Antes | Sangre
Sentía que desperdiciaba lo que aprendí. También que estaba condenado a quedarme allí para siempre. Quería caminar por la selva y no volver más, pero temía morir en el proceso. Otra opción era irme en el bote de un desconocido, sin embargo, ¿luego qué? ¿Qué destino elegir?
Veía a esas personas cruzar la selva en busca de mejores oportunidades. Arriesgaban sus vidas y estaban a merced de las decisiones de individuos que transpiraban maldad. Insultos, golpes, amenazas de abandono. Eso era lo que tenía que presenciar al recibir la cuota que los contrabandistas le pagaban a Darien por atravesar su territorio y tener mayores posibilidades de sobrevivir.
No quería pasar por lo que ellos. Y, aunque fuese duro de admitir, estar en la manada de Darien me daba la seguridad que no podía encontrar en ese momento en ningún otro lado. No era un paraíso y debía obedecer, más tenía garantizada comida y techo, así como personas que se preocupaban por mí.
De cualquier forma, tener que hacerle preguntas al sujeto armado y determinar si mentía no fue lo que me imaginé haciendo con lo que me enseñó Rinc. No quería tener trato con ese tipo de personas y tampoco entendía por qué Darien los aceptaba allí. Pero, claro, yo no podía cuestionarlo.
—Yo no podría quedarme tan tranquilo como tú si disparan cerca de mí de esa manera —dijo Sin Nombre sentándose sobre una roca—. Me transformo y hago ruido, no sé. Un humano normal se arrojaría al suelo, o algo así.
—¿Ahora me llamas anormal? —cuestioné sin alzar la mirada de mi mano. Me corté la palma al evitar que me apuñalaran. Al sujeto de ese día no le gustó que descubriera las piedras preciosas que buscaba transportar a escondidas. Debió pagar un precio más alto por hacerlo—. Lo bueno es que engañaba a sus compañeros y todo salió bien para nosotros.
Terminé de vendar mi mano. Iba a tener que pedirle a Anthony que la ajustara un poco más, pero mientras tanto sería suficiente. Prefería no acercarle mi sangre a Sin Nombre.
—Viene Darien y está acompañado —informó Sin Nombre poniéndose de pie.
A penas terminó de hablar, el mencionado salió de entre la maleza. Estábamos cerca de la cueva.
—Aquí estás —dijo—. Tenemos visita y te tardaste tanto que tuve que venir a buscarte.
—Estaba lidiando con esto antes. —Le mostré la herida—. Y considerando darme un baño.
No tuve oportunidad de preguntar si se trataba de Arthur, de Rinc, o de ambos. Pues, mis esperanzas se desplomaron cuando tres forasteros se unieron a nosotros. Un pelinegro desaliñado; un castaño de facciones redondeadas; y el último con facciones similares a las mías. No recordaba el nombre del primero, pero los otros eran Josh Aldrich y mi hermano.
—Sí que apestas —fue el saludo de Bryan luego de tantos años sin vernos.
Lodo, sudor y sangre era lo que me cubría. El día agotador iba despidiéndose y era un logro más haber sobrevivido. Y no, no había perfumes, ni eran frecuentes los jabones con olor.
—Por lo menos no se parece tanto a ese niño débil que se quedó con nosotros. Este ambiente lo endureció —intervino Josh, también estudiándome.
El pelinegro se mantuvo callado.
No podía formular en mi mente un motivo por el cual estar allí. El recuerdo de mi hermano era de desprecio hacia mí. El tiempo pasó y nuestro padre falleció, pero ni aun así había venido. No podía ser por preocuparse por mi bienestar. Debía haber algún beneficio detrás.
—Te irás con ellos, Alan. La manada de tu padre requiere de tu servicio y es tu deber hacerlo —informó Darien.
Así de inesperada había llegado mi oportunidad de salir de la selva. El problema era que no fue lo que esperé y no confiaba en los implicados. Aunque lo dicho por Darien no fuera una pregunta, no me iría sin conocer los detalles.
—¿Por qué? —cuestioné—. ¿En qué podría ser útil este frágil humano?
Les gustaba menospreciarme, por lo que lo usaría.
—Tú no. Lo que Rinc te enseñó —corrigió el nieto de Arthur—. Necesitamos que nos ayudes a encontrar a alguien.
—¿A quién?
—A Vanessa. Seguro la recuerdas, ¿no? —contestó el pelinegro a mi interrogante.
Su nombre fue lo que faltó para terminar de desestabilizarme. El saber que fue alumna de Rinc hizo que volviera a estar presente con frecuencia en mis pensamientos. Recordaba que era desertora, por lo que lo que en realidad me proponían era capturarla.
—Me niego. Lo siento.
—No te negarás, porque tú no eliges —dijo Darien con dureza—. Te revoco el acceso a la cueva.
Su reacción era lógica. Claro que no podía permitir que yo fuera en contra de su autoridad; mucho menos en presencia de miembros de otra manada. En otras circunstancias, si no se tratara de Vanessa, quizá hubiera accedido sin protestar, como solía hacerlo. Pero la realidad era otra y yo no colaboraría para dañar a Vanessa. Algún motivo tuvo que tener para escapar.
—No iré. Esto no.
Me di la vuelta y comencé a macharme. Esperé más insistencia por parte de Darien y frases de los visitantes Cephei, pero dejaron que me alejara varios metros. No escuchaba a Sin Nombre siguiéndome. Rogué por que Darien no lo mandara a atraparme.
Antes de que terminara de asimilar el sonido de algo acercándose a gran velocidad, fui derribado y sentí el dolor estallar en mi hombro. Sentí los dientes haciendo presión y hundiéndose cada vez más en mi carne. Tenía un Hijo de Diana encima de mí y me mordía.
El dolor no solo se quedó en ese punto. Fue como una llama interna que iba expandiéndose por cada tejido de mi organismo y amenazando con derretirme. Cuando me soltó yo ya estaba gritando por lo insoportable que era.
Me retorcí en el suelo estando bocabajo. Sangre proveniente de la profunda mordida empezaba a humedecer mi rostro. Había presión en mis pulmones, como si estuvieran tan llenos de aire que en cualquier momento estallarían. Sentía que me asfixiaba. Los escandalosos latidos de mi corazón ensordecían mis oídos.
Saboreé la tierra. Logré darme vuelta y mis dedos se enterraron. Todo mi cuerpo temblaba por el indescriptible dolor. No había nada más que existiera para mí, solo esa agonía, los golpes que daba contra el suelo, y la sensación de estarme rompiendo.
No sé cuánto tiempo duré en esa nube cegadora de sufrimiento. Al disminuir el volumen del dolor, comencé a ser consciente de cambios en mi cuerpo. La distribución y proporción se sentían ajenas. Fui siendo más receptivo de mi entorno y del hecho de estar sobre mi costado. Al poder enfocarme en lo que había frente a mí, noté un par de patas cubiertas de pelaje blanco. Confundido, pretendí mover mis manos, pero lo que logré fue que esas extremidades lobunas lo hicieran.
Sin poder creerlo, intenté acomodarme para levantarme. No pude. Mis cuatro patas no tenían la fuerza para sostenerme. Todo mi organismo ardía.
—¿Ven? Por eso era buena idea venir en luna llena. Así no podrá negarse.
No supe quién lo dijo, así como tampoco estaba seguro de quién me había mordido. No había suficiente espacio en mi mente para pensar en ello. Acababa de ser convertido en Hijo de Diana.
No pude terminar de digerir lo que estaba ocurriendo, porque los músculos de mi abdomen se contrajeron y las náuseas me atacaron. Vomité. No comida, sino sangre. Expulsé más. Los temblores regresaron.
—Eso no debería estar pasando.
—Está botando demasiada sangre, Josh.
—Está rechazando el cambio.
—¿Eso pasa?
—A los Malditos de Aithan sí.
No sabía quién decía qué cosa. Tampoco podía asegurar que la conversación estuviera sucediendo fuera de mi cabeza, porque sonaba demasiado alta. ¿Acaso iba a morir?
Unas manos me sujetaron el rostro. En algún momento volví a ser humano. No podía distinguir nada; solo sombras. Con cada espasmo de mi organismo, más sangre emanaba. No obstante, de repente, un sabor desconocido invadió mi boca. Estimuló cada célula a su alrededor y el aumento de la cantidad generó un estremecimiento de placer.
El dolor cesó y dejé de escupir sangre. Ya no me sentía al borde de la muerte, pero tampoco como yo mismo. No podía moverme. Yacía exhausto. Quería más de ese sabor y de esa sensación.
—Tienes aguante. Cualquier otro se hubiera desmayado.
Ese era Sin Nombre. Podía reconocer su voz áspera. Cerré los ojos.
—¿Me escuchas? Todavía no puedes descansar.
Bryan. Mi hermano venía a torturarme.
Solté un gruñido.
—Solo te diré esto una vez, así que escucha bien y no lo repitas con nadie. —Hablaba bajo. Era un secreto. ¿Y los demás a dónde se fueron?—. Sin... nuestro padre, solo tú y yo quedamos como cabeza de los Seward. Somos el linaje siguiente, después de los Aldrich, para la línea de sucesión. No solo vine por ti por tus habilidades, sino también por tu sangre. Te detesto, pero si me llega a suceder algo, a ti te corresponde asumir, engendro.
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