11
A Dalia le gustaba dormir boca arriba, flotando en la superficie. El sol le acariciaba la piel y, al despertar, la invadía el olor del pasto y las rosas. Fueron tantos años sin conocer detalles como esos. Cada vez se convencía más de que no había vivido realmente hasta que llegó a esa casa.
Cuando despertaba, se estiraba y comenzaba a nadar, Joshua salía a darle los buenos días. Después se sentaba en una tumbona, le servía su comida y le leía en voz alta artículos sobre animales marinos. Dalia lo escuchaba con atención mientras devoraba mojarras crudas.
En una de esas mañanas tranquilas, Dalia despertó al oír una voz familiar, era Toru. Sintió el impulso de ir a saludarlo, pero se contuvo y fingió que seguía durmiendo. Su voz se oía muy cerca, así que de seguro estaba en las tumbonas con Joshua.
—...se ve muy tranquila—dijo Toru—. Creí que le daría miedo estar afuera—hizo una breve pausa—. Me gusta mucho aquí, tenía mucha curiosidad por ver a donde la habían llevado.
—Te dije que la casa era preciosa—dijo Mai—. Dalia está muy contenta aquí. ¡Muero por verla en acción en el Sakurai!
—Lo van a cerrar por una semana para nosotros—informó Joshua—. No creo que Dalia tarde mucho en familiarizarse con los delfines. El siguiente mes ya estaremos listos para el primer show.
—Habrá lleno total, estoy segura.
Mai y Joshua se dispusieron a charlar con entusiasmo sobre lo grandioso que sería el espectáculo de Dalia. Toru guardó silencio.
—¿Y tu que opinas, Enoshima?—le preguntó Mai.
—Aprecio mucho a Dalia, pero sigo preocupado por lo que pueda llegar a hacerle a los delfines o al personal del parque.
—Sí, te entiendo, hay mucho riesgo—contestó Joshua—. Pero todo saldrá bien, te lo aseguro. Poco a poco van a perderle el miedo a Dalia y van a querela tanto como yo.
Al oír eso, Dalia abrió los ojos y nadó a una esquina de la piscina, donde estaban las escaleras. Se sentó graciosamente y los saludó con la mano.
—Buenos días—sonrió Joshua.
—Hola, Dalia—dijo Toru, viéndola impresionado.
—¿Verdad que se ve aun mas hermosa?—le dijo Mai.
—Se ve diferente. Más...salvaje.
—Más feliz.
Dalia seguía libre de cualquier accesorio. Su cabello era aun más largo de lo habitual y el flequillo, que antes era recto y le cubría la frente, ahora le llegaba hasta los pechos. Ella, con un gesto delicado, se acomodó esos abundantes mechones tras las orejas.
El entrenador entró a la casa y regresó con una charola repleta de pescado, la cual dejó frente a Dalia. Ella comió despacio, quería que vieran lo mucho que había cambiado ahora que vivía con Joshua. él se quedó sentado al borde de la piscina, junto a ella. Toru, embelesado, los veía tan cercanos, como si fueran amigos de toda la vida.
—Tengo una pregunta, señor Rosenblum—dijo.
—Dime.
—¿La ha oído cantar?
Joshua sonrió sin dejar de ver a Dalia.
—Sí, varias veces. Tiene una voz hermosa.
—¿Podrías cantar para nosotros?—preguntó Mai a Dalia. Esta asintió sin dejar de comer y, cuando terminó , miró a todos con una sonrisa presumida. Estaba acostumbrada a ser el centro de atenció n en virtud de su apariencia, pero ahora sería admirada por algo más que solo eso.
Su voz, dulce y melódica, petrificó a Mai y a Toru. Estaban como en trance, con los ojos muy abiertos. Joshua, aun en vaqueros y camiseta, entró al agua. Había ternura en su mirar.
Vengan, no les haré daño, pensó Dalia sin dejar de cantar. Deseaba poder decirles a Mai y a Toru lo mucho que los apreciaba, que sufría al solo tenerlo cerca estando sedada. Estaba harta del aislamiento, solo quería sentirse amada una vez más.
Toru se puso de pie y caminó a la piscina. Dalia se estremeció , mas no detuvo su melodía. Mai seguía paralizada, como fuera de sí. El buzo se zambulló y Joshua no hizo nada para detenerlo, de hecho, se veía bastante contento. Dalia sonrió , le brotaron unas cuantas lágrimas. Había logrado comunicarse.
Avanzó hacia Toru y lo abrazó . La canción cesó , y tanto Mai como Toru se crisparon, volviendo a la realidad.
—Oh, por Dios...—dijo Mai, viendo a Toru y a Dalia. él no gritaba ni se movía, estaba aterrorizado.
—Da...Dalia—musitó , sin saber qué hacer. Ella le acarició el ostro y el cabello, después apretó con delicadeza sus brazos y le estudió las manos.
—¿Qué esta haciendo?—preguntó él.
—Han sido muchos años sin que ella te pudiera tocar—le dijo Joshua.
Toru apretó los labios.
—Lo siento—le dijo a Dalia. No sabía exactamente qué, pero lo sentía.
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