Capítulo 8 | La cabaña

El trayecto a pie al pueblo fue silencioso. Todavía me encontraba digiriendo la información. ¿Tantas eran sus ganas de volverse inmortal y cambiar las reglas bajo las que nos regíamos como para sacrificar a su propio hijo? ¿Lo valía? ¿Valía arrancarse subjetivamente el corazón, para ser inmortal? ¿En serio creía que los demás reconocerían su sacrificio?

Lo de no poder alejarme de él por más de cinco kilómetros no fue sorpresa. De hecho, me pareció una distancia bastante extensa. Aunque seguía siendo un impedimento para huir con los Cephei. Después de haberme convertido en una especie de escudo, que recibía la peor parte de sus heridas, todo era posible. Simplemente continuaría atándome a él y a sus planes. Enredándome y obligándome a permanecer a su lado sin tenerme encadenada.

Y, ¿a dónde ir si a los ojos de la mayoría era su cómplice? Sin protección, lo más probable era que me matarían. O, capturarían para sacarme información a través de la tortura y después planearían una dolorosa muerte pública.

Avanzamos como hasta la mitad de la calle principal del pueblo, y luego doblamos. Las personas no parecerían percibir nuestra presencia al pasar. Caminaban como zombis, con la vista al frente y rostros inexpresivos. Se acabó la carretera pavimentada, y el suelo se forró de césped, con un camino de piedras que subía por una colina.

Cuando llegamos a la cima de la colina, entró en el campo visual una cabaña de madera clara. Su jardín bien cuidado, con flores e incluso una banca, estaba parcialmente cercado. Una enredadera ascendía por la pared de la planta baja, rodeando el marco de uno de los grandes ventanales. Unos escalones dirigían a la entrada principal, compuesta por una puerta con vitral. En el techo, se veía cómo salía humo de la chimenea. Era la casa que siempre soñé tener.

—¿Te gusta? —preguntó, como si nuestra realidad fuera distinta y nos encontrábamos frente al hogar que él había escogido para formar nuestra familia.

Preferí no responder, ni reflejar el hecho de cuánto me encantaba. Continué caminando.

Llegando a la puerta, él se adelantó y la abrió. Ingresé para pisar un suelo de madera oscura pulida y posar los ojos en un cuadro de dos lobos que caminaban con las colas entrelazadas. Sentí cierta calidez que no fue difícil de extinguir.

Al voltear hacia la sala, la encontré ocupada por el Maldito de Aithan llamado Max, uno de sus compañeros y un par de vampiros más. No podía negarse, obviándolos a ellos, que el espacio era acogedor y el toque de la chimenea crispante lo elevada a un nivel más superior. Los sofás eran de cuero beige y los muebles a su alrededor de la misma tonalidad del suelo, por lo que se encontraban sobre una alfombra verde musgo que acentuaba la decoración orgánica.

Los seguidores de Drake se pusieron de pie al verlo detrás de mí.

—¿Y Thomas? —les preguntó.

—Salió antes de que saliera el sol. Debe estar esperando a que se ponga —respondió Max—. Fue por un... aperitivo.

Fue por un humano del cual alimentarse. Me imaginaba que también aceptaban ser mordidos sin demostrar miedo alguno. Aunque, por el tono que empleó Max, con ese rastro de temor al decirlo, intuí que a Drake no le agradaba que bebieran directamente de los pueblerinos. Quizá hasta matarlos por ello.

—Cuando llegue, dile que suba —pidió.

Drake siguió de largo y fui tras él. Primero me mostró la cocina bien equipada y surtida, el baño para los visitantes, y luego subimos por las escaleras hacia la planta superior.

—Ésta de aquí —señaló la puerta frente a nosotros—, es tu habitación. La mía es aquella.

Apuntó hacia la puerta al final del pasillo.

No debo decir que fue un alivio tener recamaras separadas, ya que de todas formas cuando vivíamos en el apartamento compartimos la cama. Sin embargo, darme mi propio espacio en ese sitio, fue considerado de su parte. No dormiría profunda, pero estaría menos intranquila. Aunque, no sabía si eso era lo que quería con la casa tan llena de enemigos.

Accedimos a la que sería mi habitación. Con su cama doble, peinadora y ventana con vista hacia el bosque, no tenía nada que envidiarle a las recamaras de la casa del profesor. De hecho, no se sentía el vacío que las de él emitían. Esas cuatro paredes, con papel tapiz de flores, estaban más vivas, a pesar de haber sido seguramente elegidas por el hombre que estaba dispuesto a sacrificar a mi hijo.

—En el armario encontrarás varios cambios de ropa. En los cajones de la peinadora y en el baño también hay productos de aseo personal, incluso algunas cosas que recuerdo utilizabas —dijo.

—¿Y ese vestido? —cuestioné.

Me acerqué a la cama para terminar de detallar el vestido. Era color vinotinto, con un cinturón elaborado con pedrería dorada y encaje en la zona del busto con destellos de la misma tonalidad. La falda era voluminosa, con varias capas de tul y una de flores estampadas. Era hermoso.

—Es el que usarás para la fiesta del profesor. Sé que quiere que vayas y voy a aprovecharme de eso.

—¿Aprovecharlo cómo?

—Pruébatelo y te diré.

Quise negarme, mas a la vez sentí curiosidad por saber qué iba a pedirme que hiciera. Lo pensé por unos momentos más, así como lo hice en el trayecto hacia allí. Si ya estaba técnicamente hasta el fondo con Drake, de nada servía ser ignorante de sus planes. Por eso tiré de la camiseta para sacarla por encima de mi cabeza y me desabroché los vaqueros para deshacerme de ellos, quedando en ropa interior.

Podía sentir los ojos de Drake clavados en mí. Ya me había visto innumerables veces desnuda, mas aquello no evitó que, como comprobé por el rabillo del ojo, permaneciera atento a mí; mientras deslizaba el cierre en la espalda del vestido para facilitar la colocación, hasta cuando el castaño se acercó para ayudarme a cerrarlo.

No retiró sus manos enseguida. En vez de ello, sus dedos rozaron la parte de atrás de mi cuello, comenzando a acariciarlo y a descender hacia mis hombros.

—No te atrevas —murmuré con frialdad, odiando a mi cuerpo por los pequeños escalofríos placenteros que experimenté—. ¿Ya se te olvidó que planeas sacrificar a nuestro hijo?

Cuando se apartó, di la vuelta para que viera la furia que debían expresar mis ojos.

—Prometo buscar la manera de que no tenga que ser así. Todavía queda tiempo antes de tener que ir por él.

—¿Y si no hay otra forma? —pregunté.

Me dirigí hacia el espejo de cuerpo completo tras la puerta para evaluar mi aspecto. La falda caída justo por debajo de mis rodillas y la zona del busto se ajustaba como si hubiera sido hecho a la medida. Me gustó cómo el color de la prenda se veía con mi tono de piel y ojos. Lo ideal iba a hacer recogerme el cabello en un moño alto, para no ocultar mis hombros y darle protagonismo al brillo, a mi cuello y a mis pómulos.

—Hermosa —dijo Drake.

Iba a volver a hacer la pregunta que ignoró, mas fuimos interrumpidos por unos golpes en la puerta.

—Adelante —gruñó el castaño.

La puerta se abrió para darle paso a Thomas. Yo fui lo primero que entró en su campo de visión y pude detallar cómo sus ojos se oscurecieron mientras escaneaba mi imagen.

—Max me dijo que querías verme —dijo Thomas, con un extraño tono.

Pude captar también cómo las puntas de sus colmillos sobresalían un poco. Olía a muerte, confirmando la información de que había ido por un aperitivo. Y había algo más.

El semblante de Drake cambió ante el recién llegado. No era el mismo estando a solas conmigo, que estando con otros. No podía serlo. Conmigo, bajaba la guardia y aceptaba cómo lo desafiaba. Con otros, no podía permitir que su autoridad flaqueara. En ese sistema competitivo, podía ser su fin si lo hacía.

—¿Ahora te comes a los habitantes de la aldea? —preguntó—. El profesor me contó que una de sus protegidas apareció muerta, y otra con pedazos faltantes de carne en su cuerpo y no recuerda qué le pasó. ¿Fuiste tú?

—Que forma tan elegante de llamar a las zorras del profesor. —Sus iris de un rojo opaco, casi negro, se posaron de nuevo en mí—. La única perra a la que deseo arrancarle un buen pedazo es a la tuya. Quiero hacerla gritar.

Dio un paso hacia mí.

Sus palabras fueron dichas con una mezcla retorcida de rencor y deseo. Su expresión reflejaba lo segundo, mas también podía interpretarse como un león que imaginaba el sabor de su presa antes de atacarla.

No retrocedí, sino que me preparé para enfrentarlo. Sin embargo, al ver las intenciones del vampiro, Drake se interpuso.

—El único que va a gritar eres tú —respondió Drake sin alzar la voz, pero siendo capaz de darle miedo a cualquiera.

—Demuéstralo, lobito.

Aquello fue lo que bastó para que la paciencia del castaño llegara al límite. No dejó que Thomas siguiera hablando. Lo sujetó de la chaqueta y pretendió llevarlo hacia atrás unos metros, pero el pelinegro actuó deprisa y empujó con fuerza a Drake hacia un costado, logrando que lo soltara.

El hombre lobo se tambaleó un poco. Habiendo recuperado el equilibrio casi de inmediato, se lanzó de nuevo hacia el Descendiente de Imm, con un rugido. Thomas lo recibió con el mismo entusiasmo, retumbando el sonido del impacto por la casa. Batallaron por hacer retroceder al otro, o por conseguir someterlo contra el suelo.

Ambos tenían los rasgos desfigurados; ya más animales sedientos de demostrar soberanía, que individuos con esencias humanas. Me preocupó que Drake estuviera teniendo problemas en dominar a Thomas y me pregunté el porqué los otros supuestamente leales a él, no acudían a defenderlo. No era una manada. Él no era el alfa, sino el líder de un movimiento. Y, según había entendido, sin él, el objetivo no sería alcanzado. ¿Por qué no protegerlo?

Una extensa cortada apareció en mi brazo, cuando el vampiro arrancó una de las patas de la cama para clavársela a Drake. No cumplió su intención, mas sí causó la herida que se reflejó en mí. Por suerte, Drake aprovechó la breve distracción de Thomas generada por el olor a mi sangre, para debilitarle las piernas y luego alzarlo, como si no pesara nada, para arrojarlo hacia la ventana.

Thomas atravesó la misma, volando hacia el exterior. No tardó en oírse el sonido seco del impacto.

No sé de dónde Drake había sacado tanta fuerza. De hecho, lucía más alto y sus músculos más hinchados. Sus respiraciones eran agitadas. Tomó el pedazo de madera, semejante a una estaca, del suelo, haciendo que me enfocara en sus uñas convertidas en garras. Después, sin prestarme atención, como si se hubiera olvidado de que me encontraba allí, brincó por el agujero en el marco de la ventana para acabar con la lucha.

Me asomé para no perderme de los últimos detalles. ¿Acaso mataría a Thomas?

A escasa distancia, los miembros del grupo de Drake que nos recibieron al llegar, permanecían a una distancia segura, siendo testigos de la escena. Thomas estaba más lejos de lo que el ángulo de la caída pudo haberle hecho llegar, así que supuse que había estado corriendo. Hasta que Drake tiró la estaca y le atravesó el estómago para tumbarlo.

Salté desde mi posición para caer con algo de torpeza sobre el césped.

Drake, quien había estado caminando hacia el pelinegro cuando volví a tener visual, se detuvo junto a él. Sin apuro, se inclinó para hacerlo girar. Thomas, muy quieto, soltó un casi silencioso quejido.

—¿Qué pasa? ¿Demasiado cerca de tu corazón? —inquirió.

No pude ver bien a Thomas, pero no era difícil imaginar la mirada que tuvo que lanzarle a quien lo había vencido.

—Déjame ayudarte con eso —añadió.

Con un solo movimiento, retiró el trozo de madera del cuerpo de Thomas y lo arrojó lejos de ambos. El herido exhaló bruscamente y podía jurar que se había estado estremeciendo por un largo instante.

—Sé que debe dolerte, pero no lo suficiente, ¿cierto?

El hombre lobo terminó de hacer que su contrincante pegara la espalda del césped. Éste parecía todavía estar recuperándose. A pesar de la resistencia de Thomas al movimiento, Drake levantó uno de los brazos del Descendiente de Imm, agarrándolo de la muñeca.

Horrorizada, presencié cómo dobló los dedos de Thomas para solo dejar al meñique levantado. Luego, Drake lo introdujo en su boca y lo mordió. No estuve segura si el grito de Thomas fue por el dolor que experimentó, o por el impacto de haberse quedado sin un dedo. Porque sí, Drake le había quitado uno de sus dedos.

El castaño escupió el dedo fuera de su boca y se puso de pie.

—¿Sigo siendo un lobito, Thomas? —le preguntó con tono calmado.

Thomas negó, presionando la mano mutilada contra el pecho. El espacio donde había estado el meñique sangraba. Pero era porque Thomas se había alimentado bien recientemente. Técnicamente no era su sangre, sino la de su víctima.

—¿Asumo que volverás a comportarte como un buen aliado? —continuó—. Sin desafiarme y sin propasarte con lo mío.

Supuse que con lo suyo, se refería a mí.

Miré a mi alrededor. Los demás no reflejaban estar indignados con lo que sucedía. Ellos tuvieron que haber sido parte del Clan del Norte antes de unirse a Drake. En otras palabras, primero fueron leales a Thomas. No obstante, ahora eran de Drake. Y por sus expresiones, lo veneraban.

Thomas negó otra vez. En esta ocasión, reunió fuerzas para sentarse. Había rastros de sangre en su abdomen.

—Bien. Ahora necesito que regreses al norte y te ocupes de unos asuntos mientras yo me desocupo aquí. Arsen está teniendo problemas y no podemos dejarlo solo.

—Entendido —se limitó a responder con voz ronca.

Drake le hizo una señal a Max y a otro vampiro, y éstos sujetaron a Thomas por los brazos para ayudarlo a levantarse.

—Los que Thomas decida no llevarse, quiero que vayan al pueblo y busquen material para arreglar la ventana.

Con estas órdenes, sus seguidores se marcharon. Pero, Drake se quedó en su sitio, inmóvil como una estatua.

Me acerqué, no porque me interesara su bienestar, sino porque todavía sentía curiosidad por su aspecto. Se mantuvo quieto; con los ojos cerrados y las palmas pegadas a sus costados. Incluso parecía tener más cabellos de lo normal. Estaba tratando de controlar su respiración.

—La diosa te está abandonando, ¿no es así? Te estás convirtiendo en un Maldito de Aithan por beber sangre.

Esa era la explicación para su cambio de aspecto. No se había convertido en lobo para luchar, sino que había permanecido en su forma humana, mutando hacia algo más. En lo que vi cuando nos atacaron los cazadores, mas a mayor escala. Sus latidos continuaban acelerados, como si siguiera batallando, pero en su interior. Supuse que estaba tratando de apaciguar la bestia que crecía en él.

—Ahora no, Vanessa. Puedes quedarte en mi habitación mientras arreglan la tuya —dijo con voz temblando—. Tranquila, aunque quiera, no iré a hacerte compañía.

No entendí que ocurría conmigo. Muchos habían muerto por su culpa, planeaba sacrificar a nuestro hijo, acababa de arrancarle un dedo a Thomas, y tenía un aspecto escalofriante, pero aun así, sentí un no sé qué que me hizo no querer dejarlo solo. Parecía estar sufriendo.

—Drake...

Comencé a decir, sin embrago, al no saber cómo terminar la frase, me fui. Mientras caminaba de regreso a la casa para quitarme el vestido, me recordé una y otra vez el porqué debía odiarlo y el porqué él era el malo. El cómo su ambición lo había cegado y se había permitido cometer horrores para volverse más poderoso.

El ya vendí mi alma, resonó en mi cabeza. Tal vez estaba arrepentido, de verdad Zigor era quien lo obligaba a seguir, y solo le quedaba seguir aferrándose al poder para sobrevivir.

Seguí con el tema dándome vueltas en la cabeza. También pensé en el supuesto profesor y lo comparé con Drake. El profesor se aprovechaba de la ingenuidad de los pobladores para saciar sus perversiones. Por otro lado, Drake quería poder para cambiar el sistema de sumisión y discriminación. Claro, eso no justificaba sus actos.

Me quité el vestido para guindarlo en el armario, me di una ducha usando varios de los frascos son esencias que encontré —recordándome de Paula—, y después fui a su recamara. De repente me había sentido cansada y no podía dormir en mi alcoba, porque pronto regresarían para arreglar el hoyo en la pared.

Su habitación no era como la mía. No parecía pertenecerle a nadie, sino a una que era parte de una casa en exhibición. Sin objetos personales a la vista, con todo en su sitio, y escasos muebles. Al sentarme en la cama perfectamente tendida con sábanas negras, su olor a almendras se esparció a mi alrededor. Solo eso hizo sentir el espacio más a Drake.

Todavía no lo sentía en el interior de la cabaña, así que me permití ojear el interior de la gaveta de la mesita de noche que estaba mal cerrada. Encontré un par de libretas, mas al tratar de investigar el contenido de las primeras dos, descubrí las páginas en blanco. También había un celular, pero con contraseña.

Concluí que no iba a ser sencillo descubrir algo útil, así que me ocupé de devolver todo y colocarlo como estaba. No obstante, la esquina de una fotografía sobresaliendo de una de las libretas más pequeñas que no revisé captó mi atención. La extraje y me vi a mí misma en un restaurante decidiendo qué ordenar. Por la fecha en ella, supe que era cuando trabajaba para Wyatt.

Abrí la libreta y en ésta sí hallé escritos. Supe que la letra era de Drake y por la redacción, expresando pensamientos y sentimientos, intuí que se trataba de una especie de diario. Diferentes tintas, algunos garabatos, y unas entradas más comunicativas y recientes que otras. Había mucho de mí, del peso que cayó en sus hombros por la muerte de Arthur, y de indecisión. Había añoranza, metas establecidas sin detalle, y miedo.

No fui capaz de leerlo todo, pero sí lo suficiente como para que mi mente se sintiera sobrecargada. Había sido demasiado hurgar en lo que cruzaba por su cabeza. Regresé el diario a su sitio y me acomodé entre las sábanas.

Ya no era el odio hacia él lo que ocupaba gran parte de mi corazón, sino que empezaba a surgir empatía. Parecía simplemente alguien que se había perdido en el camino y no sabía cómo retornar a él. No un ser malvado que disfrutaba dañar a otros. No alguien tan repulsivo como el profesor.

La contradicción no me dejó conciliar el sueño. Y duró hasta que volví a escucharlo en el interior de la cabaña tiempo después y hasta que inició el ruido de la reparación. Solo así, de un momento a otro, el cansancio me venció y me dormí sin darme cuenta.

Fue un descanso profundo, al que no me acompañaron mis pensamientos en conflicto. Al despertar, mi nariz se inundó con olor a café y el ruido de la puerta recién cerrada. Sobre la mesita de noche había un plato con la taza humeante y un emparedado. No fue difícil adivinar que era obra de Drake.

Después de comer en silencio, corrí un poco la cortina para comprobar que el sol hacía poco había alcanzado su punto más alto. Me coloqué los zapatos y abandoné la habitación todavía dándole sorbos al café.

La cabaña estaba silenciosa. Por la hora y ausencia de ruido, supuse que al anochecer terminarían con la reparación. Luego de revisar que les faltaba poco, descendí por las escaleras. Di un corto recorrido por la planta baja, que concluí depositando el plato en el fregadero. Parecía haberme quedado sola.

Sin ganas de volverme a acostar, ni de seguir hurgando en la casa, decidí sentarme en la banca del jardín. Tal vez la tranquilidad de la naturaleza me haría bien. Me serví más café y salí.

El día estaba nublado. Tenía planeado sentarme en la banca, pero al ver quién estaba del otro lado de la cerca, mis planes cambiaron. Kevin estaba de pie del otro lado de ella, como indeciso entre ingresar a la propiedad, o no.

No lo había visto desde que fuimos emboscados por los cazadores y Drake decidió enviarlo al pueblo para no incomodarme. Todavía me dolía su traición. Fue mi aliado mientras estuvimos en cubierto con el Clan del Norte, pero ahora las cosas habían cambiado radicalmente. Comprendí que él no haría por mí, lo que yo por él. Todo era cuestión de intereses propios. No le importó que yo le hubiera salvado la vida a su hermana.

—Ya se me hacía raro que me hubiesen dejado sola sin vigilancia —dije—. ¿Serás mi niñero el día de hoy?

—Soy en el que Drake más confía para hacerlo.

—¿Y lo harás desde ahí? —inquirí.

—Si no me pides que pase, no lo haré. —Señaló un rectángulo de papel con líneas negras sobre un gnomo de jardín, que no noté antes—. Ese es un sello que Zigor puso para darte más protección. Drake y tú deciden quiénes pasan. La rebeldía de Thomas está haciendo que Drake sea más precavido.

De todas formas, me senté en la banca. Todavía sin escoger si dejarlo acceder, o no. Le di sorbo al café.

—¿Otros se han alzado contra él? —pregunté, tanteando si podía sacarle información útil.

—No. Casi todos lo idolatran, le tienen miedo, o ambos. Thomas lo ve más como su socio y estuvo tranquilo, hasta que apareciste tú.

—¿Conoces la historia secreta de la amada muerta de Thomas?

—No.

—¿Sabes a dónde lo envió Drake y por qué?

Dudó. Me encontraba a una distancia adecuada para detectarlo.

Me levanté, destilando molestia.

—Entiendo. Vigílame desde allí. Te adelanto que no tengo intenciones de escapar.

Me dispuse a regresar al interior de la casa, mas sus palabras me detuvieron.

—A Nome. Arsen está teniendo problemas con unos cazadores corruptos. Le quitaron un libro importante que Drake quiere.

Nome era un puerto importante, con una cantidad significativa de habitantes. Si el libro era importante, seguramente tenía que ver con su transición a ser inmortal.

Caminé hacia él, satisfecha. No quería que siguiera enojada con él. Al parecer, a pesar de las circunstancias, todavía me apreciaba. Lo suficiente como para no desear que lo odiara.

—Puedes pasar —cedí.

—Gracias, Vanessa.

Regresé a la banca y esperé a que se sentara conmigo.

—¿Tú le temes a Drake? —quise saber luego de unos largos minutos de silencio—. ¿O de verdad lo sigues por la convicción de que sus creencias son acertadas?

Buscó las respuestas a sus propias preguntas en mi rostro. No era necesario que las articulara. Eran iguales a las mías, solo que mezcladas con el obvio interés romántico que tenía Drake en mí. Un ¿todavía lo amas? fue casi audible.

—Lo que debería interesarte es que sigo a su lado. Mi trabajo todavía no ha terminado. Por eso obedezco sus planes —respondió—. Disculpa por haber traicionado tu confianza, pero sabes que el deber está por encima de todo.

Hablaba con sus raíces Acturus todavía firmes. Todo era permitido, con tal de cumplir con la misión. Supe que continuaba siendo Kevin, solo que con la lealtad en otro lado. Entendí sus porqués y por eso decidí perdonarlo. Además, necesitaba a alguien de mi pasado con quien sentirme a gusto.

—Está bien. Entonces, ¿aliados hasta donde nuestra conciencia nos lo permita?

Extendí mi mano hacia él y aceptó el gesto, demostrando estar de acuerdo con la consigna. 

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