18
—Hoy estuviste fantástica, Dalia—dijo Joshua. La mencionada se llevó las manos al pecho y bajó la mirada. Yukie solía hacer eso cuando Sanji, Toru u otro hombre le daban un cumplido.
Joshua sonrió y la atrajo hacia él. Dalia lo abrazó, estremeciéndose por el calor de su cuerpo. Ahora Joshua había decidido entrar al agua con un traje de baño que solo consistía en unos pantalones cortos, tenía demasiada piel al descubierto. A la sirena le gustaba más así, pues la calidez y la textura de sus brazos, torso y piernas le hacían sentir el mismo placer que aquella vez cuando él le aplicó la crema mientras ella permaneció en una tumbona.
Ya era casi de noche, poco a poco oscurecía, Joshua y Dalia pasaron largo rato danzando bajo el agua. Dalia creyó que después del espectáculo de la mañana él regresaría cansado y se iría directo a dormir, pero se equivocó.
Otro don que le dieron las sirenas, pensó. Tiene mucha energía.
—Has progresado muy rápido, más de lo que pensé—dijo él—. Eso me alegra mucho, pero tengo que admitir que también me pone algo triste.
Dalia ladeó la cabeza. Lo miraba con los ojos muy abiertos.
—Es que eso significa que regresarás al acuario pronto—explicó Joshua—. Voy a echar de menos tenerte aquí todos los días.
La sirena apretó los labios. Sabía que eso iba a pasar tarde o temprano, pero aún así dolía. Estos eran los mejores días de su vida, sin duda sentiría una vacío en su interior cuando volviera a casa.
—No te preocupes, Dalia—Joshua le acomodó un mechón tras su oreja puntiaguda—. Los espectáculos serán una vez al mes. Te quedarás aquí conmigo toda una semana. Vamos a seguir teniendo momentos como este.
Dalia sonrió débilmente. Deseó tener voz para decirle que lo quería mucho, que nunca había sido tan feliz ni había estado tan cerca de alguien que no fuera su madre y sus hermanas.
—No tienes idea de lo mucho que te aprecio, Dalia.
Ella respiró hondo para no llorar. Deseó poder darle las gracias por regresarle las ganas de vivir.
Tal vez sí existía una manera, una bastante simple. La sirena tomó su mano, grande y cálida, y la colocó cerca de uno de sus senos desnudos, en el lugar del corazón. Ahí se originaba el calor interno que tan bien la hacía sentirse.
Te quiero, Joshua.
A él te tembló la mano. Estaba impresionado.
—Oh, Dalia...
Ella desvió la mirada con cierta vergüenza.
—Tú también sientes lo mismo que yo, ¿verdad, pequeña?
Dalia asintió. Joshua la tomó de la barbilla y la hizo verlo a los ojos de nuevo. él sonreía, su mirada estaba llena de ternura. Dalia, sin pensarlo, cerró los ojos y se estremeció cuando fue besada. Lo abrazó y se pegó a su cuerpo. Quería prolongarlo, y él lo permitió.
Ella, un ser de naturaleza salvaje e inquieta, había sido domada tanto de cuerpo como de espíritu. Y no podía ser más feliz por eso.
—Hay que ir adentro, ya está oscuro—dijo Joshua cuando se separaron—. Voy a poner algo de música y seguiré leyéndote Hiromi, ¿te parece?
Dalia asintió y tomó su mano.
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