19. Ahora solo eres alguien que solía conocer.
Maldito seas Owen West, maldigo en mi mente mientras lo veo salir del edificio donde vive Helena y caminar por la acera hasta girar en la esquina y desaparecer.
—¿Por qué no puedes escuchar mis advertencias?
Me quedo en el auto pensando un poco en una parte de la conversación que tuvimos el otro día.
Me vuelvo a sentar y observo la forma en que sus ojos vagan por mi cara, analizándome, como si pudiera ver algo en mí, más allá de lo que yo quiero mostrar.
Mi mano va hacia mí mentón y paso mi dedo por mi piel, golpeando de forma suave mi quijada mientras finjo que estoy pensando.
—¿Alguna vez has matado a alguien? —él pregunta.
—No.
—¿Has ordenado la muerte de alguien?
Interesante pregunta y en realidad, tengo una forma de evadirla solo para molestarlo un poco.
—No soy responsable de la forma en que los demás perciben lo que digo.
—Rhea.
Es gracioso como él puede darle diferentes matices a mi nombre, siendo este tan corto.
—¿Has ordenado la muerte de alguien? —repite.
—Sí, no muchos.
—¿Cuántos?
Pongo los ojos en blanco.
—No sé, agente, no llevo la cuenta. Y no, tampoco recuerdo sus nombres, excepto el de la última persona.
—¿Quién?
—Patrick.
Detiene sus pasos y sus ojos se clavan en los míos.
El silencio se expande y cuando yo quiero hablar, él levanta la mano y me detiene, murmurando que no hable. Veo que está procesando y entiendo que, para alguien como él, pueda ser difícil de entender mi decisión y me pregunto cómo cambiará la forma en la que él me verá después de saber aquello.
Una cosa es suponer que yo soy una mala persona, otra muy diferente es corroborarlo.
—Él lo merecía, no sabes el infierno que me hizo vivir.
—Entonces, ¿tú te volviste juez y verdugo?
—Sí.
Él da un paso hacia mí e inclina su cara a mi altura.
—Rhea, el mundo no funciona de esa manera
—El mío sí.
Me bajo del auto y camino hasta el apartamento de Helena, con paso confiado y una mirada en blanco, no dejando entre ver todo lo que estoy ocultando.
Ella está algo sorprendida cuando me ve y me estudia antes de dejarme pasar.
—Es bueno que estes aquí —me dice, aunque no parece muy feliz de verme—. Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Me lleva hasta la pequeña sala y nos acomodamos en el sofá, hay un aire tenso a nuestro alrededor que crepita con cada segundo que pasa y Helena no dice nada.
Yo tampoco hablo, solo dejo que ella ordene sus ideas.
—Alguien estuvo aquí —me empieza a decir—, me habló sobre el caso y en como los errores de Carlo han hecho tanto daño y me di cuenta de lo egoísta que estoy siendo porque, ese dinero por el cual tanto peleo, es dinero sucio. Obtenido a base del sufrimiento de otros.
Lo segundo que un buen abogado aprende es a realizar un control de daños, desde los pequeños hasta los graves. Porque si algo sale mal, es nuestro trabajo poder arreglar las cosas de nuevo, Incluso si eso significa sacrificar a algunos en el proceso.
Por esa razón siempre mantengo a todos los demás al margen. Para que nada interfiera en mi toma de decisiones en elegir la mejor opción para mí y mi familia.
—Helena, esa decisión que quieres tomar, podría traerte graves consecuencias. Necesito que lo pienses bien y cuando hayas tomado una decisión, me la hagas saber. Yo te apoyaré en lo que decidas, pero piénsalo bien.
—Gracias por tu apoyo, Rhea. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Pero creo que Sofía merece un mundo mejor y yo necesito contribuir un poco en su construcción, y si puedo hacer una diferencia para alguien al hablar, lo haré. Hablaré y entregaré ese dinero.
Fuerzo una sonrisa y por el hábito de llevar años dando sonrisas ensayadas, es tan conveniente que Helena no sospecha nada.
—Piensa bien en tu decisión, Helena.
—Eso haré.
Le dedico otra sonrisa y salgo de su apartamento.
Para M.B.: Ella quiere declarar y entregar el dinero. No parece que vaya a cambiar de opinión. Encárgate de ella.
Cruzo la calle y saco las llaves de mi auto cuando la voz de Helena me detiene.
—¿Qué sucede? ¿Está todo bien?
Me hace un gesto con la mano para que le dé un segundo mientras ella recobra el aliento por correr hasta aquí.
Me sonríe.
—No quiero esperar más —me dice—. ¿Podrías encargarte de aquello? Por favor, no podría hacerlo sin ti. No tengo a nadie más y yo...
Nunca termina la oración porque una bala impacta en la mitad de su frente y su cuerpo cae sobre mis brazos derribándonos a las dos hasta el suelo.
—¡Helena! No, no, no.
Miro alrededor en busca del tirador, pero sé que es un caso perdido, a ella le disparó un francotirador.
Y ya es tarde. No hay nada que hacer.
Céntrate —me repito—. Necesitas estar centrada y pensar en lo hechos.
Helena murió. Justo en mis brazos. Le dispararon en la cabeza y su sangre manchó mi piel y ropa, y yo no pude hacer nada. Esos son los hechos aquí. Esa es la esencia de lo que sucedió y es todo lo que importa. Además, es todo lo que puedo sacar con claridad de lo sucedido.
Helena murió y no hay nada que yo pueda hacer para arreglarlo. Sin devoluciones, sin soluciones inteligentes, nada que pueda hacer para cambiar lo sucedido.
Confío en ti —me dijo una y otra vez—. Eres la única persona en la que confío.
El problema es que yo jamás he sido digna de confianza, Incluso aunque está vez lo haya intentado, al final mis genes salieron a flote y ella pagó mi traición con su vida. Y mi primera reacción es nada. Se que debería gritar o llorar, porque Helena me importaba, yo realmente la apreciaba, así que pienso que debería reaccionar al menos un poco, dar una demostración de ese cariño que le llegué a tener, pero no llega nada.
Sin emociones. Sin angustia.
—Señorita, necesitamos tomar su declaración una vez más para corroborar que no haya ningún error —me informa un oficial.
¿Cuántas veces más tendré que declarar? Se que es el protocolo, pero yo solo quiero irme a casa, limpiar mis manos y lavar mi cuerpo de los recuerdos de lo que aquí sucedió.
Helena está muerta porque confío en mí y yo soy una serpiente traicionera. Así que solo quiero ir a casa y olvidarme al menos por un momento de quién soy.
—Por supuesto —respondo con voz neutral.
—Trataremos que esto sea rápido.
Muevo mi cabeza hacia el oficial y le digo que está bien.
—Entiendo el protocolo.
Soy abogada —completo en mi mente—. Era la abogada de Helena.
Y debía protegerla.
Jay está en el apartamento cuando yo llego, una de las pocas personas que no quiero ver en este momento.
—Escuché lo que sucedió y yo solo...
—No quiero hablar contigo.
Sus ojos recorren la mancha de sangre en mi blusa y mis manos.
Es la sangre de Helena. La sangre de una persona inocente.
—Lo siendo, Rhea.
—Si bueno, deberías, porque la vida de Helena se jodió desde que tú sacaste aquella noticia y señalaste que ella era culpable a pesar que nunca lo fue. ¿Tienes una idea de cómo cambió su vida después de aquello? ¿Del daño que le causaste?
Él podría decirme lo mismo de las personas cuyas vidas Larson y Abrams arruinaron, excepto que a mí esas vidas no me importan y sí, lo sé, es bastante hipócrita de mi parte, pero jamás he fingido no serlo.
—Ese es el problema con ustedes los reporteros, creen tener la verdad absoluta y no ven más allá. No viste que ella era inocente porque la condenaste desde el principio y tus disculpas ahora salen sobrando porque Helena está muerta y su memoria siempre estará manchada por tu estúpido reportaje.
Camino hasta la habitación y cierro la puerta, quitándome la ropa casi al instante e intentando dejar de sentir esa enorme pesadez en mi pecho, pero incluso después de lavarme su sangre de mi piel, incluso después de cambiar mi ropa y cepillar mi cabello, esa pesadez sigue ahí.
Subo a la terraza del edificio y tomo una gran bocanada de aire.
—No debiste confiar en mí, Helena. Yo nunca he sido digna de confianza.
Capto de forma leve el chirrido de la puerta de la terraza al abrirse y yo quiero moverme, erguirme y demostrarle a quien sea que haya venido, que yo estoy bien. Pero no me muevo, o siendo más exacta, no puedo. Miro mis manos sobre la barandilla, ¿por qué no reaccionan?
—¿Rhea?
Yo conozco esa voz.
Tomo aire y me doy cuenta que mi cuerpo ha empezado a escucharme de nuevo porque puedo mover mi cara hacia él y siento tanto coraje y odio hacia su persona, hacia sus creencias absurdas de intentar mejorar este mundo. Creyendo que lo podrá conseguir, sin ver qué intentarlo es como mover un grano de arena del desierto y esperar que deje de ser uno, aun sabiendo que eso no cambia nada, porque sigue habiendo cientos de miles de millones más de granos de arena y mover solo un grano no evitará que siga siendo un desierto.
—¿Cómo puedes seguir manteniendo la esperanza de que este mundo será un lugar mejor? Después de todo, ¿cómo aún mantienes la esperanza?
Puedo ver qué la respuesta está ahí en la punta de su lengua, aun así, se toma un momento y observa al paisaje frente a él.
Recuesta sus codos sobre la barandilla y mueve su cabeza un poco hacia mí. Cuando me mira, él descubre que yo ya lo estoy mirando.
—Cuando mi madre se fue y nos quedamos solos con mi padre, él sufrió mucho y me dejó de lado, se centró en su dolor y yo solo era un niño, no entendía del todo lo que estaba pasando. Pero fui creciendo y llegó un punto dónde entendí que para que yo pudiera conseguir aquello que quería, tenía que esforzarme y no darme por vencido.
Gira su cuerpo por completo hacia mí, sin dejar de mirarme en ningún momento.
—Me enseñé a tener fe y me obligué a creer que la esperanza es nuestra elección, hasta que descubrí que justamente así es. La esperanza es nuestra elección.
—Eres más ingenuo de lo que yo pensaba.
Él sonríe.
He notado que sus sonrisas, aunque pequeñas y cortas, han dejado de ser falsas y ensayadas.
—O tú eres más cínica de lo que creías.
Abro mis labios para decir algo y él me detiene, diciéndome que aún no ha terminado.
—Mi esperanza resurgió cuando estaba siguiendo mi primer caso en el FBI, similar al de Larson, pero en una escala mucho menor y al finalizarlo una pequeña se acercó a mí y me entregó un dibujo para agradecerme lo que yo había hecho. Yo no entendía a qué se refería, hasta que averigüé que ellos estaban a punto de perderlo todo e incluso a sus padres, pero al final, gracias a que hice bien mi trabajo, eso no sucedió.
Lo veo sacar su billetera y buscar algo, saca una hoja blanca algo arrugada y la abre con cuidado para mostrarle el dibujo de él, en un traje negro y su placa con la palabra gracias a un lado.
La niña que dibujó eso podrá tener un nulo talento para el arte, pero puedo imaginarme la felicidad de Owen al recibir aquel dibujo.
—Cuando fallé en el caso de Larson, todo en lo que podía pensar eran todas esas personas afectadas cuyas vidas se habían arruinado y cuyas esperanzas se habían roto. Merecían justicia y yo no sé las pude dar, y gracias a eso muchas vidas se perdieron.
De todas las personas afectadas por la estafa Ponzi, hubo treinta y tres suicidios. Lo habían perdido todo y no encontraron otra alternativa.
Cómo el esposo de la señora Rivas.
—Larson quedó libre y pensé que solo era cuestión de tiempo para que él vuelva hacer lo mismo y estafar a otras personas. Porque eso es lo que ocurre con tipos como Larson, nunca aprenden y la sociedad olvida con facilidad.
—Pero aun así tienes esperanza.
Él sonríe y murmura que sí, antes de señalar el dibujo.
—No salvé cientos de vidas o hice algún gran descubrimiento, pero ese día, ayudé a esa pequeña niña y le demostré que el mundo puede ser un lugar justo, que podemos hacer un cambio.
Imagino a esa niña cuya vida estaba cambiando y de pronto, alguien vino al rescate y le demostró que todo iba a estar bien.
¿Por qué no me sucedió lo mismo a mí? ¿Por qué nadie me ayudó?
Si yo no hubiera caído en las garras de mi familia todo sería tan diferente, si me hubieran enseñado a gestionar mis emociones en lugar de decirme que estaban mal y eran una debilidad yo pude hacer algo más que crecer amargada y llena de ganas de vengarme de todos e impedir que me vuelvan a lastimar porque en el fondo, muy en el fondo incluso aunque lo intento negar, sigo siendo la persona que era a los trece años cuando todo su mundo se destrozó y el mundo se volvió un lugar oscuro y algo árido.
—Helena murió en mis brazos —le digo—. Y sé que todos piensan que soy la Reina de las nieves, fría y sin emociones, pero Helena me importaba.
—Es normal que digan eso —me empieza a decir—. Para quienes no te conocen es normal ver los muros que te rodean, pero cualquier persona que se moleste en mirar un poco más, podrá verlo.
—¿Qué se supone que podrán ver?
—Qué te preocupas por las personas.
Se ha acercado un poco más a mí, no mucho, pero si lo suficiente como para que yo pueda ver mejor gracias a las luces de la ciudad, las pecas que recubren su cara.
—No me preocupo por todos, solo por ciertas personas, en realidad, muy pocas.
Me preocupaba por Helena y ahora ella está muerta y miro a Owen, pensando en que, si él me hubiera escuchado, que tan solo debía mantener su distancia con ella, Helena podría seguir con vida y yo podría haberla ayudado a que empezara de nuevo.
Él no tenía derecho a poner esas ideas en su cabeza.
Y aunque él está aquí porque al parecer está preocupado por mí, mi autoconservación se enciende porque acogerme a la ira es más fácil de lo que al parecer podría estar sintiendo actualmente —llevo tantos años con los sentimientos y emociones apagadas, que no puedo reconocerlas, así que no se con exactitud que estoy sintiendo—. Incluso sí mis siguientes acusaciones solo me llevarán hacia un tren descarrilado que empezó a dejar de funcionar y está a punto de impactar gracias a mis propias acciones.
—Todo es tu culpa —mi acusación sale en voz baja y es tan fría, que, si fuera cualquier otra persona, seguro la vería estremecerse, pero Owen no. Él solo me sigue sosteniendo la mirada—. La muerte de Helena es tu culpa. Debiste escucharme, tenías que mantenerte alejado de ella.
¿Por qué fue tan difícil para él hacerlo? ¿Por qué no se pudo mantener lejos?
—No, yo no disparé, es culpa de quien jaló el gatillo y disparó.
Tiene sentido y podría, en otras circunstancias ver el sentido de aquello, pero no ahora que estoy herida y dejando que las partes más oscuras de mi se hagan cargo, sacando a relucir mi parte egoísta.
—No lo hiciste por ella, ir a buscarla y todo ese discurso que le diste no fue por ella. ¡Lo hiciste por ti! No querías justicia, querías recuperar tu trabajo y ella solo fue un medio para un fin.
—Eso no es cierto, Rhea. Estaba intentado hacer justicia por todo el daño que Carlo ocasionó. ¿Acaso esas personas no merecen justicia? Helena es una buena persona y ella lo entendió.
Y está muerta, ¿de qué le sirvió ser una buena persona e intentar ayudar a otros? Nadie la ayudó a ella. Ni siquiera yo. Debí hacerlo porque ella confiaba en mí y tenía una hija por la cual vivir, una pequeña que ha perdido todo y ahora también a su mamá. ¿Cómo es eso justo?
—¿Justicia? ¡Helena está muerta! No tienes un caso y todo lo que podría ser está enterrado. ¿Dónde está la justicia en eso? No la hay, nunca la hubo, y deberías dejar de escudarte tras esa jodida palabra para enmascarar que tus acciones fueron egoístas.
—¿Qué estás intento decir?
—Justamente eso, agente. Porque al menos yo reconozco que no soy una buena persona, voy de frente con mis malas intenciones y no intento enmascarar mis deseos egoístas, pero tú te escudas tras la palabra justicia cuando la realidad es que todo lo hiciste por ti y tu amado trabajo. No pensaste en Helena o en el daño que le podrías causar. ¡Solo pensaste en ti! Al menos ten las agallas de reconocerlo.
Estamos parados uno frente al otro. Siempre en lados opuestos. Siempre en contra y en diferentes lados de la balanza que no deja de moverse a pesar que nosotros estamos quietos.
—Me hablas como si fui yo quien disparó la bala que la mató. Cuando tú sabes perfectamente quien lo hizo y quién dio la orden.
—Yo reconozco mi parte de la culpa, y esperaba que al menos tengas las agallas de reconocer tu parte en todo esto, pero por supuesto, era mucho pedir porque al final, eres igual que tú padre.
La incertidumbre y el desconcierto brillan ante sus ojos por mi última declaración que tenía toda la intención de ser un insulto y que es recibido de forma mixta.
Doy un paso hacia él con toda la intención de destruir la imagen que tiene de su padre, de orillarlo a sentirse de la misma manera en la que me estoy sintiendo yo ahora, pero el sonido de mi teléfono rompe la tensa atmósfera que se había creado a nuestro alrededor.
El nombre de Michael brilla en la pantalla.
—¿Qué quieres?
Atiendo la llamada sin apartarme de Owen.
—Saber cómo estás después de todo lo que sucedió. Estoy un poco preocupado por ti.
Una pequeña burla sale de mis labios y sujeto el teléfono con más fuerza.
—¿Preocupado por mí? Vaya.
—Siempre me preocupo por ti.
—Bueno, tienes una forma bastante interesante de demostrarlo.
Él sabe dónde estoy, sus malditos vigías tienen que haberle informado que no he salido del apartamento.
—¿A qué te refieres, Ace?
Ace.
El apodo jamás se había sentido tan jodidamente pesado y real. Porque yo fui la carta bajo la manga que le avisó la siguiente jugada de Helena.
¿No es ese siempre mi trabajo? ¿No fue lo mismo que hice con Daniel?
—¿Cuál era la necesidad de matarla frente a mí? ¿Querías darme una lección? No, espera, ya sé, vas a decir que lo hiciste por mí. Bueno, ¿puedes hacer algo más por mí? Déjame en paz.
Con cualquier otra persona evadiría con una sonrisa mi parte de la culpa, ni siquiera me hubiera importado, pero Helena era diferente. Ella logró meterse bajo mi piel y hacerme llegar apreciarla, a intentar en serio ayudarla y no solo con el fin de tapar los errores que podrían dañar a mi familia.
Pero incluso aunque me importaba, no pude salvarla.
—Déjame en paz, Michael. Al menos por esta noche, déjame tranquila.
Termino la llamada y apago el teléfono.
Él dio la orden y decidió aquello por la información que yo le di, información que no debía dar si el agente West se hubiera mantenido al margen tal y como yo le dije.
Se porque lo hizo Michael.
Helena era un problema. Tenía un punto débil, Sofía y eso jamás iba a cambiar, podríamos conseguir silenciarla por ahora y mandarla lejos, pero su buen corazón y su hija complicarían de forma eventual las cosas. Ella era un problema que debía ser solucionado.
Es ella o nosotros —se me qué dirá Michael—. Y siempre serán ellos. Jamás nosotros.
Seguro que él también me dirá que lo hizo por mí, para protegerme.
—Aunque no lo creas, Rhea, yo lamento mucho tu perdida.
Él tiene razón en algo, la culpa es de quien disparó y de quién dio la orden. Y yo también tuve razón en algo y es que nunca se ve venir la bala que te mata.
—Ojalá te hubieras alejado de ella.
—Y ojalá me hubieras dicho lo que estaba pasando.
—Pero eso ya no importa.
¿Alguna vez importó?
—No, ya no.
Como parece ser habitual entre nosotros, ambos tenemos razón en algo y, al mismo tiempo, ambos estamos tan equivocados.
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