Capítulo 12 | Naturaleza

Cuando fui recuperando la consciencia, había un ligero cosquilleo todavía recorriendo mi cuerpo. Podía percibir una leve presión en la parte de atrás de mi cabeza y molestia en otras. Sentía el peso de una colcha sobre mí y la suavidad de una almohada contra mi mejilla. A pesar de las sensaciones en mi cuerpo, lo único que deseaba era quedarme en ese estado de somnolencia, envuelta en la mezcla de dos exquisitos aromas.

El primero era metálico... Sangre... ¿Acaso se me había adelantado el período?

Y el segundo era como de frutos secos... Almendras... Drake...

El cruce de su nombre por mi mente trajo consigo imágenes borrosas, llenas de sombras, pero con trazos de sensaciones y pensamientos.

Enojo.

No haber querido hacer algo.

Vergüenza.

Haber sido forzada a hacer algo horrible.

Decepción.

Darme cuenta de que me gustó lo que hice.

Miedo.

Temer estar por perderme.

La capa de cansancio que nublaba mi cerebro empezó a disiparse. Abrí los párpados con lentitud, topándome con ropa de cama blanca adornada por detalles vinotinto. Eran manchas que parecían esparcirse sin patrón aparente por toda la tela. Examiné mi alrededor y noté que en las paredes había zonas con el mismo sentido artístico peculiar. Por el tipo de muebles, deduje que era una de las habitaciones de la casa del profesor, por lo que, los primeros instantes, no me extrañó la elección de la decoración. No era la pulcritud a la que estaba acostumbrada, mas luego de la fiesta, todo tipo de perversión era posible. ¿Por qué no una recamara que recordara a una escena del crimen?

Gozo.

Se sintió bien.

Deseo.

No querer parar.

Aceptación.

Dejar de cuestionarme si era correcto o no.

Me senté. Así me di cuenta de la ausencia de cualquier prenda de ropa en mi cuerpo. Echándome el cabello hacia atrás, intenté darle sentido a los fragmentos que seguían luchando por acomodarse en mi mente. Mi mano estaba húmeda y había ensuciado mi rostro con la sustancia desconocida. Al examinarla, quedé fría al ver sangre.

Hice el edredón a un lado, buscando alguna herida en mí. Fue inútil. Con lo que me topé fue con más rastros escarlatas. Así llegó de golpe el recuerdo de haber bebido sangre humana. Litros y litros de ella. Y lo peor: sentí una picazón de anhelo al hacer memoria.

En mis tiempos con el Clan del Norte llegué a probarla. Sí, pero no más de unas cuantas gotas. Siendo la protegida de Monique, mis límites fueron respetados. Y, no les convenía que perdiera de forma apresurada el manto de Diana y, en consecuencia, mi aspecto lobuno.

Lo acontecido la noche anterior fue un nivel de descontrol que nunca había pisado. Exceso de alcohol: sí. Exceso de rencor: también. Pensamientos suicidas: los admitía. Asesinar: no era un secreto. Pero, ¿atentar contra humanos inocentes desenfrenadamente? No. ¿Cegarme por mi lado oscuro animal? Tampoco.

La puerta del baño abriéndose captó mi atención. Era Drake. Tenía ropa deportiva y el cabello goteándole, como si acabara de darse una ducha. Mi humor decayó más al conectar las evidencias: yo desnuda y él recién bañado.

Sin duda notó en mi expresión la lucha interna que se desarrollaba en mí. Había quebrantado una de las reglas que te hacían digna de ser Hija de Diana y, como cereza del pastel, había vuelto a tropezar con la misma piedra de siempre. ¿Qué había pasado con el fingir y no involucrarme?

—Te odio —dije con un tono ronco.

Él me había llevado a esa fiesta y había participado en persuadirme a beber sangre. Hice lo posible por negarme, pero me acorralaron y empujaron hasta que caí. Rostros nuevos, que gemían por tener mi boca adherida a su piel, pasaron fugazmente frente a mis ojos.

Drake no reaccionó ante mis palabras. Lo que hizo fue acercarse a paso lento.

—Eso no decías en la madrugada, caramelo. Hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho, y sé que te encantó tanto como a mí.

Lo que dijo trajo consigo más piezas de lo experimentado. Mis mejillas ardieron como si fuera una chiquilla miedosa, y me estremecí. Quedé paralizada por unos instantes, mientras lo vi alcanzando el borde del colchón y apoyándose con sus rodillas sobre él para llegar a mí.

—Ay, Vanessa —añadió—. Tranquila que no matamos a esa pobre muchacha, aunque te desquitaste conmigo por no habértelo permitido.

Algunas lágrimas se fueron agrupando en mis ojos.

Recordaba a una castaña de ojos dorados. Recordaba bebiendo de ella en el pasillo y la recordaba en esa habitación. Parte de la sangre que adoraba el lugar era de ella.

Drake sujetó mi mentón. Acortó la distancia, con toda la intención de aprovechar mi aturdimiento para besarme.

Su proceder fue lo que me empujó a salir de la cama. Me aparté de golpe, saliendo con un solo movimiento de su alcance. Me mantuve envuelta, sintiéndome avergonzada de mi aspecto.

—No te aflijas. Es tu naturaleza. No la suprimas.

—Esa chica no tenía la culpa —susurré.

—¿De qué? ¿De ser tan exquisita?

—De que seamos monstruos.

Me apresuré al baño. La urgencia de limpiar la evidencia de mis pecados abarcó toda la atención de mi cerebro. Ni siquiera me preocupe por cerrar la puerta. Fui directo a la ducha para que el agua fallara en borrar mi tormento. No importaron las veces en las que restregué con fuerza la esponja con jabón contra mi piel, aunque se hubiera ido el rastro escarlata, yo lo seguía viendo.

Mis respiraciones se aceleraron. No quería ser como Drake y el profesor con su secta. No quería matar a personas por placer. No quería que Diana me abandonara. ¿Con qué cara vería a mi hijo? ¿Qué buena vida podría darle? ¿Qué pensaría de mí si supiera que soy una asesina?

—Vanessa, te vas a lastimar.

Lo miré de reojo, sin poder detenerme. Solo un poquito más de fuerza... El ardor era nada comparado con el sufrimiento que ocasioné.

—Debes estar feliz —repliqué—. Me estás convirtiendo en ti. Fui una estúpida en creer que quedaba bondad en ti. Casi me engañas con tu...

Me agarró de la muñeca y obligó a que detuviera mi desquiciado movimiento. Hizo que mi voz se apagara. Su mirada era el problema. Su toque lo era. Me tenía completamente desequilibrada.

No iba a admitirlo, pero en el fondo yo sabía que el desenlace de los eventos de la fiesta me había agradado. Que me había fascinado. Me había gustado beber sangre; al punto de percibir una picazón en mi garganta con recordar el sabor, la calidez y la descarga de poder que emitía.

Eso me confundía y asustaba. Comprendí que esa horrible sensación era la que debía torturar a Alan. Sucumbir ante los anhelos del cuerpo era tan sencillo.

—La charla del bosque no fue mentira —murmuró—. Yo no mato a personas por gusto y por eso no te dejé hacer algo de lo que te arrepentirías. Ahora, lo de la sangre es otra cosa. Prohibirnos beber sangre es la forma que tienen los hechiceros y cazadores de controlarnos. Nos privan de explorar nuestro máximo potencial.

—Pero la diosa, ella...

—Ella le da la espalda a los que disfrutan dañando a los demás, no a los que toman sangre. Diana se desentiende de los que se ciegan por su sed, por eso los Malditos de Aithan son agresivos. Su alma fue manchada.

Regresé la esponja a su lugar y cerré la regadera. Estaba internalizando lo que decía.

—No todo lo que aprendiste en las clases es completamente cierto, Vanessa. Piensa, con todo lo que has hecho, según lo que nos explican durante la formación, hace mucho te hubieras transformado en un Maldito de Aithan. ¿Por qué castigar a alguien por darle placer a otro?

Esperó a que digiriera su argumento. Volví al pasado y reviví a gran velocidad cada una de mis culpas. Había tenido mis motivos, mas en las lecciones no existían tonalidades grises. Matar humanos. Matar otros Hijos de Diana sin causa justificada. Desertar. Todo podía resultar en dejar de ser Hija de Diana.

Que nuestra saliva hiciera contacto con el torrente sanguíneo, tenía un efecto similar que el que provocaban los vampiros. Al fin y al cabo, compartíamos algunas características con los Malditos de Aithan y esa era una de ellas. Al principio la víctima estaría horrorizada, pero luego el acontecimiento se tornaría placentero. El dolor mutaba en bienestar extremo. ¿Acaso era tan malo, incluso si el donador no moría?

Lo dicho por Drake fue cobrando sentido. Lo acepté y mi remordimiento disminuyó. Además, Alan era un Hijo de Diana que bebía sangre y no había tenido indicios de convertirse en un Maldito de Aithan.

En ese momento, no estuve segura si fue mi cerebro autoprotegiéndose al activar lo aprendido en mi entrenamiento, o si Drake había logrado que simpatizara con sus ideales. De cualquier manera, el agobio se esfumó.

—Así es, hermosa. Abre su mente a los cambios.

Cubrió mi mejilla con su mano y la acarició con el pulgar. Con el reciente rastro de los estragos causados por mis decisiones, el gesto fue reconfortante. ¿Y si lo mejor era simplemente unirme a él?

Acercó su rostro lentamente al mío, esperando una negativa de mi parte. Cuando no la hubo, porque no tenía claro qué creer, ni qué pensar, unió nuestros labios. Fue suave, con paciencia, como si temiera que en cualquier instante interrumpiera el beso.

Pero tampoco lo hice. Le permití que humedeciera su ropa al envolverme en un abrazo. Mi mente se concentró en ese momento, no en el dolor del pasado ni en el conflicto del presente. Solo quería, en esos segundos, sentirme protegida. A pesar de todo, y como volvía a confirmarlo, Drake me amaba.

—Cree en mí, por favor. Cree en esto —pidió juntando nuestras frentes—. Todo esto es por nosotros.

No respondí. Busqué su boca de nuevo y lo besé un poco más. Fue como si volviéramos a ser los mismos de hacía años, llenos de amor y con ganas de enfrentarnos al mundo.

—Vámonos de aquí —dije.

Asintió.

—Déjame ir por tu ropa.

Sola en el baño, me sequé mientras me miraba en el espejo. Era yo, mas había cambios en mi percepción. Algo había vuelto a romperse.

Drake me entregó un mono de algodón, una sudadera, y unas pantuflas. Al parecer mi vestido y ropa interior no habían sobrevivido la fiesta. Me esperó en la habitación mientras me vestía. No tardé en escuchar la puerta y la voz de Julie:

—El profesor me mandó a limpiar.

—Adelante. Ya casi nos vamos.

La culpa quiso regresar. Iba a tener que enfrentarme otra vez a la decepción en esa chica. Había comenzado a importarme y acababa de convertirse en alguien de interés debido a la carpeta que encontré con su información.

Sin poder retrasarlo, porque tampoco quería estar ni un minuto más en esa casa, ni en esa habitación, salí del baño.

Julie había recogido el edredón, las sábanas, y las fundas de las almohadas para meterlos en una cesta. Tenía un uniforme como las mucamas de los hoteles; otra parte del teatro de Wallace para sus invitados. Ignoró por completo mi presencia.

Supuse que debía estar pensando lo peor de mí. Me había sorprendido con Kevin, haciéndole creer que éramos amantes, y ahora debía limpiar el desastre hecho por Drake y por mí. Y también estaba el tema de la sangre.

Conforme el castaño me guió al pasillo, decidí posponer el asunto. En un futuro, cuando regresara a arruinarle la vida de excesos al profesor, haría que entendiera.

En nuestro camino al recibidor, nos encontramos con varias muchachas más arreglando el lugar. Vidrios rotos, y rastros de licor y sangre. En el piso inferior, otro grupo hacía lo mismo, solo que siendo supervisadas detenidamente por Wallace. Él estaba instalado con una copa de vino en el sofá circular, vistiendo una bata de seda mal cerrada.

—Oh, qué grato verlos —saludó—. Son de los últimos en irse. Me alegra que se hayan divertido tanto anoche.

—Así fue. De nuevo, muchas gracias —contestó Drake sin detenerse—. Tanto que ya vamos tarde para una reunión.

—No hay de qué, no hay de qué. Me conformo con saber que por fin tu lindo capullo entró en razón.

En el exterior, el sol brillaba con fuerza. Ya no quedaba ni un solo auto a la vista y la fuente carecía de agua. Avanzamos disminuyendo un poco la velocidad, con la mano de Drake todavía sosteniendo la mía.

Conforme nos alejábamos de esa casa de dueño retorcido y pasaba el tiempo, mi mente fue despejándose. Las barreras internas volvieron a subir y a endurecerse. Los pensamientos se estabilizaron y pude respirar con serenidad.

¿Dónde había quedado el mapa? Sin una sola prenda de mi vestimenta, Drake tuvo que habérselo encargado a alguien más. ¿A Kevin? Porque por el tono del profesor, era obvio que todavía no descubría el robo.

—¿Qué haremos ahora con el mapa? ¿Sabes de qué sitio es? Porque no vi nada característico, ni nombres.

Era mejor hablar de eso que reflexionar sobre cómo accedí a tener relaciones sexuales con él estando bajo el efecto de euforia de la sangre. Ya recordaba cómo me había lanzado contra él.

—Tenemos que ir a Nome. Ahí tengo a un grupo de Malditos de Aithan. Ellos encontraron un diario que nos servirá. —Hizo una breve pausa—. Qué bueno que ya estés más calmada.

—He abierto los ojos.

Ya atravesado el campo de flores, mi conflicto interno regresó, solo que no de forma tan frenética. Ya recordaba gran parte de lo sucedido y se había sentido demasiado bien. Tanto que entendía por qué estaba prohibido. Y Drake... todavía no estaba segura si eso había sido fingido, o no. Tampoco si había aceptado ayudarlo en serio, o no.

De cualquier forma, no podía separarme de él hasta romper nuestra invisible conexión. Sería jugando el papel —quizá ya no tanto— de estar de su lado, para así averiguar más sobre sus planes y ver si todavía podía salvarlo —o terminar de hundirme yo también—.

—¿Zigor nos acompañará? —pregunté.

—No.

—¿Por qué nunca lo hace?

—Todavía está trabajando en aumentar su poder y, si sale del pueblo, los hechiceros lo detectarían por toda la energía que emana.

---

Nota: Este capítulo es corto, pero tiene un tema fuerte. Lo sé. Drake ha conseguido quebrar a Vanessa para que considere estar de su lado y se ha aprovechado de eso. Es horrible, pero es necesario para la trama u.u 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top