Capítulo 4 | Emboscada

Faltaban un par de horas para el amanecer. Observaba a través de la ventana del auto la silueta de los árboles pasar, mientras mis oídos intentaban ignorar la música de ópera elegida por Thomas, el conductor. El supuesto profesor —el venerado por el pueblo— le facilitó a Drake dos carros discretos y una considerable suma de dinero. Era otro que debía beneficiarse de los planes del castaño.

Yo compartía el asiento trasero con dos vampiros; sentada detrás del puesto de copiloto donde estaba Kevin. En el vehículo frente a nosotros iba Drake con otros de sus seguidores. Insistió en que viajáramos separados, hecho que me fue indiferente. Sabía que la razón fue que hablaría de temas que no deseaba contarme.

—¿Puedes quitar eso? —pidió Kevin despertando de su siesta de media hora.

—No, perro sarnoso —replicó la sanguijuela sin despegar la vista de la carretera—. Espero que algo de cultura termine por explotar tus tímpanos.

—Espero que todo el oído se explote para no tener que seguir escuchando eso.

—Espero que todo eso se cumpla y que, además, se atraganten con su propia saliva para tener algo de silencio —susurré acomodándome mejor contra la puerta y cerrando los párpados.

No iba a dormir. No lo haría en ese reducido espacio rodeada por enemigos. Lo que necesitaba era descansar un poco la vista, a ver si así se disipaba el dolor de cabeza que cargaba.

Primero, oí las hojas de los pinos siendo sacudidas por la brisa. Después, el estruendo de una enorme masa derrumbada, el rechinido de los cauchos del otro vehículo y el golpe que generó el impulso que me envió hacia adelante. No salí disparada, mas sí el cinturón de seguridad me estranguló y mi cabeza acabó impactando contra la ventana.

Permanecí inconsciente durante unos minutos. Si antes sentía que la cabeza se me iba a partir por la mitad, acababa de ocurrir literalmente. Había roto el vidrio con un costado de mi cabeza.

Me enderecé con un bajo quejido. A aquel dolor se le sumó el de mi cuello y hombro causado por el cinturón. Pasé por cuidado los dedos por la herida y detecté unos trozos de vidrio incrustados entre mi cuero cabelludo y la sangre. Saqué los que pude, para que la zona sanara mientras las imágenes dejaban de ser borrosas.

Al comprobar el estado de mis compañeros, me percaté de que solo quedábamos Kevin y yo en el auto. Desabroché mi cinturón y abrí la puerta para salir. Olía a humo, materia orgánica quemándose y a más sangre.

Un pino enorme había caído en la carretera, bloqueando por completo el paso. El coche en el que iba Drake chocó contra éste y por ende nuestro auto con el suyo. No había rastro de Drake, ni de los demás.

—Vanessa...

Fui por Kevin. La presión en mi cráneo era demasiada para adelantarme a los hechos y formular hipótesis de lo sucedido. Tomaría la situación con calma y un paso a la vez.

Thomas había tratado de girar el coche para evitar la colisión. Generó que el lado del copiloto fuese el más afectado. La puerta —al igual que esa esquina del automóvil— estaba hundida al punto de que fue imposible abrirla.

Su rostro tenía laceraciones chorreantes y su nariz sangraba. Las manos se encontraban donde descansaba la bolsa de aire desinflada. Parecía estar ejerciendo fuerza, como si creyera que el metal y el plástico continuaban doblándose. Había escaso espacio para sus piernas.

—Creo que estoy atascado —dijo intentando ocultar la angustia en su voz.

Rodeé el auto para ingresar por el puesto del conductor. Se dejó remover el cinturón tragándose las quejas de su cuerpo.

—Trata de salir —instruí.

Hizo el intento, pero se rindió rápido.

—No puedo. Maldita sea.

—Hagámoslo juntos, ¿bien?

Pasé los brazos por sus axilas y lo sujeté de los hombros. Lo halé hacia mí.

—Necesito que me ayudes con tus brazos —gruñí deteniéndome por un instante.

—Me estoy lastimando, el metal me está cortando. Mejor busca ayuda.

—No sé si te has dado cuenta, pero dudo que haya alguien cerca. Esos desgraciados nos dejaron aquí, incluso Drake. Ese imbécil que-

El estruendo de un disparo me sobresaltó. Permanecí inmóvil, debatiéndome entre si se hallaba cerca o lejos; evaluando el peligro. No estábamos solos en ese bosque.

—Tenemos que irnos. Ahora. Estoy segura que esa persona no nos ayudará.

Kevin lo entendió. Se agarró del costado del asiento y del tablero del coche para colaborar. Su respiración se agitó y sudó en exceso debido al dolor al que se sometió. Saqué una de mis piernas del auto y luego la otra, y así pudimos liberarlo. Como consecuencia, sus vaqueros estaban destrozados al igual que sus extremidades inferiores, apreciable por las profundas manchas escarlatas.

—Dame uno momento —suplicó cuando pretendí sacarlo del vehículo. Tenía lágrimas en los ojos.

Debía tener la palanca de velocidades clavada en su espalda, pero aun así se quedó quieto buscando recuperarse, o terminar por desvanecerse. Si no encontraba la energía para seguir, ambos no saldríamos de esa.

Me apoyé de la puerta trasera y escaneé nuestro alrededor sin toparme con algo alarmante. Me concentré a ver si mis oídos atrapaban algún sonido, sin embargo, no funcionó. Lo próximo que hice fue cerrar los ojos para disminuir las distracciones.

Ahí lo capté. Unas ramas rompiéndose por el paso de alguien. Un corazón vivo. El silbido del aire siendo cortado a gran velocidad. Una velocidad que no me dio tiempo de reaccionar por mi cuenta para apartarme de la muerte.

Fui tirada al suelo por un tacto frío. Caí de rodillas, raspándomelas. Al ojear el sitio donde estuve segundos atrás, noté una flecha clavada en la puerta. Junto a ésta, se encontraba Thomas.

—Huye, estúpida. Yo me encargo del cazador.

—Pero Kevin, él...

Me calló agarrando al mencionado como si no pesara nada, sacándolo del vehículo y colocándolo en el suelo. Sin decir más, despareció entre los árboles en dirección de donde tuvo que provenir la flecha.

—¿Ya puedes caminar? —cuestioné levantándome. Sí, teníamos que escapar.

—Eso creo.

Se puso de pie con ayuda del coche y con la que yo le ofrecí. Dio un paso y mantuvo el equilibrio. Las heridas todavía no habían sanado y todavía debía dolerle, mas que pudiera desplazarse era suficiente.

Cambiamos de forma. Las patas delanteras balancearon mejor la carga de su peso. Mis sentidos se amplificaron y pude sentir el bosque. No nos habían abandonado, habían ido a enfrentarse a los cazadores. Opté por alejarnos de los ruidos de la batalla para no desperdiciar su esfuerzo.

Avancé confiada de que Kevin me seguía. Si encontrábamos peligro, yo sería la primera en encararlo. Él no estaba en condiciones.

El alba iniciaba. El cielo se iluminaba apresurado por eliminar las sombras. La luz amenazaba por cobrar la vida de los no vivientes. Si la lucha no terminaba pronto, el trabajo de los cazadores sería sencillo. Y no, no me preocupaba por Thomas ni por los vampiros. Por mí podían convertirse en antorchas y tener el final que hace tiempo debió llegarles. No obstante, sin ellos la brecha entre mi objetivo y yo crecía. Sin ellos regresaría al comienzo.

Tal vez huir no fue la elección correcta.

Miré hacia atrás para consultar mi decisión con Kevin. Frené. Él no estaba. Fue justo como cuando me separé de él años atrás y luego lo di por muerto. ¿Acaso había vuelto para pelear con los demás? ¿Su lealtad por Drake lo empujó a arriesgar su vida?

Sea como sea, di la vuelta y volví. ¿Estúpida? Sí. ¿Cobarde? No. No cometería el mismo error de dejarlo atrás.

Moverme con cautela entre la vegetación fue lo mejor que pude hacer. Aunque, no lo hice muy bien. Tal vez se debió al cansancio, pero no detecté con anticipación a la cazadora que apareció frente a mí. Saltó de la rama de un pino a varios metros de distancia. Su uniforme azul marino para esconderse en la oscuridad ya no le era de utilidad. No obstante, la escopeta que cargaba —con la que me apuntaba— no perdió su función.

Disparó, mas conté con la oportunidad de refugiarme tras un tronco. La chica maldijo y probó su suerte por segunda vez cambiando de posición. En esa ocasión, evadí la bala de milagro.

No podría acercarme lo necesario para atacar. Estando sola y todavía adolorida por el accidente, no sería capaz de vencerla. Los hombres lobo atacábamos en manada, no en solitario. Escapé sin una dirección precisa. Me aparté lo más rápido que pude dando movimientos inesperados. Ella me persiguió. No volvió a disparar hasta que no fui un blanco certero.

Comencé a cansarme. Mi visión falló por un momento y tropecé. Me recuperé de prisa, pero a ella no se le escapó la oportunidad. Paró, se acomodó para apuntar y lo único que se me ocurrió fue lanzarme por la cuesta que descendía por la izquierda para evitar resultar herida.

Rodeé. Me lastimé con el filo de las rocas y ramas sueltas; siendo mil veces mejor que una bala de plata o de madera. Una raíz al descubierto fue la que me detuvo a orillas de un estrecho riachuelo.

—Te costará caro que ensucie mis lindos botines por ti —dijo la cazadora mientras se acercaba cada vez más. Vi su melena pelirroja entre los árboles.

Volví a mis cuatro patas temblorosas. Ya no podía más. Estaba tan agotada. Con las últimas fuerzas que me quedaban, crucé el cuerpo de agua y me derrumbé entre un grupo de arbustos. Esperaba recibir una ayuda de arriba, que la maleza fuera suficiente para cubrirme y que la cazadora fuera mala detectando objetivos.

Observé la suela de sus zapatos junto a la raíz. Examinó su alrededor, levantó el arma. Decidió atravesar el riachuelo pisando las piedras que sobresalían para no mojar su calzado. Se detuvo a un par de pasos.

Apreté el hocico al aguantar la respiración; aunque los sonoros latidos de mi corazón probablemente serían los que me delatarían. No me moví.

Pensé en mi hijo, en que le fallé. También en cada error que cometí en mi vida, donde, aunque no lo consideré así en ocasiones, Drake no fue uno de ellos. Pensé en Alan, a quien no pude ver como algo más que el pobre niño rechazado por los suyos, y que no cumpliría la promesa entrelíneas de verlo de nuevo. ¿Cómo reaccionaría al saber de mi muerte?

La tierra se hundió por el peso de la chica. Cerré los párpados preparándome para lo peor.

Mi muerte seguro lo afectaría, pero lo superaría. El rubio no era tonto y seguiría adelante; de lo contrario regresaría como fantasma para espantarlo. Solo necesitaba adquirir más confianza para terminar de abandonar su caparazón. Ese idiota no conocía su valor y cuánto...

Un gruñido me distrajo de mis pensamientos finales. Alguien aproximándose a velocidad me tomó por sorpresa. La cazadora se percató de la intromisión de un tercero y se apartó prefiriendo ir por éste. Abrí los ojos y alcancé a mirar dos pares de patas color canela.

Entre el enfrentamiento de Kevin con la pelirroja, se fueron alejando de mi escondite. Salí de entre los arbustos y estiré mis músculos adormecidos. Ya el sol brillaba y consideré permanecer allí hasta que regresara por mí. Era presa fácil, por lo que aventurarme por el bosque por mi cuenta no saldría bien. Tenía que descansar, cerrar los ojos por un rato.

Un dolor instalándose en mi cadera izquierda cambió mis planes. Fue como si algo me atravesara, cosa que era imposible. La sensación incrementó al punto que me retorcí en el suelo. La piel en esa zona se estiró, separándose milímetro a milímetro, haciendo crecer la agonía.

Perdí el agarre en mi transformación y retorné a mi cáscara humana. Me arrastré hasta los restos de un árbol talado. Me apoyé del tronco para evaluar lo que sucedía. Al apartar la mano con la que hice presión, descubrí una cortada sangrante de casi diez centímetros a nivel de mi riñón.

No entendí lo que pasaba. Ni siquiera fue como si un arma invisible me hiriera, mas bien fue como si mi propio organismo fuera responsable de la herida. Mi piel fue quien decidió romperse.

Ocurrió por segunda vez, en mi hombro derecho, con la diferencia de que también sentí estar siendo quemada desde dentro. Chillé y me derrumbé a un costado sujetando la articulación.

No se detuvo. Tres cortes más se le sumaron a los anteriores. En la espalda, en un brazo y en el muslo. Ensucié las hojas caídas con mi sangre. Deseé que la cazadora regresara y me ejecutara; morir desangrada, siendo rebanada pedazo por pedazo, no era lo que quería.

Como si hubiese sido escuchada, no llegaron más. Dejé de temblar. Las heridas empezaron a sanar, sintiendo una ligera molestia y cómo la piel se unía poro por poro. Aun así, había perdido mucha sangre.

Detecté una figura acercándose entre los árboles. No cambié mi postura: tumbada sobre la tierra. Ya estaba al límite. Sin embargo, al estar lo suficientemente próximo, reconocí a Drake. Se encontraba en su forma humana y con ropa, aunque sus ojos poseían ese brillo lobuno.

—Oh, Vanessa, no sabes cuánto lo siento —dijo.

Se arrodilló e hizo que me sentara. Al sujetar mi rostro detallé el extraño largo de sus uñas, como si se trataran de garras.

—Ya todo está bien. Matamos a algunos cazadores y el resto huyó —continuó.

Sus colmillos también tenían un tamaño distinto. No eran como los de un vampiro, pero sí se asemejaban. Sus prendas estaban rasgadas en las mismas áreas de mis cortadas, mas sin heridas ni manchas de sangre visibles.

—Todavía duele —murmuré. Cerré los ojos por un momento, no quería verlo así. Mi cabeza se sentía ligera, demasiado como para indagar.

—Lo sé, pero pronto pasará. Tres cazadores me tomaron desprevenido, prometo que no volverá a pasar.

—No te entiendo —contesté entreabriendo los ojos.

Su aspecto se acercó más al normal. La tonalidad de sus irises, sus uñas, sus dientes. Tal vez si cerraba los ojos de nuevo, su imagen regresaría a ser la misma de siempre.

Acarició mi mejilla.

—Las heridas que me hicieron se reflejaron en ti, caramelito. Es más, tú recibiste lo peor. Zigor hizo un conjuro y funcionó a la perfección. Ya no podrás traicionarme, aunque quieras hacerlo. De hecho, te conviene que no me pase nada. Si yo muero, tú también lo harás. 

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