Después de su ida
Alan
Lo peor no fue estar por morir.
Lo peor no fue tener la vida de Ian escapándose entre mis dedos.
Lo peor no fue el cosquilleo en mi garganta ante la presencia de tanta sangre.
Lo peor fue ver a Vanessa irse con Drake.
Y no fue porque lo eligiera a él. No. Fue porque el desgraciado utilizó a su hijo para hacerlo. Ella no quería acompañarlo. Lo vi en la indecisión de sus hermosos ojos verdes. Ella no quiso marcharse con el traidor que le dio la espalda a la manada. Pero lo hizo porque Drake supo mover las cartas. Supo que no se negaría a encontrar a su hijo. El amor de una madre iba antes que cualquier cosa.
No dudes de mí.
¿Cómo dudar de ella cuando desde que la conocí, nueve años atrás, no hizo más que embellecer mi miserable vida?
Desde que tenía memoria, el rechazo fue constante; incluso mi padre no se hizo cargo de mí, sino que me mandó con una prima lejana porque mi mamá murió en el parto, y cuando esa prima murió, me envió a una manada del sur que le debía un favor. Solo por eso me aceptaron, aun siendo un humano. Papá me visitaba en los cumpleaños y no murió mucho después de mandarme lejos.
Era un estorbo, alguien que no debió nacer. Un desliz raíz de una relación extramatrimonial entre un hombre lobo y una humana.
—Maldita sea, Ian.
Wyatt, el amigo cazador de Vanessa, ingresó rápidamente a la habitación. No estaba herido, pero su uniforme sí sufrió daños a consecuencias del combate. Se arrodilló al otro costado del pelinegro y tomó su mano. Le quitó el cabello de la frente, como si estuvieran solo ellos dos en la alcoba.
—Eres un imbécil por orillarme a esto —añadió antes de morderse la otra muñeca al punto de sacar sangre.
No pude apartar la mirada cuando acercó la muñeca sangrante a la boca de Ian. Gotas cayeron dentro de la cavidad y, bajo mis manos sobre el pecho de él, sentí cómo aguantó la respiración. Se resistía al exquisito sabor de aquel líquido vital.
—No te hagas el de rogar. No morirás aquí, ¿me oyes?
Adhirió la extremidad a su boca y, luego de un instante, Ian hundió los dientes en la piel. En todo ese tiempo, no removió los ojos del rostro de Wyatt.
—¿Dónde está Vanessa, niño? —preguntó dirigiéndose a mí por primera vez.
—Ella... —Mi garganta se sintió seca. Percibía los pequeños colmillos pulsándome la lengua. Tenía sed y no era de agua—. Se fue con Drake. La convenció de irse con él para encontrar a su hijo.
—De verdad que es especial —suspiró—. Se le olvidó leer la jodida carta.
Ian inhalando profunda y sonoramente evitó que preguntara sobre la carta. Wyatt retiró su muñeca.
—No me mires así. Mi sangre no es para ti —dijo al notar cómo lamí mis labios por impulso. Agarró una navaja de su cinturón y me la tendió—. Sé hombrecito y saca la bala de tu pierna. Necesito que vayas a ayudar a la novia. La dejé malherida en el recamara nupcial.
Me olvidé de ese detalle. El dolor fue sustituido por emociones más fuertes. Su beso, su ida, la sed. No obstante, en cuanto volví a ser consciente de ello, regresó como un relámpago que me obligó a apretar los dientes.
Reemplazó mis manos por las suyas, haciéndose cargo de Ian. Hundí la hoja del arma en mi carne, metí los dedos en el agujero y no me detuve hasta dar con el metal que pretendió quemarme las yemas cual ácido. Gemí, mi corazón estuvo por explotar, pero lo logré. En cuanto estuvo fuera, la tiré lejos y me desplomé sobre mi espalda. Permanecí quieto, sintiendo cada hilo soltarse de la tela llamada agonía.
Recordé la vez que tuve que hacer algo similar por Vanessa. Retorciéndose en el suelo de aquella carpa, necesitando mi ayuda. Uno de los tantos favores que me faltaban por pagarle. La vida no me alcanzaría para conseguirlo.
No dejaría que Drake se quedara con ella tan fácil. La buscaría y no me detendría hasta hallarla, incluso si no se enamoraba de mí.
Me senté, todavía adolorido, pero capaz de ponerme de pie. A la herida le quedaba por sanar y no lo haría hasta que bebiera. Por suerte en el exterior había variedad para escoger; podía olerlo en el ambiente. Las desgracias de unos eran la fortuna de otros.
—Está de más decir que lo que acabas de ver queda entre nosotros, ¿cierto? —habló Wyatt mientras le quitaba la camisa a Ian. La cortada estaba casi cerrada.
Los que vivían según las reglas, no ingerían sangre. Los que bebían de otros eran los Malditos de Aithan, quienes enloquecían y se movían fuera del sistema. Los Malditos de Aithan eran cazados. Los cazadores no se ponían en riesgo por auxiliar a una criatura sobrenatural, mucho menos donarles sangre. Un cazador no debería mirar o tocar como Wyatt miraba o tocaba a Ian.
—Cierto —repliqué cojeando hacia la puerta.
Yo no tenía moral para juzgarlos. Yo era el monstruo.
Afuera, reinaba el silencio que aparecía luego de la tragedia. Podía detallar en la distancia el edificio principal arder, así como el comedor y árboles. No había personas corriendo despavoridas. Ya no. Tampoco estaban los vampiros o Malditos de Aithan alimentándose de sus presas; ellos se fueron con Drake. Solo quedaban los cuerpos inertes destrozados en el suelo y los pocos que permanecían paralizados del miedo.
Un puro yacía apoyado con su espalda de un tronco. Poseía un sinnúmero de heridas, más inconsciente que despierto. No fue difícil identificarlo. Era Michael, el patán que disfrutaba metiéndose conmigo.
—¿Te molesta si te muerdo? —cuestioné agachándome a unos cuantos centímetros—. Dime, ¿te molestaría que un bastardo como yo lo haga?
Ese no era yo. Yo no levantaba la voz, ni retaba a los demás. Yo era el sumiso que agachaba la cabeza porque no pertenecía a ningún sitio. Sin embargo, ese era el efecto que tenía la dependencia a la sangre. Ese y la sumatoria de los cambios recientes. Vanessa ya no estaba conmigo. Ella me enseñó a no dejarme pisotear.
Michael me miró. No se trató de una mirada de repulsión como las que solía darme, sino una de miedo. Tenía miedo de lo que podía hacerle. Miedo al brillo enloquecido en mis ojos.
Se empujó con las manos hacia atrás, siendo incapaz de ir a algún lado. Por la falta de movilidad en sus piernas, supuse que estaban rotas.
Sentí pena por él. Todavía se me dificultaba controlarme al beber de seres vivos. Por un momento creí que, por ser él, sería más sencillo. Pero no. Si no fuese necesario para recuperarme y enfrentar lo que sea que viniera, hubiera buscado otra manera.
Sujeté su muñeca y la acerqué a mí. Impuso resistencia, mas no fue suficiente para evitar que lo mordiera. Mis caninos penetraron su piel, dieron con la vena y a sangre explotó en mi boca. Caliente. Llena de vida.
Un cosquilleo ascendió por mi columna. Me aferré más a la extremidad. Su exquisito sabor solo podía ser superado por la sangre de Vanessa. Quería succionar hasta el último mililitro, así de descontrolado me hallé por unos instantes.
La picazón en mi pierna indicó que la herida de bala empezaba a sanar. Michael se quejó. Los latidos de su corazón disminuían. Moriría si no me detenía.
Diablos. Se volvió tentador llegar hasta el final y cruzar la línea. Y lo hubiese hecho si mi fuerza de voluntad no hubiera ganado.
Lo solté, impulsándome hacia atrás y terminando sentado con brusquedad. Limpié los restos del líquido rojo con la manga de mi camisa, mientras mis respiraciones se calmaban.
Michael cayó hacia un costado. Inconsciente, no muerto.
—Descansa —susurré.
Me reincorporé. Pasé por encima del lazo que indicaba que solo familiares del novio podían transitar después de ese punto y caminé entre los cadáveres hacia la alcoba de la novia. La puerta del templo permanecía cerrada, audibles los quejidos y sonidos de lucha en el interior. Los enemigos se marcharon, el poder de Drake como alfa sobre mí se desvaneció, por lo que esos ruidos significaban una cosa: la batalla por la soberanía.
Junté los párpados de una pareja rubia que yacía con las manos agarradas, justo frente a la entrada abierta de la recamara nupcial. Se acumulaba el humo filtrándose bajo la puerta que conducía al templo.
Hallé a Corinne tirada en el suelo. Su vestido blanco se vio ensuciado por una enorme mancha carmesí que nacía en la zona del vientre. Estaba quieta, tanto que la creí muerta. Inhaló una respiración y la soltó con la misma falta de energía. A medio metro de ella había un vampiro con la garganta desgarrada y una estaca saliéndole del pecho.
Comprobé la muerte del demonio, para luego halarlo hasta el otro extremo de la habitación. Quité el mantel de la mesa que antes contó con galletas y tazas de té para colocarlo sobre la rubia. No iba a ser grato despertar y ver toda esa sangre sobre sí. Acomodé su cabeza en mi regazo.
—Todo estará bien —dije confirmando lo débil que se encontraba su pulso. Tenía fiebre. El bebé había muerto y ella estaba cerca que irse por el mismo camino—. No le des el gusto a Drake de acabar con tu vida.
Con la mención del castaño recibí un ligero movimiento como reacción. Terminé de deshacer su peinado y le aparté el cabello del rostro. Estaba lejos de ser la víbora engreída de siempre. Estaba vulnerable, al filo de la muerte.
—Ahí estás —habló una mujer aliviada desde la puerta.
Olivia no tenía ni una prenda de vestir, ya que debía acabar de regresar a su forma humana. Los primeros años sin mi tía, me costó acostumbrarme a la desnudez de los demás. Comprendí que no había sentido en ocultar lo que la naturaleza nos dio. Ocultarse conllevaba a secretos y no podía haber secretos dentro de una manada.
—Tienes que ayudarla.
—Primero hay que sacarla de aquí. —Tosió y se tapó la boca con el brazo antes de continuar—. Levántala con cuidado.
Efectué lo pedido. Seguí a Olivia al exterior. Deposité a Corinne junto a unos arbustos, un espacio ligeramente apartado de los cuerpos. Le di espacio a la doctora para que revisara los signos vitales antes de actuar.
El ruido de las pesadas puertas del templo abriéndose captó mi atención. Me acerqué para ver a Josh salir de su interior. En el fondo podía visualizarse una llama extendiéndose, así como más fallecidos y unos pocos arrodillados enfocados en él. Sus prendas desgarradas, la cantidad de heridas esparcidas en su cuerpo, mas aun así siendo capaz de desplazarse con un leve cojeo, confirmó lo que sentí. Él había reclamado el puesto de alfa.
—¿Qué? ¿Tú también vas a retarme? —cuestionó deteniéndose frente a mí. Sus recién juramentados abandonaron el templo obedeciendo la orden que dio con un movimiento de su mano.
Su postura e incluso manera de respirar reflejaron lo exhausto que se encontraba. No fue por confiado, pero estuve seguro que si en realidad deseara hacerlo, podía vencerlo. No solo tuvo que enfrentarse con sus enemigos, sino también con los supuestos aliados y miembros de la manada que codiciaban el puesto de su hermano. No sería fácil permanecer en el poder compartiendo la sangre de un traidor.
Negué. Me preparé para someterme a su mandato. Ser un lobo solitario no era opción. Tampoco sería fácil ser visto como el prometido de la traidora. Y si pretendía hallarla, estar de su lado era la mejor opción.
—Deja eso para después —me detuvo halándome de nuevo a mis pies—. Primero necesito un trago y apagar el maldito fuego. ¿Dónde están Bryan y Andrés?
—Bryan es cómplice de Drake. Huyeron —respondí.
—Andrés está muerto —comunicó una chica de cabellos verdes con lágrimas en los ojos—. Lisa también lo está.
—Ya veo —musitó colocando una mano en su cadera. Escaneó de forma superficial los cadáveres, quedándose más tiempo observando a Olivia rasgándole el vestido a su excuñada—. Armen grupos para apagar el fuego, buscar sobrevivientes y acomodar a los muertos en un sitio para identificarlos y darles el entierro que se merecen. Mañana podemos darle caza al desgraciado de Drake.
Los integrantes obedecieron las órdenes y se dispersaron para cumplir con el trabajo. Yo me quedé ahí, intercambiando miradas con Josh mientras decidía qué hacer. Todo se había vuelto un desastre.
—¿Has sabido algo de...?
—Atrapé a alguien —anunció Paula saliendo entre los árboles mientras halaba a una muchacha castaña. Su aspecto tampoco era el mejor—. Estaba merodeando fuera del muro. No sé si es que la dejaron atrás.
Empujó a la desconocida hacia adelante y ésta cayó de rodillas. Tenía un pantalón de mezclilla y una blusa de tirantes holgada. Era delgada, más delgada que Vanessa, pero con el mismo tono de piel. Su cabello era rizado y sus ojos verdes. Un verde y brillo desafiante familiar. No poseía signos de haber peleado.
Josh fue a ella y le indicó que se levantara. Lo hizo sin parar de retarlo con la mirada.
—¿Perteneces a los Malditos de Aithan? —preguntó, aunque por su olor sabían que no era así. Los Malditos de Aithan olían a sangre, a muerte.
—No.
—¿Trabajas para los vampiros?
—No.
—¿Cómo llegaste aquí?
—Busco a alguien.
—Ya veo. Aquí hay muchos que eran alguien hace unos minutos. Espero que no te lleves una decepción...
—Hannah. Soy Hannah.
***
NOTA: ¡Feliz cumpleaños anticipado, Melanie (bornharrygirl)! Te deseo que mañana sea un día muy especial y comas bastante comida rica n.n
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