VII

–¿Qué te trae por aquí, hijo mío?– Un gran hombre preguntó directamente frente a Silver, su hijo.

–Papá.– Silver mencionó con pesar esa particular palabra, complicada para él.– ¿Sabes algo de Lance y Pryce?

–Claro que sí.– Respondió con simpleza y arrogancia el ex-jefe de la poderosa organización Rocket.– ¿Por qué?

–¿Tu no estás trabajando con ellos ahora?– Preguntó Silver entrecerrando sus ojos con un poco de desconfianza.

–¿Qué necesitas saber?– Preguntó directamente Giovanni quién no solía dar información de sobra.

Mientras tanto, Ruby estaba sentado en una roca fuera de la casa. Había sacado a Nana, su Mightyena para tener compañía, y también para cepillarle el espectacular pelaje que tenía.

El ambiente era tranquilo, solo había una simple brisa helada proveniente del monte Plateado. Sin embargo, Mightyena con su poder de rastreo sintió algo, se levantó y se dispuso en posición de ataque.

–¿Qué pasa Nana?– Preguntó Ruby guardando el cepillo en su mochila.

Junto a un gruñido, Nana se puso a correr por el bosque, y Ruby sin dudarlo la siguió. No muy lejos se detuvieron. Estaban frente a una chica de uniforme conocido, con una letra N en su pecho. Al ver a Ruby, la chica sonrío con soberbia y tomó una Pokeball de la cuál salió una Roserade.

–Ruby querido, no esperaba verte por aquí.– Mencionó la chica, y a decir verdad, no tenía muy linda voz.

–¿Quien eres?– Preguntó Ruby y luego se arrepintió, era una pregunta bastante inservible.

–Eso no importa.– Respondió la chica desvaneciendo su sonrisa cínica.– Yo esperaba a Silver.

–¿Para qué?– Preguntó Ruby queriendo robar algo más de información y así ser de ayuda.

–Pues, para tener una batalla.– Respondió la chica tranquilamente.– Pero si no está él, podré derrotarte a ti.

En un abrir y cerrar de ojos, Roserade le dio un gran golpe a Nana, pero esta pudo retenerlo. La batalla comenzó. Ruby mostraba tranquilidad, incluso estaba por iniciar una conversación con el objetivo de obtener información sutilmente.

–¿Y dime, por qué quieren a Red?– Preguntó Ruby que por poco le faltaba tener una taza de té en manos por la calma.

–Ya van dos preguntas bastante idiotas. Pensé que eras más listo.– Indicó la recluta viendo a ambos Pokémon cansados.– ¡Roserade danza pétalo!

–¿Por qué no van a buscarlo directamente al monte Plateado?– Preguntó Ruby ignorando completamente el comentario de la chica.

–¿No ves qué así es más divertido?– Preguntó de forma irónica la chica que poco a poco se iba afligiendo por la pelea.– Además, Red no es el único DexHolder.

–Así que buscan a los DexHolders.– Mencionó Ruby fingiendo que escribía en una libreta de notas.– ¿Qué más?

–¿Seguro que quieres saber?– Preguntó la chica alzando una ceja.– Tal vez, a un chico tan delicado como tú le de miedo.

–¿Qué cosa?– Preguntó Ruby ansioso, el quería llegar al verdadero objetivo para así ser más fácil restablecer la paz de sus amigos.– Nana derribo.

–¿Te asusta la soledad Ruby?– Preguntó la recluta relatando de forma indirecta.

–No.– Negó con simpleza el chico de ojos color rubí, mientras miraba a su Pokémon preparado para dar el golpe final.

–¿Y si los DexHolders no estuvieran reunidos?– Preguntó la chica que sin querer, realizó el objetivo de Ruby.

–Eso no pasará.– Ruby esbozó una sonrisa y alzó su brazo derecho al frente.– ¡Nana, hiperrayo!

Y dando el último golpe, Ruby se alzó con la victoria. La chica gruñó, regresó a su Pokémon a la pokeball y se marchó sin más. Ruby acarició a su compañera y decidió volver cerca de la casa.

Se sentía satisfecho, había logrado saber algo que los demás no. Ruby es la clase de chico que le gusta hacer las cosas solos, cómo cuando se enfrentó a Zinnia en el Pilar Celeste, por eso quería conseguir información por su lado y poder aportar. Si bien, su relación con Red no era tan importante, haría todo lo posible para proteger el trasero de la región.

Notó que había pasado una hora, y Silver aún no salía. Siendo un chico llevado a sus ideas pero de buen criterio, no como Gold, decidió entrar.

Mientras tanto, Silver y Giovanni tenían una frívola y tensa conversación, como si se tratara de dos Alakazam frente a una última cuchara. Ambos de pie frente a frente con un par de metros de distancia para mostrar la jerarquía.

–Silver, te daré un último consejo.– Mencionó Giovanni cansado, quizá de tanta tensión.– La soledad puede ser tu mejor compañía en estos momentos. No te metas en lo que no debas.

–Adiós.– Silver lucía molesto, y tras escuchar lo último, se dio media vuelta y se marchó.

Ruby estaba caminando tranquilamente por el pasillo hasta que chocó con Silver. Ambos se sorprendieron al ver al otro, pero al final Ruby mostró una sonrisa sincera y Silver intentó realizar una, pero terminó siendo una sonrisa de lado.

–Hablamos en casa de Yellow.– Indicó Silver saliendo de su base con Ruby a la siga.

–Tengo información.– Anunció Ruby a su amigo, sin duda estaba feliz de haber logrado lo suyo.

–Que bueno, porque yo no logré obtener mucho.– Respondió Silver tomando una Pokeball de la cuál salió Honchkrow listo para emprender el vuelo.

Por otra parte, en la cima del monte Plateado, al escuchar su nombre, proveniente de esa voz, Red sintió un escalofrío correr por su cuerpo. No realizó ningún gesto, ningún movimiento, ninguna reacción fisicamente visible. Sin embargo, sintió su corazón latir con fuerza. No apartaba la vista del horizonte, incluso sabiendo que las tres personas que fueron anteriormente de lo más importante en su vida estaban a un par de metros.

Dicen que los Pokémon son seres más sensibles que los humanos, y es posible, porque Pikachu al escuchar el nombre, se asomó por la puerta de la cabaña. Vio a los tres sujetos parados cerca de Red y una lluvia de emociones lo atacaron. El Pokémon quería saltar a los brazos de alguno de ellos, pero habían dos problemas. Uno casi inútil, a qué brazos ir, ya que con los tres tenía una estrecha relación. Y otra, que consistía en la fidelidad hacia su entrenador.

Si no se habían relacionado con los demás por cuatro años era por algo, y aunque Pikachu no comprendía del todo el porqué, actuaba igual que su entrenador. Era su mejor amigo, y ambos tenían la fidelidad más grande que cualquiera pudiese imaginar.

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