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La fila, como siempre, era muy extensa. Dalia recibía a cada niño con una sonrisa. Estaba sentada en una enorme ostra abierta de utilería, vestida y maquillada como si fuera la reina del océano. Toru la admiraba desde cierta distancia, enternecido.
Ahora que Joshua se fue, era él quien quedaba a cargo, y no había nada que lo hiciera más dichoso que eso. Poco a poco se hizo más cercano a Dalia, y el bienestar que le provocaba estar a su lado se incrementó.
—Cuidado—le dijo Mai una vez, divertida—. Esa sensación es adictiva.
Al poco rato Hanako se acercó a Toru y conversaron sobre lo bueno que estuvo el espectáculo ese día. Pasaron apenas un par de semanas desde que Joshua se fue y aún no se acostumbraban a su ausencia. Varias lugareñas se les acercaron a lo largo del día para preguntarles por él, y fue notable su disgusto cuando respondieron que no volvería. Era de esperarse, Joshua era el entrenador que más llamaba la atención de todas, el pionero en shows con una sirena. Toru deseaba de todo corazón llegar a ser como él algún día.
La jornada terminó y el hombre regresó a casa no sin antes despedirse de Dalia, quien le besó la punta de la nariz. Eso lo mantuvo sonriente por el resto del día.
Toru vivía solo en un apartamento pequeño donde mataba el tiempo leyendo manga o viendo televisión. Se graduó a los veintidós años en biología y obtuvo un trabajo como docente en una preparatoria, pero lo dejó un año después al encontrarlo monótono y desgastante. A los poco meses Kenso, su compañero de facultad, le dijo que el Safaia abrió una convocatoria para buzos y que tendrían un curso de capacitación.
—Deberíamos entrar, los dos estamos desempleados y suena emocionante—dijo Kenso.
—El curso es para treinta personas pero solo quince obtendrán el empleo—contestó Toru—. No hay garantía, serían seis meses desperdiciados en los que bien podría buscar un trabajo seguro.
—Pero si no quedas de todos modos estás certificado, eso podrás agregarlo a tu currículum. Toru, te conozco muy bien, son pocas las cosas que te emocionan: nunca te ha interesado salir con chicas o irte de juerga, lo que te divierte y apasiona son los animales marinos. Si quedas entre los quince vas a convivir con ellos todos los días, además hay un rumor de que si eres el mejor te darán un puesto muy importante: el de hacerte cargo de la sirena.
Eso despertó su interés al instante.
—¿La sirena? ¿Va a haber una sirena en el acuario?
—Sí, la que salió en las noticias, la sirena blanca.
Toru terminó aceptando. A los tres días fueron a la entrevista para poder inscribirse. El siguiente medio año Toru dio lo mejor de sí mismo para quedar entre los quince.
Y así fue, pensó él, hojeando uno de sus manga. Le gustaba recordar el momento exacto en el que su vida cambió, en el que no fue el mismo. Safaia le regresó las ganas de vivir, pero Dalia lo hizo enamorarse de ella. Si llegó a ser el más destacado fue porque la tuvo en mente en todo momento. Moría por conocerla.
Cuando vio a Dalia por primera vez sintió una mezcla de miedo y fascinación. Nunca pensó que algún día iba a ver a una sirena así de cerca, menos que se encargaría de cuidarla. Dalia no tenía la mirada feroz propia de su especie, y nadaba delicada y elegantemente. Con el tiempo empezó a desarrollar cierto cariño por ella, y este se hizo más fuerte cuando Joshua llegó e hizo que todos se acercaran a Dalia.
Al día siguiente pasó largo rato en el túnel, nadando con Dalia y Macchiato. La sirena lucía tan tranquila y feliz como siempre, algo que Toru no esperó. El estaba seguro de que la ausencia de Joshua le afectaría muco. Tal vez era gracias a Toru que ella no estaba tiste.
El hombre hizo un gesto a Dalia para que fueran a la superficie. Ella obedeció.
—Dalia—dijo, muy serio—¿Podrías besarme?
Tal como a Joshua, pensó.
Dalia le dio una leve sonrisa. Parecía una mujer.
Se acercó a él lentamente, Toru cerró los ojos para no sentir la intensidad de su mirada escarlata. Y entonces pasó.
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