Capítulo 5 | Cambio de planes

Sentada en la acera de un estacionamiento de comida rápida de carretera, esperé a que mis acompañantes efectuaran un robo. Necesitábamos el dinero y teníamos hambre.

Los cazadores que huyeron no se marcharon sin antes incendiar los restos de los vehículos, incluyendo nuestro equipaje y efectivo. Esperamos a que bajara el sol para continuar con nuestro camino a pie. Thomas y el otro vampiro restante se refugiaron en una pequeña cueva mientras tanto. Un Maldito de Aithan, que antes perteneció a los Pólux, recolectó bayas y hongos comestibles para calmar el apetito de Kevin y el mío. Él y Drake, por el otro lado, intuí que se saciaron con los cazadores muertos.

—Tienes aires de cazadora con esa expresión tan seria —comentó Drake sin apartar la vista de las ventadas del recinto.

Podíamos presenciar cómo Kevin sometía al chico que estaba trapeando el piso y Thomas arremetía contra la cajera exigiendo el dinero, mientras el otro chupasangre lo ayudaba y el Maldito de Aithan entraba a la cocina para encargarse de los cocineros.

No me molesté en responder. Seguía furiosa.

Tuve que ponerme el uniforme de una cazadora. Olía mal y la zona del cuello contaba con una gran mancha de sangre seca de cuando la degollaron.

Todavía me costaba creer que Drake llegara a tal extremo. ¿Cómo pudo hacer que mi vida dependiera de la suya? Un giro retorcido del si no eres mía, no serás de nadie. Y aún peor, ¿cómo pudo convertirme en una especie de escudo? No lo comprendía, mas según sus palabras, yo recibía el mayor daño de cualquier herida física que él sufriera. Cada vez estaba más enredada en sus planes y en su destino.

¿En qué momento Zigor realizó el conjuro? Estuvimos menos de un día en el pueblo, en ese lapso solo lo vi en dos breves ocasiones. Recordaba cada detalle de mi estadía y en ninguno sentí algo fuera de lo común.

—¿Desde cuándo? —le hablé directamente por primera vez desde la mañana.

—¿Qué cosa?

—Ya lo sabes.

—Desde que Kevin te emborrachó apropósito. —Se levantó porque los demás ya venían—. No le gustó la idea, pero se lo ordené y no pudo negarse.

—Eres un maldito —escupí.

—Lo soy, caramelo. Ahora has tu trabajo.

Él continuó avanzando para reunirse con los demás mientras yo fui en la dirección contraria. Alboroté mi cabello un poco, hice a un lado mi rabia para entrar en personaje y corrí a la autopista.

—¡Auxilio! —grité agitando los brazos, atravesándome frente a un auto que se aproximada.

El sujeto frenó de golpe justo a tiempo. Permaneció inerte por un instante debido a la sorpresa, observando mi silueta iluminada por el par de luces delanteras. Eran altas horas de la noche, en el peor de los casos se cruzaría con un venado, no con una mujer desesperada. Solo éramos nosotros dos en la vía y esperaba que siguiera así durante otro rato.

—Por favor, tienes que ayudarme —supliqué agregando lágrimas a punto de caer a la escena. Me paré junto a su ventana—. Por favor, ayúdame.

El hombre, de tal vez unos cuarenta años, bajó indeciso el vidrio unos centímetros.

—¿Qué pasó, niña? ¿Qué haces aquí sola? —Su mirada se posó en la sangre de mi ropa—. Tu cuello...

—Estaba en el restaurante de allá, comiendo con mis padres cuando entraron unos ladrones. —Señalé la edificación a lo lejos, la cual destacaba entre la oscuridad por las luces de las grandes ventanas. Mi voz se quebrantó—. Yo... yo logré escapar, pero ellos siguen ahí. Tengo mucho miedo. No sé qué hacer.

Cubrí mi boca y pude dejar escapar un sollozo. No necesitó más para abrir los seguros del coche.

—Sube, muchacha. Voy a llamar a la policía. Todo estará bien.

Imbécil.

—Se lo agradezco mucho.

Rodeé el carro y me monté en el asiento del copiloto. Él sacó su celular y empezó a marcar el número de emergencias.

—¿Cómo te...?

No le permití terminar la pregunta. Colocando la mano en su nuca, hice que su cabeza impactara con fuerza contra el volante, dejándolo inconsciente y con la nariz rota. Me sentí mal porque parecía un buen tipo. No obstante, el camión y los pequeños vehículos. parqueados en el local de comida rápida, no eran lo que requeríamos. En cambio, esa espaciosa camioneta sí.

Recogí el celular. Como fondo de pantalla tenía la foto de las que debían ser su esposa e hija. No dejaría que destruyeran esa familia. Le quité la batería y guardé el aparato en la chaqueta del señor.

Abrí la guantera a ver si encontraba algo interesante y, efectivamente, di con unas botellitas de licor. Las reclamé como mías, ocultándolas en los bolsillos de mi uniforme.

No me sobresalté con las puertas del automóvil siendo abiertas. No necesité alzar la vista para saber que eran mis acompañantes.

—No lo lastimes, ponlo en los arbustos de allá —le pedí a Max, el Maldito de Aithan que se encargó de retirar al extraño.

Me miró como si estuviera loca. Había visto mi rostro y lo mejor era liquidarlo. Además, fue obvio que anhelaba alimentarse él. Desvió la atención hacia Drake, quien ya estaba sentado en la parte de atrás.

—Haz lo que dijo —me apoyó.

Sin embargo, aquello no me haría olvidar lo que hizo. Se aprovechó de mi estado de embriaguez.

Salí del vehículo. No podía ni respirar el mismo aire que él sin sentirme asfixiada. El odio había regresado.

—Sube, yo me voy en la parte de atrás —dijo Kevin—. Ten.

Me dio una bolsa que olía a carne cocida y grasa. La acepté porque estaba hambrienta.

—No, yo viajaré en la parte de atrás. Ustedes, las escorias, deben viajar juntas.

Pasé a su lado chocando apropósito su hombro. Puse un pie en la rueda y me impulsé hacia arriba para sentarme en la batea. Al principio su expresión se arrugó sin comprender. Después, frunció los labios y dio un paso hacia adelante. Luego, entendió y mostró un remordimiento que me valió mierda.

—Oye, Vanessa...

—Móntate de una vez, perro sarnoso —gruñó Thomas asomándose desde el interior.

—Ojalá te hubieras quedado muerto —murmuré.

Si me escuchó, no pude apreciar su reacción, porque ya me daba la espalda para obedecer. Eso era lo que hacía, cumplir instrucciones. ¿Amigo? ¿Aliado? Nadie lo era. Cada quien veía por sus propios intereses y nunca debí olvidarlo. Yo estaba sola. Me había metido sola en ese problema y sola hallaría la manera de salir luego de dar con mi hijo.

Comí con la compañía de la luna llena y no tardé en quedarme dormida.

***

Sequé mi cabello en el pequeño baño de hotel. En el reflejo, todavía no me reconocía con los mechones cortos y teñidos de rubio. Cambié el uniforme de cazadora por un pantalón de vestir ajustado y una blusa azul. Quería que la primera imagen que tuviera mi hijo de mí fuera la mejor. Faltaba poco.

Al llegar a la ciudad indicada —después de dar con un transporte nuevo— nos hospedamos en un hotel a cuatro cuadras de la casa donde lo tenían. Comimos y Drake me dio tiempo para prepararme, insistiendo, a pesar de mi desespero por verlo al fin, que no podía encontrarme con él estando sucia y con ropa ensangrentada.

Estando lista, tomé mi vestimenta anterior doblada y salí a la recamara. Drake me esperaba acostado en la cama jugando con el celular. Relajado, sin zapatos. Había hallado la manera de ingresar.

Preferí ignorarlo dirigiéndome a mi bolso, el cual descansaba en una silla. Guardé el uniforme. Si llegaba a ver a Wyatt se lo entregaría para que se lo diera a la familia de la cazadora.

—Envié a Kevin de regreso al pueblo —comunicó bloqueando el celular. Se puso de pie—. Aceptó para no incomodarte.

—Ojalá las cosas fueran tan sencillas de arreglar —repliqué. Acomodé la mochila en mi espalda—. ¿Vamos?

—Solo falta algo. —Abrió la gaveta de la mesita de noche para sacar un perrito de peluche. Blanco con manchas negras. Un dálmata con una corbata roja. Era hermoso—. Regálaselo a nuestro hijo.

Mantuve una expresión dura, a pesar de percibir una diminuta, microscópica, chispa de calidez.

—¿Por qué no se lo das tú?

—Tú serás la primera en verlo. Quiero que sea tu momento. Mereces que sea tu momento. Así espero devolverte un poco de todo lo que te he quitado.

Terminó de ponerse los zapatos y yo seguí viendo el juguete en silencio.

¿Cómo podía ser despiadado y a la vez tener acciones así? ¿Era un monstruo que fingía todavía poseer humanidad, o alguien bueno que aparentaba ser un monstruo porque había perdido el camino? ¿El Drake del que me enamoré continuaba allí, en algún sitio? Lo que supe la noche anterior, lo que me hizo, lo que viví esas últimas semanas con pequeñas dosis de bondad, me tenían confundida.

—Sé que no tuviste tiempo, ni cabeza, para comprarle algo y que, en otras circunstancias, lo hubieses hecho. También sé que cuando lo tengas en frente, desearás darle algo. Sería el primer paso para ganarte su confianza, como lo hiciste hace años con Alan —añadió agarrando el objeto del colchón. Lo puso en mis manos—. Siempre has sido buena con los niños.

Mi hijo no me conocía. Estaba por cumplir siete años, fue criado por desconocidos, pero eran quienes él consideraba sus padres. No sabía cómo reaccionaría cuando tratara de abrazarlo. No aguantaría las ganas de hacerlo y se me rompería el corazón si me rechazaba. No había pensado en que tendría que ganármelo, sin embargo, valdría la pena la paciencia con tal de que me viera algún día como su madre.

Como Drake no se apartó, yo lo hice. Metí el peluche en el bolso y me dirigí a la puerta.

—Vamos.

Max nos esperaba en la recepción. Los tres caminamos a la angosta casa de dos pisos donde Drake me explicó nos encontraríamos con Bryan. Tocó el timbre y al no recibir respuesta, rompió la cerradura para entrar.

—¿Bryan?

Las luces del reducido recibidor yacían encendidas. Revisamos la sala, el comedor y la cocina de la aparente residencia familiar. Estaba amoblada de forma sencilla, con lo primordial, como las imágenes de muestra en las revistas. No había fotografías, ni sobres con cuentas por pagar, ni flores. Solo era una casa, no un hogar. Fue un alivio darme cuenta de que no se la arrebataron de manera sangrienta a sus dueños.

Había basura y platos sucios. Botellas de cerveza y colillas de cigarrillos. Bryan se estuvo divirtiendo.

—Maldita sea.

—Drake, no tengo tiempo para esto.

Shh, lo oigo arriba.

De mala gana, los seguí de regreso al pasillo y por las escaleras. Arriba encontramos un espejo rectangular roto. Ingresamos a la habitación principal que tenía la puerta abierta, y ahí estaba Bryan, en ropa interior, tendido sobre el suelo de madera. Respiraba, así que solo estaba inconsciente.

Drake agarró un vaso de la mesita de noche y fue al baño para llenarlo. Max se arrodilló junto a la cama y tomó un sujetador rojo olvidado bajo ésta.

—Tuvo una noche alocada —comenté acercándome a la ventada para cerrarla.

Del otro lado de la calle, había una casa con estructura similar a donde nos hallábamos, pero color turquesa. Contaba con un jardín cuidado. Era una familia que debía tener por lo menos un niño, por el camión de juguete y la piscina inflable visible.

También cerré las cortinas.

—Despierta, hijo de perra —siseó Drake agachado al verter el agua en su rostro.

Bryan tosió y se alejó del chorro exaltado. Requirió de un instante para asimilar dónde se encontraba. Pasó su mirada por nosotros, hasta detenerse en Drake y arrodillarse de inmediato ante él, pegando la frente del piso.

—Lo siento mucho.

El castaño puso el vaso a un lado y se puso de pie.

—¿Qué es lo que sientes, Bryan? ¿Qué mierdas sucedió?

—No lo sé.

Drake apretó los dientes, conteniendo su rabia.

—Dime, ¿qué es lo que sabes? ¿Por qué estás aquí holgazaneando?

Él de verdad los tenía a todos bajo su poder. Bryan ya no era Bryan su amigo, sino Bryan su sirviente. Sucumbía ante su control ya no por respeto, sino por miedo a lo que podía hacerle. De lo contrario no hubiera reaccionado así. De lo contrario su corazón no estuviera tan acelerado, ni su piel llena de sudor.

Había una gaveta entreabierta en el escritorio junto a la ventana. Detallé unos binoculares, un cuaderno y lapicero.

—Un amigo se enteró de mi estadía en la ciudad y trajo unas amigas. No me pareció mal, porque solo serían un par de horas de relajación. Llevo días aquí y ninguna amenaza ha aparecido. Una cosa llevó a la otra, y... supongo que la chica que se quedó conmigo colocó algo en mi bebida para noquearme. Metí la pata, Drake. Lo sé.

Drake soltó un gruñido de frustración y pateó el vaso; por un segundo creí que lo pateado sería la cabeza de Bryan. Sacudió su cabello. Colocó las manos en sus caderas y miró en mi dirección

Me incliné contra el escritorio. Esa mirada indicó que no se trataba de buenas noticias. Le habían puesto una trampa a Bryan para sacarlo del juego durante unas horas y solo una razón podía poner esa expresión en la cara del castaño.

—¿Bryan estaba cuidando a mi hijo? ¿Mi hijo estaba aquí? —pregunté con un tono agudo. Tenía que ser una broma.

—Sí y no —replicó Max observando a su compañero con pena cuando su jefe permaneció callado.

—Drake, explícame lo que está pasando. —El asunto era entre ambos. Di un paso hacia adelante—. ¿Dónde está mi hijo?

—No lo sé, Vanessa —exhaló—. Tuvieron que habérselo llevado. Lo encontraron, se burlaron de Bryan y se lo llevaron.

Tan cerca, casi tocándolo, y ahora de regreso al inicio. Si no nos hubieran ubicado los cazadores, si no nos hubiéramos detenido a descansar, quizás hubiésemos llegado a tiempo.

—¿Dónde se supone que estaba? —exigí saber.

Sus ojos se desviaron a la ventana; la ventana con una vista perfecta de la casa del frente. No necesité más. Dejé que resolviera su problema con Bryan.

Corrí al exterior, crucé la calle y me detuve un momento en la puerta principal para recuperar el aliento. No hubo tiempo para considerar que tal vez lo que encontrara del otro lado no sería de mi agrado. El cuadrado de vidrio a un costado de la manija estaba roto. Habían abierto la cerradura, así que solo giré la perilla para ingresar.

—Buenas —llamé repetidas veces al inspeccionar la planta baja.

Todo estaba en orden y, a diferencia de la otra casa, lucía pulcra y limpia. Había chaquetas colgadas junto a la entrada, al igual que llaves y paraguas. Un ramo de margaritas dentro de un florero adornaba el comedor, así como dibujos garabateados estaban pegados en la nevera. La sala tenía peluches, legos en la alfombra y el televisor encendido.

Subí por las escaleras.

—¿Hola?

Di primero con la habitación principal. Sobre la cama matrimonial había una muda de ropa y una toalla. El armario estaba abierto, con prendas dobladas y guindadas. Pude oír el chorro de la ducha, mas al ingresar al baño se hallaba vacío.

—Vanessa, no necesitas hacer esto —dijo Drake desde el piso de abajo cuando atravesé el pasillo para ir a la otra recamara—. No hay nadie aquí.

No le hice caso. Lo escuché ascender por los escalones a la vez que me encerré en la habitación que debía pertenecerle a un niño.

La cama individual con cobijas azules y con temática espacial estaba hecha. Repisas, mesitas, la superficie encima del gavetero y la pequeña biblioteca estaban repletas de juguetes; carritos, muñecos, peluches, pelotas. Había lápices de colores con varios libros para colorear en el suelo, más legos y figuras de plastilina.

Todo era de un niño al que no debía faltarle nada, no obstante, ese niño no estaba ahí.

Me senté en la cama. Agarré la almohada para abrazarla e inhalar su aroma. Chocolate y menta, como los caramelos que amaba comer al estar embarazada. Me deslicé fuera del colchón para acabar sentada en el piso.

Había llegado tarde. Alguien más había venido por él y no pude hacer nada para evitarlo. De nuevo no pude protegerlo. Otra vez me lo arrebataron.

Tocaron la puerta.

—¿Puedo pasar? —preguntó Drake sin asomarse.

—Quiero estar sola —murmuré, aunque lo suficientemente alto como para que lo oyera.

Por la apertura bajo la puerta, vi que la sombra de sus pies se quedó ahí. No se fue.

Lo único que me importaba era que no entrara. No quería que dañara la imagen intacta del lugar que vio a mi hijo crecer; dormir, reír, llorar, gritar, jugar. Todo ese sitio eran partes de él. Partes que solo pude imaginar. Partes que mantendría solo para mí el tiempo que necesitara para recuperarme.

Quité el bolso de mi espalda y abrí el bolsillo delantero para sacar una de las botellitas de licor. La terminé de un solo trago, continuando con las demás.

No tenerlo y pensar en los peligros a los que estaba expuesto me llenaron de miedo. No sabía quién podía habérselo llevado. ¿Los Arcturus? ¿Vampiros que se oponían a Drake? ¿Malditos de Aithan? ¿Brujos? ¿Cazadores? ¿Humanos? Con nadie iba a estar más seguro que conmigo.

Le fallé desde el momento en el que nació.

¿Cómo pudieron engañarme y hacerme creer que estaba muerto? ¿Cómo caí tan fácil? ¿No se suponía que mi instinto de madre tuvo que decirme lo contrario? ¿Por qué creí que ahora la vida me sonreía y por fin lo tendría conmigo, cuando ni siquiera me lo merecía?

Sofoqué un grito de dolor en la almohada. Era perderlo otra vez; peor que me arrancaran las entrañas. Empapé la funda con llanto. Apenas podía respirar, la tristeza en mi pecho estrangulaba mis pulmones.

No sé cuánto duré en mi desmoronamiento. Las lágrimas poco a poco dejaron de salir y me sentí menos pesada.

Presioné la mejilla contra la almohada que todavía abrazaba y miré hacia la mesita de noche, buscando concentrarme en cualquier cosa mientras disipaba mi mente. Pronto iba a tener que salir de ahí para iniciar su búsqueda. Si lograba pararme de ahí, me movería la convicción por encontrarlo.

Había un vaso que parecía tener jugo de naranja, sin embargo, aquello no llamó mi atención. También había una esfera amarilla dentro de un envoltorio transparente.

Era un caramelo de miel. 

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