrirla.

—¿Se encuentra, Rhea? El conserje me dijo que vivía aquí.

Muevo mi cabeza hacia la puerta porque yo reconozco esa voz, la calidez en ella es tan conocida y casi lo había olvidado porque hace mucho que no se dirige o dice mi nombre de esa manera.

Dejo la taza sobre la encimera y camino hacia la puerta, dónde veo a Daniel de pie con un pequeño ramo de rosas azules.

—¿Daniel? ¿Qué haces aquí?

Los ojos de Daniel se apartan de Owen y me miran, no tienen la misma calidez que antes tenía hacia mí —no esperaba que la tuviera—, pero hay esa amabilidad que siempre lo caracterizó y a la que yo me sentí tan atraída.

No es una gran revelación que me gustaban las partes de Daniel de las que yo carecía cómo su bondad y empatía.

—Solo quería saber cómo estás —responde y extiende el ramo hacía mí—. Estuve en el funeral, pero no sentí apropiado acercarme.

—Ella está bien —responde Owen.

Yo muevo mi cabeza hacia Owen, pero él no me está mirando, sus ojos están sobre Daniel.

Empujo a Owen que parece casi una estatua junto a la puerta y dejo que Daniel pase.

—Soy Owen West.

—Daniel Anderson.

Escucho que ambos se presentan con voz tensa mientras yo busco un florero para acomodar las flores.

—¿Eres amigo de Rhea? —le pregunta Owen.

—Su exnovio. ¿Y tú eres?

—Gracias por venir Daniel —interrumpo—, después de todo, aprecio mucho que hayas venido.

Él no puede decir que yo haría lo mismo si estuviera en su situación porque la verdad es que ambos sabemos que no, por supuesto que no lo haría. Pero Daniel no es como yo —por suerte—, él se preocupa por los demás, incluso sí dichas personas no valen su preocupación. Y es por esa calidad suya que lo hace tan especial, que muchas veces sale herido.

Le pregunto si quiere algo de beber y él responde que té porque asume que yo tengo un poco preparado, yo le sonrío porque es verdad.

—¿Cómo estás? —le pregunto.

—¿No debería estarte preguntando yo eso?

—Bueno, yo pregunté primero.

Detrás de Daniel veo a Owen poner los ojos en blanco de forma exagerada y simular una arcada.

—¿No tienes algo más que hacer Owen?

—No —responde con una sonrisa—, porque aquí hay una mejor señal de Wifi.

Maldito hijo de su...

Cuando yo respondí eso era verdad, él lo hace solo para molestarme y... Espera un momento, ¿cuándo fue la última vez que él trajo a alguien al apartamento? Creo que la última fue Calabaza y eso fue hace tres semanas, a parte de ella, no he escuchado ningún otro apodo ridículo sobre comida o que mencione a alguien. Tal vez el trabajo lo absorbe demasiado o su cacería de brujas le está quitando mucho tiempo.

Lo cual es bueno, estaba un poco cansada de ellas rondando por aquí y yo teniendo que ser amable con personas que no conozco. Pero puede que, si Owen concentra su tiempo libre en alguna de ellas, tal vez deje de husmear dónde no debe.

—También estoy aquí para agradecerte —me empieza a decir Daniel y yo enarco una ceja, confundida de porque él tendría que agradecerme a mí—. Volví a la academia, no fue fácil y casi no lo hago, pero recordé la conversación que tuvimos, lo que dijiste y a pesar que sí, tú mentiste y me engañaste, el resto y la forma que yo decidí manejar esa situación, es totalmente mi responsabilidad.

—No tienes nada que agradecerme, Daniel. Para empezar, no hubieras estado en esa situación si no fuera por mí.

En ese momento, Daniel fue otro daño colateral del egoísmo y necesidad de mantener el poder que nos envuelve a los Baizen.

Michael lo odia porque cuando tuve que decidir si tomar esa información que Daniel había obtenido, dañando en el proceso la carrera que él tanto amaba o a mi familia, y por ende a Michael, yo dudé. Fue una duda ligera, duró un tiempo muy corto, pero Michael odió que yo haya dudado en elegirlo. Su complejo de Dios y su necesidad de siempre ser el centro de atención no lo soportó.

—De todas formas, gracias por ayudarme a regresar al FBI y por hablar conmigo.

—De nada.

Dulce y siempre amable Daniel.

—¿Crees que podríamos ir por un café en algún momento?

Debería responder que no porque alejarme de él fue parte del trato, pero con lo sucedido con Helena, las cosas son un poco diferentes.

—Me encantaría. Espera déjame darte mi número.

—¿Lo has cambiado? —me pregunta y yo respondo que no— Aún lo tengo. Te llamaré.

—Bien, adiós, Daniel y gracias por las flores.

Lo acompaño hasta la puerta y me despido de él antes de cerrarla.

Al girarme veo a Owen mirándome entre molesto y ¿decepcionado? No estoy segura.

—¿Qué?

—Lo ayudaste a regresar al FBI.

Oh.

—Sí.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

No realiza la pregunta en un tono acusatorio que sería más fácil de manejar, es un tono vago y dudoso.

Ahí están, los problemas de abandono de su madre y los problemas que causaron el rechazo de su abuelo, haciendo de nuevo mella en él.

—No tengo que darte explicaciones de lo que hago y dejo de hacer, agente.

—¿Alguna vez pensaste en ayudarme a mí a regresar a mi trabajo?

Mi respuesta es inmediata.

—No. ¿Por qué lo haría?

—¡Tal vez porque somos amigos! O una mierda que se le acerca.

—¿Amigos? ¿Tú y yo? Jamás, y eres más ingenuo de lo que creía si pensaste que éramos algo cercanos a la amistad. ¿Acaso olvidas que tu trabajo es destruir a mi familia y mi trabajo es destruirte a ti?

Abre sus labios para refutar, pero los cierra y levanta sus brazos en señal de derrota, me observa por unos largos segundos antes de dar media vuelta.

—¿No vas a decir nada, agente?

Se detiene, pero no se gira.

—¿Para qué? Tú siempre tienes la última palabra y, además, está no es una batalla que me interese ganar.

—Bien.

Sí, yo obtengo la última palabra y él parece derrotado, pero no siento que haya sido yo la que ganó o si aquí había algo que ganar.

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