14. La sangre llama y yo le cierro la puerta
Zedd & Kehlani - Good Thing (0:30 – 1:28)
Bien, pongamos lo sucedido sobre la mesa para poder crear una estrategia —me digo.
Todo comenzó cuando Patrick decidió hacer un trato y vendió información sobre los negocios sucios y fraudulentos que realizaba Larson con su estafa piramidal Ponzi, provocando que caiga él y, por ende, su socio Carlo Abrams. Pero tanto la empresa de Larson cómo la de Abrams, pertenecían, de una forma muy indirecta y sin registros en papel, a Michael Baizen. Cabeza actual de la familia Baizen. Así que cuando todo ese escándalo estalló, él me llamó para que yo venga desde Ginebra, dónde estaba viviendo, para poder hacerme cargo de aquel problema que Patrick había provocado.
No fue difícil convencer a Larson, el problema obviamente fue Carlo, quien creía que lo íbamos a hundir y por eso decidió conseguir otro abogado, complicando todo un asunto que se podía resolver en menos de un año. Pero no, él tenía que conseguir un abogado inepto que no solo perdió su caso, sino que en su "defensa" dio a entender que Carlo era solo una marioneta en todo, y con eso, los ojos se posaron en Helena.
Helena me aceptó como su abogada cuando ya tenía todas sus cuentas congeladas, ya había salido el reportaje de Jay Lambert y las personas los veían como parias. Eso no impidió que yo lograra acelerar las cosas para ayudar a Helena y conseguir el fideicomiso de Sofí. Aunque no contaba con el nuevo trato que haría Patrick —sí, él tiene el don de joderlo todo—, lo que provocó que el juicio de Helena se postergue sin fecha y las cosas en general se compliquen más de la cuenta.
Bien, hasta ahí vamos bien. Pero, ¿qué más ha sucedido?
Bueno, en el caso Larson la fiscalía presento "pruebas", dichas pruebas fueron conseguidas por el agente Owen West, quien llevaba dicha investigación. Cómo la abogada asesina y excelente en mi trabajo que soy, logré encontrar los tecnicismos que hicieron aquel caso contra Larson solo moralmente cuestionables, en lugar de ser merecedor de una pena mayor. Es una habilidad que siempre he tenido. Tratando de tener siempre un plan para toda situación, incluso las más extrañas —fue por esa razón que mi padre nos enseñó a jugar ajedrez—, las más difíciles.
Desestimé las pruebas y giré la situación consiguiendo la duda razonable justa para darme tiempo a manipular el asunto y hacerles creer a todos que, en su desesperación de conseguir un gran caso y un ascenso, el agente Owen West, había manipulado las pruebas. Fue una mentira descarada, pero el jurado la compró y eso fue todo para el agente, ya que su equipo no pudo encontrar otras pruebas y terminaron fallando a favor de mi cliente.
Y aquí es cuando el agente empieza con su cacería de brujas.
Los superiores del agente West estaban molestos por dejar escapar a alguien como Larson y, sobre todo, la forma en que quedaron ante la multitud que pedía justicia. Eso llevó a la suspensión del agente, a su odio hacia mí —un odio justificado—, y la necesidad de pescar un pez más grande que lo regrese al redil. Así que él y su equipo conformado por la agente Kara Olsen la técnica informática, la agente Lorna James quien crea perfiles criminales, el agente Jason Gray que es el actual director de la unidad ya que Owen está suspendido, también está en ese equipo Adam Arias o como todos le dicen, el novato.
Yo sigo sin conocer en persona a Jason Gray y a Adam Arias.
Aquel equipo empezó a tomar cada pieza pérdida que dejó el caso de Larson y el de Carlo Abrams, para intentar armar el rompecabezas, pero hay demasiadas piezas faltantes para que ellos incluso puedan obtener una imagen, eso no evitó que consiguieran cierta información importante, como la imagen de mi llegada desde Ginebra, cuando Michael fue por mí al aeropuerto privado.
¿Por qué es tan importante para ustedes saber quién es la mujer de la foto? —le pregunté una noche cuando no dejaban de crear teorías, basado en lo que les dijo una ex amante de Michael.
Él tiene una amante diferente cada mes, pero jamás se lo ha visto con nadie, jamás va por nadie. Está mujer es importante para él —fue la respuesta de Owen.
Y a parte de esa foto, tienen la información que Patrick les dio en su último trato. Información que aún estoy intentado averiguar que es en su totalidad, porque hasta ahora solo he conseguido migas de pan y el tiempo pasa, necesito más.
—Bien, bien, bien —me digo mientras observo toda la información que tengo.
No necesito hacer ninguna jugada todavía, dejaré que ellos armen su caso, que crean que han ganado. Una jugada muy similar a la que hice con Daniel.
Porque nada aquí ha sucedido por casualidad.
—¿Sabes a quien vi está tarde? —me pregunta Michael mientras entra en el estudio de la mansión, dónde actualmente estoy revisando mis anotaciones sobre lo que ha sucedido y escribiendo en el pizarrón transparente frente a mí.
—No me gustan las adivinanzas. Solo dilo.
Sus dedos se desplazan de mi mano hacia el marcador entre mis dedos, me lo quita y yo me giro hacia él.
Michael odia que no le presten total atención.
Él está acostumbrado acaparar la atención de las personas cada vez que entra en una habitación, a no tener que pelear por tener la última palabra porque saben que él la tendrá y aquello no está en discusión.
—Piero Mancini. ¿Lo recuerdas?
Sí, el eterno rival de Michael. Recuerdo que después qué me obligó a dejar a Daniel, fui a una gala de máscaras dónde sabía que estaría Piero y tuve sexo con él, sabía que aquello enfadaría a Michael.
Y sí, se enfadó demasiado, más aún cuando Piero logró comprar una compañía que Michael quería.
—De forma muy vaga —respondo, recuperando de nuevo el marcador—. ¿Por qué lo mencionas?
Michael me da una mirada entre la diversión y la molestia ante mi descarada mentira, pero la deja pasar.
—Dijeron que está detrás de SIA Company.
—Y no puedes dejar que te gane esa empresa. ¿Verdad? Ya que tu ego no podría soportar aquel golpe.
Finjo preocupación y muevo mi mano para que él continúe hablando.
—No, por supuesto que no —responde—. Pero no fue por eso que nos reunimos, me dijo que quiere hacer una donación a la fundación Baizen. ¿Puedes creerlo? Obviamente sonreí y dije que estaba encantado con su buena voluntad. Que la fundación lo agradecía.
Los papeles de la fundación Baizen, están sobre su escritorio, desde que Michael tomó las riendas de todo, he sido yo la que está detrás de la fundación y es algo que me encanta.
La fundación está trabajando ahora en la construcción de una nueva ala para oncología en el hospital infantil. Es también en dicho hospital donde se dirigen la mayoría de los donativos.
—Y me estás contando esto, ¿por qué?
—Porque si te lo llegas a cruzar y te quiere invitar a cenar. Quiero que aceptes.
Le doy una mirada por encima de mi hombro y aquel brillo particular en sus ojos llama mi atención.
A veces Michael se olvida que no todos somos actores en el show que él dirige y que no puede darnos órdenes o pedirnos que sigamos un papel solo porque a él le da la gana.
Y a mí me encanta recordárselo.
—Pensé que Mancini estaba en la lista de personas con las que no debo tener sexo.
Y es una lista muy larga que siempre rompo cuando discutimos por algo serio. Son raras veces las que eso ocurre.
—Te estoy diciendo que aceptes cenar con él, nada más que eso. ¿Crees que puedes hacerlo?
Llevo una mano a mi mentón y muevo mi cabeza, fingiendo que pienso en su pregunta.
—No creo que pueda, son peticiones tan difíciles de seguir. Cenar con él y no tener sexo, muy difícil.
—Rhea, no estoy de humor para tus juegos.
—Y yo no estoy de humor para ser tu peón. Así que olvídalo, no cenaré con él o con cualquier otro que tú quieras, solo para conseguir información. Estoy harta de hacerlo. Consigue a alguien más. ¿Tal vez una de tus amantes del mes? ¿Crees que son capaces de hacer algo más que gastar tu dinero o calentar tu cama? O no sé, tal vez puedas hacerlo tú mismo, ¿no te crees con la capacidad?
Empiezo a recoger mis cosas y guardar los documentos en mi maletín, limpio mis manos y busco la carpeta con la información sobre la fundación para indicarle a Michael lo que debe firmar e irme.
Él toma la carpeta y la coloca sobre el escritorio, justo donde estaba antes y se para delante de mí con una media sonrisa, busca algo en su bolsillo y saca un bonito collar de un diamante negro recubierto por pequeños diamantes formando un As de picas.
—Es hermoso —le digo.
Amo los diamantes. Son tan lindos y brillantes.
—No más hermoso que tú, mi hermoso Ace.
Me hace una seña para que me gire y aparta mis largos rizos castaños de mi espalda y coloca el collar alrededor de mi cuello.
—Si me estás dando el collar para que acepte, pierdes tú tiempo. No lo haré, pero si me voy a quedar con el collar. Es hermoso, igual que yo.
Me da un beso en cada una de mis mejillas una vez que termina de colocar el collar.
—No, no es por eso. Pensé que te merecías un regalo especial después de tu brillante trabajo en el caso de Larson y manejando la situación de Patrick.
Murmura que mandó hacer el collar especialmente para mí.
—¿Y no me merecía también una pulsera a juego o aretes?
—¿Este collar no te parece suficiente?
Paso mis dedos por el collar y respondo que no.
—Yo merezco más que un simple collar. Pensé que a estas alturas ya lo sabías.
—Lo sé —me dice antes de sacar una pulsera a juego de su bolsillo y colocarla alrededor de mi muñeca—. Te conozco muy bien.
Hay mucho más detrás de esa declaración, pero no es el momento o el lugar para discutirlo.
—¿Cómo van las cosas con ese agente y su equipo? ¿Algo de lo que debamos preocuparnos?
Respondo que no.
—Nada de juegos de tira y afloja, y tampoco ninguna información nueva sobre nada.
—Bien, asegúrate que siga así.
—Haré mi mejor esfuerzo, pero ya sabes lo mucho que me gustan los juegos.
A veces es divertido dañar su buen humor y es mucho más divertido saber la facilidad con la que puedo hacerlo.
—Rhea, ya te dije que no estoy de humor.
Su voz es como acero duro, lo suficientemente duro como para cortar lo que le plazca.
Me inclino para dejar un beso en su mejilla y él me ayuda a ponerme mi abrigo.
—Adiós, Michael —me despido—. No asesines a nadie que no lo merezca.
—Adiós, mi hermoso Ace.
Mi problema con Michael siempre ha sido el control. Él quiere controlarlo todo, es genético, me suele decir, pero yo lo odio. Odio que me den órdenes y él lo sabe, y a veces, aun así, lo hace bajo la excusa de que es lo mejor para mí. A sido así desde que lo conocí cuando yo tenía trece años, después de perder a mis padres.
Cómo cuando yo me quería quedar con Daniel después que lo traicioné, ya que, a pesar de todo, sabía que él me aceptaría y me perdonaría. Me amaba tanto que hubiera hecho cualquier cosa para no perderme. Pero Michael dijo que no, que era demasiado arriesgado y que, si no me alejaba, mataría a Daniel y a su padre. Los dejó vivir solo porque yo me fui y por esa razón, yo tuve sexo con la persona que sabía que lo haría hervir de coraje.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta Owen cuando abro la puerta del apartamento.
Me está observando con su pose habitual de manos sobre la cinturilla de su pantalón, mostrando de esa manera los músculos de sus brazos y estoy segura que esa pose logra intimidar a muchos, pero a mí no.
—¿Acaso te volviste más idiota durante el tiempo que estuve en el trabajo? Vivo aquí.
—Tengo una reunión con mi equipo.
Para evitar un conflicto como el sucedió un poco después de la muerte de Patrick cuando yo estaba molesta por la postergación del caso de Helena, y la discusión de Owen se calentó demasiado, llegamos a un acuerdo de que cuando él y su equipo se reúnan, yo estaré fuera y él, a cambio, dejará de decirme su majestad.
Pero hoy es viernes y no me apetece nada más que acostarme en el sofá y leer un poco para despejar mi mente.
—¿Y eso qué?
—Conoces las reglas —me recuerda—. Tú eres el enemigo.
—Ni siquiera estoy trabajando en un caso relacionado con el tuyo, y lo sabes porque, ¡Vivo aquí! Además, ya deberías rendirte sobre ese caso en el que trabajas, llevas años y nada.
El sonido de metal golpeando algo llama mi atención y veo a Lorna debajo del lavado arreglando el lavavajillas que Jay volvió a dañar.
Ella me saluda y yo le devuelvo el saludo.
—Deja de ser tan llorón y déjala quedarse —le dice Lorna—. Ni siquiera vamos a discutir nada importante, porque no hay información nueva.
Ella me agrada. Es fría y seca para dirigirse a otros y su filtro ante ciertos temas suele ser casi nulo.
Pero, sobre todo, siempre está oponiéndose a Owen.
—Gracias, Lolo.
—Si me vuelves a decir así te asesinaré.
Yo me río.
—No si yo te asesino primero, Lolo.
—Uno de los peores errores de mi vida fue juntarlas a ustedes dos —nos dice Owen—. Y por favor, ¿podrían intentar no asustar a Jay está noche? Su terapeuta se va a hacer millonario tratando de ayudarlo con los traumas que ustedes le crean.
Lorna levanta la cabeza desde donde se encuentra y sus ojos buscan los míos, ambas compartimos una mirada y nos reímos ante el recuerdo de la última broma que le hicimos a Jay, dónde le hicimos creer que yo había asesinado a Lorna y que me iba a deshacer de su cuerpo.
Pobre, se desmayó del susto y cuando despertó, todo estaba normal. Sin cuerpo, sin sangre. Fue cuando parecía que se iba a volver a desmayar que le dijimos que todo había sido una broma y como el chismoso que es, le contó todo a Owen.
—No prometo nada —le dice Lorna—. Es solo que, él siempre está de buen humor. Es algo difícil con lo que lidiar. ¿Cómo alguien puede estar de buen humor casi todo el tiempo? Él esconde algo.
Lorna siempre esta observando a Jay, dice que le encantaría abrir su cerebro y ver lo que hay ahí. No sabemos si eso es bueno o malo.
—Lorna, vamos, él no esconde nada.
—Sí, su media neurona no le permite pensar demasiado como para esconder algo —comento.
Lorna chasquea la lengua y sigue comentando lo raro que es el que Jay, sin importar las bromas que le hagamos, nos siga sonriendo como si nada. Ella cree que él planea una forma de desquitarse de nosotras.
Yo sí creo que ella está siendo un poco paranoica y que estar rodeada de criminales le está afectando un poco. A pesar que como ella dijo, no perfila a las personas que la rodean porque lo considera invasivo.
—Iré a mi auto por unas herramientas que me hacen falta —nos comenta antes de salir.
Owen me sigue mirando molesto desde la mesa por mi negativa a irme.
—No importa las miradas que me des, no me voy a ir.
Busco en mi cartera el pequeño recipiente con las galletas que preparé en la mansión y me acomodo en el sillón con aquel recipiente abierto.
—¿Sabes? Es un hermoso collar —comenta Owen y podría pasar como algo dicho a la ligera, pero yo sé que no lo es—. No recuerdo que lo tuvieras cuando saliste hoy del apartamento.
—Y yo no sabía que estabas tan pendiente de lo que uso o dejo de usar. Espera, ¿acaso te estás enamorando de mí? Porque si es así, bueno, ya recuerdas lo que apostamos.
La mirada de Owen no se aparta de mi rostro mientras yo hablo, y llevo una de las galletas que preparé a mi boca para darle un mordisco y él me sigue mirando.
Es difícil saber si lo hace para molestarme o por alguna otra razón.
—¿Qué? ¿Acaso tengo algo en la cara?
Owen me sonríe, se levanta desde dónde está y camina hacia mí, estira su mano y limpia mi labio con su pulgar, deslizando su dedo por mi labio inferior sin esfuerzo, antes de llevarse dicho dedo a su boca.
—Tenías algo en tu labio, Rhea. Ahora bien, ¿sobre qué estábamos discutiendo está vez?
Lo veo regresar a dónde estaba y ahora soy yo la que no puede apartar mis ojos de él.
Nada de juegos de tira y afloja —me recuerdo.
—¿Se ha quedado sin palabras, majestad?
El juego de tira y afloja consiste en poner a dos equipos intentando conseguir un mismo objetivo. Tirando de una cuerda hasta lograr conseguir ganar, sin aflojar la cuerda porque de hacerlo, pierden.
No siempre gana el equipo más fuerte, sino el que tiene mejor estrategia a pesar que se supone es un juego de fuerza.
A mí me encanta ese juego, pero suelo darle la vuelta. Una versión mejorada, suelo llamarlo yo.
—¿O acaso el gato te mordió la lengua?
Tira y tira, hasta que la otra persona ceda y afloje la cuerda.
—Mi lengua está bien, ¿quieres comprobar?
—No, voy a confiar en tu palabra.
—Tu perdida.
La puerta suena y yo me levanto para abrirla y así dejar de observar a Owen, y sus camisas negras que marcan muy bien su cuerpo o los tatuajes de su brazo que me llaman la atención, por lo artístico, obviamente solo por lo artísticos que son, no por otra cosa.
No es que yo tenga algo por las personas tatuadas... Bueno, está bien, si lo tengo.
—Tú no eres Lorna —le digo al hombre al otro lado de la puerta.
Él hombre no necesita presentarse porque yo sé quién es, reconozco esa barbilla y la pose en cualquier parte. Es el abuelo de Owen. El parecido es indiscutible.
Me hago a un lado y lo dejo pasar, no sin fruncir mi rostro ante la forma en la que me mira.
—Yo te conozco —me dice él—, eres la abogada por la que mi nieto perdió su trabajo.
—Sí, soy Rhea Nolan.
Los ojos del hombre, tan fríos y hostiles, cómo todo él, buscan a Owen.
—¿Y la tienes viviendo aquí en tu apartamento? Vaya que eres una decepción aún peor de lo que yo pensaba.
El buen humor y el ambiente que había antes en el apartamento, cambia de forma drástica.
Observo a Owen esperando que le responda algo a su abuelo, pero él solo agacha la cabeza, cómo aceptando lo que le han dicho.
—Vine a dejarte está invitación de la gala del FBI, le harán un homenaje a tu padre. Así que haznos el favor de no ir. Ya nos has humillado suficiente y lo último que necesitamos es que justamente en esa noche, lo sigas haciendo.
Me repito en mi mente que eso no es asunto mío, que la relación de Owen con su abuelo, el único familiar que le queda, no me importa. Me sigo repitiendo aquello, pero también recuerdo la forma en la que se sentó conmigo en el suelo observando el Mago de Oz y hablándome de su mamá y sobre su padre.
—No veo cuál sería el problema si voy. Es mi padre quien será homenajeado y me gustaría estar ahí.
—¿No lo ves? ¡Ya ni siquiera eres un agente federal! Te invitan por cortesía y pena, nada más. Y si tanto te importa tu padre y su memoria, no irás.
Owen es demasiado bueno como para decirle a su abuelo lo que merece.
—Fuera —le digo al hombre.
Pero yo no lo soy.
—¿Qué? ¿Quién te crees que eres?
—Soy Rhea Nolan, señor y será mejor que recuerde mi nombre, porque si no se va ahora, será lo último que escuchará en su vida.
—Rhea...
Ignoro a Owen y sigo hablando.
—No, no voy a dejar que usted venga aquí y le diga a él ese tipo de cosas. ¿Quién se cree usted que es? No es nadie, perdió cualquier derecho de hablar con él, en el momento que le dio la espalda después de la muerte de su hijo. Porque estoy segura que a su amado hijo le daría mucha vergüenza saber lo que hizo. Así que fuera. Ahora.
Abro la puerta y le hago una seña al hombre para que se vaya.
—Y para su información, si irá a esa gala. ¿Y sabe con quién? Conmigo.
No le da un infarto en este preciso momento de puro milagro, pero yo sonrío ante su expresión y la forma en la que se ha quedado sin palabras antes de cerrar la puerta en su cara.
Está vez, cuando la puerta vuelve a sonar si es Lorna y es Owen quien abre, dejándola pasar y saliendo del apartamento una vez que ella ha entrado.
—¿Se estaban matando mientras yo no estaba?
—Peor, vino el abuelo de Owen.
Le enseñó la invitación y le cuento a Lorna lo que él abuelo le dijo.
Miro hacia la puerta y tengo un debate moral entre lo que debo hacer y lo que quiero hacer.
—Creo que debo ir a buscarlo, porque le dije algunas verdades a su abuelo antes de decirle que se fuera y no sé, creo que eso podría molestar a Owen.
Es entendible, a mí tampoco me gusta que las personas se metan en mis dinámicas familiares.
La cabeza de Lorna gira tan rápido que me sorprende que no se haya lastimado.
—¿Echaste al abuelo de Owen? Vaya, eso es bueno. Creo que te ganaste un vaso de Whisky.
—Lolo, por eso me agradas.
—¿Alguna vez dejaras de llamarme, Lolo?
Yo le sonrío.
—Cuando deje de molestarte que te llame de esa manera.
—Tú y Owen son más parecidos de lo que crees.
Eso me hace detener en seco y me giro hacia Lorna.
—¿Por qué lo dices?
No debería importarme, me digo, Lorna ni siquiera me conoce como para emitir un comentario así. Pero de todas formas me quedo esperando una respuesta de su parte.
—Creo que con el tiempo lo averiguaras —responde.
El problema es que no tenemos suficiente tiempo.
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