Antes | Sur

ALAN

Me habían dicho tantas veces engendro a lo largo de mi vida que comenzaba a creerlo. A pesar de que en mi niñez viví entre humanos, en un pequeño pueblo, de vez en cuando los oía murmurar sobre mí. Decían que mi madre había fornicado con un animal y por eso yo era un monstruo. Pero mi padre no era eso. Él era un Hijo de Diana que tenía otra familia y por eso yo me crie con una prima que tuvo sus orígenes similares a los míos: una relación extramarital entre dos especies distintas.

Ella fue como una madre para mí y dolió que ya no estuviera. También me asustaba. Sobre todo porque mi padre, Humbert Seward, no reflejó tristeza ni emoción al verme, sino molestia. Le molestaba que yo existiera y que fuera un humano débil. Ese mismo sentimiento lo compartía mi medio hermano y a cada miembro de los Cephei...

Negué para mí mismo y posé los ojos en la bolsa de caramelos de miel sobre mi regazo. No era del todo cierto. En el corto tiempo que me quedé con ellos, mientras mi padre cobraba un favor para poder librarse de mí, conocí a alguien que volvió a hacerme sentir como un niño normal y no como un monstruo.

—Vanessa —murmuré.

Tuve ganas de llorar de nuevo porque sabía que no la volvería a ver. Había sido buena conmigo y convertido en mi amiga. Había sido como tener a la prima que me crio de regreso. Y, pese a haber querido quedarme solo para seguir riendo con ella, mi destino estaba en manos de otros.

—¿Dijiste algo, niño? —preguntó el desconocido que manejaba la camioneta vieja y oxidada en la que nos transportábamos.

—No, señor —respondí en voz baja.

Miré hacia afuera a través de la ventana algo sucia, volviendo a sumergirme en los porqués de mi situación. Quise decirle que yo no era ningún niño, pues pronto cumpliría trece, pero, como siempre, el miedo de alzar mi voz me detuvo. ¿A quién le importaría lo que un engendro tuviera que decir?

A mi padre pareció importarle en las escasas visitas que me hizo. No obstante, su actitud cambió por completo cuando fui yo quien tuvo que ir a su hogar. Quizá cada cumpleaños que fue a verme se trató de un simple acto para no sentir remordimiento consigo mismo. Yo era un error y mi madre había muerto por mí.

—Mira bien todo, muchachito. Nosotros seremos tu nueva familia ahora —dijo el conductor.

Selva. Eso era lo que veía. Las últimas señales de civilización quedaron atrás hacía mucho, cuando se adentró en un camino de tierra. Tampoco era que había visto a demasiadas personas desde que me bajé del autobús en un terminal, el cual estaba a las afueras de una ciudad en un país cuyo idioma no era el mío.

La camioneta se apagó de manera brusca. Mi único acompañante giró para verme. Era un Hijo de Diana que debía doblarme la edad, pero no me miraba con irritación, como la mayoría sí lo hacía.

—A partir de aquí, caminaremos un poco —explicó—. El alfa nos va a recibir junto a la manada, así que tendrás que arrodillarte frente a él en señal de respeto, ¿entiendes?

Asentí.

—No hablas mucho, ¿cierto?

Negué.

—Bien. Tal vez así pases más desapercibido y sea lo mejor para ti.

Abrió la puerta de su lado y se bajó del vehículo. Lo vi rodear el auto y, antes de que llegara a mi puerta, yo mismo la abrí y hundí mis zapatos en el fango. Reteniendo un suspiro y ahogando la molestia, puse mi morral sobre mis hombros y abracé la bolsa de caramelos.

—¿Recuerdas mi nombre? —preguntó él.

—Anthony —respondí.

—Perfecto. ¿Y el del alfa?

—Darien, como la selva en la que estamos.

—Chico listo. —Puso su mano en mi cabello para removerlo—. Ayúdame a recoger unas ramas y hojas para cubrir la camioneta.

Puse la bolsa sobre una roca para que no se ensuciara y lo ayudé con lo indicado. Agarraba lo pedido con precaución, temeroso que encontrarme con algún animal venenoso de la zona. La humedad en el ambiente rozaba lo asfixiante y mosquitos zumbaban cerca de mis oídos.

Anthony me miró alzando una ceja al revisar lo que recolecté. Sí, no había sido de gran ayuda. Sin embargo, yo era humano y un... niño. Yo no podía cargar las enormes ramas que él, ni arrancarlas de un solo tirón.

—Tranquilo. Crecerás y te harás fuerte. Espero que por lo menos más de lo que suele ser un humano. —Tomó lo que le di y lo usó para cubrir el techo del vehículo—. Claro, si sobrevives en este ambiente.

Sin contestar a eso y claramente habiendo comprobado la gravedad de mi situación, fui por mi bolsa de dulces. Mi padre me había enviado a un lugar abandonado del mundo para que muriera lejos de su vista.

Me quedé quieto viendo a mi acompañante terminar con su tarea. Después, se retiró la franela sudorosa y me la arrojó. Por suerte pude atraparla. Hizo lo mismo con su pantalón.

—Para acelerar el paso, te permitiré subirte a mi lomo, ¿okey? Trae mi ropa.

Antes de que pudiera replicar, vi su cuerpo cambiar. De la impresión, caí de espaldas sobre mi trasero. Observé las dimensiones y formas de su anatomía cambiar. Dejó de ser hombre y sacó a la luz su esencia de Hijo de Diana: un enorme lobo de tonos pardos.

No, nunca había visto a uno transformarse. Y esa primera experiencia me hizo desear el haber podido nacer con genes diferentes y poder hacer lo mismo. Imponente. Letal. ¿Qué animal podría hacerle daño en esa selva? Confiaba que ninguno.

Anthony soltó un aullido que debió ser alguna clase de risa. Luego, vino hacia mí y se agachó para ofrecerme subir a él.

Me puse de pie. Mi morral, mi bolso y yo nos habíamos ensuciado de barro. No obstante, no me importó. Solo tuve en mente lo emocionante que iba a ser un viaje encima de un lobo.

Subí a él sin recibir algún gesto de molestia por estar ensuciando su pelaje. Al reincorporarse, tuve que aferrarme a la base de su cuello por miedo caer. Ahí sí se quejó un poco, por lo que opté por hacer menos presión.

Se desplazó por la selva. Corrió, saltó y esquivó los obstáculos. Por varios momentos tuve que cerrar los ojos, sucumbiendo al temor. La brisa sacudía mi cabello, el aire dejó de sentirte tan agobiante y en el fondo se escuchaban el cantar de las aves.

Me sentí libre, como jamás lo había hecho en mi corta vida. Tuve ganas de gritar, pero, claro, lo contuve. Si iba a morir, por lo menos estaba teniendo una buena despedida. No pude evitar pensar en que me hubiera gustado haber podido hacer eso con mi padre; que su trato hubiera sido más cercano.

Cuando se detuvo, quedé anonadado ante la imagen de un extenso río que se perdía en su curvatura. Estaba a algunos metros de distancia, pero podía escuchar el ruido de la corriente. No obstante, lo más impactante fue que vi un par de personas navegando en una canoa. Ahí, en medio de la salvaje naturaleza.

Anthony se sacudió ligeramente y acercó su cuerpo al suelo para permitirme bajar. Volvió a su cáscara humana.

—Ya casi. —Tomó su ropa de mis manos, pero no se la puso—. Vamos.

Comenzó a descender por la ladera de la pequeña colina rocosa en la que estábamos. No se detuvo a verificar si lo seguía o no, por lo que obligué a mis piernas a moverse. Yo todavía conservaba mis zapatos y mi ropa, mas, al desplazarme por mi propia cuenta, no podía dejar de pensar en serpientes y cualquier otro animal peligroso que pudiera aparecer. Sin embargo, quedarme allí solo iba a ser peor.

Despegué el trozo de cinta adhesiva en mi bolsa de caramelos y agarré uno. El sabor en mi boca fue como estar con Vanessa y eso me dio algo de fuerza.

Junto a nosotros no tardó en aparecer una de las ramificaciones del río que acababa de ver. Era menos ancho y no lucía tan profundo, incluso sobresaliendo rocas. A mis oídos llegó el sonido de agua cayendo, por lo que supuse que había una cascada cerca.

Antes de poder verla, Anthony se detuvo a unos cuantos metros de mí, frente a tres sujetos. Intercambiaron unas palabras, que yo no entendí, antes de que me invitara a aproximarme. Los desconocidos nos acompañaron por el resto del recorrido hasta la cascada, en la que había más individuos.

Entre ellos, destacaba un hombre. Estaba en el medio y tenía aires de superioridad resaltados por la especie de cetro de madera tallada que sostenía. Antes de que tuviera que arrodillarme para demostrar mi sumisión, supe que él sería el nuevo dueño de mi destino.

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