Capítulo 11 | Baile de sangre

El mapa podía ser de cualquier sitio. No había nombres, ni coordenadas. Solo esos trazos genéricos y comunes de un camino que podía encontrarse en cualquier rincón del mundo.

—¿Sabes para qué Drake necesita la flor? —pregunté.

—Debe ser para el ritual de su inmortalidad, o algo así. Tal vez deba comérsela, o quemarla. —Encogió los hombros—. De lo que estoy seguro es que debe haber otra cosa que complemente este mapa, porque así como está no será útil.

Kevin regresó la fotografía a su lugar y yo escondí el mapa en mi sostén. Después, examinamos con detalle la habitación para asegurarnos de no haber dejado nada fuera de su sitio.

—¿Le darás tu ficha a Jade? ¿Cuál es el supuesto premio que recibirá? No sé por qué me suena sucio.

—Cuidado, Vanessa. Suena a que te estás involucrando con estas chicas —respondió, deteniéndose un instante para analizar mis facciones—. No te distraigas, ni trates de ser una heroína.

—Es curiosidad. Ese profesor es un malnacido carismático y me llama la atención cómo maneja este lugar, siendo un simple humano. Tengo claro que es aliado de Drake y por eso no pienso interferir en sus asuntos, aunque me de asco.

—Sí le daré la ficha. Es mejor que sea yo, a uno de los enfermos amigos de Wallace. —Hurgó en el bolsillo de su pantalón y sacó una ficha roja—. Ten. Dásela por mí mientras voy a la cocina a preparar la bandeja.

Agarró la bandeja del sofá donde la dejó y salimos con precaución de la oficina. Nos aseguramos de que el corredor estuviera vacío, mas antes de poder separarnos, un tarareo alertó que alguien se aproximaba. De inmediato, con tan solo intercambiar una mirada, pusimos en práctica nuestra vieja artimaña.

Kevin se pegó de la pared, escondiendo la bandeja en su espalda, y yo lo tomé del rostro para besarlo. Me sujetó de la cintura y me siguió la actuación. Fue un beso lento y bien controlado.

Los pasos no tardaron en hacerse escuchar. Lo usamos como excusa para separarnos un poco y detallar al impertinente. Se trataba de Julie, en un hermoso vestido blanco de tul escarchado. La mitad de su cabello rubio estaba recogido, mientras la otra mitad caía en cascada sobre sus hombros expuestos. Titubeó sobre continuar caminando hacia el recibidor, pero siguió haciéndolo luego de una fracción de segundo.

Fingiendo sorpresa y vergüenza, porque se suponía era la pareja de Drake, me aparté de Kevin. Le brindé una mirada de súplica y abrí la boca para pedirle que no dijera nada, mas me detuvo.

—No he visto nada —murmuró—. Soy experta en eso.

La voz fue seca, sin la dulzura que solía compartir conmigo. Sin dudas no esperaba que yo fuera de las que cometía infidelidades. Decepción fue lo que detecté.

Avanzó hasta perderse de vista.

Kevin lució tan aliviado como yo debía verme. Se apresuró a la cocina y yo fui al baño por Jade.

Todavía estaba inconsciente cuando entré. Agarré el envase de jabón líquido en el lavamanos y lo abrí. Apoyé a Jade de la pared y la hice oler el fuerte aroma. Ella despertó agitada, como si todavía estuviese forcejando conmigo.

—Oye, tranquila. Me diste un buen susto cuando te caíste de repente —dije apartándole los mechones sueltos de la cara.

Sus ojos denotaban confusión. Tenía en su mente cómo yo la ataqué y noqueé. Pero, obviamente, no iría en contra de mi versión. La realidad sonaba demasiado descabellada y yo era una invitada importante de la fiesta, por lo que no podía contradecirme.

—¿Yo me... desmayé?

—Sí, cariño. Debes estar bajo mucho estrés. —Me puse de pie y le ofrecí una mano para ayudarla a levantarse—. Párate con cuidado. Deberíamos volver a la fiesta antes de que el profesor note nuestra ausencia.

Aquello generó que sus sentidos se reactivaran y olvidara la disputa interna con sus recuerdos de lo acontecido. Se acomodó apresurada el peinado y el uniforme frente al espejo.

—Tienes razón. De todas las noches, justamente tuve que tener una crisis hoy —se reprochó.

—Por cierto, esto es para ti. —Le di la ficha—. Mi amigo Kevin te la manda. Me pidió el favor de dártela para que fuera más... emocionante.

Jade no derrochó felicidad, de hecho, intentó ocultar su miedo tras una sonrisa forzada. Guardó la ficha en el bolsillo de su uniforme e informó estar lista con un susurro. Me moría de ganas de pedirle que me explicara su reacción, mas lo dicho por Kevin volvió a mí y no deseé parecer que me importaba lo que sucedía. Yo era la Vanessa pareja de Drake, el socio del profesor, y no podía cuestionar cómo manejaban las cosas.

Salimos al pasillo y nos encontramos con Kevin en el cruce hacia el recibidor. Le dio la bandeja a Jade y ella la aceptó sin atreverse a mirarlo a los ojos. Alcanzamos nuestro destino para descubrir que la multitud se movía hacia el salón.

—Podrán ver el espectáculo —indicó Jade antes de perderse en la multitud para servir los tragos.

El salón era un amplio espacio ideal para celebrar bailes. Normalmente contaba con una enorme mesa con excesiva cantidad de asientos —suficientes para que todas las alumnas del profesor se sentaran a comer con él y dejando espacio para posibles invitados—, mas había sido puesta a un costado para exhibir comida. Las alargadas cortinas, de terciopelo rojo que casi rozaban el techo, estaban cerradas y los candelabros dorados proporcionaban una tenue iluminación. La cantidad de personas me sugirió que todos los visitantes debían estar ahí.

—Muy bien, amigos. Hemos llegado a una de mis partes favoritas de la noche —dijo Wallace—. Mi tesoro más grande nos deleitará con una de sus canciones.

Terminamos de maniobrar entre los presentes para estar en primera fila. El profesor tenía un micrófono en sus manos, con un piano de cola negro a sus espaldas y a Julie sentada en él, con otro micrófono cerca de su boca.

—Tardaron mucho —murmuraron en mi oído. Drake puso una mano en mi cintura y me ofreció una copa de champaña.

—Lo importante es que cumplimos —repliqué antes de darle un sorbo a la copa.

—Un aplauso para ella —exclamó el profesor siendo el primero en aplaudir.

Le entregó el micrófono a una de sus estudiantes y se detuvo junto a nosotros para disfrutar el espectáculo. Julie se presentó con cierta timidez cuando los aplausos cesaron. Después de inhalar hondo, sus manos comenzaron a tocar el piano, en una nota aguda y melancólica. Su tono de voz, al igual que la letra, fue triste.

Era una pieza que representaba el desahogo de un alma atormentada. Con los profundos silencios adecuados, las notas graves sostenidas en el momento oportuno, y los repentinos estruendos; la intérprete reflejaba un inmenso sufrimiento. La canción trataba de una despedida, con disculpas y diciendo que no había vuelta atrás.

El público, como yo, estaban fascinados con Julie. No había ni una sola conversación que empañara su actuación y, sin exagerar, afirmaría que incluso la mayoría sostenía su respiración. Exhortos. Hipnotizados. Era como un ángel de alas rotas compartiendo su dolor.

Cuando la interpretación culminó, el silencio se extendió por unos latidos más. Luego, las alabanzas se hicieron escuchar. Wallace regresó al frente, claramente complacido. Le dio un beso a Julie en la cima de la cabeza y le pidió el micrófono a la chica que se lo cuidó.

—Maravilloso, Julie. Haces sentir vivos nuestros corazones. —Revisó la hora en su reloj—. Como ya son casi las doce, vamos a esperar unos minutos antes de seguir escuchándola. Ya es hora de que inicie la verdadera diversión.

A mi alrededor, vi cómo varios sacaban fichas como la de Kevin de sus carteras o bolsillos. Las alzaron en sus manos, mostrándoselas al profesor.

—Los que faltan por elegir a su acompañante, puede hacerlo ahora —agregó Wallace—. Les recuerdo que mis chicas son exclusivas para los miembros clase uno y que mi adorable Julie es intocable.

Los lugareños se inquietaron cuando los miembros faltantes de la secta de Wallace se acercaban a entregar sus fichas. Hubo una mezcla de emociones: horror o resignación si eran escogidos, y alivio culposo si no lo eran. Ya estaba por descubrir cuál era el premio que había dicho Jade.

El profesor le dio permiso a los que fueron ignorados de marcharse. Cuando el último abandonó el salón, sus asistentes cerraron las puertas con llave. La situación empezaba a tornarse preocupante para mí, pero me mantuve quieta porque Drake, relajado, debía saber lo que vendría.

—Les pido que hagan de nuestra tradición eterna y que nos lleve a la inmortalidad. ¿Están del lado de nuestra fe?

En el salón se repitió incontables veces la frase estoy del lado de nuestra fe, conforme los forasteros se acercaban a los lugareños que escogieron y colocaban sus manos posesivamente en los hombros de los mismos. Para Julie, fue la señal de comenzar a entonar otra canción de desesperanza.

Drake sujetó mi mano, desviando mi atención hacia él.

—No te salgas del papel, caramelo.

Luego, unas campanadas indicaron la medianoche. Los vampiros sacaron sus colmillos y los humanos de gustos perversos dagas. Cada uno, a su propia manera, perforó la piel de su bolsa de sangre viviente. Hubo llantos de pavor, quejidos suprimidos, e inhalaciones de valor. Éstos no tardaron en ser sustituidos, para los que eran drenados por chupasangres, por suspiros de placer.

Humanos bebían de humanos. Era el punto máximo de la depravación. Lo hacían sin tener necesidad de saciar su sed. Lo hacían por diversión. Lo hacían porque los excitaba. Y el profesor los observaba maravillado. No pude sentir otra cosa que asco y horror.

De un tirón, recuperé mi mano. Kevin trataba de ignorar lo que ocurría a su alrededor dejando los ojos fijos en Julie, mientras que Drake había adoptado una actitud similar a la de Wallace. Algo me dijo que pronto tendríamos que unirnos a la actividad.

—¿Sabías de esto, cierto? —musité—. No me hagas beber.

Drake no respondió. El profesor se acercó a nosotros.

—Sería un insulto para todos y para mí si no se unen, queridos amigos. —Hizo una seña hacia tres chicas ilesas a un costado del piano. Dos de ellas eran sus estudiantes y la otra la empleada del bar de Zigor—. Escojan una y exploren su sed.

—Primero tú, Kevin —indicó el castaño.

Él terminó su vaso de whisky con un solo trago.

—Yo tengo a una linda pelinegra esperando por mí. Jade recibió mi ficha.

—Oh, excelente —exclamó Wallace—. Kira estará encantada de mostrarte el camino... y de unírseles.

La morena de cabello rojizo dio un paso al frente y tomó el brazo de Kevin con una sonrisa juguetona. No lucía tan joven como las demás.

—Vamos, cariño.

Kevin se fue con ella, cómplice de lo que acontecía. No se detuvo a considerarme. Esa situación iba más allá de nuestro acuerdo. Tenerme ahí, en medio de todo, debía ser parte del plan de Drake.

Sin ser ordenada, la chica del bar fue hacia Drake. Su cabello azulado estaba suelto y no traía uniforme, sino un vestido fucsia de lentejuelas con la espalda descubierta. Metió la mano entre sus pechos, con los ojos del castaño sin despegarse de ella, y sacó una navaja de bolsillo. La abrió y pasó la lengua por la hoja.

—Wendy, Wendy, la joya de Zigor —ronroneó Wallace.

La mujer sonrió con picardía e hizo una incisión en la base del costado de su cuello. La sangre emanó y Drake humedeció sus labios. Wendy manchó sus dedos, para luego llevarlos a la boca de Drake y ensuciarla con el líquido escarlata para acabar de tentarlo.

Había sido suficiente. No iba a quedarme a ver cómo Drake la mordía y perdía el control. Y yo no iba a ser arrastrada con él.

Aprovechando la distracción de ellos, decidí escabullirme. No sucumbí a la sangre estando dos veces encubierto con el Clan del Norte, así que tampoco lo haría en esa fiesta. No sumaría ese pecado a mi lista, ni me arriesgaría a perder el manto de la diosa por caer a ese nivel de depravación.

En el salón, la mayoría se encontraba cerca del suelo. Los humanos sentados o tendidos sobre el mármol, gozaban mientras les succionaban la vida. Bebían directamente, humedecían las manos para luego lamerlas, o incluso vertían el líquido escarlata en copas. Sed, desenfreno, éxtasis. Todo resultaba en costosos trajes manchados y un desastre escarlata por limpiar el día siguiente.

Algunas parejas compartían su presa por gusto. Bebían primero y después besaban a su acompañante para transferir lo codiciado de una boca a la otra. Otros se tomaban breves recesos para inhalar aire, con una cascada vinotinto descendiendo por su barbilla. Yo maniobraba entre ellos hacia la salida. Junto a las puertas, visualicé a una de las chicas del profesor resguardándolas, mas estuve segura de que sería sencillo quitarle la llave y neutralizarla.

—¿Te vas tan pronto? —dijo una vampiresa.

—Quédate, preciosa —habló un chico a unos pasos de distancia.

—No te puedes ir —agregó alguien más.

Las frases para que permaneciera y me uniera a ellos me rodearon. Conforme me acercaba a la puerta, incrementaban. Varios miembros de la secta de Wallace no tardaron en pausar sus actividades para seguirme e insistir en sabotear mi partida. Aunque ninguno se atrevió a tocarme, yo estaba lista para reaccionar con la mano en el puñal que escondía en el liguero fuera de vista por la falda del vestido.

—Quítate —le ordené a la custodia de la puerta, quien se había colocado frente a la misma.

—Lo siento, pero no tengo permitido hacer eso —respondió. La decisión en mis ojos tuvo que intimidarla, porque su voz flaqueó un poco—. El profesor...

Desvió su atención a mis espaldas y así me percaté de tener al mencionado detrás de mí, con sus seguidores viéndolo como si se tratara de un dios.

—¿Ahora soy tu prisionera y por eso no puedo irme de la fiesta cuando me de la gana? —cuestioné.

Wallace se limitó a sonreírme, de esas sonrisas bañadas en maldad.

—Vanessa —me llamó Drake apareciendo junto a él. Tenía la voz más gruesa, restos de sangre en la comisura de sus labios, y los ojos con un tono oscuro escalofriante.

Volví a enfocarme en la muchacha.

—Dame la llave —exigí.

—Por favor, entiéndanla. Todavía se avergüenza un poco —explicó Drake—. Solo le hace falta un buen empujón para que se sienta cómoda con sus instintos en público.

Aquello fue el permiso disimulado que requirieron los presentes para profundizar la insistencia. De un momento a otro, a los humanos se les pidió que me encerraran en un círculo y se cortaran para ofrecerme su sangre. Me acorralaron y fueron disminuyendo el espacio entre las ofrendas y yo.

—Bebe, bebe, bebe —aclamaban todos juntos—. Acepta el regalo.

Apreté con más fuerza el puñal, pero en el fondo supe que era en vano. No iba a herir a humanos que hacían lo que hacían por temor. Quizás un poco por placer, mas en gran parte por miedo.

Drake permanecía atento del otro lado de la línea humana. Le supliqué con la mirada que hiciera algo para detener la escena. Después de leer su diario y de la charla en el bosque, creí que en verdad se arrepentía de todo. Sin embargo, apoyar que me obligaran a beber sangre, volvía a nublar la imagen que tenía de él.

—Estamos perdiendo mucho tiempo —dijo Wallace—. Ya no te resistas, lindo capullo.

El primer hombre rompió fila y pretendió sujetarme. No obstante, le di un golpe en la cara que quebró su nariz. Se acercaron dos más y también hice que se arrepintieran, quedando uno batallando por respirar y el otro en el suelo.

Eso fue suficiente espectáculo para que el resto decidiera aproximarse juntos. Algunos recibieron una probada de mi entrenamiento, pero el resto logró someterme. Eran demasiados y consiguieron sujetarme de mis extremidades para tumbarme. Continué forcejando en el suelo, con la cabeza palpitándome debido a la brusquedad de mi caída.

Lo que quedó del círculo se disipó, y Wallace y Drake regresaron a mi campo visual.

—Inmovilicen su cabeza —indicó el profesor—. Te concedo el honor, Mason.

Un muchacho delgado obstaculizó mi vista. Se puso en cuclillas sobre mí, sin apoyar su peso en mi tronco, y acarició mi mejilla, disculpándose con sus ojos. Luego, se hizo una incisión en el dedo índice con el exacto que sacó de su bolsillo. La sangre chorreó. Puso el exacto de nuevo en su pantalón y, con su mano intacta haciendo presión en mis cachetes, me forzó a separar los labios. Acomodó su dedo goteante en la apertura y el sabor estalló en mi boca.

Ya había probado un poco de sangre humana antes. Solo un par de mililitros para disimular en mis tiempos en cubierto. Y la sensación no era nada comparada con la de degustar la de Alan o la de Drake. Mientras que con los Hijos de Diana era un estallido de fuegos artificiales, con la humana era como la explosión de una bomba nuclear con nube de estupefaciente: devastador y adictivo. Así se sintió en esa ocasión porque no se trató de una diminuta ración, sino de flujo continuo de sangre tibia descendiendo por mi garganta. Cuando empecé a sentirme ahogada, no pude evitar tragar.

Conforme pasaban los segundos y aumentaba la dosis, las ganas de luchar iban desapareciendo. Había ya dejado de sacudirme minutos atrás y mis músculos se relajaban. Los pensamientos sobre mi hijo, Drake y el remordimiento estaban tan lejos que se convirtieron en inexistentes. Solo había cabida para la calidez que se extendía por cada célula.

Supe que habían liberado mi cabeza, cuando tuve el impulso de aferrarme a la mano del chico. Ya tampoco sujetaban mis brazos y lo que hice fue sujetar al humano. La cantidad de líquido que obtenía dejó de ser suficiente.

—Prueba con la muñeca, caramelito —escuché a Drake murmurar en mi oído, sintiendo su mano tocándome el cabello—. Usa el exacto. Sabes que quieres.

El muchacho se hizo a un lado para permitir que me sentara, sin sacar su dedo de mi boca. Sin darle demasiadas vueltas, mi mano fue en busca de la herramienta. La saqué y él estiró su otra muñeca frente a mí para que realizara el corte, pero me paralicé a medio camino.

Mi lapso de lucidez fue corrompido por el humano impaciente que tomó mi mano en la suya y me terminó de guiar hacia el objetivo. Fue profundo. La sangre emanó. Y no tardé en adherir otra vez mi boca a él.

Fue mi perdición.

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