1. Primera regla: no confíes en mí.
Control – Halsey (0:24 – 1:34)
Tenía siete años la primera vez que busqué la palabra dinastía en un diccionario, quería saber y entender porque mi familia hablaba tanto sobre ellas, cuál era su importancia y porque parecía que al final del día, mantener la dinastía era lo único que importaba.
¿Era nuestro apellido tan importante? ¿Valia acaso todos los sacrificios que se requerían para mantenerlo? Según mi padre, sí.
Recuerdo que el diccionario me mostró dos significados y al leerlos, sentí que el segundo iba más acorde con los miembros de mi familia: "Periodo de tiempo durante el cual está en el poder una dinastía". Asumí que dinastía hacía referencia a una familia —lo cual no estaba alejada de la realidad—, y si sabía algo con certeza sobre mi familia, es que amaban el poder más que a nada. Dudo mucho que haya algo que ellos amen más que el poder y lo que pueden hacer con él.
No se trataba de mantener a la familia unida, como mi padre decía, se trataba de mantener el poder y que aquel poder recaiga solo sobre un único núcleo: nuestra familia.
Después de entender aquello, entendí otra cosa muy importante: el poder trae grandes consecuencias y no puedes obtenerlo sin mancharte las manos y causar algunos daños. Es por eso que al caminar hacia al edificio donde trabajo, no muestro ninguna emoción mientras veo a la señora Rivas, la esposa de una de las tantas personas que fueron afectadas por el sistema Ponzi de la familia Larson, de pie, como todos los días esperando por mí para decirme la terrible persona que soy.
—¡Es usted un monstruo! —me grita, lo cual no es nuevo, me suele gritar lo mismo casi todos los días, se está volviendo aburrido— ¡Mi esposo se suicidó por culpa de esa familia! ¡Y usted lo dejó en libertad! Ojalá algún día pague por todo el daño que está causando. ¿Cómo puede estar tan tranquila con todas las vidas que ha afectado?
Es la pregunta del millón y ojalá tuviera una respuesta para ella o las demás personas, pero no la tengo, al menos no una que satisfaga a las masas. No sabría cómo explicarle que soy de esta forma porque me educaron de cierta manera, que me hicieron así, que me convirtieron en lo que mi familia necesitaba para seguir manteniendo la dinastía que ha sido nuestra familia por años y años.
Los sentimientos son una debilidad —me decía sin parar mi madre.
El amor es una debilidad —me recordaba mi padre.
Y yo, como la buena hija que soy, aprendí muy bien la lección. Me tomó un tiempo, pero lo aprendí.
—Pero hay un Dios y le juro que un día usted va a pagar por todo el sufrimiento que está causando.
Si existe un Dios tal vez debió pedirle a él por su esposo —pienso.
O a lo mejor yo podría mandarla con su amado esposo y ahorrarnos todo este teatro por las mañanas.
—Buenos días, Jeff. Por favor, llama a seguridad y que se lleven a la señora Rivas. No queremos que incomode a los demás.
Además, ya ha tenido sus cinco minutos de desahogo del día. No hay que darle más o se podría acostumbrar.
—Buen día, abogada y si, enseguida lo haré. ¿No va a presentar cargos? Porque parece que la señora Rivas no se va a detener.
Ladeo la cabeza y miro a Jeff.
—No, por supuesto que no. Es solo una pobre mujer que perdió a su esposo, ¿cómo podría causarle más dolor?
Por supuesto, Jeff, como todos los demás, me compra la fachada de compasión. Cuando la realidad es que no presento cargos porque el arrebato de la señora Rivas me será muy útil en el siguiente caso.
—Ten un bien día, Jeff.
Mientras camino hacia el ascensor escucho a Jeff llamar a los de seguridad para que se lleven a la señora Rivas.
El caso de ella fue uno de los tantos casos que leí mientras sucedida el juicio. No es el más terrible, es solo un caso más. Un caso donde lamentablemente el señor Rivas decidió confiar todo su dinero y la hipoteca de su casa en la maravillosa oferta del señor Larson. Lo perdieron todo, igual que el resto de miles de familias que confiaron en aquel sistema Ponzi. El señor Rivas no soportó y se suicidó, y su esposa ha venido aquí todos los días después del juicio para recordarme el monstruo que soy.
Pero yo solo estaba haciendo mi trabajo. ¿Cierto?
No fui yo quien decidió ser ingenua y confiar en alguien como el señor Larson. No fui yo la que le dijo al señor Rivas que se quite la vida. Yo solo estaba haciendo mi trabajo.
—Buenos días, Kate. ¿Qué tenemos para hoy?
Kate, mi asistente, sonríe cuando dejo un vaso de su café favorito en su escritorio y me entrega mi correo. Ella ama el café que yo preparo, dice que es mágico.
—La Sra. Helena la está esperando en su oficina —me informa Kate.
—Gracias, Kate.
Helena Santos es la prometida de Carlo Abrams, socio del señor Larson y a quien en su juicio encontraron culpable y ahora está en prisión cumpliendo treinta años de cárcel.
Echaron a Helena de la mansión en la que vivía con su prometido, ya que todas sus riquezas y bienes fueron congelados debido a lo sucedido. Sin mencionar que las oficinas y torres pertenecientes al señor Abrams también fueron cerradas, dejando a Helena y su pequeña hija de casi dos años, Sofia, sin nada. Porque incluso tienen congelado el fondo fiduciario de la pequeña Sofia, ya que la fiscalía sostenía que Helena era cómplice de su prometido, pero no hubo evidencias suficientes para demostrar que ella era parte de aquella estafa.
—Helena, hola, buenos días —la saludo cuando entro en mi oficina.
El portabebés está en el piso, junto a la silla donde ella está sentada y Helena tiene a su hija sentada en sus piernas. La niña gorgojea y mueve sus manos sosteniendo el juguete que su mamá mueve frente a ella.
Los ojos de Helena me miran con amabilidad mientras me saluda.
—Lamento venir a molestarte —me empieza a decir ella—, pero solo quería saber cómo van las cosas referentes al fideicomiso de Sofí. No quisiera molestar, pero estoy algo desesperada. Yo no tengo familia y los que decían ser nuestros amigos me dieron la espalda cuando todo ese escándalo estalló. Estoy con las manos atadas y el poco dinero que tenia se está acabando. Además, lo último que alguien quiere es contratar una contadora que está envuelta en un escándalo de estafa.
Fue justamente el periodista de quinta, Jay Lambert, con quien el ex agente se está quedando, quien sacó la investigación sobre Carlo Abrams y su participación en la estafa de inversión del señor Larson. En su reportaje ponía, "pruebas", de que Helena también era conocedora de todo aquello.
Pero no, Helena no sabía nada, se sintió tan traicionada cuando todo ese escandaló salió a luz.
—No es ninguna molestia, Helena. No te disculpes, yo entiendo muy bien tu desesperación. Referente a tu caso, estoy agilitando las cosas lo más que puedo, espero tener buenas noticias para ti en unos días y si necesitas algo, por favor, no dudes en avisarme.
Su esposo no quiso que yo lo represente, dijo que mi profesionalismo estaría sesgado y que quería un colega, de preferencia hombre, cuya toma de decisiones no se vean afectadas por sus emociones.
Estoy segura que ahora estando en prisión mientras el señor Larson está en alguna isla disfrutando se su libertad, el señor Abrams se debe estar arrepintiendo de su decisión.
—Gracias, Rhea, pero no me gustaría causarte más molestias. Ya haces suficiente con llevar mi caso sin paga. Eres un ángel caído del cielo.
Según la biblia, los ángeles caídos son de hecho, demonios. Así que sí, su observación sobre mi podría ser cierta.
—No tengo palabras para agradecer tu ayuda y apoyo en toda esta situación. Realmente no entiendo porque lo haces y más aún, porque decidiste ayudarme sin cobrarme un solo centavo.
¿Cómo podría hacerlo? Ella no tiene nada y solo fue víctima de las circunstancias. Ayudarla es mi buena acción del día. Siempre suelo hacer algo como eso después de un juicio como ese.
Aunque una buena acción no quita las acciones malas que he cometido, y vaya que yo tengo una lista muy larga de malas acciones y no es una lista que se vaya a detener, por el contrario, solo parece que va a crecer y crecer.
—No tienes nada que agradecer, Helena.
Me despido de Helena y de su hija para continuar con mi trabajo.
Mi teléfono privado suena después del almuerzo y veo que es mi madre.
—Hola, madre.
No es mi verdadera madre, es en realidad mi madrastra, pero ella me dice que el termino madrastra es tan hortera y no acorde con ella, y si algo he aprendido con los años de conocerla, es que es mejor no discutir con ella por esos temas triviales.
Con los años he aprendido a elegir mis batallas.
—Rhea, es tan bueno escuchar tu voz. ¿Cómo estas, hija?
Pongo los ojos en blanco, la conozco lo suficiente como para saber que ella no me está llamando para saber cómo estoy, que lo hace porque hay un objetivo detrás de su llamada.
—¿Qué sucede madre?
—Tú hermano estuvo preguntando por ti, quiere que lo llames.
Y ahí está la razón.
—¿Por qué? ¿Quiere saber mi opinión sobre su traje de la prisión? Solo dile que el naranja es el nuevo negro.
Mi madre suelta una suave risa.
—No mates al mensajero, Rhea. Dime, ¿por qué no has llamado a tu hermano?
—Porque no necesito nada de él. Estoy aquí por negocios madre, él lo sabe.
¿No es eso lo que hacemos? Sacamos provecho de lo que otro puede ofrecernos y una vez que hemos conseguido lo que queremos, simplemente hacemos a esa persona a un lado. Es una de las primeras cosas que nos enseñan hacer. Lo siguiente que nos enseñaron es que jamás debemos mostrar debilidad.
Los perdedores son débiles —me decía mi padre mientras me enseñaba a jugar ajedrez—, y nosotros no somos lo uno, ni lo otro.
Y yo jamás pierdo.
—Bueno, y no te olvides de cubrir tus cicatrices, las cámaras las podrían ver —me dice ella.
Miro mis muñecas cubiertas por las mangas largas de mi camisa negra y de forma inconsciente tiro de las mangas hacia adelante, un hábito del pasado que algunas veces aún se desliza en mi presente.
Cómo el recuerdo que me invade ahora.
Mis ojos parpadean varias veces hasta adaptarse a la luz y miro alrededor para saber dónde estoy. Es un hospital. Estoy en la cama de un hospital, en una elegante suite, con vendajes cubriendo mis brazos, con una máquina que hace un sonido que me resulta algo irritante, pero a parte de ese ruido, hay un silencio sofocante en la habitación.
Hasta que la puerta se abre y veo a mi hermano mayor entrar, su cabello negro está un poco más corto.
Patrick entra y me mira con una expresión ilegible.
—¿Qué haces aquí? ¿Te perdiste en tu vuelo hacia el país dorado dónde solo viven los hijos perfectos? Un lugar donde eres el único que cree que pertenece ahí.
Lo veo fruncir los labios y recorrer las ataduras en mis muñecas y tobillos mientras se acerca.
—No es el momento, ni el lugar para tus bromas, Rhea.
Su voz es fría y algo severa, me recuerda un poco a nuestro padre y reprimo el impulso de poner los ojos en blanco.
—¿Así que es muy temprano para hacer bromas sobre mi intento fallido de suicidio? ¿Cuánto más debo esperar? Porque tengo una larga lista de bromas sobre el tema.
Acerca su mano y la cierra alrededor de mi muñeca, justo donde sabe que están mis heridas. Yo muerdo mi labio con fuerza para evitar llorar por el dolor y él suspira con decepción.
—Intento fallido, hermana, ahí está el problema —murmura—. Si esto es lo que quieres, esfuérzate más la siguiente vez —él retira su mano sin apartar sus ojos de mí—. De todas formas, a nadie le importas, pero yo decidí visitarte, así de buen hermano soy. Solo promete que no fallaras la próxima vez.
Yo tenía trece años —mi madre biológica acababa de morir hace tres meses y nuestro padre hace solo dos semanas—, y él veintiuno cuando eso sucedió. Esas fueron sus palabras ante lo que yo había hecho. No estaba preocupado por mí, solo decepcionado porque había fallado.
Ya no soy esa persona —me recuerdo—. Nunca más seré esa persona.
Por eso me alegra que él ya no sea parte de mi vida.
—Ten un buen día, madre.
Termino la llamada y aparto esos recuerdos y pensamientos de mi mente, para concentrarme en mi trabajo.
Kate me da un resumen de aquello que las revistas, periódicos y medios están diciendo sobre el caso, que a pesar que ya ha pasado un mes y medio del mismo, aún sigue siendo noticia. También me entrega un sobre marrón que acaba de llegar, me dice que seguridad ya lo ha revisado y que no hay nada sospechoso.
Yo abro con cuidado el sobre y veo que es una nota. Otra amenaza.
—¿Debo llamar a la policía? —me pregunta Kate.
Ella luce algo preocupada.
—No, Kate. No será necesario.
—En serio no entiendo cómo no te asustan ese tipo de notas. ¿No sientes ni siquiera un poco de miedo?
Enarco una ceja hacia ella y sonrío de forma leve, pero no doy ninguna respuesta.
¿Cómo le explico que no siento miedo porque la realidad es que yo no siento nada? Nada. Las emociones están apagadas, ni siquiera sé en qué momento sucedió y tampoco me importa, porque así puedo ser la persona que se supone que debo ser. Las emociones y los sentimientos serían solo una distracción, no podría hacer de forma correcta mi trabajo, no podría enfrentar la vida que llevo.
Las emociones me volverán de nuevo débil —me recuerdo—. Y el mundo aplasta a los débiles.
A veces, en la soledad de mi apartamento, me pregunto, ¿qué sería de mi si en algún momento vuelvo a sentir algo? Si eso llegara a suceder, no creo que todos aquellos sentimientos sean buenos, porque, para empezar, yo no soy una buena persona.
—Con el tiempo te acostumbras —respondo.
—¿De verdad? ¿Cuánto tiempo te costó acostumbrarte?
Me encojo de hombros.
—Un tiempo. Es más fácil cuando no tienes personas cercanas a ti a las que puedan lastimar.
Eso es mitad verdad, mitad mentira.
—¿Nadie?
Niego con la cabeza.
—No, siempre he sido solo yo.
Eso no es del todo una mentira.
Para mi madre biológica su trabajo siempre iba primero y después iba ella, yo ni siquiera entraba en su lista.
Así que me acostumbré a estar sola, porque mientras mi madre estaba enfocada en su trabajo, mi padre estaba obsesionado con su legado solo llenándome de cosas materiales y olvidándose de todo lo demás como tiempo y estar a mi lado. Ninguno tenía tiempo para mí. A mí padre solo lo veía una vez al mes, a veces, si tenía suerte, dos veces.
—¿Podrías por favor, sacar un informe sobre el caso de la señora Sonia y archivarlo? Te lo agradecería mucho.
Kate me responde que sí y sale de mi oficina.
Es solo cuando me he quedado sola, que dejo que un recuerdo de filtre en mis pensamientos mientras miro el premio que me dieron por el caso Larson.
La puerta de la casa se abre y yo corro para recibir a mi mamá, la he extrañado mucho, no la he visto en todo el día porque ella está muy ocupada en su trabajo como abogada.
—Dios mío, Rhea, ¿por qué estás tan sucia?
El desprecio en la voz de mi madre es algo que estoy aprendiendo a reconocer y tratar de evitar, pero aún es una habilidad que estoy tratando de mejorar.
—He estaba jugando —le digo con la mayor claridad que me es posible, al pensar en el escozor fantasmal en mi mejilla al pensar en la última vez que balbucee frente a ella.
—¿Jugando? —la palabra es escupida cómo si fuera la peor de las desgracias.
Yo solo quiero que ella me diga que he hecho mal, que me castigue y me deje ir aprender cómo puedo ser mejor hija.
—Tienes seis años y, ¿estabas perdiendo tu tiempo jugando?
—Lo siento, señora.
Ella odia que la llame mamá incluso cuando solo somos las dos.
—¿Qué estabas jugando?
—A construir un fuerte —respondo con la cabeza gacha y mis manos cruzadas frente a mí.
No por vergüenza, sino porque sé que si miro hacia arriba, mi madre me va a golpear, y si me muevo de forma nerviosa, el golpe será doble.
Mi madre me dice que es para forjar mi carácter y que no sea débil.
—No puedo creer que tú padre piense que eres inteligente —me dice—. ¿Sabes los problemas que nos evitaríamos si tu padre viera que solo eres una pequeña niña ordinaria que jamás llegará a nada?
Mi cabeza se levanta de golpe, pero me obligo a bajarla antes de encontrarme con los fríos ojos de mi madre.
—Lo siento, señora, pero no entiendo.
Prácticamente puedo sentir su desprecio.
—Por supuesto que no entiendes, solo trata de permanecer en la realidad, Rhea. No eres la princesita especial que tu papá cree.
Aún estoy trabajando en ocultar la decepción que me embarga cada que mi madre me trata con tanto desprecio.
Alejo ese pensamiento y vuelvo a mirar el premio frente a mí.
Ya no importa lo que mi mamá pensaba, ella está muerta. Yo gané un premio que ella jamás logró ganar y demostré que no soy una total decepción. De hecho, he luchado tan duro para ser mejor abogada que ella, entonces, ¿por qué no se siente suficiente?
Suelto una bocanada de aire y enciendo la televisión donde están entrevistando a Michael Baizen, uno de los empresarios más importantes del país, y también una de las personas más odiadas y amadas en partes iguales.
—¿Quién diría que construir un imperio basado en la fabricación de armas haría eso? —pregunto con sarcasmo.
Es un hombre inteligente y es también él, quien está realmente detrás de toda la estafa Ponzi de Larson, pero no hay rastro hacia él, nada. Ni siquiera migas de pan que se puedan seguir.
Ni siquiera se ha mencionado su nombre en ninguna investigación o la vinculación de alguna de sus empresas.
—¿De qué me sirvió estudiar derecho si por ti pierdo el juicio?
No hay necesidad de apartar mis ojos de la nota para saber que quien acaba de entrar a mi oficina sin tocar, es Paul Reed, al que todos los días me cuestiono, ¿por qué mierda lo contraté?
Él se inclina cerca del escritorio y observa la nota que me acaban de entregar.
—¿Soy yo o estás amenazas están perdiendo su creatividad? No sé, antes al menos se molestaban en lanzar amenazas menos genéricas o amenazar con asustar a algún familiar.
—No tengo ningún familiar al que puedan amenazar —le digo con una media sonrisa.
Chasquea su lengua y mueve su cabeza de forma negativa.
—Entre las notas de amenaza que he visto en mi vida, a esta le doy un cinco. Muy decepcionante.
—¿Cinco? —le pregunto— Que generoso, yo le doy un tres. Ahora dime, ¿qué haces aquí? Te pago para que investigues, no para que estes molestándome.
—Soy multifacético, Rhea, puedo hacer muchas cosas a la vez.
Paul es investigador judicial y yo lo traje conmigo cuando vine por este caso.
—¿Cómo molestarme?
—Sí, entre otras cosas. Pero vine para llevarte al bar de Rony.
Miro mi escritorio y el premio antes de acetar.
El bar al que vamos queda cerca del trabajo, lo descubrí por casualidad y me gustó.
—Mis tragos también van a su cuenta —le dice Paul a Rony apenas y llegamos—. Hola Roro, es bueno verte, lindo peinado.
Me acomodo en uno de los asientos frente a la barra, Paul se queda de pie junta a mi mirando alrededor.
—Lo que ordene mi persona favorita —me dice Rony.
Me agrada Rony, tiene un sentido del humor similar al mío y las interacciones que tengo con ella son ligeras y me ayudan a olvidarme un poco de los problemas.
Rony me señala con el mentón a un hombre sentado solo en una mesa.
—Es divertido y callado —me dice ella—Creo que es tu tipo.
—Tú no tienes un tipo Rhea, literalmente sueles escogerlos de Tin Marín de do pingüe.
Golpeo a Paul en el brazo.
—No veo el sentido a perder mi tiempo cuando todo lo que quiero es sexo.
Tomo el trago que Rony me ofrece y me acerco hacia ese hombre. La conversación me aburre y aligero las cosas diciéndole exactamente lo que quiero, algo que lo toma por sorpresa, pero se recompone con facilidad.
Veo al ex agente correr hacia mi con un ramo de flores cuando me ve llegar al edificio.
—¿Qué quieres que haga con esto? —le pregunto cuando extiende el ramo hacia mí, pero yo no lo tomo.
Odio las flores.
El desconocido junto a mí también lo mira con curiosidad.
—Es para disculparme por la forma en que reaccioné cuando me dijiste que tenias herpes —me dice el ex agente.
Por un par de segundos, unos muy largos, parpadeo, confundida sobre a quien le está diciendo eso, hasta que me doy cuenta que es a mí. Pero, ¿a este imbécil que le pasa?
El hombre rubio a mi lado se separa de mí y me mira de pies a cabeza con una clara preocupación en su mirada.
—¡¿Qué?!
—Sí, ya sabes, recuerdo lo mal que dijiste que estabas con todas esas llagas ahí abajo.
—¡No tengo ninguna enfermedad de trasmisión sexual!
El imbécil ex agente finge estar ofendido por mis palabras.
—No, no, no es bueno que niegues algo como eso. Creo que aquí, tu compañero podrá entenderlo, tal y como yo debí hacerlo en su momento.
El hombre que conocí en el bar nos mira a ambos antes de salir corriendo del edificio.
Una risa, que obviamente no proviene de mí, llena el ascensor y yo debo recordarme que hay cámaras y que el asesinato es ilegal.
—Owen uno, Rhea cero —canta él.
—Te juro que te vas arrepentir por esto.
—Palabras, palabras y más palabras, pero nada de acciones.
Y eres demasiado hermosa e inteligente como para ir a prisión —me repito una y otra vez en mi mente.
—Además, es muy desconsiderado con tus vecinos el desfile de hombres que tienes en el edificio. Un hombre diferente cada día ya es cansado de ver.
—Tú eres uno para hablar. ¿Verdad? Y dime, ¿cuándo los vecinos hicimos una reunión y te nombramos supervisor de la castidad y decencia del edificio?
No espero una respuesta de su parte porque entro en el ascensor.
Cuando me bajo y llego a mi puerta veo una nota:
¿Lista para admitir la derrota?
Postada: Las enfermedades de trasmisión sexual no son algo de lo que debas avergonzarte.
—¡El muy hijo de...!
Pero si él cree que con ese jueguecito de niños me va a ganar, está muy equivocado.
Lista de cosas por hacer: 1. Vengarme del estúpido ex agente Owen West.
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