17
—Odio las filas—dijo Kazuki, el sobrino de Yukie.
—Yo también—respondió esta.
Era un día muy soleado. La joven se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo.
—¿Por qué no avanza más rápido?
—Porque hay mucha gente.
Kazuki frunció el ceño.
—Odio las filas—reiteró.
Yukie suspiró. Debió traer a su sobrina mayor, Ayaka, de trece años. Kazuki apenas había cumplido los siete el mes pasado.
—No te preocupes, Kazuki, ya falta poco—le dijo Toru—. La espera valdrá la pena.
—¡Vamos a estar en la primera fila!—exclamó Hanako, contagiándole su entusiasmo al niño—. Vas a poder ver a Dalia muy de cerca.
Solo diez empleados del acuario habían recibido un pase doble VIP. Todos ellos, a pesar de pertenecer a diversas áreas, tenían algo en común: Joshua charló con ellos durante sus primeras visitas al Safaia. Tal vez él preguntó a los directivos con antelación quienes eran los más cercanos a Dalia.
Yukie esbozó una leve sonrisa al sacar esa conclusión. Joshua amaba su trabajo, amaba a las sirenas. él no solo se enfocaba en enseñarle trucos a Dalia, o pulir su comportamiento. Su meta era salvarla del aislamiento, hacerla sentirse querida. Y, por lo que había visto durante la mañana, lo logró.
La joven se sintió muy cómoda con la sirena, incluso le trenzó el cabello. Dalia tenía la personalidad de una niña de once años, una criatura frágil cuyos ojos sangre suplicaban un poco de cariño. Ahora, en cuestión de minutos, sería contemplada por más de ochenta personas sin un cristal de por medio. Algunos de ellos incluso interactuarían con ella.
La fila avanzó. Kazuki, ya más contento, tomó la mano de Hanako y los cuatro, tras mostrar sus pases a un miembro del staff en la entrada, fueron conducidos a las gradas. En la primera fila ya los esperaban Sanji, Jun y Mai junto a otras tres personas que Yukie no conocía, quizá familiares o amigos que invitaron. Estos se presentaron, pero la chica no puso mucha atención. Moría por ver el espectáculo.
En el escenario había un castillo parecido al del tanque de exhibición de Dalia. Estaba pintado para aparentar estar hecho de piedra. Tenia solo una ventana, la cual era un tanto amplia. Los delfines ya estaban en el agua, nadando en el fondo. No había rastro de Joshua ni de Dalia por ningún lado.
—Mira, tía Yuu—dijo Kazuki señalando a un delfín que salió a la superficie—. Parece que está sonriendo.
Yukie asintió, enternecida.
—No puedo creer que nuestra niña va a protagonizar esto—dijo Jun—. La he maquillado y vestido para la ocasión, pero aún así me cuesta trabajo hacerme la idea.
—Lo hará bien, todos van a amarla—dijo Mai, muy tranquila—. Joshua hizo un buen trabajo.
—Dalia también—dijo Toru.
Pasaron 10 minutos y las gradas estaban totalmente ocupadas. Se empezó a escuchar una bella melodía celta a través de las bocinas. Todos los presentes guardaron silencio. Joshua, quien estaba detrás del castillo, caminó al frente del escenario sosteniendo un micrófono.
—¡Hola, bienvenidos a Sakurai!—dijo—. Mi nombre es Joshua, un gusto estar aquí.
Estaba ataviado con un traje de baño de cuerpo completo color blanco, el cual tenía un interesante patrón de rombos rojos y negros en las mangas. Con esa ropa y las lentillas parecía más un artista circense que un entrenador de delfines.
—Ellos son mis amigos, los conozco desde pequeños—señaló a los delfines—. Voy a presentárselos. El primero, el mayor, es el más extrovertido de los cuatro. ¡Denle un aplauso a Latte!
Latte emergió del agua y movió sus aletas, como si saludara. El público lanzó vítores. Yukie, a pesar de lo maravillosa que era la actuación del animal, solo se concentraba en Joshua, en lo bien que lucía, en su porte lleno de seguridad.
—El siguiente, Cappuccino, es un busca problemas, siempre se debe tener mucho cuidado con él.
Cappuccino nadó hasta el final de la alberca, muy cerca del público, y chapoteó un par de veces mojando a varias personas, quienes no pudieron evitar reír.
—Espresso es un alma libre y salvaje, nunca deja de sorprenderme. ¡Un delfín temerario que gusta de nadar a toda velocidad!
Espresso salió del agua como un torpedo y voló por el aire para rápidamente volver a zambullirse. Los tres delfines se acercaron a Joshua, quien se sentó en una esquina del escenario con los pies dentro del agua.
—Y por ultimo pero no menos importante—dijo—. Mocha, la más pequeña, la niña de mis ojos. Ella es una chica tranquila y muy delicada.
Mocha apenas hizo ruido cuando sacó su cabeza a la superficie. Muy tranquila, nadó cerca de Joshua y acercó su hocico a su mejilla.
—Qué animalito más tierno—comentó Mai.
Joshua dejó el micrófono y se montó en el lomo de Espresso, quien empezó a nadar muy rápidamente alrededor de la piscina. El entrenador, sujetando su aleta dorsal, sonreía a los presentes. El delfín se detuvo y un miembro del staff, quien apareció en el escenario, le lanzó un par de pelotas a los delfines. Mocha tomó una con su hocico y se la entregó a Joshua, quien empezó a jugar con ellos.
Los delfines formaron un círculo y se pasaron la pelota impulsándola con sus cabezas. Joshua se bajó de Espresso y se unió al círculo. Tras unos minutos, el entrenador regresó al escenario y se le entregó un micrófono.
—Eso fue un buen calentamiento. Aun no podemos comenzar porque nos falta alguien más, ¿saben quien es?
—¡DALIA!—gritó el publico, en su mayoría niños.
—¿Quien?—reiteró Joshua, divertido.
—¡DALIA!
—¡Exacto! Dalia, la sirena de nieve. Ella también es gran amiga mía, hemos pasado muchos días juntos y nos hemos conocido muy bien. ¿Saben qué le gusta hacer a ella? Cantar. Canta muy hermoso, creo que deberían oírla. ¿Eso les gustaría?
—¡SI!
—Muy bien.
El hombre señaló el castillo, Dalia se asomó por la ventana con timidez. De nuevo silencio. Yukie miró a sus lados: solo caras llenas de asombro. Joshua entró al castillo, apareció a la derecha de Dalia y la cargó, sentándola con cuidado en el borde de la ventana, su hermosa cola blanca quedó colgando. Joshua se sentó a su lado, ella lo miró a los ojos y recostó la cabeza en su hombro.
Dalia, con su ropa, maquillaje y joyas tan elegantes, parecía la reina del océano. Un ser marino superior a todos los existentes, incluidas las de su especie.
La sirena apretó sus labios rojos. Otra canción celta empezó a sonar. Ella dejó salir su voz, era tan potente que no necesitaba un micrófono. Yukie jamás había oído algo semejante, tan puro y hermoso. Dalia la hacía sentirse relajada, en trance, como si en cualquier momento su alma fuere a abandonar su cuerpo por un rato para levitar por ahí, sin preocupaciones. Libre. Desnuda.
Joshua seguía pasando las manos por esos hilos blancos, se veía tan apacible, tan conectado a Dalia. Yukie no pudo evitar sentir un dejo de envidia, esto era demasiado bello. Sonrió levemente, tenía la mirada perdida en ese par. Estaba contenta por la evolución de Dalia, por lo diferente que sería su vida a partir de ese momento.
Yukie miró a Kazuki de soslayo, estaba igual de embelesado. La canción terminó, el aplauso no fue inmediato. Todos debían espabilarse, salir del hechizo.
Dalia recibió las ovaciones con una gran sonrisa. Después abrazó a Joshua y este la tomó del rostro y la hizo verlo a los ojos. Acto seguido, frotó su nariz con la suya. Yukie contuvo un suspiro de deleite.
Al poco rato Joshua volvió a tomar en brazos a la sirena y la llevó al agua junto a los delfines. Los siguientes cinco minutos fueron de Dalia saltando en el aire junto a los delfines, todos muy sincronizados. Después Joshua se montó a uno y ella a otro, y jugaron carreras. Yukie se mojó cuando Joshua y el delfín llegaron al final de la piscina, muy cerca de la primera fila. él la miró por unos segundos y sonrió.
El entrenador salió de la piscina y quedó a pocos pasos de Yukie y compañía. Un miembro del staff le acercó un micrófono.
—Muy bien, ahora viene mi parte favorita, ¿quien quiere tocar a los delfines?
Muchos niños alzaron la mano. Joshua miró alrededor, y al final eligió a Yukie y su sobrino. La joven se ruborizó cuando todas las miradas se posaron en ella, pero aceptó. Los delfines y Dalia ya estaban en el borde, solo debían estirar la mano. Kazuki tomó un pescado que le dio un miembro del staff y se lo dio de comer a un delfín, quien soltó un chillido de gusto después de tragar.
—Le caes muy bien a Latte—le dijo Joshua. Kazuki sonrió y le acarició la cabeza.
—Es muy suave—dijo. Yukie hizo lo mismo a otro delfín.
Dalia, lentamente, se acercó a Kazuki. él la miró a los ojos, asombrado.
—Eres muy bonita, Dalia—le pasó una mano por el cabello, después le despejó la frente—. Muy bonita y amigable.
La sirena, ya más valiente, acercó su rostro al del niño y le dio un delicado beso en la mejilla.
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