Capítulo 3 | Ser inmortal

Desperté con los restos de un fuerte dolor de cabeza. La luz del sol me quemó la vista. Apreté los párpados mientras gruñía al girar y me cubrí por completo con el edredón. Había una sensación ácida en mi estómago.

—Son casi las doce, caramelito. Ya te perdiste el desayuno, no deberías perderte el almuerzo.

—Déjame en paz —repliqué dispuesta a continuar durmiendo.

—¿No fue suficiente con el espectáculo de ayer? ¿También quieres que piensen que mi... que eres una perezosa?

—No soy nada tuyo. —Me senté, a pesar a la pesadez y el malestar, echándome el cabello hacia atrás. Al parecer no me dejaría descansar—. No me interesa lo que la gente de este pueblo diga, o piense de mí. —Hice a un lado la colcha para sacar las piernas de la cama. Solo llevaba puesta mi ropa interior. Me sentí un poco mareada—. ¿Por qué...?

—En tu borrachera pretendiste hacerme un striptease frente a medio pueblo. —Drake encogió los hombros. Se levantó de su puesto junto a la ventada para volver a cerrar las cortinas. Soltó una corta risa al percatarse de mi expresión—. Mentira. No pasó nada. Te quitaste la ropa mientras dormías quejándote del calor. Kevin te trajo para acá cuando casi vomitas y se quedó hasta que llegué.

Entonces el encuentro con Kevin no fue un sueño. Él estaba vivo. Empezaron a llegarme los breves recuerdos de la charla de anoche, anunciando que contaba con un aliado en ese sitio.

No le fue fácil cuando nos separamos. Le costó ganarse la confianza de Thomas y de Drake, pero lo consiguió. Haberlo ayudado fue una cosa, incluirlo en sus planes una muy diferente. Le tocó entregar información sobre los Arcturus —la manada en sus genes— para ganar puntos. Así estuvo hasta que lo pusieron de guardaespaldas de Zigor, la pieza más importante del juego, quien a su criterio no requería protección. Pero no podía quejarse, en su puesto se enteraba de lo que sucedía.

Manuel Harcos murió la noche de la casi boda; ahora llamado el día como La Masacre del Pastor, ya que los Cephei eran los que entrenaban y guiaban a los impuros y puros que lo necesitaran, siendo éstos semejantes a las ovejas que un pastor debía cuidar. No estaba claro si había sido un vampiro, un Maldito de Aithan, o su propio hijo sediento de poder.

En cuanto a otras bajas, nombró a varios que recordé, pero sus muertes me resultaron indiferentes. Lo que sí me importó fue cuando mencionó que el bastardo de Humbert Seward sobrevivió, mientras los más fuertes no lo hicieron. Pregunté por Andrés, Lisa, Paula e Ian, mas no le sonaron los nombres. Lo que sí pudo decirme fue que Josh era el nuevo alfa, a pesar de la oposición existente por ser el hermano del traidor.

Drake fue al armario y sacó una muda de ropa limpia para dejarla en una esquina de la cama.

—Vístete. Te espero abajo para almorzar.

Hice lo que pidió porque en verdad moría de hambre. Si mal no lo recordaba, mi cena había sido otra bolsa de maní, un pedazo de pan y las tres botellas de tequila que bebí, sin contar las de Kevin ni la primera que compartimos.

Dormí en una recamara en el segundo piso del restaurante. Bajé por las escaleras del estrecho pasillo y encontré a Drake en una mesa. Frente a él había dos sopas de pescado, salmón a la plancha, ensalada y papas al vapor. Tomaba una jarra de cerveza.

—Supongo que el agua es para mí —dije refiriéndome al vaso con el líquido transparente, mientras me sentaba en el puesto desocupado del otro lado de la mesa.

A esa hora, cerca del mediodía, varias personas comían allí. Fue una sorpresa ver a Zigor de mesero, anotando órdenes y entregando platos. Parecía producto de mi imaginación que un brujo, supuestamente descendiente de la bruja más poderosa de la historia, estuviera sirviéndole a humanos. El sitio empezó a llenarse un poco más y detallé a Kevin comiendo solo en una esquina.

—¿Cuándo nos vamos? —pregunté al acabar el consomé y probando el salmón.

Ya no soportaba su mirada sobre mí mientras comía. Era como si tratara de encontrar algo diferente en mi aspecto. ¿Acaso creía que mi charla con Kevin sería capaz de hacerme bajar la guardia? Que mi aliado estuviese implicado, no me hacía simpatizar con sus convicciones, ni justificar sus acciones.

—Cuando terminemos de comer, iré a hablar con un conocido que me prestará un par de autos. Antes de que anochezca nos iremos.

—Bien, entonces, ¿ya arreglaste lo que tenías que arreglar con el brujo?

—Te mueres por saber qué es, ¿no es cierto? —Puso a un lado sus platos vacíos y colocó los codos sobre la mesa para observarme—. Creí que Kevin te lo diría.

—Él no sabe para qué es el ritual, solo que es antinatural. Cuidado, Drake, esas fuerzas son impredecibles y traicioneras. Nada vale que te arriesgues tanto.

—Vale lo suficiente si te preocupas por mí.

Rodeé los ojos.

—Drake...

—Llevaba tiempo sin escucharte decir mi nombre.

Por debajo de la mesa su zapato rozó mi tobillo. El movimiento fue tan inesperado que me estremecí. Extendió la mano para sujetar la mía, mas lo detuve clavando un tenedor en el espacio entre ellas, a unos milímetros de hundirlo en la punta de sus dedos.

—No te equivoques, Drake. Tú sabes muy bien por qué estoy aquí y no es precisamente por seguir enamorada de ti. Lo único que quiero es a mi hijo. Si me preocupo por tu bienestar es porque, si te pasa algo, toda esta mierda habrá sido por nada.

—Regresen a sus asientos —fue lo que se limitó a decir con la mirada fija en mí.

Ojeé a nuestro alrededor para percatarme de que todos los presentes se habían levantado de sus mesas, exceptuando a Kevin y a Zigor; éste último con diversión. Tenían una expresión vacía, pero una clara intención de acudir a defender al castaño de ser necesario. Parecían zombis.

Obedecieron sus palabras luego de procesarlas. Continuaron conversando y comiendo ajenos a lo que acababa de suceder.

—Como te dije, tengo todo planeado. Este es mi pueblo, Vanessa. Cada uno de sus habitantes está embrujado para dar la vida por mí. Nada me pasará. Y si todavía tienes dudas, Zigor pronto me hará... inmortal.

—¿Inmortal? ¿Como un vampiro?

Me eché para atrás sin comprender.

—Mil veces mejor. Inmortal como que nada podrá matarme. No envejeceré, no habrá arma en este mundo que pueda dañarme. Podré hacer los cambios que necesitamos y nadie podrá interponerse.

Fue demasiado para digerir.

El balance existía en el universo desde el inicio del mismo. La diosa y las deidades existentes creían en él y lo protegían a través de la naturaleza. Se nacía, vivía y moría para dejar espacio para la próxima generación. Esa era la regla. Se intentaba aprovechar los años para dejar algo más y no pasar desapercibidos en el plano terrenal.

¿Dónde quedaba esa motivación de tener un día más en este mundo, cuando se sabía que se es invencible? Tener la muerte presente, respirándote en la nuca, era parte de estar vivo. De estar en armonía con el universo. ¿Perder esta sensación no nos haría cambiar? Después de que Drake cumpliera con su objetivo, ¿luego qué? ¿Esperaría por la eternidad, viendo a los demás morir, solo, hasta el fin de los tiempos?

A sus ojos quería hacer el bien, ¿pero a qué costo? El precio debía ser alto; mucho más que todas las muertes que cargaba encima.

—No espero que me comprendas, tampoco que me apoyes. Lo único que te pido es que no interfieras, porque no dejaré que nada me detenga —añadió—. Y es muy tarde para arrepentirme, Vanessa. Ya vendí mi alma.

No hallé forma de responder a eso.

Y era cierto. Ya era tarde para echarse para atrás, sobre todo luego de tantas vidas sacrificadas; incluso la de su propio hijo con Corinne. No podía ni imaginar las demás ataduras que debían unirlo a Zigor y a su causa. La única salida era ser detenido por alguien más. Y yo no sería ese alguien más, siempre y cuando sus decisiones no afectaran a los míos, especialmente a mi hijo.

Terminamos de comer en silencio, yo todavía dándole vueltas al asunto en mi cabeza.

Después, acepté acompañarlo a visitar al amigo que nos ayudaría con los vehículos. Mi malestar ya no estaba y, aunque mi cuerpo todavía deseara descansar, no iba a quedarme en ese restaurante que me podía los pelos de punta. Además, no estar activa haría que me carcomiera la ansiedad.

Sin hablar, salimos del pueblo por un camino desnivelado de piedras en dirección a la cordillera. Avanzamos a través de un campo de flores rojas y amarillas para luego cruzar una fila de árboles.

En la distancia empezó a verse una gran casa de tres plantas. De techo alto, ventanas y un amplio balcón frontal, desencajaba, con sus paredes color crema y esquinas de ladrillos blancos, con la sencillez de la población. La ruta se dividía para rodear la fuente que recibía a los visitantes, y después volvía unirse al pie de las escaleras que guiaban a la entrada principal.

Drake tocó el timbre. La chica que atendió la barra del restaurante la noche anterior fue la que abrió. Llevaba una vestimenta un poco más recatada; unos vaqueros y una camiseta.

—Los atenderá en la biblioteca —indicó, permitiéndonos el paso.

En el vestíbulo, la escultura de una mujer desnuda tallada en piedra era lo primero que captaba la atención. Le seguían los hermosos cuadros y adornos del lugar, así como la enorme escalera de barandal dorado que brindaba acceso a los pisos superiores.

—Será mejor que me esperes aquí —dijo Drake señalando al mueble que se arqueaba para formar un círculo.

Resoplé, mas no me resistí. Desde mi asiento, lo vi desaparecer por el pasillo lateral acompañado por la muchacha.

Me dediqué a examinar hasta el más mínimo detalle del sitio ostentoso. Desde los jarrones que debían valer una fortuna, hasta cualquier partícula de polvo presente. Me llamó la atención la pintura de una flor blanca de numerosos pétalos y centro amarillento. Yacía en la orilla de un lago con la luna resplandeciendo sobre ella, no obstante, el reflejo de la planta en el agua correspondía al día, con el sol visible, y la flor marchitándose.

Con el ruido de pisadas regresé a mi puesto. Una adolescente con pijama de seda llegó por el corredor por el que se había ido Drake. Su cabello rubio arenoso estaba suelto.

—Hola —saludó sonriendo sin dientes y pizca de timidez.

—Hola —titubeé, extrañada por sus fachas.

—El profesor me pidió que te hiciera compañía. —Se sentó a mi lado—. ¿Deseas algo para beber?

—No gracias. Estoy bien —repliqué—. ¿Un profesor es dueño de esta casa?

—Sí. Nos ha enseñado mucho y el pueblo está muy agradecido con él.

Había algo extraño. Lo llamó profesor, no padre. ¿Qué hacía una adolescente a esa hora, en ese pijama, en una casa que no era la suya? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Dónde estaba su ropa?

—Imagino que se esmeran en demostrar su agradecimiento —me limité a comentar.

No me incumbían los motivos por los que se encontraba allí, tampoco su historia. Si Drake era el dueño del pueblo, el profesor cuando mucho tenía que ser el próximo en la escala de poder. El pueblo debía beneficiarse de su supuesta generosidad, valiéndose de ésta para saciar sus más bajos deseos.

La joven pasó los dedos por su cabello, incómoda.

Retorné mi atención al cuadro de la flor. ¿Una flor que florecía en la oscuridad y moría al amanecer?

—Es hermosa, ¿verdad? Se llama Enamorada de la Noche —dijo al percatarse mi interés, buscando aligerar el ambiente.

—Lo es.

—Esta flor, cuando llega su momento de florecer, lo hace en la noche. Se dice que se enamorada de la Luna y por eso cuando ésta se oculta y sale el sol, la flor muere de tristeza por separarse de su amada.

—Qué trágico. Primera vez que escucho algo así.

—Eso lo convierte en hermoso. Dos amores destinados a separarse, y la Luna destinada a sufrir eternamente por amor.

—No le veo nada de hermoso. Sufrir no es hermoso, es doloroso.

Negó.

—Si sufres por algo, significa que antes fuiste muy feliz. Si ya fuiste feliz, significa que puedes volver a serlo. Y ese sufrimiento pasajero te prepara para valorar esa felicidad que está por venir. Es un ciclo, por eso es hermoso. Nos recuerda que el dolor no es eterno.

Se expresaba bastante bien para su aparente edad. Tuve que darle la razón. Sufrir también nos enseñaba y fortalecía. Sufrir nos cambiaba. Sufrir era necesario para probar un bocado de lo denominado felicidad. 

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