8
Era mediodía. Dalia llevaba poco más de cuatro horas despierta.
—Dalia, quiero que veas esto—dijo Joshua sentado al borde de la piscina. Dalia nadó hacia él para ver a qué se refería. Vio que él tenía en sus manos una pequeña caja de plástico y un frasco con una etiqueta.
—Esto es lo que uso para nadar con sirenas, delfines y tiburones—explicó él. Dalia abrió los ojos a toda su expresión, ansiosa por saber más.
él le entregó la caja y le pidió que tuviera mucho cuidado. Ella la abrió con delicadeza y miró adentro un par de círculos transparentes color rojo. Eran del tamaño de los aretes de perlas que Yukie solía usar a menudo.
—Tristemente no tengo tu asombrosa visión bajo el agua, todo me es borroso. Con estos soy capaz de ver bien, no tanto como tú, por supuesto.
La sirena lo vio colocárselos con destreza. Esos círculos se adaptaron al tamaño de sus ojos y, tras parpadear un par de veces, la mirada de Joshua se tornó tan carmesí como la de ella.
—Elegí unos del color de tus ojos, ¿te gustan?
Ella asintió. Toru también usaba, pero los suyos eran transparentes. Unos de color azul le quedarían bien.
El entrenador abrió el frasco y sacó una cápsula amarilla y negra.
—Y con estas respiro bajo el agua. El efecto dura 15 minutos, solo puedo ingerir dos al día.
Dalia tomó la cápsula y la estudió detenidamente. Nunca dejaba de impresionarse por todas las cosas que los humanos podían hacer. Tal vez en poco tiempo crearían una cápsula que convertiría su cola bífida en un par de piernas por un rato. Unas piernas largas como las de Hanako, no como las de Kaede, quien las tenía cortas y un tanto gruesas.
Joshua pasó la siguiente hora contándole a Dalia lo que hizo esa mañana mientras ella dormía: vio la televisión, leyó un artículo sobre peces guppy en el número más reciente de National Geographic y habló brevemente por teléfono con Mai, quien vendría en un rato.
—Hay que nadar mientras la esperamos—dijo, y Dalia asintió con entusiasmo.
El hombre ingirió una pastilla, entró a la alberca y nadó junto a ella. Era la primera vez que Dalia lo veía sumergirse. Dentro del agua era mil veces más atractivo: se movía con ligereza, despacio, elegante. Dalia no podía dejar de verlo.
Deseó poder hablar para decirle todo lo que sentía en ese momento y cada que lo tenía cerca. Sonrió levemente. Aunque pudiera, no encontraría las palabras indicadas.
Lo imaginó en esa misma alberca, rodeado de varias sirenas. De seguro era impresionante ser testigo de algo así: ver en total sumisión a esas bestias sedientas de sangre, aceptándolo como si fuera uno más de ellas. Dalia nunca había tenido ganas de devorar humanos, pero no tenía dudas que, de ser una sirena común, igual sería incapaz de ponerle una garra encima a Joshua.
Mai llegó al poco rato. Usaba un vestido con estampado de flores, parecido a varios que Dalia había visto en las turistas.
—¿Cómo se ha portado?—preguntó la veterinaria a Joshua, dejando una enorme mochila junto a una tumbona a cierta distancia de la piscina.
—Se ha portado muy bien. Es encantadora—respondió él, haciendo sonreír a Dalia. Mai volteó a verla: tenía un codo sobre el borde de la piscina, con la mejilla apoyada en la palma de su mano.
—Es la primera vez que la miro en movimiento fuera del tanque—dijo—. Es...increíble. Cuando Kaede, mi compañera, me habló de usted, no podía creer todas sus hazañas. Ese día saliendo del trabajo fui a la biblioteca para investigar sobre usted y no me quedaron dudas. Usted es un superhumano.
Joshua se ruborizó. Lucía aun mas lindo así.
—No, para nada.
—¿Cuánto tiempo lleva dedicándose a esto?
—Doce años. Empecé a los veinte, era joven y temerario.
—Lo sigue siendo.
El hombre rió.
—¿Va a darle alguna medicina a Dalia? Puedo ayudarla.
—Sí, sus vitaminas, y también voy a aplicarle su crema corporal.
—¿Solo eso?
—Así es.
—En ese caso déjemelas aquí y yo me encargo. No me gustaría ver a Dalia paralizada por poco más de dos horas.
Mai asintió.
—Está bien. En ese caso...creo que ya debería irme.
él la ponía nerviosa, Dalia podía notarlo.
—¿Tiene prisa?
—No realmente...
—Entonces quédese un rato. Tengo limonada.
Mai no pudo negarse. Dalia la vio ponerse cómoda en la tumbona y a Joshua ir por la limonada. Seguía empapado, el cabello le cubría un ojo. Mai lo estudió con discreción cuando regresó. Esos brazos y piernas torneadas la dejaban sin palabras.
—¿Cómo fue la primera vez que entró a un tanque con sirenas?—le preguntó cuando él se sentó en otra tumbona al lado de ella.
—Fue en el Mermaid Aquarium de California. Yo quería ir a SeaWorld, tenía un par de amigos ahí, pero no habían abierto ninguna convocatoria por el momento. En el Mermaid no hacía gran cosa, solo alimentaba a las sirenas. Entonces, luego de dos meses, se me ocurrió entrar al tanque sin el traje protector.
Mai se estremeció. Dalia lo escuchaba sin apartar sus ojos de él.
—¿Y por qué lo hizo?
—Moría de aburrimiento. Además había tenido un mal día.
—¿Un mal día?
él tomó un poco de limonada.
—Un muy mal día.
Su semblante se tornó sombrío. La sirena creyó que Mai haría más preguntas, pero no fue así.
—¿Y usted?—dijo Joshua, rompiendo el breve silencio incómodo—¿Qué me puede contar de usted?
—Eh...no mucho. Apenas estoy empezado, me gradué hace poco, este es mi primer trabajo. Me gustan mucho los animales, sobre todo los marinos, y desde niña me llaman la atención las sirenas. Son muy parecidas a nosotros.
—Cierto. Después de convivir tanto con ellas, creo que no deberían ser clasificadas como animales. Todos los científicos que leo en las revistas o que he llegado a conocer subestiman su inteligencia. Ellas tiene más características nuestras que solo el aspecto humanoide de la cintura para arriba.
Ambos mantuvieron una conversación larga y fluida sobre las sirenas. Joshua recuperó su tono amigable, pero Dalia podía ver cierta tristeza en sus ojos. Quizá recordó cosas que lo hicieron sufrir en el pasado.
Mai se fue y Joshua regresó al agua para darle sus vitaminas a Dalia. Después, con mucho cuidado, la tomó en brazos y la sentó en la tumbona. Ella apretó los labios cuando él empezó a recorrer sus brazos, pechos y abdomen con sus manos, aplicando la crema. Ella siempre sentía placer cuando Kaede lo hacía, pero este era distinto, mucho mas intenso.
Dalia quería hacerle lo mismo.
La noche cayó, y ella se quedó despierta pensando en Joshua mientras veía la luna y disfrutaba el leve aire frio. él se dormía temprano, su habitación estaba en el segundo piso. Dalia llegó a esa conclusión al ver que era la única ventana iluminada. Ademas, de cuando en cuando, podía ver su silueta en la cortina.
La luz seguía encendida, así que él aun no dormía. Dalia se preguntó si todavía estaba triste.
Cuando ella lo estaba, su madre solía cantarle. Bien podría cantar para él, pero no sabía como. Nunca lo hizo antes.
Se tocó el cuello, como si se buscara la voz. Jamás podría articular palabras como un ser humano, pero sí cantar. Era la única forma en la que podía decirle sus sentimientos además del lenguaje corporal.
Miró alrededor: las tumbonas, los rosales, el pasto. Se imaginó a Joshua ahí, a media luz, con sus lentillas rojas brillando.
Con esa bella imagen en mente, su voz salió al instante, estremeciéndola. Era tan melodiosa como la de su madre, la llenaba de paz. Se llevó las manos al pecho, subiendo un poco el volumen. Miró a Joshua correr las cortinas y asomarse por la ventana, estaba impresionado.
Dalia sonrió y lo llamó con sus manos. Ahora era ella quien lo hechizaba.
Joshua cerró la ventana y bajó al jardín a la brevedad. Se despojó del ligero pijama y entró al agua. Dalia, feliz como una niña pequeña, terminó de cantar y lo abrazó.
Joshua se quedó ahí hasta el amanecer.
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