13


Los delfines eran mucho más grandes y enérgicos de lo que Dalia esperó.

—¡Cuanto tiempo sin verlos!—exclamó Joshua de pie en el borde de la alberca, usando un traje de baño azul y con sus lentillas puestas. Cuatro delfines nadaron hacia él y uno de ellos saltó para que el entrenador lo acariciara. Dalia, sentada en una esquina, se sentía pequeña.

La criatura había sido trasladada al parque acuático Sakurai en un trailer. Permaneció dentro de un tanque pequeño, totalmente despierta y junto a Joshua. él se veía muy ansioso por llegar y volver a ver "a sus niños".

Dalia miró alrededor. El parque contaba con una enorme piscina, un escenario, una pantalla y un equipo de sonido. Estos dos uultimos estaban apagados, pero auun así la impresionaban. Alrededor habían amplias gradas, la sirena las imagino ocupadas y sintió un escalofrío. Estaba acostumbrada a ser vista por varias personas, pero en grupos pequeños.

Joshua entró al agua de un salto y los delfines nadaron alrededor. él se montó al lomo de uno de ellos y se zambulleron. Dalia hizo lo mismo para verlos divertirse bajo el agua. El hombre sonreía, disfrutaba el momento. Hasta parecía que olvidó que Dalia estaba ahí. Ella no lo interrumpió, dejó que conviviera con los delfines. Quién sabe cuántos años pasaron desde la ultima vez que los vio. Joshua pasó unos minutos más con ellos y después nadó hacia Dalia y le hizo una señal para que volvieran a la superficie.

—¿Y bien?—dijo él—¿Qué te parecen? ¿Quieres acercarte a ellos?

Dalia apretó los labios.

—No van a hacerte nada, son muy amigables. Los conozco desde que eran pequeños, de hecho yo les puse sus nombres: Capuccino, Espresso, Latte y Mocha. Mocha es la unica chica.

Dalia nunca había oído nombres semejantes, él si que era un hombre creativo. De pronto se preguntó cómo los diferenciaba, pues para ella los cuatro lucían exactamente igual.

Uno de ellos se acercó a la sirena y ella, con la mano trémula, le acarició la cabeza. Era muy suave. El animal, contento por el tacto, soltó un silbido agudo. Tenía el hocico un tanto abierto, parecía que estaba sonriendo.

—Ella es Mocha—la presentó Joshua—. Le agradas mucho.

El resto de los delfines fueron a con Dalia y ella permitió que dos le dieran un beso en cada mejilla.

—Capuccino y Espresso—dijo Joshua mientras tomaba de las aletas al ultimo, Latte, quien saltaba con entusiasmo.

Cada uno tenía un tono distinto cuando se comunicaban entre ellos, tal vez así era como los diferenciaba Joshua. O quizá entendía su lenguaje. Dalia se convencía cada vez más de que él era un hombre pez.

Mocha se tendió boca abajo y Dalia le acarició la barriga. Miró a Joshua, tenía los ojos escarlata clavados en Latte. Había en ellos la misma ternura que cuando la veía a ella. Eso la hizo sentirse un poco triste. Dalia era un animal, era consciente de ello, pero habían bastantes diferencias. Su apariencia de la cintura para arriba y su inteligencia notablemente superior deberían ser suficientes para que él la viera más como un ser humano.

Contuvo un suspiro. Solo podía aspirar a su cariño, nada más.

Aunque fuera humana, difícilmente tendría acceso a su corazón. Joshua era un hombre hermoso y saludable, pero por dentro estaba vacío. Dalia pudo evocar sin ninguna dificultad su rostro triste en aquella noche, cuando vieron la foto de su esposa y de su hija. La sirena sabía que nunca conocería la historia completa, pero podía hacerse una idea de lo que había pasado. Todos los escenarios posibles que ideaba eran igual de horribles.

Michelle ahogada. Michelle descuartizada. Michelle quemada. Michelle desaparecida.

—¿Dalia? ¿Todo bien?

Ella se crispó y asintió con exageración. Joshua, sonriendo levemente, le acarició la mejilla.

—Sé que estás nerviosa, pero lo harás bien. Tenemos mucho tiempo para practicar, todos van a amarte y dejarán de tenerte miedo.

Dalia detuvo su mano para prolongar la caricia. Se acercó un poco más a él y frunció los labios. Joshua soltó una leve risa.

—Oh, ya veo, tu quieres que yo...—desvió la mirada—. Está bien. Pero tienes que cerrar tus ojos.

Dalia obedeció, incrédula. Se le encogieron los dentros en cuanto sintió sus cálidos labios contra los suyos. Fue breve, pero asombroso. Por eso los humanos gustaban tanto de besarse.

Abrió los ojos lentamente. Los delfines estaban más lejos, nadando. Joshua, notablemente apenado, miraba a su derecha.

—Nunca había besado a una sirena antes—admitió—. Es mucho más...mágico que cuando se besa a una mujer.

De pronto Dalia lo visualizó diez años más joven, tímido y vulnerable.

Más bello que nunca.

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