18. Crimen y castigo, pequeño traidor.

Hay un movimiento muy certero que se suele aplicar en el ajedrez, dónde te dejan parado en un punto dónde no importa que movimiento hagas, solo sirve para empeorar tu situación. Este movimiento se lo conoce como zugzwang.

Es uno de mis movimientos favoritos y que en cada oportunidad intento lograr. Ya que no hay nada mejor que ver la desesperación en nuestro oponente al darse cuenta que no puede hacer nada. Que ha perdido, sin importar su siguiente jugada.

Estás atrapado —mendigo en mi mente—. Justo como siempre debiste estar.

—Hola, hermano. ¿Me has extrañado?

Su cuerpo está encorvado de una manera extraña y casi dolorosa en el suelo de la enorme jaula de metal en donde él se encuentra, pero cuando escucha mi voz, su espalda se tensa y gira la cabeza hacia mí. Duda. Como si creyera que yo no era real, hasta que algo hace clic en su cerebro y se levanta, corriendo hasta los gruesos barrotes de la jaula y que él sujeta con sus dedos largos y delgados, los sujeta con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.

Ese brillo desquiciado en sus ojos, brilla con más fuerza mientras me mira, la única diferencia entre antes y ahora, es que hay un toque extra de odio en su mirada.

—¡Tú, maldita desgraciada! ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto?! Eres una perra mal agradecida. ¡Después de todo lo que hice por ti! ¡¿Quién te crees que eres para tenerme aquí?!

¿Acaso él olvidó todo lo que me hizo? Porque yo no olvido. Jamás.

Doy un paso hacia él mientras Patrick sigue hablando e insultándome, lanza amenazas como si estuviera en posición de hacerlo, e incluso tiene la osadía de exigir cosas.

—No, no. Esa no es la forma de hablarle a tu hermana.

La enorme jaula de metal tiene alrededor una jaula con vidrio grueso y antibalas, e incluso con todo el esfuerzo que él hace para sacar sus manos e intentar agarrarme, el vidrio se lo impediría.

Lo hice a propósito, para que se sienta aún más atrapado. En este lugar donde no hay ventanas y no sabe si es de día o de noche.

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!

—No sé porque te quejas —le digo con una sonrisa—. Yo te salvé.

—¡Me encerraste aquí! ¿A eso llamas salvar? ¿A encerrarme como un animal?

Bueno, ¿dónde más encerraría a un monstruo? ¿Qué más podría hacer con él? Me debía tanto como para dejar que muriera tan rápido y sin sufrir un poco. No, yo no podía permitir que su muerte sea de esa manera. Él se merecía algo peor y, cómo siempre sucede en esta familia, me tocó a mi arreglarlo.

—¿Cómo te han tratado? —pregunto, ignorando de forma deliberada lo que él ha dicho antes— Lamento tardar en venir, pero tenía asuntos que atender.

—¿Michael sabe sobre esto?

Mi sonrisa se hace aún más amplia.

—Él cree que estás muerto y que yo me estoy lamentando tu muerte y la decisión que tomé. Tenías que verme, hice una excelente actuación.

—¡Ellos se darán cuenta! Verán debajo de tu maldita actuación y sabrán lo que has hecho.

—Oh, no, ellos me creyeron. Cómo siempre, compraron mi actuación de cordero y aunque me descubrieran, ¿qué podrían hacer? Yo solo tendría que llorar y decir, ¡Él me hizo vivir un infierno, tenía que pagar! Lo siento, lo siento... Y ya. ¿No te recuerda a algo?

Me mira por un par de segundos antes que algo haga clic en su pequeño cerebro.

—¡Maldita perra manipuladora!

—Ya sabes lo que dicen: el mejor truco que hizo el diablo fue convencer al mundo de que no existe.

—¡Tú eres peor que el diablo, maldita psicópata!

Sonrío y su ira sigue aumentando.

—Oh, me halagas, hermano.

Michael no tardó en comprarme mi actuación porque a veces no puede evitar verme como la adolescente de trece años que perdió a su mamá y papá, que estaba triste y se sentía sola. Pero yo ya no soy ella y jamás lo seré.

Es interesante como no importa como las personas sepan que de diez cosas que digo siete son mentiras, siempre terminan confiando en mí. Creyendo en lo que digo y en mis "buenas intenciones".

—Sabes, hermano, ¿cuál es el problema que tienen la mayoría de las personas?

Doy dos pasos más hacia adelante, sosteniendo su mirada y sin dejar de sonreír en ningún momento.

—Las personas olvidan —continuo—. Entonces piensan y esperan que los demás también olviden.

Dos pasos más y ahora he llegado hasta la jaula de vidrio. Levanto mi mano y la coloco contra el vidrio, golpeteando mis dedos contra el de forma rítmica, al son de Lacrimosa.

Patrick reconoce la melodía, no lo dice, pero yo lo sé. También sé que él entiende su significado para este momento.

—Pero yo no olvido. Recuerdo cada cosa y esa siempre es la perdición de los demás. Esa justamente fue la tuya —finalizo.

La oscuridad dentro de mí se hincha como las nubes ondulantes de una tormenta, aquella antigua ira hacia él desgarra mis costuras de una forma que no lo ha hecho en mucho tiempo.

Doy un paso atrás y respiro hondo.

Estoy acostumbrada a esta sensación de poder que trae un deleite burbujeante, que me llena de adrenalina y me hace sentir algo más que vacío. Pero es una sensación poderosa de la cual se debe tener cuidado, porque volverse adictiva a ella podría ser fatal.

—Sácame de aquí, Rhea.

—Nunca vas a salir de aquí, Patrick. Al menos no con vida.

Tira de las rejas de forma inútil por un par de largos segundos y gruñe con desesperación cuando los barrotes no se mueven, cuando nada pasa.

—Tranquilo, killer.

No venir a verlo fue una decisión deliberada. Eso lo iba a poner aún más inquieto, más vulnerable y desesperado.

Yo jamás hago algo por el simple hecho de hacerlo, siempre tengo una razón detrás.

—¡Maldita demente!

—Y ahora te estás proyectando. Si hay un demente aquí, ese eres tú. Yo solo estoy haciendo aquello que me enseñaron. ¿Recuerdas? Un enemigo jamás se queda sin castigo y si alguien me hace algo, debe sufrir las consecuencias. Tú no estás excepto a esa regla.

Michael y Arthur prefieren las armas. Patrick, los explosivos. Yo, los juegos mentales.

—No te voy a matar —le digo—. Al menos no ahora. De manera eventual, tú morirás. Solo que no vas a saber qué día o como.

Mientras pensaba que hacer con él, yo me pregunté, ¿cuál sería el mejor castigo para un ególatra megalómano? La respuesta llegó al instante: romperlo.

—Bien, Rhea, ya ha sido suficiente. Entendí tu punto y cualquier lección que estés tratando de enseñarme.

—No estoy haciendo nada de eso. No me interesa darte ninguna lección o salvarte. ¿O acaso creíste que sí? Patrick, eres más ingenuo de lo que yo pensaba.

Él se detiene, sus dedos aflojan los barrotes y sus brazos caen a sus costados.

—Idee un plan desde que explotaste aquel lugar lleno de civiles. No dejé que Michael te mande asesinar, porque quería que sufrieras en prisión, que cada día que estuviste ahí era porque yo así lo quería y cuando me cansé, te traje aquí. Lo peor, es que ni siquiera te diste cuenta que estaba jugando contigo.

—¡Maldita perra sociópata!

—Alguien vendrá aquí, no sé qué día, pero vendrá y tú no vas a saber si ese día será tú final o solo un día más de tortura. Si te portas bien tendrás comida y agua, si te portas mal, nada. Se bueno y disfruta del encierro, hasta que yo decida que ha llegado tu momento.

Me despido con la mano y veo como él vuelve a sujetar con fuerza los barrotes e intenta moverlos, sus nudillos ensangrentados se vuelven blancos y grita mi nombre.

Hay tanta desesperación en su voz que me gustaría grabarlo para que sea mi nuevo tono de llamada.

—Después de todo lo que me hiciste, Patrick, ¿qué otra cosa esperabas que yo haga? Tantos años de dolor y trauma no podían quedar en nada. Tenías que pagar.

Golpeo el vidrio y él me maldice.

—Jaque mate, hermano. Cómo siempre, he vuelto a ganar. Adiós.

—¡Rhea! ¡No me puedes dejar aquí! ¡Malditas seas Rhea!

El sonido de mis zapatos golpeando el suelo mientras me alejo, es en todo lo que me concentro, ignorando la voz de Patrick y su desesperado llamado.

Conduzco hasta una floristería y me tomo mi tiempo eligiendo un bonito ramo de orquídeas para llevarle a Rony.

Rony abre la puerta de su apartamento al segundo golpe, al hacerlo y ver qué soy yo, me dedica esa sonrisa brillante a la que me he llegado a acostumbrar y dicha sonrisa solo se hace más amplia cuando ve el ramo de orquídeas en mis manos.

Ella me hace pasar y yo le entrego el ramo.

—¡Son hermosas! En serio eres mi persona favorita —me dice antes de abrazarme y los primeros segundos del abrazo yo no reacciono, jamás he sido buena con ese tipo de gestos, pero al final levanto mis brazos con cierta vacilación.

Salta de emoción buscando un florero que sea casi tan hermoso como las flores y me pregunta la razón de mi visita.

—Bueno, hice algo malo y pensé en hacer algo bueno para equilibrar la balanza.

—¿Traerme flores es algo bueno?

—La buena acción es hacer feliz a una buena persona y para mí, tú eres una buena persona, Rony.

Demasiado ingenua y optimista, pero buena persona.

—En mi diccionario tú también eres una buena persona, Rhea.

—Tu diccionario necesita un par de ajustes.

Me ofrece algo de beber y yo respondo que nada y ella nos lleva hasta la pequeña sala.

Yo doy una rápida mirada al lugar antes de detener mis ojos en Rony, que me mira de una forma que me causa cierta incertidumbre.

—¿Por qué crees que eres una mala persona, Rhea?

—El último gran caso que tuve fue terrible en muchos sentidos, hubo cientos de miles de personas que fueron afectadas, que lo perdieron todo y algunos Incluso se quitaron la vida —le empiezo a explicar—. Yo leí cada suceso sobre eso y no sentí nada. Ni pena o lastima, nada. Lo cual es bueno porque me ayuda a enfocarme en mi trabajo. Si me permito sentir algo, estaría prejuzgando a mi cliente y no podría defenderlo. Esa desconexión emocional siempre estuvo en mí, pero se intensificó en la universidad.

Rony está atenta a mi explicación y casi sonrió ante su expresión.

—¿No piensas en ayudarlos? Es decir, si pudieras, ¿no los ayudaría?

—No pienso en ellos, en absoluto o en cómo les ha afectado mi trabajo. Si lo hiciera me paralizaría por la culpa y, Rony, esa culpa no es algo que vaya a llegar. Algunas personas somos así y otras son como tú. Lo cual es bueno, le da un equilibrio al mundo.

No parece muy convencida con mi respuesta.

—Mira, soy buena contigo porque me agradas, pero eso no quiere decir que sea una buena persona. Una buena acción no elimina cien malas acciones.

¿Por qué es tan difícil para las personas entenderlo?

A veces pienso que les atrae la idea de ver a un villano redimido más que la historia del héroe.

—Sigues siendo la mejor amiga que he tenido y mi persona favorita, Rhea.

Está vez es ella quien toma mi mano entre la suya y me da una brillante y enorme sonrisa mientras lo hace.

Al llegar al apartamento veo a Owen de pie en la sala cerca de la mesa cuando llego, al escucharme llegar, no levanta la mirada, pero jala una de las sillas del comedor y la arrastra hasta la sala.

—Siéntate, necesitamos hablar.

Lo miro por encima de mi hombro y procedo a quitarme el abrigo de forma muy lenta, tomándome mi tiempo para limpiar unas pelusas inexistentes antes de colgarlo en el armario.

No me quito los tacones y me giro para mirarlo.

—Dije, siéntate.

—Debo decir que es un poco excitante ese tono, pero yo no sigo órdenes de nadie y mucho menos de ti.

Hay una ira que no deja de crepitar en su interior y que se refleja en su mirada y tono.

Camino despacio hasta él, colocando mis manos detrás de mí espalda y sosteniendo su mirada.

—Siéntate.

Sonrío y ladeo la cabeza, observando la forma en que las venas de su cuello se marcan ante la forma que tensa la mandíbula. Sigo con la mirada las venas de sus brazos que se encuentran cruzados alrededor de su pecho y sigo mirando hasta llegar a sus ojos claros, que en este momento están casi negros.

Ni siquiera lo miro cuando paso a su lado y entro a mi habitación, notando al instante que hay algo mal aquí y tardo un minuto en descubrir que es.

Todos mis amados pares de zapatos de tacón se han ido. ¡Todos!

—Maldito hijo de...

Respiro hondo y cuento hasta treinta. Notando cómo la cantidad de números que debo contar para tranquilizarme a aumentado de forma considerable.

Me miró en el espejo y arreglo mi cabello antes de regresar a la sala, dónde Owen me está esperando con una sonrisa que quiero cortar de su cara.

—¿Estás lista para hablar?

—Vete al infierno.

—No, ese es tu reino y no estoy interesado en visitarlo.

Me señala la silla junto a él, pero yo no me muevo.

—Si quieres recuperar tus amados zapatos, incluido tu par favorito. Será mejor que tomes asiento para que podamos hablar.

Lo observo, notando que no está del todo en su papel de agente federal, y evalúo si eso es bueno o malo.

—No tenemos nada de qué hablar.

—Te equivocas. Ahora, siéntate, Rhea.

Su voz es baja y calmada, ha tenido el tiempo suficiente para pensar en todo y procesarlo. Y estoy un poco impresionada que no le haya tomado demasiado asimilar las cosas y volver al juego.

Muerdo mi mejilla para evitar sonreír al ver que no me decepcionó, porque incluso aunque su abuelo diga lo contrario, Owen es un buen agente. Lo que hace que este juego del gato y el ratón, la presa y el cazador, cómo queramos llamarlo, sea mucho más interesante.

Michael jamás debió prohibirme los juegos si sabe que hay dos cosas que yo adoro: llevarle la contraria y jugar con los demás.

—Siéntate.

Miro la silla y me siento, cruzando mis piernas y relajando mi postura.

—Así me gusta, obediente.

Imbécil.

No reacciono ante su comentario y creo ver, por un leve segundo, que está decepcionado ante mi falta de respuesta.

—¿Me va a interrogar, agente?

Levanto mi mano y observo mis uñas casi con aburrimiento.

—No.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo? No sé usted, agente, pero yo tengo cosas importantes que hacer.

Cómo planear tu muerte maldito Imbécil secuestra zapatos.

Vaya forma de arruinar el buen humor que tenía después de visitar a Patrick.

—Solo voy a señalar que todo lo dicho a continuación de mi parte son casos hipotéticos y declaraciones obtenidas bajo coacción, que yo no he autorizado que me graben y por lo tanto no pueden utilizar dicho audio como prueba frente a un jurado.

—No estoy grabando nada.

Yo levanto mis manos para hacer un punto y las dejo caer, colocando una sobre el respaldo de la silla y otra sobre mis rodillas.

—Tampoco voy a preguntar sobre el caso de tu padre o hermanos —me dice y sé que lo hace porque mis declaraciones podrían entorpecer su investigación y futuro caso, no por mí—. Estuve repasando cada una de tus acciones y las entiendo, el estar aquí para vigilarme, es lo mismo que yo estando aquí para vigilarte. Entiendo las decisiones que has tomado, y, sin embargo, sigo sin entender porque me cuidaste cuando estaba enfermo. ¿Por qué lo hiciste, Rhea?

De todo lo que él pudo preguntar, tenía que preguntarme justamente eso.

—No lo sé —admito y no me resulta fácil hacerlo—. Siempre tengo una razón para cada una de mis acciones, lo he hecho desde que tengo uso de razón, pero ese día que estabas enfermo, no sé porque regresé y te cuidé. No había una buena razón para hacerlo, porque seamos realistas, hubiera sido más fácil para mí dejarte morir y acabar con tu cacería de brujas.

Debí dejarlo ahí y esperar a ver si moría o que sucediera con él lo que tenga que suceder. No debí quedarme.

Yo no debí quedarme y él no debería tener consideración conmigo.

—Necesitaba que me odies para que hagas tu trabajo sin dejarte llevar por las emociones y yo pueda poner una barrera y realizar el mío. Por eso te dije quién soy. Esa es la verdad.

Él puede creerme o no, es problema suyo, pero algo en su postura y la forma en que me mira me dice que me cree.

—Necesito que me odies para que me facilites el odiarte y destruir tus intentos de llevar a mi familia ante la justicia —le digo.

—Y yo necesito odiarte para poder hacer mi trabajo y encerrar a tu familia por todo el daño que han causado. ¿Algo que me has dicho ha sido real, Rhea?

—Nunca te he mentido.

—Rhea.

—Es verdad —le digo con una sonrisa—. Pero manipulo la verdad a mi conveniencia. Te voy a poner de ejemplo el pastel de chocolate, dónde tú me preguntaste si tenía veneno y yo respondí que no, y era verdad, porque tenía laxante.

—El problema es que yo no he estado realizando las preguntas adecuadas.

—Exacto. Las personas rara vez lo hacen.

Tomar la verdad y moldearla a mi conveniencia es casi un don.

—No mentí sobre la razón de porque no dejo que otros preparen mi comida, tampoco mentí sobre la historia del Mago de Oz. No te he mentido, Agente.

—Pero tenías una razón para decirme aquello.

—Lo primero lo dije para que me dejes en paz sobre el tema de la comida, lo segundo porque quería hablar y el tema estaba ahí.

—No crees que vaya atrapar a tus hermanos. ¿Verdad?

Me levanto de la silla y doy un paso hacia el agente, él no se mueve y sus ojos no se separan de los míos.

—No, incluso con todo lo que te he dicho. No tienes nada y las pruebas que podrías llegar a conseguir... Bueno, deberías ser cuidadoso porque podría jugarte en contra, igual que en el caso Larson.

Él da un paso hacia mí con aquella sonrisa que detesto bailando en sus labios.

—Podría tener la confección de Helena sobre cierto dinero, ese sería un rastro interesante de seguir.

—Mantente alejado de ella.

A mí mente vienen las imágenes que Michael me mostró sobre las personas a las que el agente ha investigado.

—¿O qué?

—Mantente alejado de ella, agente. Hablo en serio.

Pero sé que él no lo hará y yo debo pensar rápido en un plan o de lo contrario será Helena quien pague las consecuencias.

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